A continuación, el profeta expone sin disfraz ni atenuación los caminos del desagrado de Dios con su pueblo. Esto era cierto; y era correcto tanto sentirlo como poseerlo, aunque poseerlo a tal Dios lo hace mucho más doloroso. “Te has cubierto de ira y nos has perseguido; Has matado, no has tenido lástima. Te has cubierto con una nube por la que nuestra oración no debe pasar. Nos has hecho como el despojo y el rechazo en medio de la gente”. (Ver. 43-45.) Hay momentos en que no se convierte en el santo buscar un desprecio de un castigo, donde, si la oración se hiciera ignorantemente, sería una misericordia que no se escuchara. Y así fue para Jerusalén entonces. La sentencia divina debe seguir su curso, sin embargo, verdaderamente Dios probaría Su cuidado de los piadosos bajo circunstancias tan dolorosas.
Luego, en los versículos 46-48, expresa su sentido del reproche que les amontonan sus enemigos; de modo que entre el miedo interior y la desolación externa la miseria no tenía paralelo. “Todos nuestros enemigos han abierto sus bocas contra nosotros. El miedo y una trampa vienen sobre nosotros, la desolación y la destrucción. Mi ojo corre con ríos de agua para la destrucción de la hija de mi pueblo”. Sólo podían saberlo aquellos que habían sido favorecidos por Dios como lo habían sido; sólo uno que lo conocía como Jeremías podía sentirlo y contarlo como él lo hace. Es de esperar que algunos sientan que sus lamentaciones son excesivas, como otros lo hacen con las brillantes anticipaciones de los profetas; La fe recibiría y apreciaría a ambos, sin criticar ninguno.
En la siguiente estrofa repite las palabras de la última para traer a Jehová. La fe no obstaculiza, sino que aumenta el dolor a causa del estado deplorable de lo que está cerca de Dios, cuando su estado es tan malo que es objeto de sus juicios; sin embargo, se asegura que tal dolor no es inútil, sino que Él ciertamente intervendrá. “Mi ojo gotea hacia abajo, y no cesa, sin intermedio, hasta que Jehová mire hacia abajo y contemple desde el cielo. Mi ojo afecta mi corazón por todas las hijas de mi ciudad”. (Ver. 49-51.)
En los versículos 52-54 el profeta expone por varias figuras las calamidades que caen sobre los judíos de sus enemigos. “Mis enemigos me persiguieron dolorido, como un pájaro, sin causa. Me han cortado la vida en la mazmorra y me han arrojado una piedra. Las aguas fluían sobre la cabeza de la mina; luego dije, estoy cortado”. No eran más que como un pájaro ante hábiles cazadores de aves, como uno encerrado en mazmorras aseguradas por una piedra en lo alto, como uno realmente abrumado en aguas que rodaban sobre él.
Pero la oración puede ser y ha sido probada eficaz incluso en sus angustias; y así los siguientes versículos muestran como con Jeremías. “Invocé tu nombre, oh Jehová, fuera de la mazmorra baja. Has oído mi voz: no escondas tu oído en mi respiración, en mi clamor. Tú perdiste cerca en el día en que te llamé; dijiste: No temas”. (Ver. 55-57.)
Y aquí puede ser bueno señalar el peligro de aquellos que citan Salmo 22: 1, como la experiencia de un santo ordinario, despreciando o al menos dejando de usar la lección que nos da la Escritura, que esas palabras se adaptaron a Jesús en la cruz, y ciertamente a ningún cristiano desde entonces. Él fue así abandonado entonces para que nunca lo estuviéramos. No es entonces cierto que el creyente bajo ninguna circunstancia sea abandonado de Dios. Jesús sólo podía decir en la plenitud de la verdad, tanto “Dios mío” como “¿Por qué me has abandonado?” E incluso Él nunca lo hizo ni pudo, creo, haber dicho estas palabras excepto como expiación por el pecado. Suponer que, debido a que David escribió las palabras, debe haberlas dicho como su propia experiencia, es hacer los Salmos de interpretación privada, en lugar de reconocer el poder del Espíritu que los inspiró. Sal. 16 bien o mejor podría ser la experiencia de David; sin embargo, se necesita poca discriminación para ver que ambos en su plena importancia pertenecen exclusivamente a Cristo, pero en circunstancias completamente diferentes.
“Oh Jehová, has suplicado las causas de mi alma; Tú has redimido mi vida. Oh Jehová, has visto mi mal; juzga mi causa. Has visto toda su venganza y toda su imaginación contra mí”. (Ver. 58-60.) El profeta confía en que aparecerá para vindicación y liberación. La profunda y merecida humillación puesta sobre su pueblo no debilita su seguridad ni sofoca su clamor. Por un lado, si Él ha visto el mal de los justos, Él juzgaría su causa; por otro, había visto toda la venganza e imaginación del enemigo contra él.
Esto se repite en los siguientes versículos, en relación con lo que Jehová había oído. “Has oído su oprobio, oh Jehová, y toda su imaginación contra mí: los labios de los que se levantaron contra mí, y su artimaña contra mí todo el día. He aquí que se sientan y se levantan; Yo soy su música”. (Ver. 61-63.) En todo momento a lo largo de su vida diaria, su dolor era su objeto deseado y el placer más vivo.
En la tensión final, el profeta ora de acuerdo con el gobierno justo de Dios para la tierra. “Dadles recompensa, oh Jehová, conforme a la obra de sus manos. Dales tristeza de corazón, tu maldición para ellos. Perseguirlos y destruirlos con ira desde debajo de los cielos de Jehová”. (Ver. 64-66.) No es una cosa ligera a los ojos de Dios que Sus enemigos encuentren sólo un asunto de regocijo en los sufrimientos y tristezas de aquellos que estaban bajo Su poderosa mano. Si los justos son así salvos con dificultad, ¿qué será cuando el juicio caiga sobre los impíos? Aun bajo el Evangelio podemos amar y debemos regocijarnos en la perspectiva de la venida del Señor, aunque sabemos qué indignación ardiente debe consumir a los adversarios. Aquí, por supuesto, la oración está de acuerdo con una medida judía, aunque no por ello menos justa. Estamos llamados a cosas más elevadas y celestiales.