Las acciones colectivas del Espíritu Santo

(De la revista “Words of Faith”, Vol. 2, 1883).
“Cuando llegó el día de Pentecostés” plenamente, el bautismo del Espíritu tuvo lugar (Hechos 2). Y será oportuno comentar aquí que este bautismo nunca tiene que ver con un santo individual sino con un número de personas, como una acción colectiva; y también comentar que una vez que ello tuvo lugar, ello nunca se repitió. Se encontrará que estas observaciones tienen una gran importancia en nuestro verdadero entendimiento de la iglesia de Dios, o cuerpo de Cristo.
Así se actuó sobre el número de discípulos que estaban juntos orando en el día de Pentecostés: ellos fueron bautizados en un solo cuerpo en aquel momento. Habiéndoseles previamente dado vida y atraídos en pos de Cristo, esta nueva acción cambia el estado de ellos de ser meros creyentes individuales al de ser ellos un cuerpo unido a su Cabeza en el cielo. Cristo había subido allí después que la redención fue consumada, y Él ha entrado en un nuevo estado para el hombre por medio de la resurrección, y en un nuevo lugar para el hombre, como ascendido y sentado en los lugares celestiales. Y, en conexión con este nuevo estado y ese nuevo lugar el Espíritu actúa como tal descendiendo del cielo y formando este “un solo cuerpo” en unión con Cristo y de unos con otros como “miembros de Cristo”. Esta es la única ‘membresía’ conocida en la palabra de Dios.
Ahora bien, yo quisiera comentar aquí que cuando este cuerpo fue formado en Pentecostés nadie sabía nada acerca de él; porque fue necesario que una nueva oferta fuese hecha, a saber, que Cristo regresaría a Israel como nación, y traería los tiempos de la restauración de todas las cosas de la que hablaron los profetas, y bendeciría a Su pueblo en la tierra (Hechos 3:17-21). Los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles (capítulos 2-7) abordan esta acción tentativa hacia aquel pueblo; y ella finalizó con el martirio de Esteban, y a la postre el mensaje enviado a Cristo fue, “No queremos que éste reine sobre nosotros”. El terreno estuvo ahora despejado para sacar a relucir plenamente el “propósito eterno” de Dios; y Saulo de Tarso fue convertido por un Cristo celestial y fue separado del pueblo [Israel] “y de los gentiles, a quienes [dijo el Señor] ahora te envío” (Hechos 26:14-18).
Él fue celestial en su origen y destino y ministerio, para sacar a la luz aquel cuerpo formado por el bautismo del Espíritu en la tierra. Y eso mientras Cristo ocultaba Su rostro de la casa de Israel; es decir, ocultaba esas “inescrutables riquezas” nunca antes dadas a conocer a los hijos de los hombres; aquel valle entre las cimas de la montaña hasta entonces no descubierto y no revelado. Saulo de Tarso oye del propio Señor Jesús que los santos en la tierra a los cuales él perseguía eran Él mismo. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto (es decir, a Cristo en gloria), y de aquellas en que me apareceré a ti” (Hechos 26:15-16). Él recibe aquí una insinuación de que revelaciones adicionales serían presentadas en algún momento conveniente que en aquel entonces no había llegado.
Ahora bien, todo esto sucedió después que toda la asamblea fue dispersada en la persecución que surgió alrededor de la muerte de Esteban, en Jerusalén. Exteriormente, aquello que había sido reunido y formado en Jerusalén fue destruido; pero Pablo recibe (de todos los apóstoles solamente él habla siempre de la iglesia de Dios) la revelación de aquello que había sido formado en Pentecostés en una unidad divina, como un solo cuerpo, que nunca podría ser destruido; ni tampoco su unidad podría ser quebrantada; Dios retiene la unidad del cuerpo en Sus propias manos.
Las revelaciones especiales dadas a Pablo (con la de su ministerio, de manera general), son comprobadas al atraer él especial atención a ellas en conexión con este gran asunto. Ellas son cuatro, a saber, 1º. La unidad del cuerpo. Leemos, “Por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, ... misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres” (Efesios 3:3-5). Luego el procede a desvelar este cuerpo, compuesto de judíos y gentiles, y aun así, no siendo eso ninguno de los dos cuando ellos son unidos en uno.
2º. Pablo recibió una revelación de la Cena del Señor en conexión con estas verdades encomendadas a él. “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado”, etc., y él presenta los detalles de la cena (1 Corintios 11:23 y sucesivos), añadiendo a ella varios rasgos no presentados anteriormente por el Señor cuando Él la instituyó en la tierra; pero como siendo ahora instituida nuevamente desde el cielo, como Cabeza de Su cuerpo, lo cual Él no lo fue sino hasta que Él fue allí. Un rasgo prominente es el de que ella llega a ser, cuando es observada en su verdad, el símbolo de la unidad del cuerpo de Cristo en la tierra. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque habiendo un solo pan, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo; porque todos participamos de aquel pan, que es uno solo” (1 Corintios 10:16-17 – VM).
En tercer lugar, una tercera prominente revelación la encontramos en 1 Corintios 15:51-52, en conexión con la resurrección de los santos que han dormido, y la transformación de los que no se duermen antes que Cristo viene. “He aquí”, dice él, “os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”.
En cuarto lugar, nosotros encontramos la cuarta revelación en 1 Tesalonicenses 4:15-17 donde leemos, “Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
Tenemos así, en estas cuatro revelaciones: la unidad del cuerpo de Cristo; el símbolo de su unidad en la tierra en la Cena; la primera resurrección de los santos que duermen y la transformación de los que están vivos; y luego, el arrebatamiento de todos a la gloria de Dios. Estas revelaciones abarcan la constitución, el disfrute, la resurrección, y la recogida o arrebatamiento desde esta escena de la iglesia de Dios o cuerpo de Cristo; y ellas forman un resumen completo y acabado de toda su verdad.
Ahora bien, yo aún debo procurar presentar más claramente la realidad actual de este cuerpo como estando aquí en la tierra donde, en cuanto a lugar personal, el Espíritu Santo está. Es aquí donde todos sus miembros son vistos en un momento dado, — como por ejemplo, mientras yo hablo estas palabras. Es cierto que cuando hay una declaración general abstracta de este cuerpo como la plenitud de Cristo, a saber, “la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud [o, el complemento] de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22-23), en ello no está contemplado ningún tiempo; y entonces, el cuerpo es visto en unión con Cristo en los lugares celestiales, como un asunto de consejo, en conexión con Su exaltación como Hombre. Pero en todos los demás lugares en la Escritura cuando este cuerpo es mencionado, éste incluye solamente a los miembros de Cristo que están vivos en la tierra en cualquier momento dado de su existencia, ¡mientras ustedes oyen estas palabras! Porque, en cuanto a lugar personal, allí está el Espíritu Santo, el cual constituye su unidad, morando en cada miembro, y bautizándolos a todos en un solo cuerpo.
Hagamos una ilustración en cuanto a esto. El regimiento número X del ejército británico luchó en la batalla de Waterloo. Dicho regimiento está ahora en la nómina del ejército de Inglaterra, teniendo su identidad, y el mismo número que tuvo en aquel entonces. Sin embargo, todos sus miembros han fallecido, ningún hombre que está en él ahora estuvo en aquel entonces cuando estuvo en activo. Otros han ingresado y han llenado las filas, y aunque los miembros han cambiado, el regimiento es el mismo. Así es con respecto al cuerpo de Cristo; a saber, los que lo compusieron en el día de Pablo han muerto, y otros han entrado, y han llenado las filas. Los que duermen, sus cuerpos están en el polvo, y sus espíritus están con el Señor. En cuanto a lugar personal, ellos han perdido su conexión con el cuerpo por el momento presente. Ellos son de él, aunque no están en él ahora. Ellos asumirán su lugar en él cuando el cuerpo de Cristo sea sacado de la escena. Aquí, “si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él”, etc. (1 Corintios 12:26). El padecimiento no es la parte de los que han dejado de existir para la actual conexión con él.
Formado mediante el bautismo del Espíritu Santo en Pentecostés, este cuerpo ha sido llevado en una unidad intacta lo largo de esos dieciocho siglos que han transcurrido, con almas que fallecen, y otras que ingresan; y éste cuerpo está hoy aquí en la tierra para Dios y para la fe, tan verdaderamente como cuando Pablo escribió, “Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Efesios 4:4 – RVA). El bautismo del Espíritu nunca se repitió, pero a almas individuales se les ha dado vida y han sido selladas y unidas así individualmente a aquello que el Espíritu Santo formó mediante Su bautismo en Pentecostés; y por lo tanto, todos sus miembros pueden decir ahora, “por un solo Espíritu fuimos bautizados todos en un solo cuerpo” (1 Corintios 12:13 – RVA), porque nosotros pertenecemos a aquello que en aquel entonces fue definitiva y permanentemente formado por el bautismo del Espíritu Santo.
Hay una importante verdad adicional en conexión con esta doctrina, o con el cuerpo, a la cual me referiré ahora antes de finalizar este escrito. Se trata de esto: dondequiera que los miembros de este cuerpo eran vistos juntos “en asamblea” (1 Corintios 11:18 – VM), ellos eran siempre tratados como el cuerpo; esto, obviamente, no separándolos de todo el cuerpo en la tierra, sino tratados por Dios como actuando en el terreno y en el principio del cuerpo y en unidad con todo el cuerpo en la tierra. Esto es encontrado en 1 Corintios 12:27 (LBLA) donde leemos, “Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él”. Aquí el principio es aplicado. El apóstol había estado enseñando la gran doctrina del cuerpo (1 Corintios 12:12-26), en primer lugar, su unidad, y luego la diversidad de sus miembros, cada uno de ellos teniendo individualmente (fuesen ellos miembros decorosos o indecorosos) su lugar en el conjunto; y él aplica esto de manera práctica a la asamblea local en Corinto en el versículo 27 arriba citado.
Esto es, entonces, el cuerpo de Cristo; este es el lugar colectivo de todo miembro de Cristo en la tierra; esta es la única membresía conocida en la Escritura. El hecho divino, positivo, y la verdad de aquello que ninguna ruina de su unidad exterior, ninguna corrupción de la Cristiandad, puede jamás estropear o destruir. Captando esto en la conciencia de nuestra alma y por medio de la fe, nosotros tenemos algo estable en medio de las ruinas de la iglesia profesante sobre lo cual actuar; sobre lo cual descansar en los días postreros. Nosotros esperamos tratar acerca del uso práctico de la verdad en el escrito final.