Hemos visto las diversas formas de la obra de Cristo, de Su ofrenda de sí mismo a Dios, ya sea en toda la perfección de Su vida, o en Su muerte como el medio de nuestra aceptación. Hemos visto además la consagración de los sacerdotes naturalmente siguiendo las ofrendas y sus leyes, luego las instrucciones por las cuales los sacerdotes podrían aprender a distinguir entre limpios e inmundos, con las diversas formas en que se representaba la contaminación total de las personas, en el nacimiento, la enfermedad y la dolencia.
Ahora tenemos el gran día de la expiación. Este capítulo no se destaca más verdaderamente individualmente, y en una posición literalmente central del libro, que la expiación misma en los caminos de Dios. Es evidente que, por mucho que todo nos haya preparado para ello, y por mucho que lo que sigue también pueda fluir de él, la expiación tiene un lugar para sí misma, un lugar al que no hay nada similar o secundario, un lugar que se encuentra en la base misma de todos los caminos de Dios, el único medio posible para la bendición de una criatura pecadora ante Dios. Es bueno que disfrutemos de todos los privilegios con los que la gracia de Dios pueda investirnos, y que nos deleitemos en lo que Él nos da a conocer como la revelación de Su propia naturaleza, así como de Sus consejos y caminos; porque Él nos haría verdaderamente felices; y no hay felicidad sino en comunión con Él.
Al mismo tiempo, la expiación tiene incomparablemente el lugar más profundo de todas las verdades en las Escrituras, excepto solo la persona de Cristo, en quien toda la plenitud moraba corporalmente. Dios se reveló así con miras a la expiación, y la expiación misma, además de tener este carácter de centro y piedra fundamental, se convierte en el medio capital de sacar al alma de todo su egoísmo miserable y pecaminoso (que de hecho es pecado y miseria) al conocimiento de Dios, de modo que Dios mismo nunca podría haber dado, si no hubiera habido pecado para sacar al Hijo de Dios a morir en expiación. En resumen, la misma maldad de la criatura ha dado ocasión a un conocimiento de Dios como nunca podría haberse disfrutado sin él, para su propia vergüenza, sino para la gloria eterna de Dios.
Por esta razón, las formas en que Dios dio las insinuaciones de la expiación tienen el interés más profundo posible para nuestras almas. Sin embargo, debemos tener en cuenta que aquí, como en todas partes, solo tenemos la sombra, y en ningún caso la imagen misma de la cosa. Siempre encontraremos lo que se queda corto. No podía haber más que un Cristo, el Hijo unigénito; y así, sino una obra en la que Él ha sacado a relucir no sólo a Dios, sino a Dios glorificado en cuanto a nuestro pecado, glorificado en Su propio ser moral y en Su provisión misericordiosa de que debemos ser liberados de él.