Liberación

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La liberación, así como la salvación, es un tema muy amplio en la Escritura, con muchas aplicaciones. La necesidad de liberación podría venir de problemas provenientes del pecado de los de afuera, de hombres que se oponen a la verdad (Mateo 6:13; 2 Corintios 1:10; 2 Timoteo 3:11, 4:17-18, etcétera), o podría ser el resultado del pecado operando dentro del corazón del creyente (Romanos 7:24, 8:2). Sin embargo, cuando el tema de la liberación está a la vista, se asume generalmente que se relaciona con problemas provenientes del pecado dentro del creyente. Esto se refiere a la experiencia que tiene el alma de ser libertada de la acción interior de la naturaleza pecaminosa (“la carne”—Romanos 7:5, etcétera), por medio de la cual es capaz de vivir una vida santa para la gloria de Dios.
Los cristianos, con las mejores intenciones, han tratado de controlar la naturaleza pecaminosa de muchas maneras—pero eso sólo les ha traído frustración y decepción. Todos estos esfuerzos humanos son inútiles. Algunos hombres han aplicado el ascetismo (flagelando el cuerpo para mantener la carne subyugada), o el monacato (tratando de huir de las tentaciones de la vida aislándose de la sociedad), la introspección (que sólo conduce a un egoísmo enfermizo), la psicología (el estudio del comportamiento humano), la cultura, etcétera, pero como hemos ya mencionado, estas cosas siempre resultan en fracaso. Como el endemoniado en Marcos 5, que no podía ser dominado, la carne en el hombre no puede ser controlada con recursos humanos.
Lo que muchos cristianos no perciben es que la bendición prometida en el evangelio no sólo tiene que ver con la liberación del castigo eterno por sus pecados (Romanos 3:21-5:11), sino también incluye la liberación del poder del pecado en sus vidas (Romanos 5:12-8:17). No es la intención de Dios dejar a aquellos a quienes Él perdonó, justificó, reconcilió y salvó, en este mundo bajo el dominio de sus naturalezas pecaminosas caídas y sin el poder para andar rectamente. Por lo tanto, no necesitamos de los recursos y métodos humanos para tratar de controlar la carne (los cuales no funcionan), sino que debemos ir a Dios: Él tiene la solución. Todo es parte del don de Su gracia en el evangelio.
El tema de la liberación de nuestra alma es tratado en detalle en Romanos 5:12-8:17. En primer lugar, en el capítulo 5:12-21, somos enseñados que los creyentes en el Señor Jesucristo ya no estamos bajo el liderazgo de Adán, o esa vieja raza, en lo que se refiere a nuestra posición ante Dios. Siendo “constituidos justos” (Romanos 5:19), los creyentes son ahora parte de una nueva raza de hombres bajo el liderazgo de Cristo, donde la gracia reina por la justicia para vida eterna.
Luego, en Romanos 6:1-10, se nos dice cómo es que ha ocurrido para el creyente esta transferencia de autoridad de Adán a Cristo. Actuando como nuestra Cabeza federal (lo que significa que Él actúa en representación de todos los que están debajo de Él), Cristo, al morir, se separó de todo el sistema de pecado encabezado por Adán. Al hacer esto, Él nos separó de ese sistema también. A través de nuestra identificación con la muerte de Cristo, Dios nos ve como “muertos” y, por tanto, desconectados de la raza de Adán y del principio del pecado que la domina (versículo 7). Además de eso, habiendo “resucitado de entre los muertos,” Cristo entró en una nueva esfera de vida donde Él “á Dios vive,” y esa esfera está ahora abierta a todos los que pertenecen a Su nueva raza (versículos 8-10). Entonces, en los versículos 11-12, somos exhortados a “pensar” (“creer que es así”) junto a Dios que esas cosas que son verdaderas en relación a Cristo también son verdaderas en relación con nosotros. Así, a causa de nuestra identificación con la muerte de Cristo, tenemos derecho a considerarnos “muertos al pecado,” pero “vivos á Dios” en esa nueva esfera en la que Cristo vive para Dios. En Romanos 6:13-14, somos exhortados a someternos a Él y a empezar a practicar la justicia en esta nueva esfera de vida—paulatinamente. Y, por la repetición de buenos hábitos, nos convertimos en siervos de la justicia, porque el pecado ya no tiene dominio sobre el creyente.
En Romanos 6:15-23, somos advertidos de que, si escogemos vivir en la esfera de vida que pertenece a la carne, estaremos bajo esclavitud de los pecados que permitimos. Es, por lo tanto, imperativo que vivamos de forma práctica en la esfera correcta de vida en la que hay una nueva gama de objetos para ocupar nuestros corazones. Estas cosas son llamadas “las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5) y tienen que ver con los intereses de Cristo. Son cosas como: leer las Escrituras, orar, asistir a las reuniones cristianas para la adoración y el ministerio, cantar himnos y canciones espirituales, leer literatura cristiana, escuchar ministerio grabado, enseñar la verdad, compartir el evangelio, la comunión, meditar en cosas espirituales a medida que vamos cumpliendo nuestras responsabilidades diarias, sirviendo al Señor con buenas obras, haciendo visitas, etcétera. Cuando el creyente vive de forma práctica en esta nueva esfera de vida y así se ocupa con Cristo y con Sus intereses, el poder del Espíritu de Dios será sentido en su vida, manteniendo la carne en su lugar (Romanos 8:13). Así, bajo este principio de reemplazo, no se dará oportunidad a la carne de actuar en la vida del creyente.
En un paréntesis, en Romanos 7:7-25, Pablo muestra que esta liberación no se logra a través del esfuerzo humano, sino mirando a Cristo y estando ocupado con las cosas que pertenecen a Él. Cuando hacemos eso, el Espíritu de Dios nos ayudará a vivir la vida cristiana normal, la cual está por encima de los impulsos de la carne. Esto es ilustrado en el capítulo 8:1-16.
La gran pregunta es: ¿En cuál esfera vivimos nuestras vidas? Al usar el término “si” en Romanos 8:13, Pablo muestra que la responsabilidad recae sobre el creyente. Dios quiere seamos responsablemente ejercitados en cuanto a tener victoria sobre la carne. Tenemos que hacer una decisión consciente de vivir en la esfera correcta de vida. Esto se resume en una simple cuestión de nuestra voluntad. Nuestro problema es que queremos rodearnos de cosas terrenales, naturales y mundanas, y perseguirlas, y al mismo tiempo esperamos tener el beneficio de liberación práctica del poder del pecado que el Espíritu nos da. Pero no podemos vivir en la sombra y disfrutar del sol al mismo tiempo. ¡Si consentimos la carne, vamos a obstaculizar al Espíritu! No es que necesitemos más del Espíritu, pues Dios no da el Espíritu por medida (Juan 3:34). En realidad, es lo contrario, ¡el Espíritu precisa más de nosotros! Si sometemos nuestras vidas a Su guía, que será siempre seguir a Cristo y Sus intereses, no faltará el poder del Espíritu en nuestras vidas para mantener la carne subyugada, y así, poder experimentar la liberación.