Libro segundo de Samuel

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UN VERSÍCULO PARA MEMORIZAR
"El entonces se paró en medio de aquel terreno y lo defendió, y mató a los filisteos; y
Jehová dio una gran victoria” 2
Sam. 23:12 (Cuando hayas memorizando este
versículo, recuerda que los filisteos representan la pretensión e intromisión del
hombre carnal en las cosas de Dios.)
En este libro tenemos el establecimiento definitivo de David como rey de Israel, la historia del mismo reino, y su biografía personal casi hasta el fin de su vida.
El Espíritu de Dios pinta un cuadro fiel del fracaso de David, en cuanto a su caída en el caso de la esposa de Urías; léase los capítulos 11 y 12. Fue reprendido por el profeta Natán. Confesó su pecado y fue perdonada su iniquidad (Salmos 32 y 51).
El pecado trae mucha tristeza como en el caso de David. En breve, el libro revela en detalle el reinado de David—su rechazo y su victoria sobre los enemigos. Su pecado no fue escondido sino sacado a la luz, pero su corazón siempre se inclinaba a Dios. Su fe le fue siempre recompensada por la gracia, aunque el castigo gubernamental no fue detenido. Estas cosas están escritas para que “por la paciencia, y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza"(Romanos 15:4).
UN PENSAMIENTO PARA LA JUVENTUD
"Entonces el rey se turbó, y subió a la sala de la puerta, y lloró; y yendo, decía así: ¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!" Tal vez tu apariencia física hace que los otros te miren a ti. Estamos en un mundo que muchas veces valora más la parte exterior de una persona en vez de lo interior. Lee II Samuel 14:25-26 para conocer las características de Absalón. ¿De qué le sirvió? Solamente para enaltecer los pensamientos de sí mismo en vez de los de Dios y para procurar exaltar su propio nombre (cp.18:18) en vez del nombre de Dios.
Su vida terminó con una muerte violenta y un padre bastante triste, pero sin arrepentimiento de parte de Absalón. ¡Qué pérdida eterna! Nadie puede tomar nuestro lugar en recibir lo que nosotros merecemos por nuestros pecados. ¿Siempre es malo estar ocupado con la hermosura? ¡No! Salmos 27:4 nos enseña que debemos estar en la presencia del Señor cada día: "Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en Su templo."