Los Centavos De Nubecita

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China
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—¡Abre tu mano, querida!
Hasiao Yun (Nubecita) lo hizo, y luego cerró sus dedos sobre un brillante centavo.
—¡Hsieh hsieh! ¡Wo pu p’ei!— exclamó con cortesía. Estaba diciendo: “Gracias, No me lo merezco.”
Hsiao Yun era la hijita de cuatro años del Sr. Hu, el guardián de las casas de los misioneros. Vivía con sus padres, su hermano Tung (Invierno) y una hermana mayor, Ping-an (Paz), en una cabaña de dos cuartos cerca de los portones de las casas. Jugaba mucho en un pequeño patio frente a su casa, pero mayormente jugaba alrededor de los grandes portones, mirando a la gente que entraba o salía.
A veces, cuando el misionero y su esposa salían o llegaban, le daban uno o dos centavos, pensando naturalmente de que ella los gastaría en dulces o en las manzanas acarameladas que les encanta a los chicos en Manchuria.
Hsiao Yun jugó alegremente durante la primavera, el verano y el principio del otoño. Fue entonces cuando el misionero tuvo reuniones especiales para tratar de que los cristianos tuvieran “Un corazón para todo el mundo”. Habló especialmente acerca de la India, y la necesidad que los niños allí tenían de escuchar la Palabra de Dios.
Terminó el otoño y llegó el invierno, y con el invierno vino el frío penetrante y cortante de Manchuria. Con él llegó también el cumpleaños de Hsiao Yun, cuando cumplió cinco años. Luego, un día, cuando jugaba en el patio y por los portones donde había mucho viento, se pescó un resfrío. Su mamá pensó que sería un resfrío común, pero se complicó con pulmonía. Hicieron todo lo posible por ella, pero el misionero y su esposa, y sus propios padres pronto vieron que no había esperanza. Estaba decayendo rápidamente.
Cierto día, estando todos alrededor de su cama, Hsiao Yun se sentó y dijo:
—Mamá, te veré en el cielo.
Y pasó quietamente a los brazos de su cariñoso Salvador.
Era de noche. En la casa del misionero, un fuego acogedor ardía en la estufa, y las cortinas estaban cerradas, en contra de la oscuridad y el frío. Había una lámpara prendida sobre una mesa, y el misionero y su esposa se encontraban sentados cerca del fuego, comentando los sucesos del día. De pronto, la quietud de la noche fue interrumpida por alguien que llamaba a la puerta. El misionero abrió la puerta, y vio a la Sra. Hu parada allí, llorando.
—Pase—le dijo, y al hacerlo, ella se fue directamente hacia la esposa, y le extendió una cajita de jabón. Con lágrimas, y una voz entrecortada por la emoción, dijo:
—Hsin-niang (esposa del maestro), antes de morir mi pequeña Yun, me dio estos centavos que había ahorrado, sin saberlo yo. Dijo que debían ser usados para comprar Biblias para los niñitos pobres en la India.
La misionera abrió la caja, y, para su sorpresa, allí estaban todos los centavos que la habían dado a Hsiao Yun.
El misionero y su esposa agregaron suficiente dinero para llegar a cinco dólares, y los mandaron a la India.
Así fue que una niñita china había tenido “Un corazón para todo el mundo” y había pensado en sus hermanas en India que no tenían el evangelio de la gracia de Dios.