Como ya se ha dicho, sin embargo, mucho más está envuelto en esta cuestión del sábado que la mera materia de guardar el primer o el séptimo día. Toda la cuestión de las relaciones cristianas con la ley es levantada. El propósito del enemigo es llevar a los cristianos bajo la ley como hombres en la carne, y de este modo privarlos de la santa libertad en que la gracia los ha introducido. De hecho, el propósito es destruir todo el edificio del cristianismo y sustituirlo por la forma sin vida del judaísmo que solo puede sumergir al alma en la oscuridad, y privarle de toda certeza divina en cuanto a vida o salvación.
Ahora, el Nuevo Testamento enseña, en forma más clara e inequívoca, que los cristianos no están bajo la ley. “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14). Esta declaración es absoluta. Y aquí no se trata de una cuestión de justificación sino de poder contra el obrar del pecado (la naturaleza pecaminosa). Bajo la ley el pecado tenía dominio. La ley era “el poder del pecado”. Y éste entró “para que la ofensa pudiese abundar”. “El pecado por el mandamiento” vino a ser “extremadamente pecaminoso”. La ley es santa, justa y buena, y prohíbe el pecado, pero no da poder contra éste, y al prohibirlo lo provoca. Y de este modo el apóstol dice, “el mandamiento que fue ordenado para vida, encontré que era para muerte”.
Bajo la gracia todo ha cambiado. La ley demandaba justicia de uno que ya era un pecador, y no daba poder para esto. Pero la gracia da. Da justicia a un pecador que no tiene ninguna; y también da vida y poder para un santo vivir. Bajo la gracia el creyente tiene a Cristo como justicia, vida, y objeto para llenar el corazón, y el Espíritu Santo como poder para vivir la vida de Cristo; por tanto el pecado no tiene dominio sobre él. Volver a la ley es abandonar la redención y perder toda la bendición y poder que la gracia da. Y esto es justo donde el Adventismo del Séptimo día pone a sus víctimas. Los pone bajo la ley que solo puede maldecirlos y condenarlos porque ellos no la guardan aunque vanamente esperan “ser encontrados dignos de la vida eterna”; solo que ellos nunca pueden saber si son salvos o no hasta el día del juicio. Todo es oscura incertidumbre; y el bendito evangelio de la gracia de Dios es privado de su gloria y de esa dulce paz que da a todos los que la reciben con simplicidad de corazón.
Como hemos visto, Romanos 6:14 nos asegura que no estamos “bajo la ley, sino bajo la gracia”. Romanos 7 nos dirá como alcanzar esta nueva posición y relaciones. El primer verso nos dice que “la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive”. Los dos versos siguientes nos presentan una ilustración. La muerte disuelve las relaciones que existen entre marido y esposa, y liberta a la esposa de la ley de su marido. En el versículo 4 el apóstol aplica esto para mostrar como el creyente es libertado de la ley. “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”. Esto pone la materia en la forma más clara. El creyente debe contarse a sí mismo como habiendo muerto con Cristo, y de este modo él es libertado de la ley; pero esto es para ser conectado con un nuevo marido, Cristo resucitado de entre los muertos. Uno que de este modo es libertado pertenece a Cristo, está en Cristo, tiene el Espíritu Santo, anda no conforme a la carne sino conforme al Espíritu, y cumple así los requerimientos de la ley aunque no estando bajo ésta (Romanos 8:4).
Los gálatas habían sido “fascinados” por maestros judaizantes, y estaban abandonando el principio de la gracia para ser perfeccionados en la carne bajo la ley; y el apóstol los reprende en la forma más aguda. Esto era prácticamente abandonar el cristianismo. Al final del capítulo 2, él declara la verdad en conexión con él mismo: “yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo”. Pablo había muerto bajo la ley a través de la muerte de Cristo, y ahora vivía, pero era Cristo quien vivía en él. Él vivía, no como bajo la ley, sino por la fe que tenía a Cristo como su objeto diario, de manera que la vida de Cristo era reproducida en él de una manera practica en el poder del Espíritu. Los gálatas, también, habían recibido el Espíritu, no “por las obras de la ley”, sino “por el oír con fe”. Ellos habían “comenzando en el Espíritu” y ahora en su locura se estaban volviendo a la ley para ser perfectos en la carne; y al hacerlo se estaban poniendo a sí mismos bajo maldición: “porque todos dependen de las obras de la ley están bajo maldición” (Gálatas 3:10).
Cualquiera que lea cuidadosamente Efesios 2:15; Colosenses 2:14; y 2 Corintios 3, verá fácilmente que todo el sistema legal es puesto a un lado como el principio de relaciones entre Dios y Su pueblo en esta dispensación. La ley que fue “grabado con letras en piedras”, y “el ministerio de condenación” (2 Corintios 3:7,9). “La ministración del Espíritu” son puestas en directo contraste con esto. La última es una ministración de “vida” y “justicia”, en lugar de “muerte” y “condenación”. Y el versículo 11 muestra que la ministración anterior es puesta a un lado mientras la otra permanece. Esto está en pleno acuerdo con lo que hemos visto en Romanos y Gálatas.
Podemos decir con el apóstol, “sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes”, etc. (1 Timoteo 1:5-11); pero también sabemos por las mismas Escrituras que aquellos que “queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan, ni lo que afirman”.