Clave: “El cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:11).
Al considerar con atención las profecías del Antiguo Testamento, nos sorprenden en gran manera dos clases de predicciones, al parecer contradictorias, con respecto a la venida del Mesías. Una clase de profecía Le anuncia débil y humillado, varón de dolores y experimentado en quebrantos, raíz en tierra seca, sin parecer ni hermosura, sin atractivos, Su rostro ultrajado, Sus manos y Sus pies heridos, desechado de los hombres, sepultado entre los impíos.
Véanse:
Salmo 22:1-18; Daniel 9:26; Isaías 7:14; Zacarías 13:6-7; Isaías 53; Marcos 14:27
Las otras profecías anuncian un Soberano hermoso e irresistible, que purgará la tierra con juicios terribles, reunirá los dispersos de Israel, restaurando el trono de David con magnificencia superior a la de Salomón, e introducirá un reinado de paz profunda y de justicia perfecta.
Ejemplos:
Deuteronomio 30:1-7; Daniel 7:13-14; Isaías 9:6-7; Miqueas 5:2; Isaías 11:1-2,10-12; Mateo 1:1; Isaías 24:21-23; Mateo 2:2; Isaías 40:9-11; Lucas 1:31-33; Jeremías 23:5-8
A debido tiempo empezó el cumplimiento de la profecía sobre el Mesías con el nacimiento del Hijo de la Virgen conforme a Isaías, en Belén según Miqueas, y procedió literalmente hasta la plena realización de las predicciones de la humillación del Mesías. Pero los judíos no quisieron recibir a su Rey, “manso, y sentado sobre una asna, y sobre un pollino, hijo de animal de carga”, y Le crucificaron.
Véanse:
Zacarías 9:9; Mateo 21:1-5; Juan 19:15-16
Pero no debemos llegar a la conclusión de haber la maldad humana anonadado el propósito firme de Dios, pues Su palabra habla de un segundo advenimiento de Su Hijo, cuando las predicciones referentes a la gloria terrenal del Mesías obtendrán el mismo cumplimiento exacto que cuantas se refieren a Sus padecimientos terrenales.
Véanse:
Oseas 3:4-5; Mateo 24:27-30; Lucas 1:31-33 (el versículo 31 ya cumplido al pie de la letra); Hechos 1:6-7; Hechos 15:14-17
Los judíos se resistían a creer cuanto los profetas habían dicho sobre los padecimientos de su Mesías; nosotros nos resistimos a creer cuanto han dicho sobre Su gloria. Nuestra falta es mayor, pues debiera ser más fácil creer en la venida del Hijo de Dios, en las nubes y con poder y gloria, que creer en Su venida como Niño de Belén, como Carpintero de Nazaret. En verdad, lo creemos porque ha sucedido, no porque lo predijeron los profetas, y ya es hora de que cesemos de echar en cara a los judíos su incredulidad. Si se nos pregunta cómo podían ser tan ciegos al significado evidente de tantas profecías tan inequívocas, la respuesta es que estaban cegados de igual modo que muchos cristianos lo están al significado, en igual medida evidente, de un mayor número de predicciones de Su gloria terrenal. En otros términos, los antiguos escribas dijeron al pueblo que las profecías de los padecimientos del Mesías no debían ser interpretadas literalmente, de igual modo que algunos escribas modernos dicen a la gente que las profecías de la gloria terrenal del Mesías no deben ser interpretadas al pie de la letra.
Pero el segundo advenimiento es una promesa hecha, a la par, a la iglesia y al judío.
Las siguientes palabras fueron dirigidas, entre otras, por nuestro Señor a Sus discípulos perplejos y tristes, antes de Su sacrificio en la cruz: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí. En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si Me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).
Ahí habla el Señor de Su regreso en exactamente los mismos términos que de Su partida.
Esta fue, como sabernos, personal y corporal. Si decimos que Su venida es impersonal y “espiritual”, debemos hacerlo fundándonos en la Escritura, y esto no es posible.
Mas no hay duda en cuanto a ese punto vital. En el momento preciso de la desaparición de nuestro Señor a la vista de Sus discípulos, “se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado desde vosotros al cielo, así vendrá como Le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:10-11).
Al mismo efecto es 1 Tesalonicenses 4:16-17, “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
“Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria Suya, por el poder con el cual puede también sujetar a Sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21).
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2).
“He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
Para aquella “esperanza bienaventurada” se nos enseña a “velar” (Marcos 13:33,35,37; Mateo 24:42; 25:13); a “esperar” (1 Tesalonicenses 1:10); y a estar “preparados” (Mateo 24:44). La última oración en la Biblia es para el pronto regreso de Cristo (Apocalipsis 22:20).
Estos textos indican claramente que el segundo advenimiento será personal y corporal; que, por consiguiente, no implica la muerte del creyente, ni la destrucción de Jerusalén, ni el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, ni la difusión gradual del cristianismo; sino que es la “esperanza bienaventurada” de la iglesia, el momento del despertar de los santos dormidos que serán, juntos con los santos vivos entonces, “transformados” (1 Corintios 15:51-52), arrebatados para recibir al Señor; el tiempo en que nosotros, hijos de Dios actualmente, seremos como Él, y cuando los santos fieles recibirán la recompensa de las obras hechas en Su nombre.
Los textos siguientes evidenciarán más el contraste entre los dos advenimientos de nuestro Señor.
Comparen:
|
Primer Advenimiento
|
Segundo Advenimiento
|
|
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y Lo envolvió en pañales, y Lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
|
“Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30).
|
|
“Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo” (Hebreos 9:26).
|
“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que Le esperan” (Hebreos 9:28).
|
|
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
|
“Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de Su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:7-8).
|
|
|
|
“Al que oye Mis palabras, y no las guarda, Yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47).
|
|
“Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:17).
|
“Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31).
|
El estudiante puede multiplicar tales contrastes casi infinitamente. Pero ya se ha dicho lo suficiente para demostrar que tanto las promesas a Israel como las hechas a la iglesia exigen imperiosamente un regreso de nuestro Señor a la tierra.
(Nota.— Tal vez los que comienzan el estudio de la Biblia hallarán auxilio en la breve consideración de las teorías opuestas a la doctrina bíblica del segundo advenimiento, personal y corporal, de Cristo).
Por supuesto, se comprenderá que los textos referentes a Su venida visible y corporal al término de esta dispensación deben distinguirse de los relativos a Sus divinos atributos de omnisciencia y omnipresencia, por virtud de los cuales Él está al corriente de todo y en todas partes presente. Mateo 18:20 y Mateo 28:20 son ejemplos de ello.
Así que, en tal sentido, tenemos la bendición de Su compañía siempre, hasta el fin del mundo.
Pero el “Hombre Cristo Jesús” está ahora personal y corporalmente a la diestra de Dios.
“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).
“Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de Sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1).
Ilustración: Durante la guerra Franco-Prusiana, Von Moltke, con su genio y habilidad, y por medio de una red telegráfica, estaba en realidad presente en todos los campos de batalla, aunque visible y personalmente en su despacho en Berlín. Más tarde, se unió al ejército frente a París y entonces su presencia visible estaba ahí. De igual modo, nuestro Señor, por virtud de Sus atributos divinos, está en realidad presente ahora en Su iglesia, pero a Su segundo advenimiento será personalmente visible en la tierra.
1. Las profecías referentes al regreso del Señor no se cumplieron al descender el Espíritu Santo en Pentecostés, ni en Su manifestación en cultos y reuniones de resultados benditos porque:
(1) Esta interpretación anula prácticamente la doctrina de la Trinidad, haciendo del Espíritu Santo tan solo una manifestación de Cristo.
(2) En la promesa que del descenso del Espíritu Santo hizo Cristo, Él habla distintamente de “otro Consolador” (Juan 14:16); y en Juan 16:7, Cristo dice: “Si no Me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si Me fuere, os Lo enviaré”.
(3) Los inspirados escritores de los Hechos, de las Epístolas, y del Apocalipsis mencionan el regreso del Señor más de ciento cincuenta veces después de Pentecostés, y siempre en el futuro.
(4) En Pentecostés no se realizó ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al Segundo Advenimiento de Cristo, tales como: la resurrección de los santos que duermen (1 Corintios 15:22-23; 1 Tesalonicenses 4:13-16); la “transformación” de los creyentes aún vivos, por medio de la cual se vestirán de incorrupción —el “cuerpo de la humillación” hecho “semejante al cuerpo de la gloria Suya”—, y serán “arrebatados ... para recibir al Señor en el aire” (1 Corintios 15:51-53; 1 Tesalonicenses 4:17; Filipenses 3:20-21); y la aflicción de todas las tribus de la tierra a la venida visible del Hijo del hombre en poder y gran gloria (Mateo 24:29-30; Apocalipsis 1:7).
He aquí los fenómenos asociados con el acontecimiento del regreso del Señor. Nada de eso ocurrió en Pentecostés, ni en cualquiera otra manifestación del Espíritu Santo.
2. La conversión de un pecador no es la venida del Señor. Esta teoría parece demasiado pueril para ser expuesta como suficiente explicación de profecías tan numerosas y circunstanciales.
(1) Según la Escritura, sucede justamente lo contrario. La conversión es la venida de un pecador a Cristo, no de Cristo al pecador (Mateo 11:28; Juan 5:40; Juan 6:37; Juan 7:37).
(2) Ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al regreso del Señor acompaña la conversión del pecador.
3. La muerte de un cristiano no es la venida de Cristo.
(1) Cuando los discípulos oyeron que el Señor decía que uno de ellos quedaría hasta Su venida, se esparció el dicho de que “aquel discípulo no moriría” (Juan 21:22-24).
(2) Los escritores inspirados hablan siempre de la muerte de un creyente como su partida. Ni una sola vez está relacionada la venida del Señor con la muerte de un cristiano. Véanse Filipenses 1:23; 2 Timoteo 4:6; 2 Corintios 5:8. Esteban moribundo vio los cielos abiertos y el Hijo del hombre, no viniendo, sino “que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).
(3) Ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al regreso del Señor acompaña la muerte de un cristiano.
4. La destrucción de Jerusalén por los romanos no fue la segunda venida de Cristo.
(1) En Mateo 24 y Lucas 21, tenemos la predicción de tres sucesos: la destrucción del templo, la venida del Señor, y el fin del mundo. Véanse Mateo 24:3. La confusión innecesaria de estos tres hechos tan diferentes entre sí dio lugar a la noción de ser el cumplimiento de uno el de todos.
(2) El apóstol Juan escribió el Apocalipsis después de la destrucción de Jerusalén, pero habla aún de la venida como de un acontecimiento futuro (Apocalipsis 1:4,7; 2:25; 3:11; 22:7,12,20). La última promesa de la Biblia es, “Vengo en breve”; la última oración, “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
(3) Ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al regreso del Señor ocurrió a la destrucción de Jerusalén. Véanse 1 Tesalonicenses 4:14-17; Mateo 24:29-31; Mateo 25:31-32, etc.
5. La propagación del cristianismo no es la segunda venida de Cristo.
(1) La difusión del cristianismo es gradual, y las Escrituras hablan del regreso del Señor como repentino e inesperado (Mateo 24:27,36-42,44,50; 2 Pedro 3:10; Apocalipsis 3:3).
(2) La difusión del cristianismo es un proceso; las Escrituras hablan invariablemente del regreso del Señor como un acontecimiento.
(3) La difusión del cristianismo trae salvación a los malos, mientras la venida de Cristo, según se nos dice, no trae salvación sino “destrucción repentina” (1 Tesalonicenses 5:2-3; 2 Tesalonicenses 1:7-10; Mateo 25:31-46).
Pero estas explicaciones y teorías, aunque muy extendidas, no se encuentran en los libros de teólogos famosos de cualquiera escuela o denominación, ni las sostiene ninguna eminencia universalmente reconocida. Todos están conformes en cuanto al segundo advenimiento, corporal y visible, de Cristo.
Sin embargo, se dice a veces que esta venida no puede verificarse hasta después de la conversión del mundo por medio de la predicación del Evangelio, y hasta su sumisión al reinado espiritual de Cristo durante mil años. Esta opinión es absolutamente errónea porque:
(1) La Escritura describe claramente la condición de la tierra a la segunda venida de Cristo como una condición de maldad terrible, no de bienaventuranza (Lucas 17:26-32; Génesis 6:5-7; Génesis 13:13; Lucas 18:8; Lucas 21:25-27).
(2) La Escritura describe todo el curso de esta dispensación, desde principio al fin, en tales términos que queda excluida la posibilidad de un mundo convertido de cualquiera de sus pasajes (Mateo 13:36-43,47-50; Mateo 25:1-10; 1 Timoteo 4:1; 2 Timoteo 3:1-9; 4:3-4; 2 Pedro 3:3-4; Judas 17-19).
(3) El propósito de Dios en esta dispensación se nos dice ser, no la conversión del mundo, sino el “tomar de ellos (los gentiles) pueblo para Su nombre”. Después de esto, Él “volverá” y entonces, y no antes, será convertido el mundo. Véanse Hechos 15:14-17; Mateo 24:14 (para “testimonio”); Romanos 1:5 (“en”, no “de” todas las naciones); Romanos 11:14 (“algunos”, no “todos”); 1 Corintios 9:22; Apocalipsis 5:9 (“de todo”, no “todo”).
(4) Sería imposible “velar” y “esperar” la venida de un acontecimiento cuya realización sabemos no tendrá lugar hasta, por lo menos, dentro de mil años.