El décimo capítulo de la epístola establece la manera en que el creyente ha sido preparado para el cielo. Su conciencia es purgada (versículos 1-18), para que ahora pueda entrar en el Espíritu Santísimo (versículos 19-22), mantenerse firme en su camino a través de este mundo sin vacilar ni volver atrás (versículos 23-31), enfrentar persecución (versículos 32-34) y caminar por el camino de la fe (versículos 35-39).