En el capítulo 3, Pablo ha defendido la verdad del evangelio mediante varios argumentos doctrinales convincentes. En el capítulo 4 muestra que hay algunos efectos prácticos serios que resultan al mezclar la ley y la gracia, los cuales son perjudiciales para el cristiano. El capítulo 3 ha mostrado lo que la gracia produce, ahora el capítulo 4 muestra lo que el legalismo produce.
El Señor mismo (en Su ministerio terrenal) advirtió que si la ley y la gracia se vinculaban de alguna manera, esto llevaría al desastre en la práctica cristiana. Dijo: “Nadie echa remiendo de paño recio [nuevo] en vestido viejo; de otra manera el mismo remiendo nuevo tira del viejo, y la rotura se hace peor. Ni nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y se derrama el vino, y los odres se pierden; mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar” (Marcos 2:21-22). Los nuevos principios que la gracia nos ha traído en el cristianismo deben ser practicados en un marco totalmente nuevo, fuera de los principios y prácticas del sistema legalista del judaísmo.
Siete madres
En el capítulo 3, Pablo nos ha dado el testimonio de varios hombres: Abraham, el padre de los fieles; Moisés, el dador de la ley; y Habacuc, un profeta. La verdad se ha desarrollado desde lo que podríamos llamar el lado paterno. En el capítulo 4, Pablo nos da la verdad desde lo que podríamos llamar el lado materno. En este capítulo, las mujeres son prominentes. Menciona no menos de siete madres. Ellas son:
• La madre del Señor: María (versículo 4).
• Pablo mismo (versículo 19).
• Agar, la madre de Ismael (versículo 22).
• Sara, la madre de Isaac (versículo 22).
• La Jerusalén terrenal (versículo 25).
• La Jerusalén celestial, la madre de todos nosotros (versículo 26).
• El Espíritu Santo, dando a luz a todos los que son libres (versículo 29).
Los hombres en las Escrituras suelen representar el lado posicional de la verdad, mientras que las mujeres suelen denotar el desarrollo moral de la verdad en el alma. Cuando pensamos en una madre en las Escrituras, pensamos en la verdad que se desarrolla de una forma moral y práctica en la vida. Por lo tanto, lo que está ante nosotros ahora en el capítulo 4 tiene que ver más con los efectos morales y prácticos de mezclar la ley y la gracia. Pablo muestra que estas dos cosas simplemente no funcionarán de forma práctica en la vida de un cristiano. Lo demuestra de tres maneras diferentes en este capítulo: mediante una ilustración de una costumbre doméstica judía (versículos 1-11), mediante una experiencia personal en sus propias interacciones con los gálatas (versículos 12-20), y mediante una alegoría del Antiguo Testamento (versículos 21-31).
El legalismo provoca la pérdida de la libertad de la filiación: Capítulo 4:1-11
El primer resultado negativo de mezclar la ley y la gracia es la pérdida de la libertad de nuestra “adopción [filiación]”. Esto es algo práctico. Nunca podemos perder nuestro lugar como hijos* ante Dios, pero la libertad que acompaña a los que ocupan ese lugar privilegiado puede perderse.
Pablo introdujo el tema de la filiación del cristiano en el capítulo anterior para enfatizar el lugar superior que tienen ahora los creyentes como resultado de la venida de “la fe”. La filiación, como hemos visto, es una de las bendiciones particulares del cristianismo (capítulo 3:25-26). Ahora recurre a una costumbre doméstica judía para ilustrar la diferencia entre el lugar privilegiado de la “filiación” en la familia de Dios, comparado con el lugar menor de un “niño” en la familia.
Versículos 1-3.— Los santos en los tiempos del Antiguo Testamento, bajo la ley, son comparados con niños en un estado de infancia, bajo “tutores [vigilantes] y curadores [administradores]”. Estaban en una posición en la que se les imponían los principios elementales de la religión judía, y ésta correspondía a su condición de inmadurez espiritual, necesitando ellos el cuidado y la disciplina constantes de la ley. Pablo dice: “Así también nosotros, cuando éramos niños, éramos siervos bajo los rudimentos del mundo”, es decir, bajo la religión mundanal (terrenal) del judaísmo. Tres cosas caracterizaban a los santos en su posición en el Antiguo Testamento: no conocían a Dios como su Padre; la obra de la redención aún no se había realizado; y el Espíritu de Dios aún no había sido dado. Los rituales y ceremonias que caracterizaban esa religión terrenal fueron diseñados para aquellos en esa posición menor.
Versículos 4-5.— En “el cumplimiento del tiempo”, cuando se completó el período de prueba del hombre en la carne (4000 años o 40 siglos desde Adán hasta Cristo), “Dios envió a Su Hijo”. La venida de Cristo puso fin a las tres cosas que caracterizaban a aquellos del Antiguo Testamento. La encarnación de Cristo tuvo como resultado la revelación del Padre (Juan 1:18); la muerte de Cristo trajo la redención (1 Pedro 1:18-19); y la ascensión de Cristo tuvo como resultado el envío del Espíritu Santo (Hechos 2:33). Por lo tanto, cuando una persona acepta el testimonio del Padre y del Hijo, y descansa en fe en la obra consumada de Cristo para su salvación, el Espíritu Santo mora en él, y por lo tanto se le permite disfrutar de la libertad y los privilegios de un hijo* ya maduro en la familia de Dios.
Pablo indica que los que se han convertido del judaísmo al creer en el evangelio son como “niños” que han llegado a la mayoría de edad. Han dejado esa posición de menores y ahora están en un lugar como “hijos*” en la familia de Dios. El Bar Mitzvah judío ilustra esto. En una familia judía, cuando un niño llega a la edad de 13 años, formalmente pasa de ser un niño en la familia a ser un hijo*; a partir de entonces disfruta de mayores libertades y privilegios en el hogar. Esta elevación de categoría ilustra la posición de un cristiano en la familia de Dios, en contraste a la de los judíos en los tiempos del Antiguo Testamento. Esto es cierto tanto para los creyentes judíos como para los gentiles. Nota: Pablo se incluye a sí mismo en el verso 5 al decir “recibiésemos”, hablando de los creyentes judíos, mientras que el “sois” en el verso 6 se refiere a los creyentes gentiles.
Los que sostienen la Teología del Pacto nos dicen que “el tiempo señalado” en el versículo 4 es lo mismo que el “cumplimiento de los tiempos” en Efesios 1:10. Ellos creen que cuando el Señor Jesús vino a este mundo en Su primera venida, trajo “la dispensación [administración] del cumplimiento de los tiempos”, el cual es el Milenio. Por lo tanto, según la enseñanza de ellos, ¡estamos en el Milenio ahora! Sin embargo, estos dos términos no son lo mismo. “El tiempo señalado” en Gálatas 4 está en singular, mientras que Efesios 1:10 está en plural (“tiempos”). “El cumplimiento de los tiempos” tiene que ver con la culminación de los caminos de Dios con el hombre en la dispensación final (el Milenio), cuando la gloria de Dios se mostrará en el reino de Cristo y la Iglesia. Como se mencionó, “el tiempo señalado” tiene que ver con el fin de la prueba del hombre en la carne, después de 40 siglos de pruebas. En Gálatas 3:16, Pablo demostró que ambos términos tienen diferentes significados; y lo mismo ocurre en este pasaje. Podemos ver en esto cómo podemos caer en error si descuidamos detalles importantes en la Escritura. Debemos leer la Escritura, “mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”, prestando mucha atención a los detalles más pequeños (Isaías 28:10).
En la Reina-Valera Antigua, el versículo 5 dice: “Á fin de que recibiésemos la adopción de hijos*”. Esto podría traducirse como “filiación”, ya que es la misma palabra que “adopción” en el griego (vea la nota al pie de página de la traducción J. N. Darby en Romanos 8:15). Algunos han pensado que, así como hay dos maneras en que podemos traer a un niño a nuestras familias terrenales —por nacimiento o por adopción— así también Dios tiene dos maneras de traer a la gente a Su familia. Sin embargo, esto no es cierto. Sólo hay una manera de entrar en la familia de Dios: por un nuevo nacimiento. La adopción es una mejora de posicionamiento de alguien que ya está en la familia, una elevación al lugar superior de la filiación.
Las personas se convierten en “niños”, en el sentido en que se usa la palabra en Gálatas 4, por el nuevo nacimiento, y luego son hechas “hijos*” al recibir el Espíritu. (El apóstol Juan no utiliza la palabra “niños” en un sentido diminutivo como lo hace Pablo aquí. En los escritos de Juan, se considera que los hijos de Dios tienen el Espíritu (1 Juan 2:20; 3:24; 4:13), y, por lo tanto, Juan llama hijos a los que Pablo considera hijos* por filiación. Los “hijos” en los escritos de Juan están en la plena posición cristiana en la familia de Dios; incluso los que Juan llama de “hijitos” (nuevos conversos) están en esa posición (1 Juan 2:18). Juan llama a los santos “hijos” porque el énfasis en sus epístolas está en la vida eterna y en la relación afectiva que tenemos con el Padre; no utiliza el término “hijos*” de la misma manera que lo usa el apóstol Pablo).
Versículo 6.— Las tres Personas de la Divinidad se encuentran en este versículo, asegurando la libertad de la filiación para los creyentes. Pablo dice, “Dios envió el Espíritu de Su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: Abba, Padre”. Esta tremenda bendición es la posesión común de todos los creyentes, tanto los creyentes judíos como los gentiles. Esto se ve cuando Pablo dice: “recibiésemos” en el verso 5, que se refiere a los creyentes judíos, y “sois” en el verso 6, que se refiere a los creyentes gentiles. En la última parte del versículo 6, une a los dos diciendo: “Nuestros corazones” (traducción J. N. Darby).
El énfasis aquí no está tanto en la bendición y la posición de la filiación, sino en los privilegios prácticos relacionados con ellas. Es “el Espíritu de Su Hijo” el que clama en nuestros corazones. Es decir, el Espíritu nos da el conocimiento de esa relación, y la confianza para acercarnos al Padre con la misma intimidad con la que el mismo Hijo de Dios se acerca a Él. Esto se denota en la expresión: “Abba, Padre”. Estas son las mismas palabras que el Señor utilizó cuando se dirigió a Su Padre (Marcos 14:36).
• “Abba” denota intimidad.
• “Padre” denota inteligencia.
La libertad de la filiación consiste en acercarse a Dios como nuestro Padre, “dirigiéndonos libremente” a Él en todas nuestras oraciones y alabanzas (1 Timoteo 4:5, traducción J. N. Darby). Esto no significa que debamos ser atrevidos o frívolos cuando nos dirigimos a Dios; siempre debemos acercarnos a Él con reverencia. Pero podemos hacerlo con franqueza e intimidad porque somos hijos*.
En el versículo 7, el apóstol hace notar el hecho de que ese maravilloso privilegio de la filiación debe ser asumido individualmente, diciendo: “Eres ... hijo*”. Nota: esto está en singular. Como conjunto de creyentes, todos somos “hijos* de Dios” (Gálatas 3:26), pero el ejercitar nuestra libertad ante el Padre de forma práctica es un asunto totalmente individual. Esto significa que no podemos disfrutar de las libertades de la filiación por otra persona, o viceversa; es algo que debemos experimentar individualmente. El ser “heredero de Dios” también se menciona aquí en singular, quizá por la misma razón.
Versículos 8-11.— Habiendo mencionado este increíble privilegio de la filiación, el apóstol señala ahora el tropiezo de los gálatas. Fueron salvos y estaban en la posición de hijos*, pero se habían vuelto a la ley. Bajo la ley, una persona se acerca a Dios a través de un sistema de métodos, ceremonias y rituales, las cuales le alejan de Dios. Este era el caso del judaísmo, que era una religión dada por Dios y diseñada para un pueblo terrenal que no ocupaba el lugar de filiación. Los que estaban en los tiempos del Antiguo Testamento se acercaban a Dios de esa manera porque “aun no estaba descubierto el camino para el santuario” (el Lugar Santísimo) (Hebreos 9:8). Al recurrir a ese sistema de la ley, los gálatas perdieron la libertad de su filiación. Su desvío no fue de su posición ante Dios como hijos* —porque tal posición es fija— sino en su conducta como hijos*. Nunca podemos perder nuestra posición de hijos*, pero sí podemos perder la libertad de esa posición, y ese era el problema de los gálatas.
Antes de que se convirtieran, “servían a los que por naturaleza no son dioses” y estaban esclavizados a esas falsas deidades (versículo 8). Esto muestra que aunque había algunos entre ellos que eran de origen judío, la mayoría de los gálatas eran gentiles convertidos. Y ahora, después de ser salvos, al volverse a la ley, estaban volviendo a la esclavitud de “los flacos y pobres rudimentos” de la religión terrenal. La diferencia era que el sistema de la ley mosaica era una religión ordenada por Dios de ceremonias y rituales, mientras que la adoración pagana tenía rituales corruptos. Ambos tenían rituales y ceremonias que se interponían entre el adorador y la deidad que adoraban. Por lo tanto, si un cristiano se adhiere al judaísmo ahora, a pesar de que era una religión ordenada por Dios, se pone en “esclavitud” (Hechos 15:10) y pierde su libertad como hijo*.
Esto ha ocurrido en gran medida en la cristiandad. El culto formal y estructurado ha llegado a ser aceptado en muchas denominaciones como la forma ideal de Dios. Y ha tomado el lugar de la libertad de la filiación que los cristianos tienen al acercarse a Dios. En la mayoría de los casos, este orden semi-judaico ha tenido sus raíces en el catolicismo y en las iglesias reformadas que han salido del catolicismo, cuando los creyentes tenían poca claridad en cuanto a la revelación cristiana de la verdad. En aquellos días, estaban saliendo de las tinieblas del romanismo y no entendían la verdadera naturaleza y vocación de la Iglesia. Ellos (como muchos hoy) creían que la Iglesia es el Israel espiritual, y que todas las promesas de Dios a los padres del Antiguo Testamento se han cumplido en la Iglesia de hoy, en un sentido espiritual. De ahí que no ven nada malo en mezclar las ideas judaicas de acercamiento a Dios con la adoración cristiana.
Por lo tanto, en lugar de acercarse a Dios en la libertad de la filiación, “dirigiéndonos libremente” a Él en una oración espontánea (1 Timoteo 4:5, traducción J. N. Darby), los cristianos de estos sistemas se han visto reducidos a utilizar libros de oración y programas de culto preestablecidos. El lenguaje utilizado en estos libros de oración denota un pueblo que adora a Dios a distancia. De ahí surge la idea de “rezar” una oración, que es la recitación de una oración prescrita. En estos sistemas, se dirigen a Dios como “Nuestro Padre Celestial”, como si estuviera lejos en el cielo, aunque la Escritura dice que los cristianos están sentados en lugares celestiales en la posición más cercana a Dios que una criatura pueda tener (Efesios 2:6). Los cristianos están en un lugar donde ningún sacerdote de la genealogía de Aarón podría estar: en la presencia inmediata de Dios en el santuario celestial, el verdadero “santuario” (Lugar Santísimo) (Hebreos 10:19). Estando en un lugar tan cercano a Dios, es apropiado que nos dirijamos a Él simplemente como “Padre”. Además, se usan los Salmos del Antiguo Testamento para expresar los sentimientos de los cristianos en sus oraciones y alabanzas. Los Salmos, como sabemos, están llenos de expresiones que indican que el adorador no tiene la seguridad de la salvación y la aceptación ante Dios a través de la obra consumada de Cristo. La gran consecuencia de que los cristianos adopten estas expresiones es que la libertad de la filiación en la presencia de Dios Padre se pierde en efecto. Aquellos que lo hacen, esencialmente terminan acercándose a Dios en el terreno del Antiguo Testamento.
Los grupos cristianos que tienen más claridad de la verdad y que entienden que el culto formal de las grandes iglesias eclesiásticas Reformadas no es el ideal de Dios, también pueden perder la libertad de la filiación en la presencia del Señor. Si el espíritu de legalismo se infiltra en tal conjunto de cristianos, se hará evidente por las oraciones de los santos que son rígidas y llenas de clichés repetitivos.
Versículos 10-11.— Los gálatas habían caído en ceremonias y rituales rudimentarios de la religión terrenal. Estaban observando “los días, y los meses, y los tiempos, y los años”. Al hacerlo, estaban recurriendo a un sistema que los pondría prácticamente en el terreno del Antiguo Testamento. Esto era una gran preocupación para el apóstol. Les dijo: “Temo de vosotros, que no haya trabajado en vano en vosotros”. Esto significa que temía por ellos en lo que respecta a su vida espiritual, porque estaban en el camino equivocado. Además, Pablo consideraba que su “trabajo” que había hecho en ellos no tuvo ningún efecto.
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En resumen, el primer punto de Pablo en el capítulo 4 es que si los cristianos mezclan los principios de la ley con la gracia, caerán en la “esclavitud” de la religión terrenal y perderán la libertad de su filiación en la presencia del Padre.
Aquellos que son gobernados por el legalismo se vuelven fríos e incompasivos: Capítulo 4:12-20
El apóstol luego habla de otro efecto negativo que resulta de mezclar la ley y la gracia: el creyente se vuelve frío e incompasivo en sus relaciones con los demás. Pablo señala la propia conducta de los gálatas hacia él como prueba de ello. Esto demuestra que si un cristiano vive sobre principios legalistas, no sólo afectará a su libertad en la presencia de Dios, sino que también afectará a su conducta entre sus hermanos.
Versículo 12.— Pablo comienza suplicándoles: “Sed como yo”. Está hablando aquí de lo que él era en la práctica: completamente librado de la ley. Quería que tuvieran la misma libertad que él tenía. También dice: “Porque yo soy como vosotros”. Es decir, en su posición estaban como él, pues todos los creyentes están en la misma posición ante Dios como hijos*. Hay un principio importante sobre el que Pablo actúa aquí y que no debemos olvidar: que no podemos esperar a tener el poder para sacar a otros de algo si nosotros mismos estamos atados a ello todavía. Pablo podía rogar a los gálatas que se libraran de la ley porque él mismo ya había sido librado de ella. Luego añade: “Ningún agravio me habéis hecho”. Aunque Pablo estaba entristecido por su desvío, quería asegurarles que no estaba personalmente ofendido por sus recientes acciones en contra de él.
Versículos 13-16.— Regresa a su principio y les muestra lo que el legalismo había hecho en sus vidas. Como nuevos cristianos, los tiernos brotes de la gracia habían comenzado a crecer en ellos, y era hermoso. Se veía en su genuino amor y cuidado para con el apóstol. Él tenía una “flaqueza de carne”, que era una enfermedad (tal vez de los ojos) que era una verdadera prueba para él en el servicio al Señor. Pero no le “desecharon” ni le “menospreciaron” por ello. Más bien, le trataron con ternura y le “recibieron” como “a un ángel de Dios”. Sus atenciones a él llegaron al punto en que, si fuera posible, se habrían sacado los ojos y se los habrían dado. Pero ahora, al volverse a la ley, esos tiernos brotes de gracia habían desaparecido de ellos. Los vientos fríos del legalismo habían enfriado sus corazones hacia Pablo, al punto en que ahora le trataban como un enemigo. Dice: “¿Heme pues hecho vuestro enemigo, diciéndoos la verdad?” Tal es el triste y lamentable resultado que produce un espíritu legalista; disminuye y restringe los afectos de un creyente hacia los demás.
El punto de Pablo es claro; el legalismo tiende a hacer que un creyente se vuelva frío e incompasivo. Una persona que vive en legalismo generalmente carecerá de gracia en su trato con los demás; tenderá a ser severo en sus acciones, en lugar de tener gracia. Por lo general, adoptará una línea dura en las cuestiones que surjan en la asamblea, en lugar de una línea más suave y de gracia. No estamos diciendo que tales personas nunca muestren gracia, pero lo que las caracteriza es la insensibilidad, la dureza y, a menudo, un espíritu crítico. Tales actitudes a menudo son dirigidas a los que no se adhieren a las normas y reglamentos de los legalistas.
Otra cosa que se puede aprender de esto es que la doctrina de una persona afecta a su conducta. La mala doctrina conduce a las malas prácticas (2 Timoteo 2:16). En el caso de los gálatas, habían aceptado una mala doctrina en cuanto a la ley, y eso produjo una mala conducta.
Aquellos que son gobernados por el legalismo pierden su discernimiento: Capítulo 4:17-19
Ahora Pablo se centra en otro triste resultado de mezclar la ley y la gracia: los que viven según los principios legales pierden su discernimiento espiritual. De nuevo, los gálatas evidenciaron esto. Pablo menciona al menos tres cosas que indican que habían perdido su sensibilidad espiritual.
Versículo 17.— En primer lugar, no habían discernido los malos motivos que actuaban en los maestros judaizantes en medio de ellos. Para exponer estos motivos ocultos, Pablo dijo con gran franqueza: “Tienen celos de vosotros, pero no bien”. Estos legalistas habían impresionado a los gálatas con su celo; hacían una demostración de devoción y ejercicio espiritual, y los santos de Galacia fueron engañados por ello. Esto demuestra que no tenían ningún discernimiento. Lamentablemente, estos falsos maestros tenían el propósito de alejar a los gálatas del apóstol para que les siguieran a ellos. Por lo tanto, Pablo dijo: “Antes os quieren echar fuera para que vosotros los celéis á ellos”. Era evidente que los falsos maestros buscaban llevar a los creyentes “tras sí” (Hechos 20:30). Estaban buscando seguidores, y tristemente, los gálatas habían caído en ello. ¿Cómo sucedió esto? Al mezclar la ley con el cristianismo se habían vuelto insensibles a los actos de estos obreros malos que, en consecuencia, los engañaron.
Muchos queridos cristianos hoy en día han sido engañados de esta manera. Un obrero cristiano enérgico y entusiasta puede venir e impresionarlos con una muestra de piedad y devoción, y ellos se dejan impresionar por ello. A menudo, cuando la gente se deja seducir de esta manera, es porque no están arraigados en la fe (Colosenses 2:7). En Romanos 16:25, Pablo nos dice que hay dos cosas que son necesarias para “confirmar” al creyente: tener una comprensión de su “evangelio” y tener una comprensión de “la revelación del misterio”. Estar fundamentados en estas cosas habría ayudado a los gálatas a detectar el error y rechazar las artimañas de los maestros judaizantes.
Versículo 18.— Pablo explicó que el celo es bueno, pero debe ser en lo que es de “bien”. El celo en las cosas de Dios no es suficiente; debe ser según la verdad. Una persona puede ser sincera en algo, pero estar sinceramente equivocada. La prueba no es cuán entusiasta es una persona; más bien, si lo que presenta es la verdad. Esto demuestra que no podemos juzgar el mensaje que trae una persona simplemente por su conducta externa. Es cierto que la vida del siervo debe estar en acuerdo con el mensaje que trae (1 Tesalonicenses 2:1-8), pero lo más importante es que debe hablar la verdad. Muchos han sido engañados simplemente porque los hombres son celosos y sinceros en lo que enseñan. En otra parte, Pablo dice: “Con suaves palabras y bendiciones engañan los corazones de los simples” (Romanos 16:18). Por lo tanto, “examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
Versículos 19-20.— Un segundo aspecto que demostró que el discernimiento de los gálatas había sido afectado de manera perjudicial fue que no pudieron discernir los excelentes motivos del apóstol Pablo, quien era genuino en su amor y cuidado por su bienestar espiritual. Él deseaba su bien y su bendición, pero ellos no lo discernían, ¡y lo trataban como un enemigo!
En vista de su estado de confusión, Pablo les suplica como a sus queridos “hijitos” de los que tuvo que “volver otra vez á estar de parto, hasta que Cristo fuese formado” en ellos. Se sentía como si tuviera que empezar de nuevo con ellos porque habían retrocedido terriblemente. Utiliza la figura de un niño en el vientre de su madre para expresar la esclavitud restrictiva del legalismo en la que se encontraban; cuando una mujer da a luz, su hijo es liberado. Pablo hablaba de sus labores con ellos como una madre que da a luz para que los hijos lleguen a la verdadera libertad cristiana. Esto era un verdadero ejercicio maternal. No sólo dio a luz a sus conversos, sino que también crio a esos creyentes recién nacidos con las sencillas verdades de las Escrituras (1 Tesalonicenses 2:7-8). Con los gálatas, Pablo tuvo que “volver otra vez á estar de parto”, porque ya lo había hecho cuando estaban recién convertidos. Los había liberado de la esclavitud del paganismo, y ahora tenía que hacerlo de nuevo para sacarlos de la esclavitud del legalismo.
Vemos aquí cómo se forma a Cristo en los santos: es a través de la sana enseñanza. La doctrina correcta conduce a la práctica correcta. Una cosa es estar “en Cristo” (capítulo 3:26), y otra es que “Cristo sea formado en vosotros” (capítulo 4:19). Esto último tiene que ver con que el lado moral de la verdad tenga lugar en el creyente, de modo que los rasgos de Cristo, como la gracia, la bondad, la paciencia, el amor, etc., se vean en esa persona. La madurez cristiana consiste en ser como Cristo, pero lamentablemente esto había sido impedido en los gálatas a causa del legalismo.
En vista de su tropiezo, Pablo deseaba estar con ellos y “mudar” su “voz” para mostrarles lo preocupado que estaba. Estaba “perplejo” por cómo se habían desviado tanto del camino, y ellos no parecían darse cuenta. Del mismo modo, nosotros deberíamos sentirnos profundamente apenados, e incluso indignados, cuando alguien desvía a una persona del camino (2 Corintios 11:29).
Versículo 21.— Una tercera cosa que indicaba que el discernimiento de los gálatas había sido afectado está en el simple hecho de que no estaban discerniendo lo que la ley realmente decía. Pablo razona con ellos, diciendo: “Decidme, los que queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley?” Los gálatas se habían vuelto tan insensibles que no oían lo que la ley exigía, ni se daban cuenta de lo que había producido en sus vidas. Esto demuestra que habían perdido el discernimiento.
Esta evidencia todavía se puede ver en los cristianos que se ponen bajo los principios legalistas hoy en día. Si uno les presentara los peligros del legalismo, en su honestidad no entenderían de qué está hablando. Una influencia cegadora en sus mentes legalistas los hace bastante insensibles a todo razonamiento lógico. Por lo general, descartarán cualquier reprensión que les den, pensando que están siendo fieles al Señor.
La prueba de que los gálatas se habían vuelto insensibles por su ocupación con la ley se atestigua en el hecho de que:
• No pudieron discernir el verdadero carácter de los judaizantes que estaban obrando entre ellos (versículos 17-18).
• No pudieron discernir el excelente carácter de amor genuino de Pablo y su preocupación por el bienestar de ellos (versículos 19-20).
• No pudieron discernir lo que la ley realmente les decía y lo que les hacía (versículo 21).
Aquellos que son gobernados por el legalismo se vuelven una fuente de conflicto entre hermanos: Capítulo 4:22-31
Pablo pasa a hablar de otro triste resultado de mezclar la ley y la gracia. Es este: los que viven en los principios del pacto legal perseguirán a los que caminan en la gracia y serán una fuente de conflictos entre sus hermanos. De nuevo, los gálatas eran una prueba viviente de esto; se mordían y devoraban unos a otros (Gálatas 5:15).
Para demostrar este efecto devastador de mezclar los principios del sistema de la ley con la gracia, Pablo recurre a una “alegoría” del Antiguo Testamento. Los gálatas afirmaban entender la ley mosaica y estaban dispuestos a someterse a sus preceptos; entonces, seguramente podrían ver la fuerza de una ilustración extraída de uno de los libros de Moisés. La alegoría ilustra la incongruencia que existe entre la ley y el Evangelio, y la inevitable oposición que resulta de los que se rigen por los principios de la ley hacia los que caminan en gracia.
Versículos 22-23.— La alegoría presenta a Sara y su hijo contra Agar y su hijo. Estas dos mujeres tenían dos relaciones completamente diferentes con Abraham, y produjeron descendencias completamente diferentes. Los dos hijos ilustran la diferencia entre la esclavitud que existe en el sistema de la ley y la libertad en el cristianismo.
Versículos 24-27.— Las dos madres representan dos pactos: Sara el nuevo pacto de la gracia, y Agar el antiguo pacto de la ley. “Agar” se refiere al “monte Sinaí, el cual engendró para servidumbre” y se refiere a lo que es actualmente “Jerusalén”: el sistema de la ley. Por otro lado, “la libre” (Sara) vivía en la casa de Abraham como su esposa elegida. Ella corresponde a “la Jerusalén de arriba” (la Jerusalén celestial), que representa todo el sistema de la gracia divina. Es la madre de los que están en gracia. Pablo cita a Isaías 54:1 Para enfatizar la libertad que trae la gracia. Cuando la ley fue impuesta en el monte Sinaí, nadie se puso a cantar. Pero cuando la gracia llegue a la nación de Israel en un día venidero, habrá alegría y canto. “Alégrate, oh estéril, la que no paría; levanta canción, y da voces de júbilo”. Nota: este gozo que trae la gracia no es resultado de sus obras y esfuerzos; ¡son aquellos que “nunca estuvieron de parto”, los que dan a luz a sus hijos en ese día!
A continuación, Pablo enseña una lección muy conmovedora a partir de esta alegoría. La “sierva” (Agar), que era una esclava en la casa de Abraham, que vivía bajo las órdenes y reglamentos que correspondían a su papel en esa casa, sólo podía dar a luz a un esclavo (Ismael), uno igual a ella. Esto es todo lo que la ley producirá: ¡esclavos! Sin embargo, Dios no quiere esclavos en el cristianismo, es decir, aquellos que se rigen por normas y reglamentos. Hemos mencionado que los que se rigen por principios legalistas parecen vivir la vida cristiana como una cuestión de obligación, en lugar de un feliz privilegio. Por otro lado, “la libre” (Sara) vivió en la casa de Abraham como su esposa elegida. Dio a luz un hijo (Isaac) que no era un esclavo, sino el heredero de todo lo que Abraham tenía. Ella es una imagen de lo que produce la gracia; da a luz a aquellos que caminan en la feliz libertad y privilegio de la filiación. Esto es lo que Dios quiere en el cristianismo.
El resultado de que los dos hijos, nacidos bajo dos principios opuestos, habitasen en la misma casa fue que “el que era engendrado según la carne, perseguía al que había nacido según el Espíritu” (versículo 29). Los dos muchachos no podían convivir pacíficamente; Ismael se burlaba de la verdadera semilla, Isaac. La conclusión a la que llegó Abraham (por sugerencia de Sara) fue que el siervo-esclavo debía ceder lugar al hijo. La palabra, por tanto, fue: “Echa fuera á la sierva y á su hijo”. Ambos debían irse:
• Agar representa a la ley.
• Ismael representa a la carne bajo la ley.
Versículos 28-31.— Pablo hace una poderosa aplicación de esto. Ya que los gálatas insistieron en seguir el ejemplo de Abraham, Pablo señala algo que Abraham hizo y que ellos debían hacer: ¡echó fuera a la esclava y a su hijo! Ellos tenían que echar fuera la ley (como norma de vida) y la carne que la deseaba. La cosa “pareció grave” para Abraham, y probablemente también lo fue para los gálatas, pero aun así Abraham lo hizo (Génesis 21:9-14). Era el momento de que los gálatas lo hicieran también.
La persecución de Isaac por parte de Ismael sigue existiendo hoy en día, como dijo Pablo: “Así también ahora” (versículo 29). Estos dos principios opuestos de la ley y la gracia no pueden convivir juntas en la Iglesia. Aquellos que se rigen por principios legalistas serán contrarios a los que viven en la gracia, y serán una fuente de disputas y divisiones entre sus hermanos. Una observación es que las asambleas que viven bajo estos dos principios opuestos son asambleas divididas; la unidad práctica está en peligro constante. Es un hecho triste que el legalismo alimenta el conflicto y la división entre los santos de Dios. La razón es que los que viven en legalismo realmente están viviendo el cristianismo “según la carne”, aunque no lo ven. Aquellos que caminan en la gracia son el objeto de su resentimiento y crítica porque no caminan según sus reglas y normas.
Si damos lugar a la idea de que nuestro favor con Dios es un resultado de nuestro buen caminar y esfuerzos para agradar al Señor (la esencia del legalismo), dos cosas negativas resultarán inevitablemente. En primer lugar, desarrollaremos una actitud farisaica, estando orgullosos de mantener nuestras reglas y regulaciones. En segundo lugar, careceremos de gracia en nuestras interacciones con los demás y nos volveremos críticos con aquellos que no se adhieran a nuestras reglas. Esto seguramente provocará conflictos y divisiones entre los hermanos.
Aquellos que insisten en los principios legalistas para gobernar a los santos manifiestan:
• Una falta de comprensión acerca de la forma en que Dios desarrolla el crecimiento espiritual de las almas. La espiritualidad y la santidad no se pueden alcanzar insistiendo en las restricciones legalistas impuestas a los creyentes. Puede parecer que funciona por un tiempo, pero tales medios no lograrán resultados positivos y duraderos en los cristianos.
• Una falta de fe para confiar en que Dios realizará una obra real en las almas que son verdaderamente espirituales y piadosas. Esta falta de fe se manifiesta en su intento de realizar la obra de Dios en las almas por los medios carnales del legalismo.
Versículo 31.— El capítulo 3 concluye con el creyente visto como la “simiente” de Abraham, en lo que respecta a su posición ante Dios. El capítulo 4 concluye con el creyente visto como los “hijos” de Sara, en lo que respecta a su andar práctico entre los hombres. Sin embargo, es muy posible ser la semilla de Abraham, pero vivir como el hijo de Agar. Este fue el error de los gálatas.
Resumen de los tristes resultados de mezclar la ley con la gracia
Así, en el capítulo 4, Pablo nos ha enseñado que hay peligros serios y prácticos de mezclar la ley con la gracia. Los resultados son devastadores, no sólo individualmente en la vida del creyente, sino también colectivamente en la asamblea. Afecta la vida personal del cristiano en la presencia de Dios, y su vida entre sus hermanos. En pocas palabras, vivir sobre los principios del sistema de la ley:
• Versículos 1-11.— Esclaviza al creyente, haciéndole perder la libertad de su filiación en la presencia de Dios.
• Versículos 12-16.— Disminuye y restringe los afectos del creyente hacia los demás.
• Versículos 17-21.— Causa una pérdida de discernimiento en el creyente e impide que se forme el carácter de Cristo en él.
• Versículos 22-31.— Lleva a una persona a hostigar a los que viven en la libertad de la gracia, y llega a ser una fuente de contienda entre hermanos.