El mundo, en la actualidad, no tiene paz; sino que está lleno de guerras, conflictos, disensiones, huelgas y temor; es más, muchos se quejan de su gobierno y desearían tener uno perfecto. El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a la tierra como el Mesías de Su pueblo Israel y le ofreció paz y sanó a muchos, pues todos los que acudieron a Él fueron sanados de sus enfermedades. Faltaba tan solo una cosa: que los judíos, Su pueblo, le reconozcan como su Señor, obedezcan y honren; pero, en vez de esto, llenos de celos y envidia le rechazaron. Sin embargo, Dios nunca ha fracasado en sus planes y tan solo postergó el reinado de Cristo, el Mesías; pero muy pronto llegará aquel día en que Él va a reinar sobre toda la tierra con justicia.
Para animar a algunos de sus discípulos, el Señor Jesucristo les dio una pequeña visión de la gloria futura, como leemos en Lucas 9:27: “hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios”. Los discípulos pasaron junto al Señor mucho tiempo porque le amaban y creían que Él era su Mesías; mas no habían entendido lo que les había dicho: iba a padecer, morir y resucitar de entre los muertos y necesitaban ser animados; fue así que por la misericordia de Dios gustaron un poco de aquella gloría venidera del reino de Dios.
En el monte donde Jesús les invito a subir los discípulos reconocieron a Moisés y a Elías. Moisés era el gran líder del pueblo de Israel en el desierto y quien además recibió la Ley de Dios y Elías era el gran profeta que ascendió al cielo en un carro de fuego. Ellos también vieron el rostro del Señor y sus vestidos resplandecientes, cubiertos de gloria. Impresionados con este acontecimiento y no sabiendo qué hacer, Pedro cometió el error de sugerir que se construyan tres enramadas para aquellas tres personas importantes: Moisés, Elías y Jesús. Si lo tomamos a la ligera parecía una buena idea, porque honrarían a personas importantes; pero nadie que haya vivido en la tierra, merece la gloria que le pertenece a nuestro Señor Jesucristo y Dios no lo permitió.
Y mientras Pedro continuaba hablando una nube los cubrió; entonces Moisés y Elías desaparecieron y tan solo quedó Jesús, luego se oyó desde los cielos estas palabras: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lucas 9:35). Nadie en absoluto puede compartir este puesto de gloria, honra y adoración que solo pertenece al Hijo. Dios el Padre expresa Su deleite en Su “Hijo amado” y quiere que escuchemos muy bien a aquella Persona que siempre ha hecho Su voluntad perfecta. Nadie debe reemplazar a Cristo en nuestros corazones, aunque sean personas tan destacadas como lo fueron Moisés y Elías, no deben ocupar este lugar. A veces vemos personas que sirven a Dios y queremos imitarles, pues imitemos su fe y recordemos que el único que merece ser imitado es nuestro Señor Jesucristo. Esta lección quedó desde entonces grabada en la memoria de Pedro y la comparte con nosotros en su segunda epístola: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:16-17).