Estas palabras, si es que se dieron cuenta de su importancia, deben haber llegado a los discípulos como un gran golpe. Por lo tanto, el Señor, en su tierna consideración por ellos, procedió a darles una seguridad muy amplia en cuanto a la realidad de la gloria venidera. Habían esperado que el reino de Dios vendría con poder y gloria durante su vida, y una vez disipada esa ilusión, fácilmente podrían llegar a la conclusión de que no vendría en absoluto. Por lo tanto, los tres discípulos, que parecían ser líderes entre ellos, fueron llevados aparte a la montaña alta para que pudieran ser testigos de su transfiguración. Allí vieron venir el reino de Dios con poder, no en su plenitud, sino en forma de muestra. Se les concedió una visión privada de la misma por adelantado.
En el primer capítulo de su segunda epístola, Pedro nos muestra el efecto que esta maravillosa escena tuvo sobre él. Era un testigo ocular de la majestad de Cristo, y por lo tanto sabía que su poder y la promesa de su venida no era una fábula astutamente inventada, sino un hecho glorioso, y así la palabra profética se hizo “más segura” o “confirmada”. Él sabía, y nosotros podemos saber, que ni una jota o tilde de lo que se ha predicho concerniente a la gloria del reino venidero de Cristo, fallará.
La escena de la transfiguración en sí misma era una profecía. Cristo ha de ser el centro resplandeciente de la gloria del reino, como lo fue en la cima de la montaña. Los santos estarán con Él en condiciones celestiales, tal como lo estuvieron Moisés y Elías: algunos de ellos sepultados y llamados por Dios, como Moisés; algunos fueron arrebatados al cielo sin morir, como Elías. En el reino también habrá santos en la tierra abajo, disfrutando de la bienaventuranza terrenal a la luz de la gloria celestial, tal como los tres discípulos fueron conscientes de la bienaventuranza durante la breve visión. Era “después de seis días”, y solo seis estaban presentes, por lo que todo estaba en una escala pequeña e incompleta; Aun así, lo esencial estaba allí.
Pedro, dispuesto a hablar como siempre, soltó lo que pretendía que fuera un cumplido, pero que en realidad era muy diferente. La escena de gloria no podía entonces prolongarse sobre la tierra, ni el Cristo, ni siquiera Moisés y Elías, podían ser confinados a los tabernáculos terrenales. Pero más grave que este error fue la idea de que Jesús era sólo el primero entre los más grandes de los hombres. Él no es el primero entre los grandes, sino “el Hijo amado” (Deuteronomio 21:16) del Padre, perfectamente único, inconmensurablemente incomparable. Ningún otro puede ser mencionado al mismo tiempo que Él. Está solo. Así lo declaró la voz del Padre, añadiendo que Él es el que ha de ser escuchado.
La voz del Padre ha sido escuchada muy raramente por los hombres. Habló en el bautismo de Cristo, y ahora de nuevo en su transfiguración, esta vez añadiendo: “Escúchenle”. Desde entonces, Su voz nunca ha sido escuchada por los hombres de manera inteligible. El Hijo es el Portavoz de la Deidad, y es a Él a quien tenemos que escuchar. Dios habló una vez a través de los profetas, Moisés y Elías: Él ha hablado ahora en Su Hijo amado. Esto excluye a Pedro, así como a Moisés y Elías, lo cual es significativo cuando recordamos lo que el sistema romano hace de Pedro y su supuesta autoridad. En este incidente, Pedro mostró de nuevo que hasta entonces era como el hombre cuyos ojos estaban desenfocados, de modo que veía a los hombres como árboles que caminaban.
Tan pronto como la voz del Padre exaltó así a su amado Hijo, toda la visión desapareció, y sólo Jesús quedó con los tres discípulos. Los santos desaparecen, pero Jesús permanece. Las palabras: “Ya no vieron a nadie, sino solo a Jesús” (cap. 9:8) son muy significativas. Si alguno de nosotros se aproxima a eso en nuestra experiencia espiritual, ya no seremos como un hombre que ve a los hombres como árboles que caminan, sino que seremos como el hombre después del segundo toque, viendo todas las cosas con claridad. Jesús llenará el cuadro en lo que a nosotros respecta, y el hombre será eclipsado.
Todo esto fue dado a conocer a los discípulos, como lo muestra el versículo 9, en vista del tiempo en que su muerte y resurrección se cumplirían. Sólo entonces lo entenderían realmente, iluminados por el Espíritu Santo, y serían capaces de usarlo eficazmente en el testimonio. En ese momento ni siquiera entendían lo que realmente significaba resucitar de entre los muertos, como lo muestra el siguiente versículo. La resurrección de los muertos no los habría desconcertado de ninguna manera especial: fue esta resurrección “de” o “de entre” los muertos, que tuvo lugar por primera vez en Cristo, lo que planteó tales preguntas. La primera resurrección de los santos, la resurrección de la vida, es del mismo orden. ¿No hay muchos, que se llaman a sí mismos cristianos, que están llenos de preguntas al respecto hoy en día?
La pregunta de los discípulos acerca de Elías, y su predicha venida, fue naturalmente planteada en sus mentes por la escena de la transfiguración. El Señor lo usó de nuevo, dirigió sus pensamientos a Su muerte. Con respecto a este primer advenimiento suyo, el papel de Elías había sido desempeñado por Juan el Bautista; y su asesinato fue sintomático de lo que iba a suceder al Uno mayor, de quien él era el precursor.
La escena en la alta montaña pronto llegó a su fin, pero no así las escenas de pecado humano, miseria y sufrimiento que llenaban las llanuras de abajo.
Tuvieron que venir de las alturas a las profundidades, para encontrar al resto de los discípulos derrotados y ansiosos por la ausencia de su Maestro. Inmediatamente apareció, las multitudes quedaron asombradas, y todas las miradas se desviaron de los discípulos distraídos hacia el Maestro tranquilo y todosuficiente. Un momento antes los escribas habían estado interrumpiendo a los discípulos, ahora Él interroga a los escribas, invita a la confianza del padre atribulado y muestra Su suficiencia.
¡Dichoso el santo que es capaz de traer algo de la gracia y el poder de Cristo a este mundo turbulento! Pero aun así, tendremos que esperar su venida y su reino para ver plenamente cumplido lo que esta escena presagia. Sólo entonces transformará el mundo entero, y convertirá la derrota y la inquietud de su pueblo probado y distraído en la calma de su presencia y en una victoria completa y manifiesta.
Había habido una manifestación singular de la gloria de Dios en la pacífica escena en la cima de la montaña, mientras que al pie de la montaña se había desplegado el oscuro poder de Satanás, con toda la distracción que conlleva. El muchacho poseído por el demonio, el padre decepcionado y distraído, los discípulos derrotados y abatidos, los escribas no reacios en absoluto a sacar provecho del incidente. El Señor entra en medio y todo cambia. En primer lugar, Él pone Su dedo en el lugar donde estaba la raíz del fracaso. Eran una generación sin fe. La raíz era la incredulidad. Esto se aplicaba a sus discípulos, así como a los demás. Si su fe se hubiera apoderado plenamente de quién era Él, no se habrían sentido desconcertados por esta prueba, como tampoco cuando se enfrentaron al asunto de alimentar a las multitudes. Todavía eran como el hombre del capítulo 8, antes de que viera todas las cosas con claridad.
Pero ahora el Maestro mismo está en medio, y la palabra es: “Tráiganmelo” (cap. 9:19). Sin embargo, el primer resultado de traer al niño fue decepcionante, ya que el demonio lo arrojó al suelo en un ataque terrible. Sin embargo, esto fue hecho para servir al propósito del Señor, porque por un lado hizo más manifiesta la terrible situación del muchacho en el mismo momento antes de ser liberado, y por el otro sirvió para sacar a relucir los sentimientos y pensamientos del angustiado padre. Su clamor: “Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos”, reveló su falta de fe en cuanto a su poder, mientras que no estaba muy seguro de su bondad.
La respuesta de Jesús fue: “El 'si pudieras' es [si pudieras] creer” (cap. 9:23) (N. Trad.). Es decir, Él dijo en efecto: “No hay un 'si' de Mi parte, el único 'si' que entra en este asunto está de tu lado. No es 'si puedo hacer algo', sino 'si puedes creer'”. Esto puso todo en la luz verdadera, y en un instante el hombre lo vio. Al verlo, creyó, mientras confesaba su antigua incredulidad.
Habiendo evocado la fe en el hombre, el Señor actuó. El objetivo que tenía ante sí no era crear sensación entre la gente; si lo hubiera sido, habría esperado a que la multitud se reuniera. Su objetivo evidentemente era confirmar la fe del padre, y de cualquier otro que tuviera ojos para ver. El demonio tuvo que obedecer, aunque hizo lo peor antes de renunciar a su presa. Esta exhibición de poder demoníaco, después de todo, solo dio una oportunidad para una exhibición más completa del poder Divino. El niño no solo fue liberado por completo, sino que también fue liberado para siempre, ya que se le ordenó al demonio que no entrara más en él.
Habiendo manifestado así el poder y la bondad de Dios, el Siervo perfecto no cortejó la popularidad entre las multitudes, sino que se retiró a cierta casa. Allí, sus discípulos, en silencio, preguntaron la razón de su fracaso, y obtuvieron su respuesta. Una y otra vez deberíamos estar haciendo su pregunta, ya que nos encontramos débiles en presencia del enemigo; Y al hacerlo, sin duda obtendremos exactamente la respuesta que obtuvieron, como se registra en el versículo 29. El Señor ya había declarado cómo la incredulidad estaba en la raíz de su impotencia: ahora especifica dos cosas más. No solo se necesita fe, sino también oración y ayuno.
La fe indica un espíritu de confianza en Dios: oración, dependencia de Dios, ayuno, separación a Dios, en forma de abstinencia de cosas lícitas. Estas son las cosas que conducen al poder en el servicio de Dios. Sus opuestos, la incredulidad, la confianza en sí mismo, la autocomplacencia, son las cosas que conducen a la debilidad y al fracaso. Estas palabras de nuestro Señor juegan como un reflector sobre nuestros muchos fracasos en servirle. Consideremos nuestros caminos a la luz de ellos.
En los versículos 30 y 31 vemos de nuevo al Señor retirándose de la publicidad e instruyendo a sus discípulos en cuanto a su muerte y resurrección próximas. Vimos esto por primera vez en los versículos 30 y 31 del capítulo anterior.
Era el siguiente gran acontecimiento en el programa divino, y ahora comenzó a mantenerlo constantemente ante las mentes de sus discípulos, aunque por el momento no lo asimilaran. Sus mentes seguían llenas de expectativas de la llegada de un reino visible, por lo que eran incapaces de albergar ninguna idea que lo controvertiera.
La idea de que el reino de Cristo aparecería de inmediato les atraía porque esperaban tener un gran lugar de honor en él. Lo concibieron de una manera carnal, y despertó deseos carnales en sus corazones. Por lo tanto, en el viaje a Cafarnaúm, se pusieron a discutir quién de ellos iba a ser el más grande. La pregunta del Señor fue suficiente para convencerlos de su insensatez, como lo demostró su silencio avergonzado; sin embargo, Él lo sabía todo, porque procedió a responderles aunque no hicieron ninguna confesión.
Su respuesta parece ser doble. En primer lugar, el único camino que conduce a la verdadera grandeza es el que va hasta el fondo como servidor de todos. Siendo esto así, podemos ver cómo el Señor Jesús es preeminente incluso aparte de Su Deidad. En la edad adulta, Él ha tomado el lugar más bajo, y se ha convertido en Siervo de todos de una manera que está infinitamente más allá del servicio de todos los demás. Es probable que el que más se parezca a Él sea el primero.
En segundo lugar, mostró que la personalidad del siervo es de poca importancia: lo que sí cuenta es el Nombre en el que viene. Tenemos esa hermosa y conmovedora escena en la que primero puso a un niño pequeño en medio de ellos, y luego lo tomó en sus brazos, con el fin de reforzar su punto. Ese niño era un pedazo insignificante de humanidad, sin embargo, recibir a uno de ellos en Su Nombre era recibir al Señor mismo, y también al Padre que lo envió. La recepción de mil de ellos en cualquier otro nombre o por cualquier otro motivo significaría muy poco. El hecho es que el Maestro mismo es tan supremamente grande que no vale la pena discutir la posición relativa de Sus pequeños siervos.
Esta enseñanza parece haber llegado como una iluminación a Juan, y causó que su conciencia lo aguijoneara en cuanto a su actitud hacia un hombre celoso que actuaba en Su Nombre, aunque no siguiera a los doce. Por qué no lo siguió, no se nos dice; pero debemos recordar que no estaba abierto a nadie unirse a los doce tal como quisiera: la elección misma del Señor decidía ese asunto. Sea lo que fuere, la respuesta del Señor volvió a poner todo el énfasis en el valor de Su Nombre. Actuando en Su Nombre, el hombre estaba claramente a favor de Cristo y no en contra de Él.
De hecho, este individuo no oficial había estado haciendo lo mismo que los discípulos no habían podido hacer: había expulsado a un demonio. Una cosa es el cargo y otra muy distinta el poder. Deben ir juntos, en la medida en que el oficio está instituido en el cristianismo. Pero muy a menudo no lo han hecho. Y en estos últimos días en que los oficios han sido instituidos sin las Escrituras, vemos una y otra vez a alguna persona sencilla y no oficial haciendo lo que el funcionario no tiene poder para hacer. El poder reside en el Nombre, no en el oficio.
El versículo 41 muestra que el regalo más pequeño en el Nombre, y por amor a Cristo, es de valor a los ojos de Dios y encontrará recompensa de Sus manos. El versículo 42 nos da lo contrario de esto: ser un lazo para el más débil de los que son de Cristo es merecer y obtener un juicio severo. La pérdida de la vida en este mundo es algo pequeño comparado con la pérdida en el mundo venidero.
Esto nos lleva al pasaje muy solemne con el que se cierra este capítulo. Algunos de sus oyentes podrían haber pensado que la palabra del Señor acerca de la piedra de molino era un poco extrema. Añade palabras aún más fuertes, que tienen en mente el fuego del infierno mismo. Sus pensamientos en este punto evidentemente se extendieron más allá de sus discípulos a los hombres en general, y muestra que cualquier pérdida en este mundo es muy pequeña comparada con la pérdida de todo lo que es vida en el venidero, y ser arrojado al fuego de la Gehena. La mano, el pie y el ojo son miembros muy valiosos de nuestro cuerpo, y no hay que separarlos a la ligera; Pero la vida en la era venidera está más allá de todo precio, y el fuego del infierno es una terrible realidad.
El valle de Hinom, el vertedero de basura en las afueras de Jerusalén, donde los fuegos siempre ardían y los gusanos hacían continuamente su trabajo, era conocido como Gehena; y esta palabra en los labios del Señor se convirtió en una figura terriblemente apropiada de la morada de los perdidos. Ciertamente, el infierno será el gran basurero de la eternidad, donde todo lo que es incorregiblemente malo será separado del bien, y quedará para siempre bajo el juicio de Dios. Este terrible hecho nos llega de labios de Aquel que amó a los hombres pecadores y lloró por ellos.
La primera declaración del versículo 49 surgió de lo que el Señor acababa de decir. El fuego busca y consume y desinfecta. La sal no solo sazona, sino que conserva. El fuego simboliza el juicio de Dios, que todos deben enfrentar de una manera u otra. El creyente debe enfrentarlo de la manera indicada por 1 Corintios 3:13, y por él será “salado”, ya que significará la preservación de todo lo que es bueno. Los impíos serán sometidos a ella en sus personas, y los salará; es decir, serán preservados en ella y no destruidos por ella.
La última parte del versículo es una alusión a Levítico 2:13. La sal ha sido descrita como un símbolo de ese “poder de la gracia santa, que une el alma a Dios y la preserva interiormente del mal”. No podemos presentar nuestros cuerpos como un sacrificio vivo a Dios si esa gracia santa está ausente. De hecho, es bueno, y nada compensaría su ausencia. Debemos tener en nosotros mismos esta santa gracia que nos juzgue y nos separe de todo lo que es malo. Si cada uno se preocupa por tenerlo en sí mismo, no habrá dificultad en tener paz entre nosotros.