J. H. Smith
(continuación del número anterior)
Como ya hemos mencionado, en Mateo capítulos 5, 6 y 7 tenemos el anuncio del Señor Jesús acerca de los principios de su reino, principios que ponen de manifiesto que el reino de Cristo no es en su carácter y naturaleza parecido a los reinos de los hombres. Continuemos, pues, con el capítulo 6: “Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos: de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando pues haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para ser estimados de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha; para que sea tu limosna en secreto: y tu Padre que ve en secreto, Él te recompensará en público” (versículos 1-4).
No conviene que la vanagloria humana dé motivo al creyente cuando hace sus buenas obras, mas bien que las haga para gloria de su bendito Dios Creador y Redentor, como ya hemos leído en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
“Y cuando oras, no seas como las hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su pago. Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público. Y orando, no seáis prolijos, como los gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (versículos 5-8).
Tampoco conviene que la vanagloria humana se manifieste en el santo que ora, mas bien que ore en secreto a su Padre que ve en secreto. Además, no conviene orar al Omnisciente de manera extensa y redundante; Él escucha la petición que ya lo sabe antes de que salga de los labios.
“Vosotros pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Sea hecha Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Danos hoy nuestro pan cotidiano. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal: porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (versículos 9-13).
Consideremos un poco este modelo de oración, comúnmente llamada “el Padre nuestro”. No se hace en el nombre de Cristo (véase Juan 14:13-14; 16:23-24). Fue enseñada por el Señor Jesús a los Suyos cuando se esperaba el establecimiento de Su reino en este mundo con la capital en Jerusalén, “la ciudad del gran Rey” (Salmo 48:2). Es muy importante notar que la Iglesia aún no había sido anunciada, mucho menos existía. Era el “misterio escondido desde los siglos en Dios” (Efesios 3:9). Entonces “el Padre nuestro” no es propiamente una oración cristiana basada en esperanzas celestiales en los cielos, mas bien se solicita el establecimiento del reino de Dios aquí abajo en este mundo: “venga Tu reino”. Pero el cristiano ora así: “Ven, Señor Jesús. Sácanos de este mundo puesto en maldad antes de que lo juzgues con tus juicios” (compárese Judas 21; Apocalipsis 3:10; 22:20).
“Sea hecha Tu voluntad... en la tierra”. Tal como fue en los días de Noé, hoy en día la tierra está llena de violencia y de corrupción. Para que la voluntad de Dios sea hecha en la tierra, Él primero tendrá que juzgarla. El Juez será el Señor Jesús, “porque el Padre a nadie juzga, mas todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5:22). ¿Cómo, pues, podemos pedir juicio para la tierra cuando la palabra de Dios dice: “... rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20)? Hoy es aún “la dispensación de la gracia de Dios” (Efesios 3:2).
“Danos hoy nuestro pan cotidiano”. Es un pedido, pero el cristiano tiene una promesa: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La medida del perdón esperado de Dios es la que se ofrece al prójimo, o sea una proposición recíproca. Pero el perdón judicial de Dios otorgado al pecador arrepentido no depende del pasado del pecador: él es perdonado todo: “perdonándoos todos los pecados” (Colosenses 2:13). Después el agradecido hijo de Dios ha de mostrar la naturaleza nueva y de perdonar al prójimo, y no sólo él, sino también al enemigo.
“No nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Siendo “la carne” tan débil, conviene orar así:
“Guárdame, Señor, en santidad...
Guárdame puro y fiel, en verdad”.
“La carne” es el enemigo dentro; pero hay los enemigos fuera: “que oréis... que seamos librados de hombres importunos y malos” (2 Tesalonicenses 3:1-2).
(seguirá, Dios mediante)