J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Cuando ayunáis, no seáis como los hipócritas, austeros; porque ellos demudan sus rostros para parecer a los hombres que ayunan: de cierto os digo que ya tienen su pago. Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza y lava tu rostro; para no parecer a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto: y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público” (versículos 16-18).
De este pasaje podemos aprender que Dios pesa el motivo. “Porque el Dios de todo saber es Jehová, y a Él toca el pesar las acciones” (1 Samuel 2:3).
El ayuno no es obligatorio, y bien pocos son los cristianos que lo practican; pero el abstenerse de los apetitos del cuerpo tiende a agudizar la sensibilidad espiritual. Los “profetas y doctores” en la iglesia de Antioquía ayunaban (Hechos 13:2-3).
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan; porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón” (versículos 19-21).
¿Como puede un creyente en Cristo hacer tesoros en el cielo? Es posible, porque el mismo Señor lo afirma. De cierto, la “viuda pobrecilla” lo hizo cuando “echó todo el sustento que tenía ... en el gazofilacio” (Lucas 21:1-4). Asimismo “las iglesias de Macedonia” cuando “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su bondad” (2 Corintios 8:1-2). Y también los filipenses, porque Pablo les escribió: “ninguna iglesia me comunicó en razón de dar y recibir, sino vosotros solos ... No porque busque dádivas; mas busco fruto que abunde en vuestra cuenta” (“tesoro en el cielo”). Finalmente, aunque no seamos muy generosos, sin embargo podemos dar conforme a la palabra escrita: “cada uno como propuso en su corazón: no con tristeza, o por necesidad; porque Dios ama el dador alegre” (2 Corintios 9:7).
“La lámpara del cuerpo es el ojo: así que, si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo será luminoso: mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. Así que, si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas?” (versículos 22-23).
Si no tenemos otro motivo que el que sea para la gloria de Dios, para cumplir con Su santa voluntad, entonces tendremos luz espiritual en nuestro peregrinaje; pero si estamos motivados por otra cosa: la mundanalidad, el egoísmo, la concupiscencia de la carne, etc., no podremos andar en la luz, sino que nos hallaremos en camino tenebroso.
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón” (versículo 24).
“Mammón” es una palabra aramea y significa “riquezas”. En este pasaje es personificada como un amo.
“Por tanto os digo: No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o que habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida mas que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas? Mas ¿quién de vosotros podrá, congojándose, añadir a su estatura un codo [casi medio metro]? Y por el vestido ¿por qué os congojáis? Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os congojéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas: que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os congojéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su afán” (versículos 25-34).
La lección que el Señor está enseñándonos aquí es la de confiar plenamente en el cuidado fiel de nuestro Padre Dios, seguida por la exhortación que tengamos cuidado de buscar primeramente el reino de Dios y su justicia. Él es siempre fiel a su promesa y (según San Pablo) “suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).
(seguirá, Dios mediante)