J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir” (versículos 1-2).
Esta exhortación del Señor Jesús tiene que ver con el juzgar los motivos de otros. Sólo Dios conoce los motivos. “La palabra de Dios ... discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12), sean buenos o malos. Pero no nos conviene, siendo nosotros mismos seres con tantos defectos y flaquezas, juzgar los unos a los otros, porque ese pasaje no tiene que ver con el pecado manifiesto.
La iglesia en Corinto se vio obligada a juzgar al fornicario de entre ellos: “¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará; quitad pues a ese malo de entre vosotros” (1 Corintios 5:12-13). Y cuando un hermano haya ofendido a otro, es preciso que el ofensor y el ofendido se reconcilien (léase Mateo 18:15-20).
“Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo? O ¿cómo dirás a tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí la viga en tu ojo? ¡Hipócrita! echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano” (versículos 3-5).
Una mota es una cosita comparativamente insignificante, como la es una astilla en comparación con un palo. Esa exhortación divina tiene como fin que nos demos cuenta de nuestras propias faltas y deficiencias, y las juzguemos, antes de que el procurar corregir a otros hermanos.
“No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos; porque no las rehuellen con sus pies, y vuelvan y os despedacen” (versículo 6).
Siempre habrá “hombres importunos y malos; porque no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3:2). No conviene procurar comunicar las santas cosas de Dios a los tales, tampoco mostrarles las inescrutables riquezas de Cristo. El debido mensaje para el inconverso es: “Arrepiéntete de tus pecados”. Este le toca en la conciencia, no en la inteligencia.
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá” (versículos 7-8). Por supuesto, la promesa es dirigida a los que piden, buscan y llama “en sinceridad”. El Salmo 84:11 dice: “No quitará el bien a los que en integridad andan”. Aquí la promesa indica que Él va a añadir el bien. Y aunque no recibimos exactamente lo que pedimos, no encontramos precisamente lo que buscamos, y no nos es abierta la puerta esperada, sin embargo Dios es muy bondadoso y mejor que cualquier hombre, como el Señor declaró luego, dando un ejemplo: “¿Qué hombre hay de vosotros, a quien si su hijo pidiere pan, le dará una piedra? Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas a los que le piden?” (versículos 9-11).
Así que si Dios nos niega algo, es porque no sería para nuestro bien. Dios conoce el futuro, nosotros, no. Pero sabemos “que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, es a saber, a los que conforme al propósito son llamados” (Romanos 8:28).
“Así que, todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas” (versículo 12).
Esta exhortación del Señor ha sido llamada “la regla de oro”. Está llena de bondad para con el prójimo, no importa aunque éste vuelva mal por bien. “No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal” (Romanos 12:21).
“Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (versículos 13-14).
La Palabra de Dios señala muy claramente el camino que lleva a la salvación: “arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). Los ateos no buscan ninguna puerta de entrada y perecerán en sus pecados. A los que son religiosos el diablo ofrece la religión popular, sea la que sea, siempre con un programa de “obras muertas” tratando de sustituir la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo mediante el derramamiento de Su sangre preciosa para la remisión de nuestros pecados. “Por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
(seguirá, Dios mediante)