J.H. Smith
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces” (versículo 15). “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). El Señor Jesús dijo: “de dentro son lobos rapaces”. Él es Dios y ve lo interior del hombre; nosotros, no. Entonces nos da a saber de qué manera podemos discernir los “lobos”: “por sus frutos los conoceréis” (versículo 16).
“¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos. No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos. Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (versículos 16-20).
Esta enseñanza del Señor Jesús es muy instructiva. El “buen árbol” corresponde a la persona nacida de Dios, al creyente en el Señor Jesucristo. Tiene una nueva naturaleza que es santa como Dios es santo. Esta nueva naturaleza produce buen fruto; no puede llevar malos frutos, como también está escrito en 1 Juan 3:9: “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque Su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Así que Dios quiere que Sus hijos “por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26) se identifiquen con la nueva naturaleza y no con la vieja que está todavía en el creyente, pero el creyente no está en ella, sino “está en Cristo nueva criatura” (2 Corintios 5:17). Pero no es así con el inconverso: es un “árbol maleado”. Sólo lleva “malos frutos”. Aun cuando el inconverso haga lo que los hombres llaman “buenas obras”, sin embargo no es con el motivo de glorificar a Dios, sino de ensalzarse a sí mismo, lo cual es pecado. El hombre pecador no puede llevar buen fruto para Dios.
“No todo el que Me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: mas el que hiciere la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos Me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre lanzamos demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de Mí, obradores de maldad” (versículos 21-23).
Este pasaje nos enseña que una profesión sólo de labios, “Señor, Señor”, no vale nada; al contrario, agrava la responsabilidad de la persona que lo dice. Nos enseña también que hechos milagrosos de poder no son de por sí ninguna garantía de que la persona que las hizo fuera un siervo fiel del Señor. Obras portentosas siempre impresionan a las gentes, pero de por sí no llevan a los pecadores al arrepentimiento para con Dios y a la fe en nuestro Señor Jesucristo. Leamos, por ejemplo, Juan 2: “Estando (Jesús) en Jerusalem en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos creyeron en Su nombre, viendo las señales que hacía. Mas el mismo Jesús no se confiaba a Sí mismo de ellos, porque Él conocía a todos, y no tenía necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque Él sabía lo que había en el hombre” (versículos 23-25).
“Cualquiera, pues, que Me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la peña; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron aquella casa; y no cayó; porque estaba fundada sobre la peña” (versículos 24-25).
“Y cualquiera que Me oye estas palabras, y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, e hicieron ímpetu en aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (versículos 26-27).
Jesús, antes de empezar Su predicación del Reino, era “carpintero” de oficio (Marcos 6:3). No cabe duda de que Él había edificado varias casas en la peña, pero ¡jamás una sobre la arena!
“Y fue que, como Jesús acabó estas palabras, las gentes se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (versículos 28-29). De veras Él tenía autoridad como el Hijo de Dios, y la manifestó cuando declaró que Sus palabras debiesen ser puestas por obra.