J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Y viendo Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó pasar a la otra parte del lago” (versículo 18). El Señor no estaba dejando Su puesto de trabajo —¡lejos sea tal pensamiento!— pues Él acababa de echar fuera a los demonios y de sanar perfectamente a los enfermos (véase los versículos 16-17). Había trabajo esperándole a la otra orilla del lago. La narración es continuada desde el versículo 23 en adelante. Mientras tanto dos hombres expresan el deseo de seguir a Jesús:
“Y llegándose un escriba, le dijo: Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste Su cabeza” (versículos 19-20).
Ese escriba, sin darse cuenta de la situación, se ofreció cual seguidor de Jesús, pensando tal vez que tendría buen puesto en el reino del Mesías, pero el Señor le dio a conocer el costo de ello, pues el “Hijo del hombre” (su título en humillación o en exaltación, aquí claramente en humillación y mencionado por la primera vez en este evangelio) tenía menos comodidad que las aves en sus nidos o que los animales más malos en sus guaridas.
“Y otro de Sus discípulos le dijo: Señor, dame licencia para que vaya primero, y entierre a mi padre. Y Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (versículos 21-22).
El significado de la palabra del Señor es muy claro. El llamado del Señor es supremo: “Sígueme tú”. Pero el discípulo (pues éste sí era un discípulo, no un judío carnal como aquel escriba) quería anteponer los reclamos familiares al mandato del Señor, el cual le dijo que los pecadores sin vida espiritual podían sepultar a sus familiares también sin vida espiritual, pero que Su discípulo tenía el privilegio y la responsabilidad de seguirle ante todo.
“Y entrando Él en el barco, Sus discípulos le siguieron. Y he aquí, fue hecho en la mar un gran movimiento, que el barco se cubría de las ondas; mas Él dormía. Y llegándose Sus discípulos, le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Y Él les dice: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y a la mar; y fue grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y la mar le obedecen?” (versículos 23-27).
En el libro de Job leemos que Satán —si Dios se lo permite— puede ejercer cierto poder sobrenatural, hasta levantar “un gran viento” (Job 1:12-19). Entrado Jesús en el barco con Sus discípulos, luego “se levantó una grande tempestad de viento” (Marcos 4:37), probablemente la obra del “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2), el diablo; porque él quería destruir a Jesús. Pero su tentativa sólo resultó en la manifestación del poder de Aquel que era mucho más fuerte que el diablo: Jesús el Señor increpó a los vientos y a la mar; y fue hecha gran bonanza. Los discípulos se maravillaron; sus corazones no estaban preparados todavía para reconocerle cual “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
Tan pronto que desembarcó en la ribera opuesta del lago, encontró otro caso de necesidad: “le vinieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, fieros en gran manera, que nadie podía pasar por aquel camino. Y he aquí clamaron, diciendo: ¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” (versículos 28-29).
“A lo Suyo vino [Jesús], y los Suyos [los judíos] no le recibieron” (Juan 1:11); pero los demonios sí le reconocieron (véase Marcos 1:23-26). Esos demonios eran espíritus desobedientes que Dios no podía perdonar: ellos sabían que habían de ser castigados, pero sabían también que el tiempo no había llegado (véase Mateo 8:29). Así que en vez de arrepentirse (como si eso hubiese sido posible), seguían con sus malas obras, apoderándose de dos seres humanos.
“Y estaba lejos de ellos un hato de muchos puercos paciendo. Y los demonios le rogaron, diciendo: Si nos echas, permítenos ir a aquel hato de puercos. Y les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de puercos; y he aquí, todo el hato de los puercos se precipitó de un despeñadero en la mar, y murieron en las aguas” (versículos 30-32).
Parece que les gusta a los demonios incorporarse en cuerpos físicos. Aquellos presentían que Jesús iba a echarlos fuera de los hombres afligidos y pidieron permiso de entrar en los puercos, “los cuales eran como dos mil” (Marcos 5:13); ¡qué pensamiento degradado!
“Y los porqueros huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y he aquí, toda la ciudad salió a encontrar a Jesús; y cuando le vieron, le rogaban que saliese de sus términos” (versículos 33-34). Podían soportar la presencia de los demonios, pero no la santa presencia del Hijo de Dios. ¿Por qué? Porque habían perdido dos mil puercos; pero ¿qué hacían ellos, criando puercos, cuando la ley de Moisés prohibía a los israelitas comer carne de cerdo (léase Levítico 11:4,7-8)?
Y ¿qué de los hombres librados de los demonios? Marcos nos narra que uno “que había sido atormentado del demonio”, estaba “sentado y vestido, y en su juicio cabal” (Marcos 5:15). Luego Jesús le mandó evangelizar en su casa, entre sus parientes y alrededor en su pueblo (véase Marcos 4:19-20).
(seguirá, Dios mediante)