Muerte

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La muerte siempre envuelve separación de una manera u otra. Ella es usada en la Escritura en por lo menos siete maneras diferentes. El contexto determina cual aspecto está siendo exhibido. Estas son:
•  Muerte física: es tener el alma y el espíritu separados del cuerpo (Santiago 2:26). No se refiere a la extinción (Mateo 10:28; Lucas 20:38). La muerte física es una condición temporal para todos los que mueren—independientemente de que una persona sea salva o perdida (Juan 5:29; Hechos 24:15).
•  Muerte espiritual: es estar separado espiritualmente de Dios por no tener nueva vida y nueva naturaleza (Efesios 2:1; Colosenses 2:13).
•  Muerte segunda: es ser separado eternamente de Dios en el lago de fuego (Apocalipsis 20:6, 20:14).
•  Muerte apóstata: es ser separado de Dios por abandonar la profesión de fe (Judas 12; Apocalipsis 8:9).
•  Muerte judicial: es ser posicionalmente separado de todo el orden del pecado encabezado por Adán, por medio de la muerte de Cristo (Romanos 6:2, 7:6; Colosenses 2:20, 3:3).
•  Muerte moral: es ser separado de la comunión con Dios mientras se vive en la tierra (Romanos 8:13; 1 Timoteo 5:6).
El lector notará que cada aspecto de la muerte envuelve un tipo de separación. ¡Es solemne pensar que el pecado es la causa de cada uno de estos aspectos de la muerte! Verdaderamente, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
La Biblia nos dice que existen sólo dos estados en los que una persona puede morir (físicamente). Ella muere o “en el Señor” (Apocalipsis 14:13) o “en sus pecados” (Juan 8:24). Morir en sus pecados es dejar este mundo sin que nuestros pecados hayan sido quitados de delante Dios—judicialmente—por la obra de Cristo en la cruz. La persona que muere en esa terrible condición será responsable de pagar el precio de sus pecados bajo el justo juicio de Dios en una eternidad perdida. Morir en el Señor, es morir estando libre y seguro de todo juicio bajo el amparo de la sangre de Cristo, el Hijo de Dios (Juan 5:24; 1 Juan 1:7). La muerte de un creyente es “estimada ... en los ojos de Jehová” (Salmo 116:15), mientras que la muerte de un incrédulo es algo que Dios “no quiere,” porque significa que esa persona se perderá eternamente (Ezequiel 33:11; 2 Pedro 3:9).