Nuestro lugar ante Dios

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Sabiendo que tenemos paz para con Dios, existe el peligro de contentarnos demasiado con la bendición y olvidarnos de nuestra posición ante Dios. Los pensamientos y los deseos de Dios son para que Sus hijos le glorifiquen a Él, y que entiendan que Cristo ha satisfecho toda demanda exigida por Su santidad, habiéndole glorificado a Dios en cada atributo de Su carácter. Cristo pudo decir, “Yo Te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que Me diste que hiciese” (Juan 17:4). “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú cerca de Ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de Ti antes que el mundo fuese” (versículo 5).
Se ve, pues, que la apreciación de la obra de Cristo se halla manifiesta en el lugar glorioso que Su Padre le accede, colocándole a Su diestra en lo más alto de los cielos. (Véase Hebreos 1:3). Nadie jamás, ni otra cosa alguna, pudo haber satisfecho el corazón de Dios. ¿Quién podrá estimar el gozo del Padre al levantar a Su Hijo amado de entre los muertos, allegándole a Su diestra y dándole “un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra [es decir, en las regiones infernales]; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, a la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11)?
Hay que notar cuidadosamente entonces tres cosas:
1. Que el lugar que Cristo ocupa en gloria es el fruto de Su obra propiciatoria;
2. Que como Hombre glorificado por derecho lo ocupa, y;
3. Que Él está allí a favor de los Suyos.
Es el propósito de Dios que nosotros, sus hijos, llegáramos al mismo lugar; que para gloria de Dios los creyentes tuvieran la misma aceptación ante Él que tiene Su Hijo amado. Es el gozo inefable del Padre reconocer y confesar la obra y la dignidad de Su Hijo amado.
Ya se ve, con lo que hemos anotado, la posición de cada creyente ante Dios. Cada creyente se halla ante Dios según la eficacia de la obra de Cristo, y en toda la aceptación de Su persona. Se goza pues de una posición de proximidad tan perfecta y de tanto amor, porque es el objeto mismo de la complacencia de Dios. En una palabra, el creyente se halla ante Dios en toda la perfección de Cristo. Tal es nuestra posición ante Dios. Así leemos en 1 Juan 4:17: “Como Él es, así somos nosotros en este mundo”. Quiere decir, como Cristo está a la diestra de Dios —el deleite y gozo de Su corazón— allí en toda la perfección de Su persona, y en todo el sabor dulce de Su sacrificio, también estamos así ante Dios en este mismo mundo, por cuanto no nos afirmamos en los méritos nuestros, sino en Cristo, revestidos con Su propia fragancia y aceptación ante Dios. Esta es nuestra posición.
Antes de pasar en el próximo artículo, Dios mediante, al otro tema, “Nuestra condición”, quisiera citar algunas porciones más para confirmar abundantemente lo que hemos expuesto ya de la Palabra de Dios.
“Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por el cual también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2). No solamente tenemos paz para con Dios, sino tenemos, por Cristo, una entrada “a esta gracia”, quiere decir que estamos traídos al favor repleto de Dios, hasta Su misma presencia gloriosa, donde podemos gozarnos en la anticipación y esperanza de la gloria de Dios. Tribulación, pruebas, dificultades y tristezas habrá en nuestra senda de peregrinos en este mundo, pero a pesar de todo, podemos gozarnos en la esperanza segura y cierta de la gloria de Dios. Sí, el Apóstol nos advierte que tendremos tribulaciones, pero podemos gloriarnos aun en éstas, “sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado” (Romanos 5:3-5).
“Dios encarece Su caridad [amor] para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Siendo aún “enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos”—salvos cabalmente de este mundo, incluso la redención del cuerpo (véase Romanos 8:23)— por la vida del Salvador resucitado y ascendido a la diestra de Dios. “Y no sólo esto, mas aun nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por el cual hemos ahora recibido la reconciliación” (Romanos 5:8-11).
Así pues tenemos como nuestra porción actual, el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Nos gloriamos en Él mismo, ocupamos ante Él un lugar de favor perfecto, y “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”.
Pero no es aún todo. Esta misma epístola nos enseña que no solamente está borrada para siempre nuestra culpabilidad, tan pronto que creemos en Cristo, y que somos justificados, sino que también nos enseña que, por la muerte y resurrección de Cristo, somos introducidos a una posición completamente nueva, sí, a una posición fuera de la carne, porque “somos de Cristo” ante Dios.
Se trata de este tema en la próxima sección, comenzando con el capítulo 5, versículo 12 de esta epístola a los Romanos y acabando con el capítulo 8. Verá Ud. primeramente que toda verdad se relaciona con Adam y con Cristo, las dos cabezas, el primer hombre Adam y el segundo hombre Cristo. Véase el capítulo 5:12-21. Por esta razón, cada ser humano se ve en Cristo o en Adam, y es por demás decir que de esto depende si somos de Cristo (es decir, creyentes en Él) o no. Si por la gracia de Dios somos creyentes, somos de Cristo. Siendo así, quisiera indicar brevemente al lector que hay ciertos resultados benditos que se los indicaré para que estudie Ud. con calma el tema.
El Apóstol, en primer lugar, nos hace recordar que la base formada por el bautismo en la cual estamos, demuestra que nos declaramos muertos con Cristo. Colosenses 3:4 es la porción de todos los creyentes ante Dios, y si Ud., querido lector, leyera cuidadosamente Romanos 6 vería inmediatamente que el Apóstol urge que nuestra responsabilidad descanse sobre este fundamento. Por esto, el “yo mismo” (el hombre viejo según Adam), tanto como mis pecados, se pierde de la vista de Dios. Si no fuese así, ¿cómo podría decir el Apóstol: “Así también vosotros, pensad que de cierto estáis muertos al pecado, mas vivos a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:11)?
En el próximo capítulo nos enseña que “estáis muertos a la ley por el cuerpo de Cristo” (Romanos 7:4). El Apóstol, discutiendo el efecto de la aplicación de dicha ley a una persona vivificada por el Espíritu de Dios, saca a la luz la presencia del pecado en su naturaleza y la contrariedad absoluta entre el hombre nuevo y el hombre viejo. Véase Romanos 7:13-25 para una declaración completa de esta verdad en cuanto al creyente. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Tan completo es su rescate, como el perdón que gozan ellos en Cristo (véase Romanos 8:1). Hay más, porque nos dice que “vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros” (capítulo 8:9). Así entendemos que la posición del creyente no está según la carne, quiere decir, no según el primer hombre Adam, más bien él está ante Dios en un lugar caracterizado por ser en el Espíritu. Esto quiere decir, el Espíritu, y no la carne, le caracteriza su existencia ante Dios. Por la muerte de Cristo, la naturaleza malvada del creyente también fue juzgada, por cuanto “Dios enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3).
Después de señalar más consecuencias benditas por ser poseedor del Espíritu, el Apóstol declara que “todas las cosas les ayudan a bien, es a saber, a los que conforme al propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:28-29). Luego Él pregunta, “si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?”. Él mismo contesta para hacernos recordar que Dios al entregar a Su Hijo a muerte por nosotros nos ha dado la prueba que Él nos dará con Cristo todas las cosas. Todo esto conduce a una conclusión triunfante de que nadie puede acusar a los escogidos de Dios, que desde que Dios mismo les justifica, nadie puede condenarles; que desde que Cristo murió, y resucitó de entre los muertos, y aún está a la diestra de la Majestad en los cielos intercediendo por nosotros, nada puede apartarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (véase capítulo 8:31-39). Para que conozcamos la plenitud de la gracia de Dios, y el carácter maravilloso de Su salvación, es necesario que pasemos al capítulo 8 en vez de quedarnos en el capítulo 5. Si no, sería difícil que entendiéramos nuestro rescate completo y perfecto ante Dios. Hay creyentes que ignoran cuál es verdaderamente su porción en Cristo ante Dios. Por eso, quisiera hacer saber al lector, si Ud. entiendo o no esta porción que he señalado, que tal porción es suya, y la porción también de cada uno en Cristo, sea niño o anciano que clama “Abba, Padre”. Pero es de suma importancia reconocer que estas bendiciones que indicamos no son accesibles por méritos de Ud.
Para reafirmarnos en el carácter de la posición del creyente ante Dios, y su plenitud, será necesario leer en la Epístola de Pablo a los Efesios. Veamos el capítulo 1:3-6: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”. Mire, pues, cada sentencia que he subrayado, y verá Ud. cuán perfecto es nuestra posición ante Dios. Nos ha bendecido con toda bendición espiritual, y Su propósito es que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor. También, que Él nos hizo aceptos en el Amado.
En el próximo capítulo tenemos los medios por los cuales Dios nos trae a estas bendiciones celestiales. “Dios, que es rico en misericordia, por Su mucho amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo; por gracia sois salvos; y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús” (capítulo 2:4-6). Se nos considera muertos en pecados. Se contempla a Cristo en esta epístola como haber descendido a esa condición —muerto, digamos, en el lugar del pecador mismo—. Dios siendo rico en misericordia, y obrando según los propósitos de Su propio corazón de amor, por gracia intervino y nos dio vida juntamente con Cristo, y entonces nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos con Cristo. De modo que nuestro lugar actual —estando aún en el cuerpo— está en los cielos en Cristo Jesús. Nada menos satisface Su corazón, y la plenitud de Su gracia.
Antes de terminar, quisiera citar una vez más la porción de la Palabra de Dios que anteriormente citaba: “Como Él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17). Como Cristo está a la diestra de Dios —el deleite y gozo de Su corazón— allí en toda la perfección de Su persona, y en toda la fragancia de Su sacrificio, así también somos nosotros en este mundo. Nuestra posición se halla absolutamente en Cristo, y por esto, somos investidos de toda Su propia aceptación y fragancia ante Dios.
¡Que Dios nos dé un entendimiento más claro del lugar dentro del cual Él nos ha traído en Su gracia inefable!