Número 4: El Cuerpo De Cristo

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Referente al cuerpo de Cristo hay una pregunta que debiera llamar mucho nuestra atención. Una cosa enteramente nueva en el desarrollo de los consejos de Dios, tuvo lugar el día de Pentecostés. Nos referimos a la venida del Espíritu Santo.
Hasta aquel período, el Espíritu había obrado en este mundo, por cuanto en cada dispensación había almas vivificadas, y “santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo” (2 P. 1:21). Pero hasta que se glorificó al Señor al ascender a la diestra de Dios, el Espíritu Santo como una Persona no estaba en este mundo. Esto no es una mera teoría, más bien es una declaración categórica en las Escrituras. Así, cuando en el día grande de la fiesta de los Tabernáculos, Jesús se ponía en pie y clamaba: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre,” esto Él “dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado” (Jn. 7:37-39). El Señor también hablaba en este mismo sentido, cuando dijo a Sus discípulos, “Os es necesario que Yo vaya; porque si Yo no fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si Yo fuere, os Le enviaré” (Jn. 16:7). Compárense Juan 14:16-17,26; 15:26. Si pasamos a Hechos 2, hallaremos registrado el descenso del Espíritu de Dios: “Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos; y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen” (Hch. 2:1-4). Así se cumplieron las palabras que el Señor habló a Sus discípulos de Su resurrección: “Mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de éstos.” Y otra vez: “Recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros” (Hch. 1:5,8).
La asamblea, o sea la Iglesia de Dios tal como se halla en el Nuevo Testamento fue formada y desde entonces ha existido en dos aspectos:
1º. como la casa de Dios (1 Ti. 3:15), y
2º. como el cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23).
Quisiera llamar la atención del lector especialmente sobre la iglesia en este segundo aspecto: dos porciones de la Palabra de Dios serán suficientes para aclararlo.
En Colosenses 1:18, leemos que “Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia.” En 1ª Corintios 12:13 se lee, “Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.” Es evidente pues, que, en el día de Pentecostés, por la venida del Espíritu Santo, los creyentes fueron bautizados en un cuerpo, formando así lo que se llama el cuerpo de Cristo.
¿De quiénes y de qué se forma el cuerpo de Cristo? Respondemos con las Escrituras: “De la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo” (1 Co. 12:12).
El nombre “Cristo,” como se usa aquí, incluye a Él personalmente y a todos los miembros del cuerpo, contemplados en una unidad completa, e indisoluble. De aquí, que el cuerpo de Cristo lo incluye a Él como la Cabeza y a todos los creyentes en la tierra, quienes son vasos en que el Espíritu mora. Cada hijo de Dios es por tanto un miembro del cuerpo de Cristo, y puede decir, “Abba, Padre.” El Apóstol dice: “Somos miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos” (Ef. 5:30).
Quisiera poner énfasis en esta verdad, porque muchísimos amados hijos de Dios están en una ignorancia completa de este lugar maravilloso de privilegio que sin saberlo ocupan. Durante una visita que hice a un creyente moribundo le pregunté: “¿Sabe que Vd. es un miembro del cuerpo de Cristo?” Respondió: “No, jamás oí de cosa semejante.” Nunca olvidaré el gozo que llenaba su rostro mientras yo le explicaba las Escrituras referente a esta verdad sublime.
Ahora, permítanme el explicarles lo que quiere decir ser un miembro del cuerpo de Cristo.
1º. Sobre todo se nos enseña que estamos unidos a un hombre glorificado, a Cristo mismo quien está a la diestra de Dios. Por cuanto que Él es la cabeza del cuerpo, cada miembro está vitalmente y, digamos, orgánicamente unido a Él. “El que se junta con el Señor, un espíritu es” (1 Co. 6:17). ¡Ve pues, cuán extensiva es la gracia de nuestro Dios! No solamente son perdonados nuestros pecados, sino que también somos justificados por la fe, traídos al favor perfecto y especial de Dios mismo; resucitados con Cristo, sentados en los lugares celestiales con Él; y aunque estamos en este mundo rodeados de debilidades y enfermedades, todavía nos es dado a saber que estamos unidos a Cristo en gloria. Podemos levantar nuestros ojos a Él, donde está y decir con toda seguridad que “somos miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos.” ¡Bendito privilegio!
Si los creyentes entendiesen esta verdad en el poder del Espíritu de Dios, se acabaría con toda discusión relativa a la seguridad eterna, o inseguridad de ello. Y, ¡qué fuerza se nos daría en presencia de pruebas o peligros por más terribles que fuesen—si retuviéremos este pensar delante de nuestras almas: que somos unidos eternamente a Cristo! La verdad es que estamos inseparable e indisolublemente unidos a Cristo, y lo que nos toca le toca a Él (Hch. 9:4). Esto infunde en nosotros la seguridad de que somos no solamente de Él, sino traídos a Él en una intimidad y amistad para siempre, aquí y en la eternidad.
2º. Siendo miembros en parte del cuerpo de Cristo, entendemos que somos miembros los unos de los otros, y para que comprendamos el carácter de este parentesco con todos los creyentes, es muy esencial que entendamos bien esta verdad. El mismo eslabón que nos une a Cristo, nos une también a todos los creyentes. Entendemos por las palabras, “La unidad del Espíritu” (Ef. 4:3), que tal es la unidad de todos los miembros de Cristo formada en el mundo por el Espíritu de Dios.
Veamos en 1ª Corintios 12, el carácter maravilloso de nuestro mutuo parentesco como resultado de ser miembros los unos de los otros. Léase con calma la porción desde el versículo 12 hasta el versículo 27. Mientras tanto, voy a señalar varios puntos distintivos en la enseñanza de la porción mencionada.
A. Se insiste cuidadosamente que el cuerpo no está formado de un solo miembro, más bien de muchos. “Mas ahora muchos miembros son a la verdad, empero un cuerpo” (v. 20); y cada miembro tiene su lugar en el cuerpo. Por lo tanto, el Apóstol pregunta, “Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo; ¿por eso no será del cuerpo?” (v. 15). Específicamente el Apóstol nos demuestra que el lugar peculiar que cada uno ocupa en el cuerpo, es el resultado de la obra soberana de Dios. Igualmente tiene cuidado que no olvidemos que aun cuando hay muchos miembros, el cuerpo es uno (vvss. 14-20). Si no tuviésemos más instrucción referente a esta verdad, ¡cuán fecundo tema sería para una descripción más prolija!
Quisiera ahora llamarles la atención sobre nuestra obligación o responsabilidad:
1º. de reconocer la diversidad de los miembros (v. 14), y
2º. mantener prácticamente la unidad de todo el cuerpo (vvss. 25-29).
No creo que sería demás agregar que es imposible mantener cualquiera de estos dos si uno no se reúne al solo nombre de Cristo fuera del real, aparte de toda denominación o sistema de los hombres.
B. Cada miembro del cuerpo necesita del concurso de todos los otros miembros, por cuanto, “ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester; ni asimismo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.” Además nos dice el Apóstol que “Dios ordenó el cuerpo dando más abundante honor al que le faltaba; para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros” (vvss. 21-25).
Nos hace acordar también que el parentesco entre los miembros es tan íntimo, que “si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen; y si un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan” (v. 26).
Se ve, pues, por estas porciones de las Escrituras, que la verdad de “El Cuerpo de Cristo,” no es un modo de expresar algo, como alegan algunos tan frecuentemente, más bien que expresa una realidad, la verdad de nuestra unión con Cristo, y nuestra unión el uno con el otro.
Si se ignora esta verdad, o se tiene a menos, estoy seguro que no se entenderán sus responsabilidades, ni se dará la debida posición a Cristo como cabeza del cuerpo, tampoco reconocer a los demás miembros del cuerpo.
Por otro lado, cuando esta verdad se conoce, no solamente tenemos el gozo de una unión consciente con Cristo, sino que podemos regocijarnos en nuestra unión indisoluble con todos los miembros de Su cuerpo, en todas partes del mundo. Los resultados son evidentes. Por ejemplo, si alguien me rogase que me juntara con una de las denominaciones, contestaría inmediatamente que no puedo unirme a un sistema que niega rotundamente esta verdad preciosa del “un cuerpo.” No puedo aceptar una base de unión que excluye algunos creyentes, ni juntarse con un cierto número de creyentes quienes están de acuerdo en ciertas cosas solamente, porque el cuerpo es uno. Soy miembro del cuerpo de Cristo; así estoy unido a todos los creyentes que forman tal cuerpo. No puedo formar, como base, una unión aparte de aquel cuerpo. Tengo forzosamente que estar en la base puesta por Dios y en ningún otro lugar. Hasta que entienda yo la verdad de “El Cuerpo de Cristo,” no puedo entender la que significa el lugar que Dios quiere que ocupe yo en este mundo.
Dejaré ahora el tema para su propia consideración. Estoy convencido de que si Vd. desea escudriñar las Escrituras dependiendo del Señor, le guiará a Vd. por Su Espíritu para que entienda la mente propia de Dios respecto a ellas.