Numero 7: El Señor Jesucristo En Medio

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Es de suma importancia tener un concepto claro de lo que quiere decir la presencia del Señor en medio de la asamblea; pero la condición imprescindible en la cual Su presencia se promete no debe olvidarse nunca. Él jamás ha dicho que Él está por dondequiera que estén congregados los santos, que todos por igual que se reúnen para adorar pueden contar con Su promesa. Sus palabras son: “Donde están dos o tres congregados [reunidos] en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt. 18:20). Así que, la condición fundamental es que los santos sean reunidos en (a) Su nombre, y si no se cumple esto, la promesa no se llevará a efecto.
Nuestro primer objeto, entonces, es explicar lo que quiere decir esta condición. Quisiera aclarar al lector que la traducción más correcta de la frase, “en Mi nombre,” es “a Mi nombre.” [El lector mismo puede apreciar el uso de esta preposición en 1ª Corintios 10:2: “Todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en la mar.” No fueron bautizados en Moisés, sino a Moisés; pues fueron identificados con Moisés cuando le siguieron en la mar. Y en Romanos 6:4 esta preposición es traducida correctamente: “Porque somos sepultados juntamente con Él a muerte por el bautismo.” En el versículo 3 dice: “¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en Su muerte?” La preposición “en” usada dos veces es la misma usada en 1ª Corintios 10:2 y Romanos 6:4. No fuimos bautizados en Cristo Jesús, ni en Su muerte; fuimos bautizados a Cristo Jesús, a Su muerte; es decir, identificados con Él y Su muerte. Algunos, no entendiendo el verdadero significado de estos versículos, sacan la conclusión errónea de que el bautismo en agua nos pone en Cristo Jesús; es falso decir que el bautismo en agua nos salva. Dios nos pone en Cristo Jesús cuando nos hayamos arrepentido y creído en Cristo como nuestro único Salvador. Esta preposición “en” no es la de Mateo 18:20 o Romanos 6:3-4.] En Mateo 18:20, por lo tanto, “a” nos da correctamente el significado de la preposición. Pudiera ser necesario señalar que aquel Nombre [el nombre del Señor Jesucristo] es la expresión de todo lo que Cristo es, y no se usa meramente como un nombre apelativo. Así pues, cuando el Señor habló al Padre acerca de Sus discípulos, diciendo: “Yo les he manifestado Tu nombre, y manifestarélo aun” (Jn. 17:26), no quería decir que les había revelado meramente el hecho de que Dios es llamado el Padre, sino que Él había seguido enseñándoles todo lo que Dios era para con ellos en ese parentesco. Por lo tanto, Él agrega que lo había hecho y lo haría, “para que el amor con que Me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos.” Él deseaba, entonces, que ellos entendieran lo que Dios era para con ellos, y que experimentasen plenamente el amor que Él tenía para con ellos, como Padre.
De significado igual, “nombre” en el pasaje ante nosotros (Mt. 18:20) expresa todo lo que Cristo es como el hombre glorificado y como el Señor en el parentesco que subsiste ahora entre Él y Su pueblo. Digo, “lo que ahora subsiste,” pues es bien claro que estas palabras se refieren al tiempo cuando Él estaría corporalmente ausente. Así que, Él dice en Mateo 16, “edificaré Mi iglesia” (v. 18), señalando así un período futuro; el pasaje también en donde ocurre la palabra “nombre” se relaciona a la acción disciplinaria de la iglesia (Mt. 18:17-20). Claro es que cuando Cristo estuvo en este mundo, los discípulos no pudieron ser reunidos a Su nombre, porque estuvieron con Él como su maestro y Señor.
Damos, por cierto, entonces, que el “nombre” es la expresión de la persona de Cristo, el mismo totalmente en toda la verdad acerca de Su persona, como el Glorificado a la diestra de Dios. Así es evidente que Cristo es el único objeto que nos une, y único centro nuestro cuando nos reunimos, por cuanto el Espíritu Santo reúne a los creyentes solamente a Cristo, jamás a nadie y a nada. Si se añadiera a lo que está escrito cualquier cosa—sea una doctrina particular o una forma particular de gobierno eclesiástico—ya no se reúnen tales creyentes al único nombre de Cristo y dicha congregación no subsiste conforme a la mente de Dios. Pongamos, por ejemplo, si yo decidiera juntarme con cualquier grupo de ellos, sería imposible que nos reuniéramos solamente al nombre del Señor, por la razón que algo está excluido o agregado a lo que está escrito en la Palabra de Dios. Pero si estoy reunido con creyentes en el Señor Jesús que entienden que Cristo mismo es el único Objeto, que confiesan Su autoridad como el Señor y reconocen la Palabra de Dios como única y suficiente regla de fe, entonces cuando nos juntamos así estaríamos verdaderamente reunidos a Su nombre. Es la única forma que se debe aceptar, porque donde se permiten las tradiciones, las reglas de fe, y la autoridad del hombre en la iglesia, por más espirituales y piadosos que fuesen los miembros, sin embargo, no serían reunidos al nombre de Cristo.
Debemos observar que Cristo ha prometido estar en medio de los creyentes reunidos a Su nombre solamente: “porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt. 18:20). Este hecho demuestra la importancia absoluta de ser reunidos a Su nombre; porque si rechazáramos esta condición como ya hemos dicho, entonces no tendríamos cómo contar con Su presencia en medio de nosotros. No basta decir que estamos cumpliendo con la condición impuesta. La verdad esencial es ésta: ¿Reconoce el Señor el cumplimiento nuestro de esta condición? Él es el Juez; por eso sería una presunción nuestra contar con Su presencia en medio de nosotros, si nos reuniéramos según nuestros caprichos, doctrinas o pensamientos, y no conforme a Su Palabra, ¿verdad?
“Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos.” Sabemos que Él está en medio de los tales, por la autoridad de Su propia Palabra; y no solamente ésa, sino como si fuera para darnos confirmación a causa de nuestra débil comprensión, nos ha dado una muestra de la manera en la cual se presentó en medio de los suyos; pues en la tarde del primer día de la semana, después de haber resucitado de entre los muertos, mientras los discípulos se hallaban juntos, se puso en medio de ellos (véase Juan 20:19). Más antes, Cristo había mandado a María Magdalena a Sus “hermanos” con este mensaje: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 20:17).
Según el Salmo 22:22, Él declaró el nombre de Dios a Sus hermanos, y al hacerlo por medio de Su muerte y resurrección, los colocó en el lugar propio de Él ante Dios. Así que, fueron asociados con Él en este parentesco. Esta verdad les reunió a una y a Su nombre; estando así reunidos, “vino Jesús, y púsose en medio, y díjoles: Paz a vosotros” (Jn. 20:19). Así que, Él nos ha dado un ejemplo en el cual se allega en medio de Su pueblo, para que tengamos verificada en nuestras almas la certidumbre de Su Palabra. Así también, se anticipa, por medio de esta historia auténtica de la presencia del Señor en medio de los Suyos el primer día de la semana, la duda del que dijera: “Es imposible que Cristo esté ahora en medio de Su pueblo reunido a Su nombre.”
Consideremos el caso de Tomás, pues nos da a saber cómo una gran dificultad y un peligro muy sutil se resuelven para el incrédulo que dijera: “Ver es creer.” Véase Juan 20:19,24-29. “Y como fue tarde aquel día, el primero de la semana, y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban juntos por miedo de los Judíos, vino Jesús, y púsose en medio, y díjoles: Paz a vosotros. .   .   . Empero Tomás, uno de los doce, que se dice el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Dijéronle pues los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Y él les dijo: Si no viere en Sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en Su costado, no creeré. Y ocho días después, estaban otra vez Sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Vino Jesús, las puertas cerradas, y púsose en medio, y dijo: Paz a vosotros. Luego dice a Tomás: Mete tu dedo aquí, ve Mis manos; y alarga acá tu mano, y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel. Entonces Tomás respondió, y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío!” Por la gracia tierna de Cristo Tomás, compungido de corazón y abatido con el sentido de su propia maldad, no pudo hacer otra cosa sino exclamar: “¡Señor mío, y Dios mío!” En consecuencia de eso, Jesús díjole: “Porque Me has visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y creyeron.”
El Señor conoció la debilidad y sutileza del corazón de Tomás y proveyó con tierno amor el remedio. Provee el mismo remedio ahora, como en el tiempo de los apóstoles: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron.” Pronunció el Señor la felicidad más grande para aquellos que creyeron por medio de la palabra de Sus apóstoles. Esta felicidad es también nuestra, por cuanto, aunque no le vemos, sin embargo, creemos, según Su propia palabra, que Él está en medio de nosotros cuando nos reunimos a Su nombre.
Además, no debemos olvidar que Él mismo está en medio nuestro, no “en espíritu,” como se dice frecuentemente, más bien Él mismo. Las palabras son: “allí estoy” Yo, y la voz “Yo” revela todo lo que Él es. Cristo, pues, no el Espíritu Santo, sino Cristo mismo está en medio de Sus santos reunidos a Su nombre. Cierto es, que el Espíritu Santo obra por medio de los miembros individuales del cuerpo de Cristo, ministrando lo que Él escogiera para la edificación de los santos. El Espíritu mora también en la casa de Dios; pero es Cristo, repito, el que se presenta en medio; por el Espíritu estamos conscientes de Su presencia en medio, y solamente por el Espíritu Santo. Pero Él está en medio, donde están dos o tres reunidos a Su nombre, sea que comprendemos esta verdad, o no. ¡Qué condescendencia y gracia más maravillosas!
Nos reunimos alrededor del Señor mismo, y esto no debemos olvidarlo, seamos solamente dos o tres. “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos.” Tan pronto que dos se hallen reunidos así, pueden regocijarse con el conocimiento de que el Señor está allí. Puede ser flaca nuestra fe, y débil nuestro entendimiento, pero la realidad de Su presencia permanece, porque no depende de nuestros sentimientos, tampoco de nuestras experiencias; es cuestión de estar congregados a Su nombre, nada más. ¿Cómo podríamos dejar el congregarnos como algunos tienen por costumbre (véase Hebreos 10:25), si entendiésemos que el Señor mismo está allí como centro de la asamblea? Tan realmente está en medio nuestro, como estuvo con los discípulos el día de Su resurrección. ¿Por qué se ausentó Tomás en la primera ocasión? ¿Por qué no creyó que Jesús había resucitado? No creyó en la resurrección del Señor, a pesar de que Él lo había predicho reiteradamente, y por eso no esperaba Su presencia allí.
Es cierto que hay creyentes que, a causa de enfermedades, deberes ajenos a Su voluntad, y otras circunstancias, no siempre pueden asistir a la asamblea; de éstos no hablo. Pero si persistieran en ausentarse de la asamblea, sería una prueba de que no creen que el Señor está en medio de los suyos.
Cuando nos juntamos ¡qué reverencia! ¡qué afecto! ¡qué adoración! se engendrarían en nuestros corazones si comprendiéramos por medio del Espíritu de Dios, que Cristo tiene tanto placer de estar en medio de la congregación (Sal. 22:22; He. 2:12) para dirigir las alabanzas de Su pueblo. Es Él mismo quien murió por nuestros pecados, quien nos redimió a Dios con Su sangre, quien ahora está resucitado de entre los muertos, sentado y glorificado a la diestra de Dios Padre.
Es nuestra oración que el Señor nos dirija más y más en el conocimiento y poder de esta verdad.