En el capítulo 1, Pablo habló de la fuente de su apostolado: provenía del Señor mismo. En el capítulo 2, habló del poder de su apostolado, que fue capaz de resistir a los judaizantes en el concilio de Jerusalén, e incluso de reprender al apóstol Pedro. Ahora, en el capítulo 3, habla del mensaje de su apostolado: el evangelio y la bendición que otorga a la persona que lo cree.
Si los dos primeros capítulos eran personales; los dos siguientes (3–4) son polémicos (defendiendo la fe con argumentos).
La bendición de Dios está basada en el principio de la fe, sin obras
Ahora se demuestra lo que la ley no podía hacer y lo que la gracia ha hecho por el creyente. En este capítulo, Pablo se centra principalmente en los resultados positivos que el evangelio trae al creyente, los cuales la ley no puede dar. En el capítulo 4, Pablo se enfoca en los efectos negativos que el legalismo tiene sobre el cristianismo cuando éstas se mezclan entre sí.
En este capítulo, no da a los gálatas la enseñanza del evangelio en su forma habitual de enseñar, sino que razona con ellos sobre ciertos hechos irrefutables. Les comunica la verdad de este modo porque se habían vuelto insensibles (“insensatos”) y quería que volvieran a pensar racionalmente. De ahí que el capítulo es doctrinal, pero adopta la forma de súplica, de razonamientos y de formulación de preguntas.
Pablo da cuatro argumentos que prueban irrefutablemente que la bendición de Dios en el evangelio es sobre la base de la fe y no de las obras. Él da:
• Un argumento basado en la experiencia de los mismos gálatas (versículos 1-5).
• Un argumento de la experiencia de Abraham (versículos 6-9).
• Un argumento basado en el testimonio de las Sagradas Escrituras (versículos 10-14).
• Un argumento basado en las bendiciones de la promesa hecha a los padres del Antiguo Testamento, la cual era incondicional (versículos 15-25).
La experiencia de los gálatas en su conversión a Dios: Capítulo 3:1-5
Pablo comienza haciendo seis preguntas a los gálatas, diseñadas para abrir sus ojos y llegar a sus conciencias. Las respuestas a estas preguntas son tan obvias que no las dice.
Su primera pregunta es: “¡Oh Gálatas insensatos! ¿quién os fascinó, para no obedecer á la verdad?” (versículo 1). Les pregunta “quién” fue el responsable de este error en el que se habían metido. La palabra “quién” en el griego está en singular. Aparentemente, había una persona en particular que tenía la culpa. Pudo haber sido un maestro preeminente, o como sugieren algunos expositores, el mismo diablo. En cualquier caso, los gálatas habían caído en sus engaños. Pablo los llama “insensatos” porque no parecían tener el sentido espiritual para darse cuenta de que habían sido engañados. Eran como hombres “fascinados” bajo un hechizo maligno.
Como en la mayoría de los casos de deserción, hubo un curso que los llevó a tragarse la mentira del diablo. Parece que hubo cuatro etapas con los gálatas:
1. Se “separaron” de Aquel que los llamó: Cristo (capítulo 1:6, traducción King James). Habían perdido la comunión con el Señor mismo.
2. Fueron “fascinados” por el enemigo (capítulo 3:1). Al perder la comunión con el Señor, se volvieron vulnerables a las obras sutiles del enemigo que los confundió acerca de la verdad.
3. Se volvieron “presos” a la religión terrenal a la que se habían entregado (capítulo 5:1).
4. Fueron “impedidos” de andar en la verdadera libertad cristiana (capítulo 5:7, traducción J. N. Darby).
Pablo continuó, diciendo: “Ante cuyos ojos Jesucristo fué ya descrito como crucificado entre vosotros”. Esto es lo que Pablo había hecho al darles el evangelio. Les había presentado a Cristo crucificado, y ellos lo creyeron para la salvación de sus almas. Predicar a Cristo crucificado era la esencia de la predicación de Pablo en todos los lugares a los que iba (1 Corintios 2:2). La marca de un buen predicador o maestro es “describir” la verdad claramente. Los falsos maestros usualmente son ambiguos, particularmente aquellos que están arraigados en el legalismo. A pesar de la claridad y la sencillez con la que Pablo había enseñado a los gálatas, éstos habían desviado sus ojos de Cristo crucificado, y estaban buscando la justicia y la santidad en la ley. Habían perdido de vista el propósito y el significado de la cruz y se habían creído una mentira.
Somos salvos por fe
Versículo 2.— Las siguientes preguntas de Pablo repasan la historia de los gálatas, desde su conversión hasta su servicio al Señor. Su propia experiencia demuestra la insensatez de guardar la ley para justicia. Pablo no cuestiona la salvación de ellos, dando por sentado que tienen el Espíritu Santo. Los gálatas habían “recibido” el Espíritu (capítulo 3:2); su problema era que no estaban siendo “guiados” por el Espíritu (capítulo 5:18). Esto es instructivo; aunque fueron salvos y sellados con el Espíritu Santo, se habían vuelto insensatos, y fueron engañados por el enemigo de sus almas. Muestra que los verdaderos cristianos no son inmunes a los ataques y a los engaños sutiles del diablo. Los verdaderos creyentes pueden ser engañados por “espíritus de error y doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Por lo tanto, no basta con tener el Espíritu que mora en nosotros para ser guardados; debemos caminar en comunión con el Señor.
Una simple pregunta resolvería la cuestión de si una persona se salva por “las obras de la ley”. ¿Cómo fueron salvos los gálatas? ¿Recibieron el Espíritu Santo por hacer las obras de la ley, o por creer en el evangelio? Obviamente, fue por creer. Nadie recibió nunca el Espíritu por guardar la ley. La propia experiencia de los gálatas debería haberles enseñado que la bendición viene por el principio de la fe y no por el cumplimiento de la ley.
Muchos cristianos hoy en día oran para recibir el Espíritu Santo, sin darse cuenta de que ya tienen el Espíritu que mora en ellos. El Espíritu toma Su residencia en una persona en el momento en que ésta cree en el evangelio de salvación (Efesios 1:13). Las Escrituras nos dicen que si un creyente entiende que Dios es su Padre y puede elevar su voz en oración a Él, clamando, “Abba, Padre”, es prueba de que tiene el Espíritu morando en él (Romanos 8:14-15; Gálatas 4:6).
Crecemos a la perfección (madurez) cristiana por fe
Versículo 3.— Se hacen dos preguntas más, las cuales abordan otra noción falsa que tenían los gálatas: que la perfección cristiana se puede alcanzar por “las obras de la ley”. Muchos cristianos hoy en día piensan esto. Ellos creen que un creyente es justificado por la fe, pero insistirán en que debe guardar la ley después de ser salvo como una norma para su vida; de lo contrario (piensan ellos), no habrá nada que impida que un creyente se desvíe hacia una vida pecaminosa. Esta es la esencia del legalismo. El legalismo es buscar alcanzar la perfección cristiana estableciendo reglas y regulaciones para la carne, en lugar de tener a Cristo como la fuerza motivadora en la vida de uno. Una persona que piensa así podría usar la ley de Moisés o algún otro conjunto de reglas autoimpuestas, pero, en cualquier caso, no producirá madurez cristiana.
Pablo demuestra lo ilógico de esto al preguntar: “¿Comienza Dios algo con cierto principio y lo concluye con un principio opuesto?” Si no pueden obtener la salvación por esfuerzos carnales, ¿cómo esperan crecer en santidad hasta la madurez (“perfección”) cristiana por esfuerzos carnales? La verdad es que la ley no justificará a una persona ante Dios, ni producirá santidad en un creyente.
Pensar que el creyente necesita la ley para no caer en el pecado es malinterpretar el poder de la gracia. Cuando la gracia de Dios se apodera del alma, le hace que no quiera pecar; le convierte en un siervo devoto del Señor. Tal persona querrá “caminar en el Espíritu”. Querrá más de Cristo y vivirá su vida en la esfera de los intereses de Cristo (Gálatas 5:16). En consecuencia, el poder del Espíritu se manifestará en su vida en forma de liberación de las malas pasiones que emanan de la naturaleza pecaminosa caída (Romanos 8:2).
Padecemos a causa de nuestra fe
Versículo 4.— Los gálatas sufrieron la persecución de los judíos por adoptar la posición cristiana, la cual se basa totalmente en la fe. Pablo pregunta: “¿Tantas cosas habéis padecido en vano?” ¿Todo ese sufrimiento que soportaron fue en vano? Los que les perseguían, que eran predominantemente sus hermanos judíos incrédulos, lo hacían porque los gálatas creían en el evangelio con una fe sencilla sin conexión con la ley. Pero ahora, al volverse a la ley, estaban diciendo que sus perseguidores tenían razón después de todo.
Servimos al Señor por fe
Versículo 5.— Después de que los gálatas fueron salvos, sirvieron al Señor como obreros cristianos. El que ministraba entre ellos, lo hacía a través y por el poder del Espíritu. La esencia del ministerio cristiano es dispensar la bendición del Espíritu a otros. Esto sería en la doctrina, o podría ser en el trabajo de “maravillas”. (Había dones y señales milagrosas que se manifestaban en aquellos primeros días del testimonio cristiano; Marcos 16:17-18; Hebreos 2:4). La pregunta de Pablo a ellos fue: “¿El poder para obrar estos milagros provenía del cumplimiento de la ley o por ‘la fe’?” Obviamente, fue por la fe.
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Así, Pablo ha mostrado, a partir de la propia experiencia de los gálatas, que la vida cristiana, de principio a fin, se basa en el principio de la fe, y no tiene nada que ver con el cumplimiento de la ley (2 Corintios 5:7).
El ejemplo de Abraham siendo contado como justo: Capítulo 3:6-9
Pablo luego habla de Abraham. Su caso es aún más convincente, porque los maestros judaizantes estimaban a Abraham muy por encima que todos los demás. Se jactaban de que era su padre y se gloriaban en él como su gran ejemplo (Juan 8:39). Su argumento se basaba en el hecho de que Dios le dijo que se circuncidara, y no sólo a él, sino también a toda su familia, lo cual ellos afirmaban (Génesis 17:24-26).
Pablo, por tanto, los toma en su propio terreno. ¿Cómo fue entonces que Abraham fue considerado justo ante Dios? Fue porque simplemente “creyó á Dios” (ver Génesis 15:6). ¿Y cuándo fue considerado justo? Fue antes de que se diera la ley. Ni siquiera había oído hablar de la ley de Moisés en su época, y sin embargo fue considerado justo en base a la fe. Además, ¡Abraham fue considerado justo antes de ser circuncidado! Vemos de esto que la circuncisión y la ley no tuvieron nada que ver con que fuera considerado justo.
Esto no debería sorprendernos, porque la bendición de Dios sobre el principio de la fe siempre ha sido Su manera de llevar al hombre a la bendición. Desde el principio de Su trato con los hombres, Él sólo los ha bendecido sobre el principio de la fe. Hebreos 11:4 atestigua esto: “Por la fe Abel ofreció á Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo”.
Versículos 7-8.— Los judaizantes imaginaban que por su (supuesta) obediencia a la ley de Moisés se habían convertido en herederos espirituales de las promesas hechas a Abraham. Pablo, sin embargo, insiste en que sólo por la fe se llega a ser hijo de Abraham. Dice: “Sabéis por tanto, que los que son de fe, los tales son hijos de Abraham”. No sólo las bendiciones prometidas a Abraham fueron realizadas por la fe, sino que todos sus “hijos” son bendecidos bajo ese principio también. Esto incluía a los creyentes judíos así como a los gentiles que creyeran. Pablo apoya esto citando Génesis 12:3, “y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Esto nos muestra que la promesa a Abraham era, en principio, una predicción del evangelio. Al leer esta cita de Génesis 12:3 podríamos preguntarnos cómo Pablo encontró tal significado en ella. Sin embargo, el Espíritu Santo, que escribió ese versículo en el Antiguo Testamento, procuraba que viéramos que el evangelio (que se basa en el principio de la fe) estaba en él. No habríamos sabido esto si Pablo, bajo inspiración divina, no nos hubiera explicado este significado oculto.
El testimonio de las Sagradas Escrituras: Capítulo 3:10-14
Los judaizantes también afirmaban que las Escrituras del Antiguo Testamento estaban de su lado. Imaginaban que las Escrituras apoyaban su idea de que la ley debía ser guardada para que una persona fuera considerada justa. Por lo tanto, Pablo recurre a la ley y a los profetas para demostrar que no había nada de cierto en ello. Esas pobres almas pensaban que la Palabra de Dios apoyaba su posición, pero en realidad, demostraba todo lo contrario. Esto demuestra lo ciegos que estaban. Y tristemente, esos líderes ciegos habían guiado a los gálatas ciegos a caer en el hoyo (Mateo 15:14).
Las Sagradas Escrituras, por lo tanto, se convierten en el siguiente testigo que Pablo usa en su tesis para demostrar que una persona sólo puede ser considerada justa bajo el principio de la fe. De hecho, en unos pocos versículos (versículos 6-16), cita las Escrituras del Antiguo Testamento no menos de siete veces:
• Versículo 6.— Génesis 15:6
• Versículo 8.— Génesis 12:3
• Versículo 10.— Deuteronomio 27:26
• Versículo 11.— Habacuc 2:4
• Versículo 12.— Levítico 18:5
• Versículo 13.— Deuteronomio 21:23
• Versículo 16.— Génesis 13:15
Pablo provee cuatro citas en esta sección para mostrar lo ilógico de recurrir a la ley para obtener la bendición:
Versículo 10.— Moisés y Habacuc son citados como los representantes de la ley y los profetas. ¿Qué es lo que dicen al respecto? Deuteronomio 27:26 se presenta primero para mostrar que la ley exigía perfección. Moisés dijo: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas”. El punto aquí es que uno debe mantenerse guardando “todas las cosas” escritas en la ley; había una maldición sobre los que no lo hacían. No era suficiente guardar la ley durante un día o una semana o un mes; ¡uno debe continuar guardándola durante toda su vida! La ley tampoco pide a los hombres que intenten cumplir sus mandamientos; no basta con hacer un esfuerzo sincero. Exige una obediencia estricta e infalible. Una persona bajo la ley tenía que guardar sus mandamientos completa y totalmente en todos los puntos. Santiago confirma esto, diciendo: “Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos” (Santiago 2:10).
Pero eso es precisamente lo que nadie ha podido hacer. Si la gente debe ser justificada por el principio de guardar los mandamientos, entonces ninguno sería bendecido. Sin embargo, la Escritura es clara en que los santos del Antiguo Testamento que estaban bajo la ley fueron bendecidos y están en el cielo ahora. Entonces, ¿cómo fueron bendecidos? ¿Y sobre qué base llegaron al cielo?
Versículo 11.— Habacuc es citado a continuación para responder a esto. Él muestra que la fe era el principio sobre el cual los hijos de Dios en aquellos tiempos antiguos eran bendecidos, aunque estuvieran bajo la ley. Dice: “El justo vivirá por fe”. Esto se cita tres veces en el Nuevo Testamento. Cada vez el énfasis está en una parte diferente del versículo. En Hebreos 10:38, el énfasis está en la palabra “fe”, porque el tema allí es caminar en el camino de la fe, como lo muestra el capítulo 11. En Romanos 1:17, el énfasis está en la palabra “justo”, pues la epístola es una tesis sobre la justificación. Aquí, en Gálatas 3:11, el énfasis está en la palabra “vivirá”, porque el punto que el apóstol enfatiza aquí es que, bajo la ley, una persona debe continuar durante toda su vida viviendo en obediencia a ella. Una persona justa bajo la ley en los tiempos del Antiguo Testamento era bendecida por Dios debido a su fe, no por sus débiles y fallidos intentos de cumplir la ley.
Versículo 12.— Pablo añade: “La ley también no es de la fe”. Es decir, la ley no demanda fe, sino que demanda obediencia. Se vuelve a citar a Moisés: “El hombre que los hiciere [los mandamientos], vivirá en ellos”. (Ver también Romanos 10:5). La persona que está bajo la ley es responsable de vivir su vida de acuerdo con esos mandamientos. La promesa relacionada con ello era que “viviría”. El Señor, al hablar con el doctor de la ley que le había tentado, confirmó esto, diciendo: “Haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28). Sin embargo, es una demanda extrema e imposible de alcanzar por el hombre en la carne. La historia atestigua este hecho en que no hay una sola persona de aquellos tiempos que esté viva hoy. Esto refuerza el argumento. Alcanzar la justicia ante Dios sobre el principio del cumplimiento de la ley (por obras) no ha sido alcanzado por nadie todavía. Sobre esa base, ninguno de la raza humana llegará al cielo.
En realidad, sólo hay dos religiones en este mundo. Una dice “HAZ” y la otra dice “HECHO”. HAZ es lo que piden todos los credos y religiones basadas en las obras —incluyendo el cumplimiento de la ley mosaica— pero HECHO es lo que anuncia el evangelio. Cristo ha terminado la obra de redención, y todo lo que tenemos que hacer es creerlo y somos salvos. La ley dice: “Haz y vive”. La gracia dice: “Cree y vive”.
Versículos 13-14.— El testimonio de las Escrituras del Antiguo Testamento ha mostrado la incapacidad de la ley para bendecir. Sólo puede maldecir. Ahora, en estos próximos versículos, vemos el triunfo de la gracia de Dios en Cristo. Pablo no nos deja sin esperanza. Nos dice: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley”. Redención significa liberar a alguien que está en esclavitud. “Nos”, en este versículo, se refiere a los judíos creyentes, pues los gentiles nunca estuvieron formalmente bajo la ley. La muerte es la penalidad por infringir la ley. Cristo, como el gran Sustituto, se puso en el lugar de los que habían violado la ley y llevó la penalidad consecuente a ella (Salmo 88; Isaías 53:8). Él redimió a los que estaban bajo la ley pagando la pena de muerte que ésta exigía. La maldición de Dios cayó sobre Él, y los que creen se benefician de ello.
La traducción al galés dice: “Cristo nos ha redimido totalmente ... ”. Así, el creyente es totalmente liberado de la ley. El punto aquí es que no existe tal cosa como estar parcialmente bajo la ley. La Escritura no apoya la idea de que la obra de Cristo en la cruz redime parcialmente al creyente, y el creyente hace el resto al guardar la ley.
Nótese también: no dice que Cristo redimió a los hombres de la maldición de la ley al guardar Él perfectamente los Diez Mandamientos durante Su vida. Este es un viejo error en la cristiandad. Es cierto que Cristo guardó la ley perfectamente en Su vida, pero Su perfecta obediencia a la ley no ha sido imputada a nosotros que creemos. No es así como somos hechos justos. Si Su vida perfecta pudiera hacernos justos, entonces ¿cuál fue el propósito de Sus sufrimientos en la muerte?
El versículo 13 aquí de Gálatas 3 es una cita de Deuteronomio 21:23, y es ligeramente diferente a lo que está escrito en Deuteronomio. En Deuteronomio dice: “Porque maldición de Dios es el colgado”. Pero en Gálatas, el Espíritu de Dios nos da un significado más amplio, diciendo: “Maldito cualquiera que es colgado en madero”. Esto incluiría a los gentiles. El punto aquí es que, si los gentiles se ponen bajo la ley, también sentirán su maldición. Pero, por el contrario, si los gentiles tienen la fe de Abraham, entrarán en “la bendición de Abraham” (versículo 14). Esto no significa que los creyentes de hoy hereden lo que se le prometió a Abraham literalmente, es decir, la bendición material en la tierra de Canaán (Génesis 13:14-15). El Espíritu de Dios, al escribir esto, tiene cuidado de decir que esta bendición es “en Cristo Jesús”. Este término se refiere a Cristo glorificado a la diestra de Dios. Las bendiciones del cristiano están en un Hombre resucitado y glorificado a la diestra de Dios mediante la “promesa del Espíritu”. Estas son bendiciones espirituales realizadas “por la fe”.
La inmutabilidad de la promesa de la gracia a Abraham: Capítulo 3:15-25
Hasta ahora, Pablo ha demostrado que la bendición de Dios es por la fe y no por las obras de la ley, usando como ejemplo la experiencia misma de los gálatas (versículos 1-5), el ejemplo de Abraham (versículos 6-9), y el testimonio de las Escrituras (versículos 10-14). Ahora recurre a una ilustración de la vida cotidiana. En un paréntesis dice: “Hablo como hombre”. Compara la inmutabilidad de un “pacto” (un testamento) hecho en asuntos humanos con la inmutabilidad del pacto que Dios hizo con Abraham.
Este punto en el argumento era necesario en vista del hecho de que algunos estaban dispuestos a admitir que Abraham fue considerado justo por la fe, pero argumentaban que Dios sólo operaba en ese principio hasta que dio la ley. Por lo tanto, en esta siguiente serie de versículos, Pablo muestra que la promesa en gracia a Abraham y a su Simiente no fue algo temporal. La entrega de la ley no alteró ni añadió condiciones a esta gran promesa de Dios. La promesa fue permanente e inmutable, y, por lo tanto, no podía ser afectada por la posterior entrega de la ley.
Versículo 15.— Pablo muestra que este principio sobre el que Abraham fue bendecido era realmente permanente e inmutable. Su punto es sencillo: en los asuntos humanos, un “pacto” (testamento) es firmado y sellado, y nadie puede “cancelarlo” o “añadirle”. No puede alguien venir después y cambiar el documento añadiendo o quitando cosas. Si los testamentos humanos no pueden romperse, ¡cuánto menos los de Dios! Sin embargo, en esencia, esto es lo que hacen aquellos que añaden la ley a la gracia.
Versículos 16-18.— Además, el apóstol señala cuidadosamente que cuando se hizo la promesa, fue a la “Simiente” (singular) de Abraham, no a las “simientes” (en plural). La ausencia de la letra “s” cambia totalmente el sentido del pasaje. Génesis 13:15 y Génesis 22:18 no se refieren a la familia inmediata de Abraham, sino al Señor Jesucristo que saldría de la descendencia de Abraham. Él es el descendiente directo de Abraham (Mateo 1:1; Lucas 3:34). De nuevo, no habríamos sabido esto al leer el relato del Génesis, pero el Espíritu de Dios nos lo ha dicho aquí. El punto que aprendemos de esto es que Dios ha prometido bendecir a “todas las familias” —judíos y gentiles por igual— a través de Cristo. Y esa promesa fue incondicional. “Dios la concedió a Abraham en gracia” (versículo 18, traducción J. N. Darby). No requería obras de obediencia a la ley. La llegada de la ley 430 años después no cambió esta promesa.
Si a las promesas hechas a Abraham se les ponen condiciones a la llegada de la ley de Moisés, entonces dejan de ser una concesión gratuita de Dios; se convierten en algo que uno se gana. Pablo dice: “Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa”. Pero continúa diciendo: “Pero Dios la concedió a Abraham en gracia mediante la promesa” (traducción J. N. Darby).
Las promesas originales en gracia fueron dadas sin conexión con la ley y se efectuarán sin la ley. La promesa de bendición dada a Abraham pasa por debajo de los caminos dispensacionales de Dios con Israel y ha vuelto a salir a la superficie cuando se cumplió la redención. La ley no trae las bendiciones de la promesa; al contrario, esto ha sido asegurado por la muerte y resurrección del Señor Jesús.
El propósito de la ley
Versículos 19-20.— En este punto del argumento de Pablo, él hace un paréntesis para responder a un par de preguntas que se anticipa que la gente hará. La primera es: “¿Pues de qué sirve la ley?” Este fue probablemente el argumento que sus opositores le lanzaron. Decían: “Si la justificación es sólo por la fe, ¿para qué dio Dios la ley? No tiene ningún propósito real”. A esto Pablo responde: “Fue puesta por causa de las rebeliones [transgresiones]”. Algunos han tomado esto erróneamente para transmitir que la ley fue dada para ayudar a frenar el pecado en el hombre. Sin embargo, la ley no fue dada como un medio para controlar o frenar el pecado en la vida de los hombres. No tiene ningún poder para hacer esto, ya sea en los incrédulos o en los creyentes. Esta idea errónea estaba al fondo de la doctrina de los judaizantes. Muchos cristianos hoy en día tienen esta idea también. Piensan que la ley frenará el mal en sus vidas, y por esa razón, se ponen bajo ella. Sin embargo, la ley no tiene poder para restringir el mal en la vida de una persona. No le da a la persona una naturaleza que desee guardar sus mandamientos, ni le da el poder de hacer esas cosas.
La respuesta de Pablo aquí indica que la ley fue traída para magnificar los pecados y darlos a conocer como “rebeliones [transgresiones]”. Antes de la ley, los hombres estaban transgrediendo en su vida sin ley, pero no se sabía, porque sus conciencias no estaban completamente iluminadas en cuanto a tales ofensas. En otra parte, Pablo dijo: “Porque donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Romanos 4:15; 5:13). Hay dos cosas en la Escritura que están estrechamente relacionadas con esto: los delitos (expresados también como “faltas” y “culpas”) y las transgresiones. Un delito es sobrepasar un límite conocido, pero una transgresión es el alejarse conscientemente de Dios en el corazón y en los caminos de uno. Ambas cosas salieron a la luz en la entrega de la ley. Ésta trazó una línea definida en las conciencias de los hombres en cuanto a lo que era correcto y lo que era incorrecto, y así magnificó su culpabilidad. Si tienes un niño que está acostumbrado a salir por las calles y mezclarse con mala gente, eso es un mal hábito. Pero si le prohíbes salir con ellos, y lo vuelve a hacer, es una transgresión. Es mucho peor que un mal hábito.
El propósito de la ley, por lo tanto, es iluminar la conciencia y hacer que la seriedad del pecado “creciese” (Romanos 5:20; 7:13). Si esto se comprendiere correctamente, la persona entendería cuán desesperado es su caso, y presionaría en su conciencia su necesidad de la gracia de Dios. La ley fue dada como una medida temporal “hasta que viniese la Simiente [Cristo] a quien fue hecha la promesa”, y Él cumpliría la redención (capítulo 4:4-5).
Es importante señalar que la ley no tiene nada de malo en sí misma. El mandamiento es “santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Su aplicación apropiada no es para los justos, sino para los infractores de la ley (1 Timoteo 1:8-10). Su propósito es revelar el pecado; “Porque por la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). No puede eliminar el pecado, ni evitar que el pecador o el creyente pequen, pero sí revela el verdadero carácter del pecado. Del mismo modo, un espejo se utiliza para revelar que una persona tiene la cara sucia; su función no es lavarle la cara.
La ley fue “ordenada por los ángeles en la mano de un mediador”. A primera vista, podría parecer que Pablo se está gloriando de la ley, pero es todo lo contrario. Demuestra la inferioridad de la ley ante la promesa. La promesa vino directamente de Dios a Abraham, pero la ley vino a través de una doble mediación. Por lo tanto, la promesa está en un plano superior.
En el caso del pacto mosaico, se estableció a través de “un mediador” porque había dos partes implicadas: Jehová e Israel. Los “ángeles” actuaron en nombre de Jehová (Salmo 68:17; Hechos 7:53) y Moisés actuó como “mediador” en nombre del pueblo. (La mediación de Cristo es algo totalmente distinto y no se contempla aquí). El hecho de que hubiera dos partes indica que había condiciones implicadas y que se exigía obediencia a ellas. El mediador está allí para ver que ambas partes cumplan su parte del acuerdo. Tal fue el caso en la entrega de la ley. Sin embargo, en el caso de la promesa de Dios a Abraham, Él era la única parte que actuaba. No fue necesario ningún mediador. La promesa a la Simiente (Cristo) depende enteramente de Aquel que hizo la promesa: Dios mismo. Esta era la fuerza de la promesa: todo dependía de Dios. La Ley imponía a los hombres obligaciones que no podían cumplir, mientras que en la gracia, Dios lo asume todo para la bendición del hombre.
Versículo 21.— Pablo se anticipa a una segunda pregunta de sus opositores. “¿Luego la ley es contra las promesas de Dios?” Este es otro argumento que sus opositores le darían. Dirían: “Parece que estás diciendo que la ley se opone a las promesas”. Pablo responde: “En ninguna manera”. La ley tenía su propósito, y la gracia también tiene su propósito; no se oponen la una a la otra. Continúa diciendo que, si Dios hubiera intencionado que la ley proporcionara justicia al hombre, le habría dado el poder para dar “vida” al que hiciera esas cosas. Pero no existe tal ley. La ley instruye, insta, exige, incluso amenaza; y cuando se trasgrede, condena al transgresor, pero no da vida ni justicia. Como se mencionó, la ley no fue dada para ese propósito.
Incluso cuando Dios dio la ley, indicó a Su pueblo que la bendición nunca llegaría a través de ella. Esto se ilustra en un incidente registrado en Deuteronomio 27:11-26. Moisés, el legislador, instruyó a Israel para que reuniera a seis de las doce tribus en el monte Gerizim “para bendecir” y a las otras seis en el monte Ebal “para pronunciar maldición”. Es significativo que las seis tribus en Ebal pronunciaron sus maldiciones, pero las seis tribus en Gerizim guardaron silencio. Nunca bendijeron. ¿Por qué? El incidente está registrado en las Escrituras para ilustrar el hecho de que LA LEY NO PUEDE BENDECIR; sólo puede maldecir.
“Corre, Juan, y vive”, la ley manda,
Pero no da ni piernas ni manos;
Mucho mejores nuevas las que trae el evangelio,
Me pide que vuele, y me da alas.
Versículo 22.— La Escritura, en general, concluye que “todo” ha sido “encerrado” “bajo pecado”. Esto fue “para que la promesa fuese dada á los creyentes por la fe de Jesucristo”.
La ley como un carcelero y como un profesor
Versículos 23-25.— La ley, por lo tanto, tenía un doble propósito. En primer lugar, era como un severo carcelero que mantenía a Israel en una prisión. Los mantenía bajo custodia (“guardados” y “encerrados”) de las naciones circundantes hasta que llegara el momento en que se revelara “la fe”, cuando se realizara la redención (versículo 23). Los judíos se mantenían separados de las naciones por las muchas regulaciones de la ley en cuanto a matrimonio, comida, propiedad, etc. La “fe” es la revelación cristiana de la verdad que nos ha llegado a través de la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo. (Como regla general, en la Escritura, cuando el artículo “la” está antes de la palabra “fe”, se refiere a la revelación de la verdad cristiana. Y cuando no se usa el artículo “la”, se refiere a la energía interior de la confianza de una persona en Dios). Observe: Pablo dice: “Estábamos guardados bajo la ley”. Habla en nombre de los judíos a nivel nacional, pues los gentiles nunca estuvieron bajo la ley. Era una cosa autoimpuesta entre los creyentes gálatas que eran de linaje gentil.
En segundo lugar, la ley era como un “ayo” [“profesor”] (versículo 24). Observe de nuevo: Pablo dice: “Nuestro ayo”. Esto se refiere a los judíos, pero si se entiende correctamente, la ley instruirá a todos los que se fijen en ella. Puede enseñarnos sobre la santidad de Dios y la depravación moral del hombre. Las palabras “para llevarnos á” de la Reina-Valera Antigua no están en el texto griego original. Nos llevan a conclusiones erróneas, pues podríamos deducir que la ley tiene el poder de llevar a una persona a Cristo. Sin embargo, la ley nunca llevará a una persona al Señor Jesús para la salvación; sólo la gracia puede hacer eso. Debería decir: “La ley nuestro ayo fué hasta Cristo”. Los judíos estaban bajo la ley “hasta” el momento de la muerte y resurrección de Cristo, en el que se llevó a cabo la redención, y se dio la revelación cristiana de la verdad (capítulo 4:36).
Tristemente, aquellos bajo el pacto de la ley no han aprendido esta lección del ayo. Todavía piensan que pueden guardar las demandas de la ley para su bendición. Esto es un testimonio de cuán depravado es el hombre en la carne. Después de todos estos años bajo el ayo, la carne no ha aprendido la simple lección de que en el hombre “no mora el bien” (Romanos 7:18). No es culpa del ayo, pues es “santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). El problema está en el estudiante al que el ayo está instruyendo: el hombre en la carne, que es incorregible. Esto nos muestra que la raza humana tiene que depender solamente de la gracia de Dios para conseguir la redención.
El trabajo de un ayo es enseñar. La ley enseña:
• La santidad de Dios.
• La depravación total del hombre en la carne.
La posición del cristiano en el cielo y en la tierra: Capítulo 3:26-29
El apóstol habla ahora del lugar que ocupa el cristiano ante Dios en el cielo y ante los hombres en la tierra, como consecuencia del cumplimiento de la redención. Esta nueva posición es el resultado de la llegada de “la fe” (Judas 3). Pablo menciona esto para enfatizar un contraste marcado entre lo que un hijo de Dios conocía antes bajo el sistema de la ley, con lo que el cristiano tiene ahora por gracia.
Un nuevo lugar ante Dios en el cielo como hijos*
Versículo 26.— Primero, Pablo les dice: “Porque todos sois hijos* de Dios por la fe en Cristo Jesús”. En el orden de la nueva creación, a los cristianos se les ha dado un lugar especial de “hijos*” en la familia de Dios por medio de la fe. La filiación es la más alta bendición otorgada que tenemos en relación con el Padre. La palabra “hijo*” en griego significa “lugar de hijo*”, y se refiere al acto de Dios de ponernos ante Él en el mismo lugar de Su propio Hijo. Pablo se fija en esta bendición en particular porque enfatiza la cercanía y la libertad que el cristiano tiene en la presencia de Dios, que los del judaísmo no tenían. La ley fue introducida a través de una doble mediación —los ángeles y Moisés— indicando que los hombres en ese sistema estaban distanciados de Dios. El evangelio, en cambio, acerca a los hombres a Dios, ¡al mismo lugar en el que está el Hijo mismo!
Dios podría habernos puesto en el lugar privilegiado de los ángeles elegidos, o incluso elevarnos a la posición elevada de un arcángel, pero eligió darnos un lugar mucho más alto y bendecido que eso. Hemos sido puestos en el lugar de Su Hijo. La filiación es una posición en la familia de Dios que ha sido reservada para aquellos que son salvos por gracia durante este tiempo presente por el llamado del evangelio. Abraham, Isaac y Jacob, y todos los santos del Antiguo Testamento son parte de la familia de Dios como Sus niños, pero no tienen este lugar favorecido de ser hijos* (capítulo 4:1-7). Los cristianos somos “hijos” de Dios como parte de la familia de Dios, igual que ellos (Romanos 8:16), pero también somos “hijos*” de Dios (Romanos 8:14). Además, nuestra filiación es “en Cristo Jesús”. Esta expresión se refiere a la posición de aceptación del cristiano ante Dios en el Hombre resucitado. Estar “en Cristo” significa estar en el lugar de Cristo ante Dios. Todo el favor y la aceptación que recae sobre Él en la presencia de Dios es nuestro, porque estamos en Su lugar. La gran bendición de ser “hijos*” por la filiación es compartir:
• El lugar de favor del Hijo (Efesios 1:6).
• La vida del Hijo: la vida eterna (Juan 17:2).
• La libertad del Hijo ante el Padre (Romanos 8:14-16).
• La herencia del Hijo (Romanos 8:17).
• La gloria del Hijo (Romanos 8:18; Juan 17:22).
Un nuevo lugar ante los hombres en la tierra a través del bautismo
Versículo 27.— En segundo lugar, los cristianos no sólo tienen un nuevo lugar ante Dios en el cielo, sino que también tienen un nuevo lugar en la tierra a través del bautismo. Pablo dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos”. Nota: hay una diferencia en las expresiones de estar “en Cristo” y “vestidos de Cristo”. Por la fe somos puestos en un nuevo lugar ante Dios “en Cristo” (versículo 26), pero por el bautismo nos revestimos “de Cristo” y estamos en un nuevo lugar ante los hombres en la tierra (versículo 27).
Cuando nos bautizamos, nos ponemos la insignia o el uniforme cristiano, por así decirlo, y con ello nos identificamos con la posición cristiana en la tierra. La ordenanza del bautismo tiene que ver con la separación y la asociación. Una persona que se bautiza se separa formalmente de la antigua posición en la que estaba en la tierra (ya sea en el paganismo o en el judaísmo) y se asocia formalmente con una nueva posición: el terreno cristiano. Este nuevo terreno no tiene nada que ver con asegurar la bendición eterna de una persona, pero sí lo trae a un lugar limpio en la tierra.
Luego Pablo dice que son “bautizados en Cristo”, que debería ser traducido “bautizados para Cristo”. En el verso 26, el apóstol acaba de decirnos que una persona está “en Cristo” por la fe. Así, él no dice que el bautismo en agua lleva a una persona a esa posición ante Dios, porque negaría toda la fuerza de su argumento en la epístola: que nuestra aceptación ante Dios sólo puede ser por la fe. El bautismo es un acto, algo que una persona puede hacer o algo a lo que se somete. Si en verdad llevara a una persona a este vínculo vital en Cristo, entonces una persona puede ser salva por sus obras. La palabra debe traducirse “para Cristo”, lo cual se refiere a la identificación. Por el bautismo en agua somos identificados con Cristo en Su muerte y en Su resurrección. Esto nos coloca en un terreno nuevo en la tierra.
Participación en la raza de la nueva creación
Versículos 28-29.— En tercer lugar, la ley hacía toda clase de distinciones nacionales y sociales, pero todas ellas han desaparecido en la nueva posición del cristiano en Cristo. Como parte de la oración matutina de un hombre judío ortodoxo, daba gracias a Dios por no ser ni gentil, ni esclavo ni mujer. Estas tres cosas se distinguían claramente como inferiores al lugar que ocupaba un hombre en el judaísmo. Pero en el cristianismo ya no existen. “No hay Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Como parte de la raza de la nueva creación, no sólo estamos “en Cristo” (versículo 26), sino que también somos “de Cristo” (versículo 29). Esto significa que la sustancia misma de nuestra vida y la esencia de nuestro ser es “de” un mismo carácter que Aquel que es la Cabeza de la raza. Por lo tanto, la raza de la nueva creación de hombres redimidos es del mismo “género” que Cristo mismo (compárese con Génesis 1:21-25; 2:23). De un solo género “son todos” con Él, y, por lo tanto, totalmente aptos a Él como Sus compañeros eternos (Hebreos 2:11).
Los gálatas se equivocaron al pensar que si guardaban la ley serían “simiente de Abraham”. Por el contrario, Pablo concluye sus argumentos en este capítulo afirmando que somos la simiente de Abraham al creer en el Señor Jesucristo para la salvación. (La “simiente” aquí no es Cristo personalmente, como en los versículos 16 y 19). Como resultado, somos los herederos “conforme a la promesa” (versículo 29).
• Somos hijos* de Dios “en Cristo” por medio de la fe (versículo 26).
• Nos hemos revestido “de Cristo” mediante el bautismo en agua (versículo 27).
• Somos “de Cristo” en la nueva creación (versículo 29).
• Somos herederos “con Cristo” en cuanto a la bendición prometida a Abraham (versículo 29; Romanos 8:17).
Resumen de los principios que Pablo ha dado hasta ahora en la epístola
Recurrir a la ley para obtener justicia y salvación contradice algunas doctrinas y verdades cristianas que son innegables.
• No tiene en cuenta el hecho de que el cristiano está muerto a la ley (capítulo 2:19-21).
• No tiene en cuenta el testimonio de la historia de los mismos gálatas, que fueron salvos sin la ley (capítulo 3:1-5).
• No tiene en cuenta el ejemplo de Abraham, que fue considerado justo sin la ley (capítulo 3:6-9).
• No tiene en cuenta el testimonio de las Escrituras, tal y como se da en la ley y en los profetas —Moisés y Habacuc— de que la ley no puede bendecir, sino sólo maldecir (capítulo 3:10-12).
• Descuida y menosprecia la obra de Cristo que redime a los que están bajo la ley (capítulo 3:13-14).
• No tiene en cuenta el hecho de que la bendición relacionada con la promesa se basa en el principio de la fe, sin conexión con la ley (capítulo 3:15-25).