Mi querido [hermano]:
Se queja Ud. de que no ha arreglado la “cuestión de la paz”, y que por lo tanto está haciendo muy poco progreso con la verdad, o en el conocimiento del Señor. La queja, siento mucho saberlo, no es una poco común; pero surge de un conocimiento imperfecto del evangelio, y de confundir dos cosas diferentes. Espero, por lo tanto, con la bendición del Señor, poder ayudarle, si considera cuidadosamente lo que voy a escribir.
Su caso me recuerda exactamente de otro que tuve ante mí recientemente. “¿Tiene Ud. paz con Dios?” pregunté. La respuesta fue: “No siempre”. En ambos casos la confusión está entre la paz hecha y el disfrutar de la paz. Esto es, cuando Ud. está feliz en el Señor, dice: “Ahora tengo paz”; pero cuando por el fracaso o la prueba está desalentado y triste, cree Ud. que ya se le acabó la paz. Para afrontar este estado de la mente, le pediré que considere atentamente cuáles son los fundamentos de la paz con Dios. Es una inmensa ganancia para el alma cuando se percibe claramente que éstos no yacen dentro sino fuera; porque entonces también se verá que nuestras experiencias no tienen nada que ver con la cuestión. Luego vea conmigo Romanos 5:1. Allí leemos: “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”; y si examinamos la conexión de este versículo de la Escritura, luego comprenderemos cual es la fuente de la paz de que habla. La conexión es ésta: Después de que el apóstol ha explicado la manera en que Abraham fue justificado delante de Dios, él prosigue: “Y no solamente por él fué escrito que le haya sido imputado; sino también por nosotros, a quienes será imputado, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fué entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación. Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios” (Romanos 4:23-25; 5:1).
Es muy claro de este versículo que el fundamento entero de la paz con Dios yace en la obra de Cristo. En efecto, habiendo sido puesto el fundamento de esta manera, Dios declara que todo aquel que cree Su testimonio concerniente a Él, cree que Él en gracia ha venido y ha hecho provisión completa para la salvación del pecador, cree así en Dios, es justificado, y siendo justificado tiene —entra en la posesión de— la paz que ha sido hecha por la muerte de Cristo. Pero se notará que dice que Cristo fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). Esto es, la resurrección de Cristo es la prueba perdurable de la terminación de Su obra, la evidencia de que los pecados por los cuales Él murió, y bajo los cuales Él descendió a la muerte, son quitados para siempre —el testimonio de que todo reclamo que Dios tenía de nosotros ha sido cabalmente afrontado y satisfecho—. Porque si Él fue entregado por nuestros delitos, y ha dejado la tumba, y ha sido resucitado de la muerte, los delitos por los cuales Él descendió a la muerte han de haberse quitado, o Él sería todavía un prisionero en la tumba. Por lo tanto, la resurrección de Cristo es la clara y enfática expresión de la satisfacción de Dios con la expiación que fue hecha en la cruz.
Es así abundantemente evidente, como se dijo antes, que el único fundamento de la paz con Dios yace en la muerte de Cristo. Esto es repetido muchas veces en la Escritura. Así es que se nos dice que somos “justificados por Su sangre” (Romanos 5:9); y otra vez, “pacificando por la sangre de Su cruz” (Colosenses 1:20). Es, por lo tanto, Cristo el que hace la paz con Dios, y Él la ha hecho por el sacrificio de Su muerte —la muerte que vindicó todo reclamo que Dios tenía sobre el pecador, llenó cada uno de los justos requisitos de Dios para con el hombre, le glorificó a Él en cada atributo de Su carácter—; así es que Dios ahora podía rogar al pecador a que se reconciliase con Él (2 Corintios 5:20).
Habiendo explicado esto, resulta que la pregunta importante para el alma es, ¿Creo yo en el testimonio de Dios concerniente a Su Hijo, y acerca de la obra que Él ha efectuado? Si hay alguna dificultad en contestar a esta pregunta, entonces no se puede hacer más progreso en el tiempo actual. Una prueba, muy sencilla, sin embargo, ayudará a producir la verdad. ¿En qué descansa Ud. para ser acepto ante Dios? ¿En su misma persona, sus actos, o sus propios méritos o merecimientos? Si es así, Ud. no puede estar descansando en la obra de Cristo. Pero si Ud. reconoce que por naturaleza está arruinado y perdido, y confiesa que no tiene ninguna esperanza aparte de Cristo y en lo que Él ha hecho, entonces puede decir con humildad: “Por la gracia de Dios yo creo en el Señor Jesucristo”.
Suponiendo ahora que Ud. puede adoptar este lenguaje entonces puedo decirle que ha “hecho” la paz con Dios, que nada le puede privar de ella —ningún cambio, ninguna variedad de experiencia— porque es su posesión inmutable e inalienable. La Escritura dice: “Justificados, pues por la fe” (y Ud. dice que sí cree), “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Todo creyente —y el momento en que él cree— es justificado, absuelto de todo cargo de culpa, y es hecho justicia de Dios en Cristo (2 Corintios 5:21); y siendo justificado, tiene paz —no paz en sí mismo, nótese, sino paz por medio de nuestro Señor Jesucristo—; esto es la paz que ahora le pertenece a él, es la paz con Dios que Cristo ha hecho por Su sacrificio expiatorio. Y como es la paz que Él ha hecho, estando de esta manera fuera de nosotros mismos, no puede ser alterada, y no puede fluctuar; es tan estable y duradera como el trono de Dios; porque, como hemos visto, es una paz que Cristo ha hecho por medio de la cruz; y lo que Él ha hecho de esa manera no puede ser deshecho nunca, y por lo tanto, es una paz eterna. Y esta paz perdurable, establecida y eterna es la porción de todo creyente.
Lo que Ud. quiere decir, entonces, al quejarse que no tiene una paz fija, es sencillamente que Ud. no disfruta de una paz establecida, que su experiencia fluctúa. Podría, por lo tanto, ser igual inquirir como ha de disfrutar el creyente de una paz constante en su alma. La respuesta es muy sencilla. Es por la fe. Si yo creo en el testimonio de Dios de que la paz es mía por la fe en el Señor Jesús, entraré inmediatamente a disfrutar de ella. Esto se puede simplificar por una ilustración. Supongamos que le traen noticias de que por el testamento de un pariente suyo que ha muerto Ud. llega a ser el poseedor de una propiedad grande. El efecto de esto en su mente dependerá enteramente en el hecho de que si Ud. cree o no en lo que ha oído. Si Ud. duda la verdad de las nuevas, no habrá ninguna respuesta a ello; pero, si, por otra parte, es debidamente atestado, y Ud. implícitamente la recibe, dirá Ud. luego: “La propiedad es mía”. Así es también acerca de la paz con Dios. Si Ud. cree el testimonio de Dios que la paz se ha hecho por la sangre de Cristo, ningún sentimiento desalentador, ninguna convicción de lo indigno, ninguna circunstancia siquiera, podrá perturbar su seguridad en este punto, porque Ud. verá que depende enteramente de lo que otro ha hecho. Lo que se necesita para disfrutar de una paz establecida, es descansar resueltamente en la palabra de Dios.
La causa de mucha de esta incertidumbre sobre este tema surge principalmente de ver hacia adentro en lugar de ver afuera a Cristo —ver adentro para descubrir algo que dé confianza de que hay una verdadera obra de gracia que ha empezado en el alma— en vez de ver afuera para percibir que el único fundamento sobre el cual un alma puede descansar delante de Dios es la preciosa sangre de Cristo. La consecuencia es que, percibiendo la corrupción, lo malo de la carne, el alma empieza a dudar si después de todo no ha sido engañada. Satán de esta manera enredando el alma, la llena de dudas y temores, con la esperanza de producir falta de confianza en Dios, si no desesperación completa. Los medios efectivos de frustrar sus asaltos en esta dirección es apelar a la palabra escrita. En respuesta a todas sus sugestiones malas, debemos responder, como lo hizo nuestro bendito Señor cuando fue tentado: “Escrito está”, y luego pronto encontraríamos que nada podría perturbar de que disfrutásemos de esa paz con Dios que ha sido hecha por la preciosa sangre de Cristo, y que llegó a ser nuestra tan pronto como creímos.
Esta pregunta fundamental habiendo sido arreglada, ahora libre de preocupación de sí mismo, Ud. tendrá una mente y alma cómodas para la meditación sobre la verdad como es revelada en las Escrituras. Como un niño recién nacido, Ud. va a desear la leche sincera de la Palabra para que crezca por ella (1 Pedro 2:2); y, además, si Ud. estudia la Palabra en la presencia del Señor, será guiado por ella en una comunión siempre más íntima con el Señor, y al trazar sus infinitas perfecciones y glorias que nos son desplegadas y percibidas por el Espíritu de Dios, su afecto será atraído con un fervor siempre creciente, y su corazón, ahora satisfecho, rebosará en adoración a los pies del Señor y así su queja será transformada en un canto de adoración.
Afectuosamente en Cristo, E. D.
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Este tratado fue extraído del Número 8 de la revista Palabras de Edificación, Exhortación y Consolación (BTP# 30031)