Un zapatero, señalando un rinconcito en su pequeño taller, dijo: “Allí mismo, hace seis años, el Señor me dio la paz para mi alma atribulada; cuán bondadoso y bueno es Él”.
Después de haber conversado juntamente nosotros, gozando de comunión dulce en las cosas preciosas de nuestro Salvador y Señor, justamente antes de despedirnos el uno del otro, el zapatero dijo: “Quisiera hacerle saber algo de los ejercicios de mi alma hace poco tiempo”. Consentimos en escucharle. Luego él narró este relato:
Cuando me convertí a Dios, y conocí al Señor Jesús Su Hijo como mi Salvador, pensé que iba a prosperar en mi negocito; pero estaba muy equivocado, porque mis ganancias iban disminuyéndose. Durante el primer año gané menos que antes, durante el segundo menos aun, durante el tercero menos que nunca, y últimamente por fin he ganado tan poco que estaba al punto de dejar el taller y buscar otro empleo en una fábrica, aunque había disfrutado tanto de la presencia del Señor conmigo en este pequeño sitio. Entonces, conociendo al Sr. M., un hombre bondadoso que ocupaba un buen puesto en una gran fábrica cerca de aquí, le pregunté si sería posible conseguir un trabajo, y él me prometió que me avisaría cuando se presentara un empleo.
Pero después tuve un ejercicio profundo acerca de mi propósito. ¿Estaba buscando mi propia voluntad o la del Señor Jesús? ¿Quiere Él que abandone mi vocación actual para buscar otra?, pues he disfrutado mucho de dulce comunión con Él mientras trabajaba yo solo en este rinconcito. Entonces parecía que el Señor me decía: “¿Qué quieres? ¿Trabajar en la fábrica, y asociarte con la multitud impía y con pingüe sueldo, o quedarte en este rincón y gozar de Mi presencia con pocas ganancias?”. Fue un momento solemne. Reflexioné sobre todo ello: cuán débil soy, cuán propenso a ser desviado, cuán fácilmente podría perder la compañía dulce de mi bendito Señor. Luego le dije: “Señor, déjame disfrutar de Tu amistad aunque sea con pocas ganancias; prefiero sufrir pérdida material, que dejar de gozar de Tu presencia conmigo”. Desde luego estaba perfectamente tranquilo, y avisé al Sr. M. que no se preocupara más por conseguirme un empleo. Ahora bien, es notable que desde aquel tiempo mi trabajo fue aumentándose.
“Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). El deseo de alcanzar prosperidad económica es un gran impedimento al bienestar del alma. El resultado es que el Señor no tiene Su debido lugar en el corazón; y a pesar de las excusas ofrecidas, realmente la cuestión es: “¿Estoy buscando ganancia terrenal, o el disfrute de la presencia del Señor? ¿Es la comunión personal con Él el anhelo supremo de mi corazón?”. Para el creyente está escrito: “Porque a vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él” (Filipenses 1:29).