Provocaba a Una Araña

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África
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En el África Central hay unas arañas muy grandes y peludas. Algunas son grandes como un platillo, y tienen dos colmillos, que parecen cuernos, para inyectar su veneno. ¡Muchos de los africanos dicen que su picadura es tan mala como la de una serpiente!
¿Les gustaría oír a un misionero contar una experiencia que tuvo con una de esas arañas?
“Cierto día, cuando fui a la cocina, ¡vi a una de estas arañas enormes! Entonces fui rápidamente a buscar mi lanza.
“A unos cinco pies de la araña empecé a jugar con ella. La toqué levemente con la punta de la lanza. Después de hacerlo varias veces, noté que la araña empezaba a pararse más alta. Tomé la lanza, volví a tocarla, y luego asenté la lanza a unas seis pulgadas de mi pierna.
“¡De pronto, la araña se paró sobre las dos patas traseras, y saltó en mi dirección! ¡Saltó cinco pies en el aire, y cayó en la lanza! ¡Aferrándose a ella, trató una y otra vez de inyectarle su veneno, hasta que pude ver el veneno chorreando hacia abajo al mango de la lanza!
“Cuando vi que tenía la pierna a sólo seis pulgadas de la lanza, ¡qué contento estaba de que el Señor le dio a esta araña buena puntería! ¡Estaba contento también, de que la araña sabía que era la lanza la que había provocado, y no mi pierna! Y luego, la pisotee y maté.
“¡Qué necio fui en jugar con algo tan peligroso! Ustedes, niños y niñas, posiblemente no harían semejante cosa. Pero, ¿están jugando con algo mucho más peligroso? ¿Están jugando con el pecado?
“¡El pecado es un juguete mortal! ¿Es en verdad tan peligroso decir una mentira, o contar un cuento indecente, o ser desobediente? ¡Sí, porque Dios dice que estas cosas son pecado, y “el alma que pecare, ésta morirá”!
“La única manera de librarnos de estas cosas peligrosas en nuestra vida es aceptar al Señor Jesús como nuestro Salvador. Cuando lo hacemos, su sangre nos limpia de todo pecado.
“Unos años atrás, llegó a nuestra parte del país un africano con una caja de serpientes. Las sacaba, jugaba con ellas y las volvía a guardar en la caja. Afirmaba que el dios pagano que adoraba no dejaba que estas serpientes le hicieran daño.
“Muchos de los aldeanos le tenían miedo, y le regalaban ropa y comida con la condición de que impidiera que las serpientes les hiciera daño a ellos. Se ganaba la vida de esta manera, ¡jugando con cosas peligrosas!
“Una semana después, se fue de nuestra aldea a otro lugar a unas veinte millas. Allí volvió a sacar sus serpientes y empezó a jugar con ellas. Luego, cuando las estaba levantando para ponerlas nuevamente en la caja, le picó una de las serpientes mortales. No había nada que la gente asustada pudiera hacer por él. ¡A la media hora el hombre había muerto después de sufrir horribles dolores!”
No jueguen con el pecado, queridos lectorcitos. El Señor Jesús los puede salvar del castigo del pecado y de su poder. Está esperando que acudan a Él y pidan perdón, porque:
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).