Ese niñito precioso que abrió las fuentes del afecto paternal en el corazón de los jóvenes padres, también les ha traído nuevas y grandes responsabilidades. Como la madre de Moisés fue comisionada por la hija de Faraón para que le criase a Moisés (véase Ex. 2:5-10), así los padres cristianos han de criar a sus hijos para el Señor. Esta es una ocupación que requiere mucho tiempo y dependencia del Señor.
En un mundo impío, que está empeorándose cada día más, la carga de criar bien a los niños es una cuestión seria. Soplarán muchos vientos contrarios. Solamente por medio de la sabiduría divina que se encuentra en las Sagradas Escrituras podrán los jóvenes padres dirigirse por el buen camino. Los santos de Dios en todas las edades han precisado de un camino marcado por Dios, pero es especialmente importante el criar una familia.
No conviene que los padres cristianos demoren en desempeñar sus responsabilidades paternas, perdiendo años valiosos para la formación moral de sus hijos. Hay que aprovechar todo el tiempo que sea disponible: “[aprovechando bien] el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:16). Una madre joven fue a consultar a un anciano siervo del Señor. Le preguntó a qué edad debieran ella y su esposo empezar a enseñar a su hijo. Él le contestó:
«¿Qué edad tiene el niño?»
Ella se la dio a saber. Entonces él le dijo:
«Ustedes han perdido todo ese tiempo.»
Es difícil aceptar que el inocente y tierno infante tenga dentro de sí la raíz de una naturaleza mala; pero nació con una naturaleza caída capaz de producir los tristes frutos del alejamiento de Dios. Las inclinaciones ya están allí, y a la medida que el niño se desarrolle, también se desarrollará la habilidad de manifestarlas. Hay que acordarnos de que hemos transmitido a nuestra prole el corazón impío y la voluntad perversa que heredamos de nuestros antepasados. “Como un agua se parece a otra, así el corazón del hombre al otro” (Pr. 27:19).
“Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). A nuestros hijos hemos pasado la misma carne que tenemos nosotros mismos—ni un ápice mejor, ni una partícula peor. No podemos darles una vida nueva. Ellos deben recibir ésa del mismo modo que nosotros la recibimos; deben nacer de nuevo. El Espíritu de Dios debe obrar en sus corazones, engendrando una vida nueva con nuevos deseos. Entonces, por ser todo ello cierto, ¿nos hemos de sentir incapaces? ¿Hemos de cruzar los brazos y decir que no podemos hacer nada hasta que el Espíritu de Dios haya obrado en ellos? ¡No! ¡No!
Sería bueno que los padres doblasen las rodillas juntos y dieran gracias a Dios por su primogénito, y entonces y allí hicieran una sincera súplica de que el niño pueda ser traído a un conocimiento salvador del Señor Jesucristo en su temprana edad. Esta debe ser una petición nacida en el corazón de todos los padres cristianos, una que debe ascender constantemente a nuestro Dios y Padre. Debemos hacerlo en fe, contando con Él; pues es una cuestión de suma importancia incluida en nuestras oraciones desde el día del nacimiento del niño. “¿Qué orden se tendrá con el niño, y qué ha de hacer?” (Jue. 13:12).
El mundo ofrece muchos libros sobre la educación del niño. Para el padre cristiano, estos no son dignos de confianza y pueden ser de carácter hasta peligroso. Sabemos que presentan ciertos aspectos de la sabiduría humana, pero la sabiduría de este mundo no se puede comparar con la sabiduría divina. Es mucho mejor con oración buscar la sabiduría de Dios quien “da a todos abundantemente, y no zahiere” (Stg. 1:5). Si nos falta la sabiduría (y ciertamente que sí), pidámosla a Dios. Él nunca dejará de ayudar al corazón que confía en Él. Es mucho mejor sentir nuestra completa dependencia de Dios que ir al mundo para consejo.
Debemos siempre recordar que la Palabra de Dios contiene la sabiduría que viene de arriba; de ahí proceden estas palabras dirigidas a los padres: “No provoquéis a ira a vuestros hijos; sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). La Biblia tiene también muchas lecciones objetivas. Vemos ejemplos de hombres y mujeres de fe quienes criaron a sus hijos en el temor de Dios. Leemos amonestaciones solemnes en las historias de aquellos que fracasaron en esta responsabilidad.
En su día Abraham tenía una casa bien ordenada. No solamente anduvo por fe él mismo, sino que disciplinó a sus hijos y a su casa “después de sí,” y por esto tuvo la aprobación especial del Señor: “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer ... ? Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Gn. 18:17-19). De esta manera obtuvo el título, el “amigo de Dios” (Stg. 2:23).
Amram y Jocabed fueron fieles en su día, y sus tres hijos, María, Aarón y Moisés, fueron grandemente devotos al Señor. En la época en que Moisés nació, el pueblo de Israel se hallaba en circunstancias muy difíciles. Eran esclavos maltratados en Egipto, y un mandato del Faraón condenó a muerte a los niños varones que habían de nacer. Pero los padres de Moisés obraron en fe delante de Dios y protegieron su precioso encargo hasta donde pudieron. Este es verdaderamente un buen ejemplo para los padres. No son muchos los años en que pueden proteger la “heredad de Jehová” (Sal. 127:3) de la influencia perniciosa de este mundo impío. Es muy importante, por lo tanto, aprovechar toda oportunidad para fortalecer a los hijos contra las malas influencias que los amenazan.
No podemos dar a nuestros hijos fe para que anden en el camino de la fe, como tampoco podemos darles una vida nueva, pero al criarlos en la disciplina y amonestación del Señor aprenderán lo que agrada al Señor. Moisés fue instruido tan cabalmente por sus padres en los caminos y en los propósitos de Dios hacia Israel que, cuando su madre tuvo que entregarlo a la bienhechora real para ser enseñado en las escuelas de Egipto, él pudo andar por fe de sí mismo, pues aun cuando Moisés “fue enseñado ... en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus dichos y hechos” (Hch. 7:22), sin embargo él unió su suerte con el despreciado pueblo de Dios: una gente esclavizada. “Dejó a Egipto,” porque por la fe él “miraba a la remuneración” (He. 11:26-27).
La exhortación de criar a los hijos en la disciplina y amonestación del Señor es dirigida a los padres; ellos son tenidos por responsables inmediatos. Sin embargo las madres tienen una grande influencia en las vidas de sus hijos, porque en la temprana edad las madres están más constantemente con ellos. Es imprescindible que el padre y la madre sean de una misma mente en el Señor en estas cuestiones. Nada sino sólo el mal puede suceder cuando el padre tira para un lado, mientras la madre tira para el otro. Jocabed parece haber sido prominente con especialidad en la educación de Moisés. Es también de notarse que en la historia de los reyes de Judá y de Israel a menudo leemos así: “El nombre de su madre fue ... ” Es como si el Espíritu de Dios nos llamase la atención a la parte que la madre desempeñó en la primera educación de los hijos.
Timoteo fue pronto instruido en los caminos del Señor. Desde la niñez había conocido las Sagradas Escrituras. Se menciona la piedad de su madre y de su abuela. Tal instrucción es como la leña colocada en el hogar. Sólo falta el fósforo (o cerillo) para encenderla; luego hay fuego. Y cuando la mente del niño está abastecida con la Palabra viva y eficaz de Dios, todo lo que se necesita para implantar vida nueva en su ser es la operación vivificadora del Espíritu de Dios. Entonces todas las riquezas de la Palabra de Dios acumuladas ya en su mente le sirven como “lámpara” a sus pies, y “lumbrera” a su camino (Sal. 119:105).
Padres cristianos, ¡cobren nuevo aliento! encomienden a sus pequeñitos al Señor con fe; protéjanlos de malas influencias; llenen sus mentes receptivas con la sabiduría de la Palabra de Dios; instrúyanlos acerca de la vanidad y del carácter pasajero de toda lo de aquí, y a la vez recuérdenles de las glorias celestiales que esperan a todos los que ponen su confianza en el Señor Jesús.
Repetimos nuestra amonestación con respecto a los muchos libros y revistas que están de venta en las librerías comerciales, los cuales ofrecen consejos para la crianza de los niños. En su mayoría estos libros y revistas no sólo enseñan cosas erróneas, sino también perjudiciales. Proceden de las enseñanzas incrédulas del día que dicen que un niño no tiene una naturaleza mala, sino que es inherentemente buena y sólo el ambiente es malo. Esta es una mentira descarada que tuvo su origen con el “padre de la mentira,” el diablo.
Según este “consejo de malos” (Sal. 1:1), un niño solamente precisa de un poco de instrucción, pero no de corrección ni de disciplina. El método moderno es dejar que el niño se desarrolle sin ser controlado, y llamar a toda su maldad por otro nombre diminutivo o disimulado. Él ha de seguir su propia inclinación natural sin restricción. Un nombre eufemístico se ha inventado para ello—“expresión propia”—pero, llámenla como quieran, es una de las causas principales de toda la delincuencia juvenil en el mundo. Por medio de la “expresión propia” Satanás está echando el cimiento para los días de desorden total que pronto vendrán.
Padres cristianos, no sean mal guiados por el así llamado método psicológico para la crianza de los niños. Es mucho mejor aprovechar la sabiduría que viene de lo alto. Se halla en ese inestimable tesoro, la Palabra de Dios; y si se les presentan problemas que no saben solucionar, tienen un recurso inagotable en donde se puede encontrar la sabiduría perfecta—en Dios mismo. “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios” (Stg. 1:5).
Estén seguros de esto, Dios sabe mejor cómo deben de criarse a los niños.
Su Palabra dice: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece: mas el que lo ama, madruga a castigarlo” (Pr. 13:24). ¿Desearíamos nosotros ser privados del castigo de nuestro Padre Dios? ¿Quisiéramos que se nos dejase a nuestra propia inclinación? No, pues nosotros mismos somos castigados a veces, y ¿por qué? “Porque el Señor al que ama castiga” (He. 12:6). Otro versículo dice: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se excite tu alma para destruirlo” (Pr. 19:18). El uso de la vara (ramo delgado, largo y limpio de hojas y liso) es una de las recomendaciones de la Biblia que se ha echado muy a menos. Hay creyentes que la usan con muy buenos resultados.
Pero la vara no debe de usarse con ira, ni con brutalidad, sino en el temor de Dios y verdadero amor para con el niño. La disciplina es una solemne responsabilidad que no se puede pasar por alto sin perjuicio del niño y aun con deshonra al Señor. Cualquier manera áspera e insensible en aplicar la disciplina puede desanimar a los niños, de modo que es preciso ejercerla con corazón vivamente deseoso de su bien.
Podemos aprender algunas lecciones importantes en disciplinar a los niños, al considerar cómo nuestro Padre de todo sabiduría y todo amor, nos disciplina a nosotros. Leemos que nuestros padres “nos castigaban como a ellos les parecía” (He. 12:10), pero a ellos les podría haber faltado sabiduría; pero no es así con nuestro Padre Dios quien nos castiga “para lo que nos es provechoso, para que recibamos su santificación.” Así que la disciplina debe de hacerse para el bien del niño, con sabiduría y con oración, y con el fin de glorificar a Dios. La irreflexión y la dureza en la disciplina debe evitarse cuidadosamente. El niño debe sentir que a los padres no les gusta castigarlo y que si lo hace es hecho con amor y a fin de criarlo bien.
Se cuenta que un padre sabio que daba un paseo con su hijo, observó un viejo árbol torcido. Se detuvo, llamó la atención de su hijo al árbol mal formado y sugirió a su pequeño hijo que entre los dos procurasen enderezar ese árbol. El hijo ya tenía suficiente edad para saber que no podía hacerse y dijo a su padre que era muy tarde ya para hacerlo. Eso le dio al padre una admirable oportunidad para explicar que era necesario corregir a los hijos cuando eran pequeños, y que esa era la razón por la cual él mismo a menudo le corregía, porque él no quería que él creciera como ese árbol torcido.
Es cierto que los hijos deben obedecer a sus padres sin hacerles preguntas, pero no es sabio que los padres ejerzan su autoridad arbitrariamente sin razón o explicación. El niño se da cuenta prestamente si la disciplina fue hecha con peso y consideración, o tal vez fue injusta.
Un padre puede tener ocasión de prohibir al niño que haga algo o que vaya a alguna parte; pero ¿no es mucho más efectivo incorporar el temor de Dios en la amonestación? ¿No sería mejor darle una cita apropiada de las Escrituras como la base de su amonestación?
Pablo, escribiendo a los tesalonicenses, dijo: “Así como sabéis de qué modo exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, como el padre a sus hijos” (1 Ts. 2:11). Pablo mostró un corazón paterno a los santos, y su declaración muestra la actitud que un padre debe exhibir al instruir a sus hijos. La manera paterna de Pablo con aquellos creyentes era exhortarles o animarles, aplicando la Palabra de Dios a su conducta; él también los consolaba, y ¿cómo podía hacerlo aparte de hablar del “Dios de toda consolación”? Como un apóstol él podía encargarles y testificar cuáles debían de ser sus caminos para la gloria de Dios. Lean Uds. su exhortación: “Resta, pues, hermanos, que os roguemos y exhortemos en el Señor Jesús, que de la manera que fuisteis enseñados de nosotros de cómo os conviene andar, y agradar a Dios, así vayáis creciendo” (1 Ts. 4:1).
Si los padres leyeran las epístolas de Pablo, aprenderían cómo él, cual padre, amonestaba e instruía a los santos. Quiera Dios conceder a los padres jóvenes más de su espíritu en la disciplina de sus hijos.
Pablo también desempeñaba el deber de una madre cariñosa hacia aquellos santos: “Fuimos blandos entre vosotros como la que cría, que regala a sus hijos” (1 Ts. 2:7). ¿Quién puede tener la ternura de una madre, sino una madre? Sin embargo Pablo en su medida tenía tal afecto para con aquellos queridos cristianos.
¿No hay padres que habiendo criado hijos reconozcan que han fracasado en el desempeño de su responsabilidad paterna? ¿Y no confesarán todos que su fracaso ha sido en gran parte debido a la falta de atención a esos principios divinos expuestos en las Sagradas Escrituras? Por lo tanto, es importante que los padres jóvenes escudriñen la Palabra de Dios para recibir la sabiduría que viene de arriba, para que puedan resguardar a sus queridos hijos de las temibles influencias que hay en el mundo. La corriente del mundo se está corrompiendo más y más; se ven por todas partes los rasgos característicos del mundo antediluviano y de Sodoma, tal como el Señor mismo predijo que sucedería (véase Lc. 17:26-30).
Quiera Dios conmover los corazones de su pueblo a darse cuenta de la gravedad de los tiempos en que vivimos y de los peligros que acechan a nuestros hijos.