C. Stanley
Pablo deseaba mucho ver a los santos en Roma, pero hasta entonces había sido impedido. Aquí vemos una prueba de la sabiduría y de la presciencia de Dios. Si Pablo o Pedro hubieran fundado la asamblea en Roma, ¡Qué poderoso argumento hubiera sido esto para la pretendida sucesión apostólica! No hay evidencia alguna acerca de a quién usó el Espíritu Santo en la formación de esa importante asamblea, ninguna evidencia de que algún apóstol hubiese estado allí en este tiempo, aunque la fe de esta asamblea, o más bien de todos los llamados santos, era bien conocida y se hablaba así de ella. También es sorprendente que no se les dirige como la iglesia en Roma, como en otras epístolas.
Pablo deseaba tener un compañerismo mutuo con ellos, y de llevar algún fruto entre ellos, ya fuese en la conversión de las almas, o en la impartición de algún don espiritual hacia aquellos que ya habían sido traídos a Cristo. Teniendo un tesoro tan grande encomendado a él como el evangelio, se sentía a sí mismo como un deudor de impartirlo a todos, tanto judíos como gentiles. Podía decir: “Así que, cuanto a mí, presto estoy a anunciar el evangelio también a vosotros que estáis en Roma”. ¡Qué presteza tan completa, sin embargo la dependencia más real de Dios solamente! Si hubiera sido él el siervo de los hombres, hubiese necesitado un llamamiento de ellos para predicar en Roma, o tener un nombramiento humano de alguna clase: pero no hay tal pensamiento en él. ¿Por qué no debiera de ser así ahora? Si tuviéramos más energía divina, así sería. Pablo podía decir: “Estoy listo”. Sí, sí, el mundo tras sus espaldas: “Estoy presto tan pronto como mi Dios me abra el camino”. Oh, ¿dónde están los sucesores de Pablo? Quiera Dios despertarnos al considerar el camino de este devoto siervo de Dios.
Ahora empezamos a acercarnos a la pregunta de lo que es el evangelio. “Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud, a todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al Griego”. La razón por la cual no se avergüenza del evangelio se declara claramente. La ley ordenaba, pero no tenía ningún poder para librar del pecado; no, fue dada para que no el pecado, sino la ofensa abundase. Pero, en contraste directo, el evangelio es el poder (no del hombre, sino) de Dios para salvación. Hay un vasto significado en esto. Procuraremos hacer esto claro a nuestros lectores por medio de unas cuantas ilustraciones.
Tal vez habrán leído y oído decir mucho que menoscaba esta verdad; porque hay mucha predicación que dice que el pecador debe dejar sus pecados y abandonarlos antes de que pueda venir a Dios y obtener el perdón de los pecados y la salvación. Esto se ve muy razonable y plausible, pero vean esta ilustración. Vamos a ponernos un poco más arriba de las cataratas del Niágara. Cuán calmadamente fluye el río! Se ve tan liso como un vidrio y mientras más cerca de las cataratas, más llanamente fluye. Se ve un barco deslizarse hacia abajo en medio de la corriente. Hay dos hombres en él. Escuchan el rugir de las temibles cataratas que aumenta cada momento. Uno se da cuenta de su peligro: dentro de unos cuantos minutos el barco se volteará. El otro parece estar atontado. Ambos están indefensos, ambos van en el mismo barco apresurándose tan llanamente a completa destrucción. Ahora llámenles; hagan la prueba con el evangelio del hombre. ¡Díganles que abandonen ese barco; que dejen ese poderoso río; que vengan hacia la ribera o la costa antes de que perezcan, y que Uds. les ayudarán! Hombre, Ud. les dice que hagan lo imposible. ¿No es solamente burlarse de ellos? ¿No es cruel burlarse así de ellos? Uno, dos minutos y pronto todo pasará. Lo que se necesita es poder para salvarles.
¿No está el pecador en la corriente del tiempo apresurándose a una destrucción mucho peor? Sí, dice él, El poder del pecado me está llevando. Despierta a darse cuenta de su peligro, la muerte y el juicio a la mano. Escucha el rugir: pero ¿puede él salvarse a sí mismo? ¿Puede salir del río? Si puede, entonces no necesita un salvador. Serían buenas nuevas para ese hombre que se desliza por la corriente fatal, llamarle y asegurarle que hay Uno listo y poderoso para salvarle hasta lo último. Sí, y de esa manera Dios habla al pecador que está pereciendo indefenso y culpable, como veremos más allá: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”.
Otra ilustración. Ud. escucha el clamor repentino de ¡fuego! fuego! No ha proseguido más de unos cuantos metros cuando ve una casa en llamas. Las llamas salen por todas las ventanas en el piso de abajo. Se sabe que hay algunas personas en el cuarto piso, y están dormidas o en un sopor por el humo. Si tienen poder para escapar, no hay necesidad del escape de incendios. La escalera se ha colocado en contra de la ventana de arriba. Ahora observemos a ese intrépido y capaz bombero. ¿Qué hace él? ¿Les dice meramente a los que viven allí que salgan primero de la casa que está ardiendo y que después les salvará? ¡No! El sube por la escalera, se mete por la ventana y entra a la escena del peligro. Los saca: están salvos.
Es lo mismo en una tempestad en el mar. El barco indefenso se está deslizando rápidamente a completa destrucción, con su indefensa tripulación. ¿De qué serviría el salvavidas, si el capitán permanecía en la costa, diciendo a los hombres que estaban pereciendo que primero debía salir de esa ruina y venir a la costa, y entonces el salvavidas les salvaría? Así es el evangelio del hombre. El hombre ha de salvarse a sí mismo; y entonces Cristo le salvará. Y extraño como parece, a los hombres les gusta aceptar una necedad como ésta. Ahora el evangelio de Dios es lo contrario de esto: Él envió a su Hijo amado a buscar y a salvar lo que se había perdido. Sí perdido, así como los del barco, tan cerca de las rugientes cataratas del río. Perdidos, como los que moraban en la casa que se estaba incendiando. Perdidos, como aquellos marineros que se deslizaban en los escombros. Sí, si los hombres solamente supieran y reconocieran su condición indefensa y perdida, entonces reconocerían que ese evangelio que les insta a salvarse a sí mismos y que entonces Dios les salvará, es una tontería.
Una ilustración más. Se ha juzgado a un hombre y se encuentra ser culpable. Está bajo juicio, encerrado de una manera segura en la celda de condenación. ¿Le diría Ud. que saliera de esa celda; que dejara sus pecados y sus cadenas, y la prisión y la sentencia que ya ha sido pasada sobre él; y luego, pero no hasta entonces, sería perdonado? ¿No sería una burla cruel para un hombre en su condición? Esta es la condición verdadera del pecador, y por lo tanto, “No me avergüenzo del evangelio, porque es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree”.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios).