Romanos 1:17-32

Romans 1:17‑32
C. Stanley
(continuado del número anterior)
La pregunta para el que descubre que se está deslizando indefensamente hacia las cataratas, o las rocas, o que es un pecador culpable bajo pena de juicio, sin fuerza, al tal la pregunta es ésta: ¿Cómo puedo ser salvo? ¿Cómo puedo yo, un pecador bajo condenación, ser justificado?
Esta es entonces la pregunta exacta tomada y explicada en esta primera sección de la Epístola. Sí; la razón exacta por qué Pablo no se avergonzaba del evangelio. “PORQUE EN ÉL la justicia de Dios se descubre de fe (o sobre el principio de fe) en fe: como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe”. No es por la justicia del hombre, porque él no tiene ninguna. ¿Cómo puede él tenerla si es culpable, bajo juicio? Y si la tuviese, sería la justicia del hombre, no de Dios.
Encontraremos que la justicia de Dios está en contraste directo a la justicia del hombre. Ni tampoco puede ser por ley, porque Dios no puede estar bajo la ley. Él fue el dador de la ley. Si hubiera dicho “la justicia de Cristo”, esa hubiera sido otra verdad. Pero es la justicia de Dios revelada en el evangelio, sobre el principio de fe, en fe. Fue anunciada repetidamente en el Antiguo Testamento, pero ahora es explicada, o revelada. “Y no hay más Dios que Yo; Dios justo y Salvador: ningún otro fuera de Mí. Mirad a Mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. “Y diráse de Mí: ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza” (Isaías 45:21-24). “En Tu nombre se alegrarán todo el día; y en Tu justicia serán ensalzados” (Salmo 89:16).
Nótese que la justicia de Dios es la primera cuestión y la mayor de nuestra epístola. Es el primer tema, y luego el amor de Dios. La cuestión de la justicia viene inmediatamente. “Porque manifiesta es la ira de Dios desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen la verdad con injusticia”. Esa ira todavía no se ha ejecutado, pero no puede haber ninguna duda de la ira de Dios en contra de toda la impiedad de los hombres, en contra del pecado. Se vio en el diluvio; en la destrucción de Sodoma; y en el Santo hecho pecado por nosotros. También es revelado de que Él viene en juicio, tomando venganza. Los impíos ciertamente serán lanzados al lago de fuego. ¿Y soy yo un pecador culpable? Entonces ¿de qué me serviría el amor de Dios solamente en el día de la justa ira en contra de toda impiedad? Entonces debe ser evidente de que la primera gran pregunta es la justicia de Dios en justificar al que cree. ¿Cómo puede Dios ser justo en contar a un pecador como yo como justo delante de Él? ¡Qué pregunta!
Esta pregunta, la justicia de Dios, es tratada de nuevo en el capítulo 3:21. ¿Cuál es entonces el objeto del Espíritu en esta gran porción de la Escritura, del capítulo 1:17 a 3:21? ¿No es principalmente hacer a un lado toda pretensión de la justicia en el hombre, ya sea sin la ley, o bajo la ley? Esto debe hacerse, porque el hombre no se apegará a ninguna otra cosa como a los esfuerzos de establecer su propia justicia. Por lo tanto todo reclamo del hombre es examinado. El poder eterno de Dios fue manifiesto en la creación, y de nuevo en el diluvio. Dios ciertamente era conocido a Noé y a sus descendientes. “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias”. En una palabra, se hundieron en la idolatría. Apostataron de Dios hasta que Dios los dejó. Esto se repite tres veces. “Por lo cual también Dios los entregó a inmundicia”, (versículo 24); “por esto Dios los entregó a afectos vergonzosos” (versículo 26); “y como a ellos no les pareció tener a Dios en su noticia, Dios los entregó a una mente depravada”, (versículo 28). Léase el terrible catálogo de impiedad en la cual se sumergió el mundo gentil entero. ¿Dónde pues estaba entonces la justicia del hombre? Entregarlos es el acto de Dios en el juicio judicial. Él de esta manera entregó a los gentiles y vemos lo que llegó a ser el hombre. También sabemos que cuando los judíos hubieron rechazado completamente al Espíritu Santo, Dios los dejó, por el tiempo presente, como pueblo. También así será el fin de todos los que profesan ser cristianos: “Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por tanto, pues, les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira; para que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:10-12). El hecho, entonces, de que Dios entregase a los gentiles a las temibles concupiscencias de su corazón prueba su completa apostasía de Dios. Y toda la historia profana corrobora esta descripción inspirada de la impiedad humana.
Podía preguntarse, ¿pero no había gobernantes, reyes y magistrados que hacían leyes en contra de la impiedad y castigaban el crimen? “Que habiendo entendido el juicio de Dios que los que hacen tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, mas aun consienten a los que las hacen”. De manera es que entonces, como ahora, la mayor impiedad está en los gobernantes o jefes. Para prueba tenemos nada más que leer a cualquiera de los historiadores antiguos. Si se le deja al hombre a sí mismo, mientras más poder tiene, mayor es su impiedad. Es espantoso contemplar la crueldad y la temible impiedad del paganismo. Tal era el mundo al cual Dios en Su misericordia envió a Su Hijo. En el mundo gentil no se encontraba la justicia. Multitudes se apresuraban juntamente a los anfiteatros a festejar sus ojos en la crueldad impía.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)