Rumbo Adonde?
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Dormido en el bote
Hace años un joven trabajaba como guía en las cataratas del Niágara. Un día, estando libre de su ocupación, amarró su bote lejos en lo alto de la catarata y se acostó para descansar pensando que había amarrado el bote muy bien. Se quedó dormido, pero con el constante vaivén se soltó con su ocupante inconsciente y principió a deslizarse en la corriente. En la orilla, los espectadores, viendo el grave peligro, dieron voces para despertar al durmiente a fin de que se salvara antes de que la corriente fuera más fuerte, pero sin resultado. El bote se paró por un momento en la saliente de una roca en la mitad de la corriente. Al notar esto, los que miraban redoblaban sus esfuerzos para despertar al dormido, gritándole con todas sus fuerzas: “¡Súbete a la roca! ¡Súbete a la roca!” Pero seguía durmiendo inconsciente del extremo peligro. Con el movimiento de las aguas, el bote pasó la roca hacia las cataratas. El hombre despertó al ruido estrepitoso de la gran catarata cuando ésta arrojaba su caudal. ¡Qué aterrador! ¡Dormido en el bote! ¡Lenta e inconscientemente deslizándose hacia las fauces de la muerte! Solo al pensarlo, tiembla uno.
Sin embargo, ¡qué bien ilustra la indiferencia de nuestros días! Muchos, indiferentes a su curso fatal, dormidos en sus pecados, quizá ensimismados con los placeres terrenales, saturados de falsa confianza por depender de una vida sin tacha o profesión religiosa, van hacia una meta fatal.
“Cuya inteligencia cegó el dios de este mundo (Satanás), para que no brille en ellos la luz del evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.” 2 Corintios 4:4 N.C.
“Despierta, tú que duermes.” Efesios 5:14 N.C. “Cree en el Señor Jesús y serás salvo.” Hechos 16:31 N.C.
El hijo pródigo
“Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.”
“Y añadió: Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda, y pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana, y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente. Después de haberlo gastado todo sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad. Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra que le mandó a apacentar puercos. Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado. Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún estaba lejos, vióle el padre, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo
tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Ye se pusieron a celebrar la fiesta.” San Lucas 15:11-24. N.C.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dió Su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a Su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.” Juan 3:16, 17. N.C.
¿Hasta pronto o adiós?
El Dr. Langdale, de Nueva York, nos cuenta de un hombre de negocios, un cristiano devoto, el cual fue atropellado por un automóvil y llevado al hospital. Fue informado que sólo tenía dos horas de vida. Desde luego su fe se apoyaba enteramente en la bondad de Dios. Llamó a su familia y se dirigió así, uno por uno.
“HASTA PRONTO, QUERIDA ESPOSA. Hemos andado juntos en la prosperidad y en la desgracia. Has sido mi inspiración en todo lo que he hecho. He visto el Espíritu de Dios brillar en tu rostro muchas veces. Te amo mucho más que cuando nos casamos. Hasta pronto, querida.”
“HASTA PRONTO, MARIA. Tu eres nuestra primogénita. Me has llenado siempre de gozo. ¡Cuán cristiana eres, María; no olvidarás nunca lo mucho que tu padre te ha amado! ¡Nos veremos! Hasta pronto.”
“HASTA PRONTO, GUILLERMO,” dijo volviéndose a su hijo mayor, “Tu venida a nuestro hogar ha sido una verdadera bendición, Amas al Dios de tu padre. Irás creciendo en toda gracia y virtud cristiana. Tienes el amor y bendición de tu padre. Nos volveremos a ver, Guillermo. Hasta pronto.”
Seguía Carlitos quien había caído en malas compañías y había causado amargos sufrimientos a sus padres. El moribundo lo pasó por alto y se dirigió a su hija más joven.
“HASTA PRONTO, GRACIA, has sido por mucho tiempo una canción de alegría, un rayo de luz. Cuando hace poco, rendiste tu vida a Cristo, la copa de felicidad de tu padre estaba rebosando. Hasta pronto, hijita.”
“ADIOS CARLITOS,” dijo llamando a su lado, “Carlitos, ¡qué buen muchacho eras y cuánto prometías! Tus padres creíamos que llegarías a ser un hombre muy noble. Te dimos las mismas oportunidades que hemos dado a los demás. Si hubo alguna preferencia tienes que admitir que fue en tu favor. Nos has entristecido. Has seguido el camino ancho de perdición. Has despreciado los avisos de la Palabra de Dios y no has hecho caso al llamamiento del Señor. Pero siempre te he amado y te amo todavía, Carlitos. Sólo Dios sabe cuánto te amo. Adiós, Carlitos, Adiós.”
Carlitos apretó la mano de su padre y sollozando gritó, “Padre, ¿por qué les dijiste a los demás ‘hasta pronto’ y a mí ‘adiós’?”
“Por la sencilla razón de que los demás y yo nos veremos en el cielo, y por las promesas de la Palabra de Dios nos volveremos a reunir. Yo sé también que no tengo esperanzas dé verte allá. Adiós, Carlitos.”
Carlitos cayó de rodillas al lado de la cama de su padre y clamó a Dios, con ansiedad en su alma, que perdonara sus pecados.
“¿De veras eres sincero en tu petición, Carlitos?”
“Dios sabe que sí,” dijo el joven con corazón quebrantado. “Entonces el Señor te oirá y salvará, Carlitos. Así será hasta pronto y no adiós. Hasta pronto, hijo mío.” Luego él partió.
Carlitos es ahora un predicador del evangelio, pues su conversión fue genuina.
Esta historia de la brillante partida de este querido hombre me fue enviada por un amigo, y al presentar este caso, oramos sinceramente para que alcance a muchos “Carlitos” que ahora van por el ancho camino de condenación.
“Este es el tiempo propicio, éste el día de la salud.” 2 Corintios 6:2. N.C.
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha Mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo.” Apocalipsis 3:20. N.C.
“¿Cómo escaparemos si tuviéremos en poco una salud tan grande?” Hebreos 2:3.
La ley y la gracia contrastadas
“Porque la ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo.” Juan 1:17 N.C.
“Porque el fin de la ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree.” Romanos 10:4 N. C .
“Y de todo cuanto por la ley de Moisés no podíais ser justificados, todo el que en Él creyere será justificado.” Hechos 13:38, 39. N.C.
Los dos principios son distintos y en agudo contraste entre sí; no pueden ser mezclados ni añadidos el uno al otro.
La ley hace que todo dependa en lo que yo soy para con Dios. La gracia hace que todo dependa en lo que Dios es para conmigo.
La ley demanda; la gracia ofrece.
La ley condena; la gracia justifica.
La ley maldice; la gracia bendice.
La ley mantiene en esclavitud; la gracia liberta al creyente.
“No estamos bajo la ley, sino bajo la gracia.” Romanos 6:15 N.C.
La ley dice: “Esto harás.” La gracia dice: “Ya está hecho.”
La ley requiere del hombre justicia. La gracia pone la justicia de Dios sobre el hombre.
Así como Dios hizo túnicas de pieles para cubrir a Adam y Eva, la muerte expiatoria del Cordero de Dios cubre al creyente. Es “el mejor vestido.” Lucas 15:22. Es “la justicia de Dios . . . para todos los que creen.” Romanos 3:22 N.C.
Nuestro Substituto, sin pecado, fue hecho pecado “para que en Él fuéramos justicia de Dios,” 2ª Corintios 5:21, N.C. y “aceptos en el amado.” Efesios 1:6. N.C. “No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús.” Romanos 8:1. N.C. “El que es de Cristo se ha hecho criatura nueva.” 2ª Corintios 5:17. N.C.
Si después de que Dios les hubo hecho a Adán y su mujer aquellas hermosas y duraderas túnicas de pieles, ellos hubieran vuelto a coserse delantales de hojas de higueras, ¿que sería esto? ¿qué hubiera pensado Dios? Sin embargo, eso es exactamente lo que muchos que se llaman cristianos hacen. Lo hicieron en los días de la iglesia primitiva también; escucha:
“¡Oh, insensatos gálatas¡ ¿Quién os fascinó? ¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado en el Espíritu, ¿ahora acabáis en carne? . . . Cristo nos redimió de la maldición de la ley haciéndose por nosotros maldición . . . Cristo nos ha hecho libres; manteneos, pues, firmes y no os dejéis sujetar al yugo de servidumbre . . . Os desligáis de Cristo los que buscáis la justicia en la ley; habéis perdido la gracia.” Gálatas 3:1-3, 13; 5:1-4 N.C.
Falsos hermanos, maestros legalistas, los habían molestado pervirtiendo el evangelio de la gracia de Cristo. Enseñaban que “debéis guardar la ley.” Hechos 15:1-11, 24; Gálatas 1:6, 7; 2:4, 16; 5:10-12. Guardar la ley ya no era necesario.
Adán y Eva fueron más sabios. No hicieron méritos ni tuvieron que trabajar por las túnicas de pieles, ni agregar nada al don de Dios. Habían trabajado en vano para cubrir su pecado. Ahora todo lo que podían hacer era agradecer a Dios por Su gracia para con ellos.
Después de que Dios los hubo vestido, podían manifestar lo que Dios había hecho para con ellos.
Las obras nunca son el medio de la salvación. Pero después de que uno es salvo por fe en la obra de Cristo, la vida nueva se mostrará con buenas obras como evidencia. “Yo por mis obras te mostraré la fe.” Santiago 2:18. N.C. Verdaderamente los que han creído en Dios “aprendan a ejercitarse en buenas obras.” Tito 3:14 N.C. “Que hechura Suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras.” Efesios 2:10. N.C.
La perla incomparable
La zambullida fue seguida por el ir y venir de pequeñas ondas y por fin el agua se aquietó de nuevo. Un misionero agachado en aquel muelle indio tenía los ojos fijos en un lugar donde subían las burbujas a la superficie, desde la profundidad del agua. Después de unos momentos una cabeza negra apareció y un par de ojos brillantes miraron hacia arriba. Entonces el anciano zambullidor hindú se encaramó al muelle sonriendo y sacudiendo el agua de su cuerpo untado con aceite.
“¡No he visto zambullida mejor, Rambhau!” exclamó David Morse, el misionero.
“Mire Ud. esto, Sahib,” dijo Rambhau, sacando una ostra grande de entre los dientes. “Creo que será buena.” Morse la tomó, y mientras él la abría con su navajita, Rambhau sacó más ostras de su cinturón.
“¡Mire, Ud., Rambhau!” exclamó Morse. “¡Es un tesoro!”
“Si, es buena,” dijo el zambullidor encogiéndose de hombros.
“¡Buena! ¿Vio Ud. otra mejor? Es perfecta, ¿no?” Morse estuvo mirando y volviendo a mirar la perla una vez tras otra.
“Oh, sí, hay mejores perlas, mucho mejores. Vea esta, las imperfecciones, la manchita negra, esta abolladura, aun su forma es un poquito ovalada, pero por lo general es bastante buena.
Así es como Ud. dice de su Dios. Las personas según su parecer se creen perfectas, mas Dios las ve como son de verdad.”
“Ud. tiene razón, Rambhau. Y Dios ofrece perfecta justificación a todos los que solamente creen y aceptan Su oferta de la salvación gratuita.”
“Pero, Sahib, como le he dicho tantas veces, es demasiado fácil. Yo no puedo aceptar eso. Quizás yo tenga demasiado orgullo. Yo tengo que trabajar para ganar mi lugar en el cielo.”
“¡Oh, Rambhau! ¿No ve Ud. que por este camino nunca logrará el cielo? Hay un solo camino para alcanzarlo. Y vea, Rambhau, Ud. va envejeciendo. Quizá sea este su último año de coger perlas. Si Ud. en verdad quiere ver las puertas de perla del cielo tiene que aceptar la nueva vida que Dios le ofrece por medio de Su Hijo.”
“¡Mi último año de buscar perlas! Sí, Ud. lo ha dicho bien. Hoy fue mi último día de zambullirme. Este es el último mes del año y tengo algunos preparativos que hacer.”
“Ud. debiera prepararse para la vida venidera.”
“Eso, justamente, es lo que pienso hacer. ¿Ve Ud. aquel hombre allá? Es un peregrino; quizá vaya a Bombay o Calcuta; anda descalzo y camina sobre las piedras mas agudas, y vea Ud., de vez en cuando se arrodilla y besa el camino. Esto es bueno.
El día de Año Nuevo yo también voy a emprender mi peregrinación. Toda mi vida he tenido esta intención. Voy a asegurarme el cielo esta vez. Iré a Delhi andando de rodillas.”
“¡Hombre! ¡Está Ud. loco! Delhi dista 1500 kilómetros de aquí. La piel de las rodillas se le destrozará y se le va a producir gangrena o lepra antes de llegar a Bombay.”
“No, tengo que llegar hasta Delhi. Entonces los inmortales me recompensarán. El sufrimiento será dulce porque con ellos he de ganar el cielo.”
“¡Rambhau, amigo! Ud. no puede hacer esto. ¿Cómo puedo yo permitir tal cosa cuando Jesucristo ha muerto para darle el cielo? —No se le podía cambiar el pensamiento.”
“Ud. es mi mejor amigo en el mundo, Sahib Morse. Por todos estos años me ha sido fiel. En la enfermedad y pobreza Ud. ha sido algunas veces mi único amigo, pero aun Ud. no puede hacerme desistir de este gran deseo de comprar la felicidad eterna. Tengo que ir a Delhi.” Todo fue inútil. El viejo buscador de perlas no podía entender, no podía aceptar la salvación gratuita de Cristo.
Una tarde Rambhau llamó a la puerta de Morse y le dijo, “Quiero que Ud. venga conmigo a mi casa, Sahib, por un ratito. Tengo algo que enseñarle.” El corazón del misionero latió con violencia. Quizá Dios estaba por fin contestando a sus oraciones.
“Por supuesto que iré,” dijo.
“Salgo para Delhi de aquí a ocho días,” dijo Rambhau cuando se acercaron a su casa. El corazón del misionero se atribuló.
Ya dentro, Morse se sentó y Rambhau salió de la habitación para volver pronto con una pequeña cajita fuerte y pesada. “Hace años que tengo esta cajita,” dijo. “No guardo mas que una sola cosa en ella. Ahora voy a hablarle de eso, Sahib Morse, debo decirle que en un tiempo pasado tuve un hijo.”
“¡Un hijo! Rambhau, Ud. nunca me lo había dicho.”
“No, Sahib, no podía.” Al hablar, los ojos del hindú se humedecieron. “Ahora tengo que decírselo porque pronto me iré y, ¿quién sabe si volveré? Mi hijo también era buscador de perlas. Fue el mejor zambullidor en las costas de la India. Podía zambullirse lo mas rápido posible, tenía la vista mas penetrante, el brazo más fuerte y podía aguantar la respiración por más tiempo que ningún otro buscador de perlas. ¡Qué satisfacción me daba! El siempre soñaba con encontrar la mejor perla que jamás hubiese hallado. Un día la encontró, mas cuando pudo cogerla, había estado ya demasiado tiempo debajo del agua. Perdió la vida poco tiempo después” el anciano bajó la cabeza y por un momento todo su cuerpo tembló.
“¡Todos estos años he guardado la perla!” siguió, “pero ahora me voy para no volver, y a Ud., mi mejor amigo, le doy mi perla.”
El anciano buscó la combinación de la cajita fuerte y sacó un paquete bien envuelto. Separando suavemente el algodón, cogió una perla enorme y la puso en la mano del misionero. Fue una de las perlas más grandes que jamás se habían encontrado en las costas de la India y resplandecía con un lustre y una brillantez que nunca se ve en las perlas cultivadas. Hubiera alcanzado una suma fabulosa en cualquier mercado.
Por un momento el misionero quedó sin hablar y miró con asombro. “Rambhau,” dijo, “esta perla es admirable, es asombrosa. Déjeme comprarla. Le doy mil rupias por ella.”
“Sahib,” dijo Rambhau, irguiendo su cuerpo, “esta perla no tiene precio. No hay hombre en el mundo entero que tenga dinero suficiente para pagar el valor de esta perla para mí. En el mercado con un millón de rupias no me la podrían comprar. No la vendo. Solo la puede Ud. tener como un regalo.”
“No, Rambhau, no la puedo aceptar. Por mucho que quiera tener la perla, no la puedo aceptar de esa manera. Quizá tenga orgullo, pero así, es demasiado fácil. Tengo que pagarle o trabajar por ella.”
El anciano quedó aturdido. “Ud. no comprende, Sahib. ¿No ve Ud.? Mi único hijo dió su vida para alcanzar esta perla, y no la vendería por ningún precio. Su valor es la vida de mi hijo. No puedo venderla pero sí la puedo regalar a Ud. Tómela como prueba de amor que le profeso.”
El misionero fue conmovido y por un momento quedó sin hablar. Entonces cogió la mano del anciano. “Rambhau” dijo en voz baja, “¿no ve Ud.? Esto justamente es lo que a Ud. le dice el Dios de amor.”
El zambullidor miró mucho y seriamente al misionero y muy lentamente empezó a entender.
“Dios le ofrece a Ud. la vida eterna como un don gratuito. Es de tan grande precio que ningún hombre en el mundo entero la podría comprar. Ningún hombre es bastante bueno para merecerla. Le costó la vida, la sangre de Su Hijo único para dar la entrada al cielo a Ud. Ni en cien peregrinaciones podría Ud. ganar aquella entrada. Todo lo que Ud. puede hacer es aceptarla como prueba del amor de Dios hacia Ud., pecador. Rambhau, por supuesto aceptaré la perla con humildad profunda, pidiendo a Dios que me haga digno del amor de Ud., Rambhau, pero ¿no aceptará Ud. el gran Don del cielo también con humildad profunda, sabiendo que le costó a Dios la muerte de Su Hijo para ofrecérselo a Ud.?”
“El don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo.” Romanos 6:23 N.C.
Grandes lágrimas corrieron por las mejillas del anciano. El gran velo se le iba levantando.
Por fin había comprendido. “Sahib, ahora lo veo. Creo que Jesús se entregó a Sí mismo por mí. Yo le acepto a Él de todo corazón.”
“Gracias sean dadas a Dios por Su inefable Don.” 2ª Corintios 9:15 N.C. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio Su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.” Juan 3:16 N.C.
La puerta marcada con sangre
Durante una cruel y sangrienta guerra, un comandante prometió en presencia de sus tropas que mataría a la población entera de cierto pueblo enemigo, aun a la gente indefensa.
Sucedió que un fugitivo vio que los soldados entraban a una casa, matando con espada a los que estaban dentro. Al salir, uno de ellos, mojando un trapo en el charco de sangre, marcó la puerta, como señal a cualquiera que entrara, de lo que había pasado allí.
El pobre fugitivo corrió aprisa hacia una casa grande en el centro del pueblo, donde se escondían varios de sus amigos y casi sin respiración les contó lo que había visto. En seguida tuvieron una idea. Había un cabrito en el corral. Inmediatamente lo mataron y mancharon de sangre la puerta donde estaban. Apenas habían terminado y cerrado la puerta cuando un grupo de soldados apareció a lo largo de la calle. ¡Pero no entraron en la casa de la puerta ensangrentada! La espada—pensaron—ya había hecho allí su obra. Así, mientras todos morían a su alrededor, los que estaban adentro de la puerta marcada con sangre se salvaron.
Esto nos hace recordar las palabras del Señor: “Yo veré la sangre, y pasaré de largo” Éxodo 12:13 N.C. “Porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada.” 1ª Corintios 5:7 N. C .
Dios dice en Su Palabra que “sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado.” Entonces para que seamos salvos, Cristo vertió Su sangre para satisfacer la justa demanda de Dios. Su sangre nos da un lugar de refugio de la espada del juicio divino, a todo aquel que, por fe, se abriga en ella. Cristo dijo, “El que por mi entrare será salvo.” Los que están afuera de Él, perecerán en el día de juicio. No somos rescatados con cosas corruptibles como oro, plata, ídolos, personas mediadoras u obras, “sino con la sangre preciosa de Cristo.” 1ª Pedro 1:18, 19.
La religión no salva, quien salva es Jesús
Dios en Su infinito y eterno amor al mundo ha dado a Su único Hijo Jesucristo. Él, durante los treinta y tres años de Su vida, manifestó en todo tiempo y circunstancia el amor y la luz que Dios es en Su propio ser hacia los hombres. Él sanó a los enfermos, levantó a los muertos, predicó las buenas nuevas a los pobres. Por todos lados y en cada paso dispensó bendición a los que venían a Él, sintiendo su necesidad.
Al final de Sus treinta y tres años, no pudiendo soportarle más, los religiosos Le prendieron y Le entregaron a los políticos. El juez, Poncio Pilato, mientras pronunciaba la inocencia de Jesús, le condenó a la muerte de crucifixión, como un gesto de favor hacia los judíos que clamaban, “Su sangre sea sobre nosotros y nuestros hijos.” Después de haber usado el azote para dejar surcos en la espalda de Jesús Le entregó a los soldados. Estos miserables se burlaron, coronándole con espinas y escupiendo en Él. Al final, le llevaron al Gólgota donde le crucificaron, clavándole con clavos largos al madero por las manos y pies. Levantándole en la cruz, le dejaron para que todo el mundo le escarneciera. Los principales religiosos eran los primeros para aprovechar la oportunidad de injuriarle. Por tres horas Dios permitió que el hombre manifestase toda la maldad y odio de su corazón hacia Su amado Hijo. Después de las tres horas, al mediodía, algo pasó que nunca había pasado. Se oscureció el sol por tres horas. Nadie pudo darse cuenta lo que estaba pasando. Pero según la Biblia, sabemos que Cristo estaba pagando la pena de nuestros pecados en estas tres horas. Dios cargó sobre Él nuestros pecados y Le castigó en lugar nuestro. Al final Dios mismo Le abandonó. Después murió y Su sangre fue derramada como precio de redención. No solo murió y fue sepultado, sino resucitó el tercer día y ahora está sentado a la diestra de Dios como testimonio del hecho de que Dios está satisfecho con la obra redentora de Cristo. Dios le ha recibido en gloria suprema. Dios también por medio de Él recibe a todo aquel que recibe a Cristo por fe en Su Nombre. Su sacrificio en la cruz ha hecho posible que Dios perdone al más vil pecador.
Amado lector, Dios por medio de Cristo también le ofrece perdón eterno de sus pecados, la salvación y la vida eterna. En Nombre de Cristo le rogamos que aproveche esta oferta ahora mismo.
Las Cinco Cosas Van Juntas
“En verdad, en verdad, os digo que el que escucha Mi palabra y cree en Él que me envió, tiene la vida eterna y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la vida.” Juan 5:24 N.C.
“La fe viene por oír.” Rom. 10:17.
El Señor primero pone el OIR;
después tienes que CREER;
luego te da una posesión, TIENE;
después NO ERES JUZGADO;
y al fin, PASASTE DE MUERTE A VIDA.
Analicemos detenidamente este versículo de Juan 5:24 con un diálogo:
“¿Ha oído Ud. la palabra del Evangelio?”
“Sí, la he oído.”
“¿Ha creído Ud. al que envió a su Hijo?”
“Sí, creo.”
“Qué más supone usted?”
“Creo que Dios mandó a Jesús para tomar mi lugar; Él murió por mí y yo lo recibo como mi Salvador personal.”
“¿Cuál es la tercera cosa?”
“Tiene la vida eterna.”
“Entonces, ¿tiene Ud. vida eterna?”
“¡Ah! Eso no lo puedo decir; si estuviera seguro de este punto, sería muy bueno.”
“Espere, supongamos que debe Ud. el alquiler de la casa y no puede pagarlo; entonces yo voy y lo pago y le traigo a Ud. el recibo. ¿Cómo podrá saber que en verdad el alquiler está pagado?”
“¡Oh!, por el recibo, por supuesto.”
“Precisamente, y Ud. se SENTIRIA feliz porque SABRIA que su alquiler está ya pagado, y si el dueño de la casa volviera a cobrarle, no le diría Ud. nada acerca de sus sentimientos, sino que le mostraría el recibo . . . Dios tiene este recibo para Ud., pero Ud. cierra sus ojos pues no quiere verlo, deseando SENTIR antes que leer y creer.”
“¡Oh! si es solamente creer. Yo creo.”
“Entonces Dios dice, ‘TIENE,’ no dice ‘ESPERA TENER.’ ‘TIENE la vida eterna’, es Su Palabra. Pero eso no es todo; ‘NO VENDRA a condenación’ o juicio. Todo ha caído en Jesús, y el creyente está en Él, y ‘no hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús.’ Rom. 8:1 N.C.
“Ud. no comparecerá ante el Gran Trono Blanco para ser juzgado por sus pecados; todo su juicio fue llevado por Jesús en el Calvario, y todo ha sido de tal manera arreglado pues Dios lo levantó de entre los muertos. Estas son las buenas nuevas para el pecador.”
“El Señor Jesús en la gloria es la prueba de que la deuda fue pagada: y no vendrá Ud. a juicio, pues sus pecados son borrados.”
“Pero eso no es todo. Hay algo más, ‘PASO de la muerte a la vida’. Ud. estaba en estado de muerte, ‘muertos por vuestros delitos y pecados.’ Efesios 2:1. N.C. Pero ahora HA PASADO de muerte a vida; no es cosa del futuro sino del pasado. PASO. ¡Cuán glorioso! ‘Nos dió vida por Cristo . . . y nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús.’ Efesios 2:5, 6. N. C .
¡Cuántas bendiciones!
“Esto os escribo a los que creéis en el Nombre del Hijo de Dios, para que conozcáis que tenéis la vida eterna.” 1ª Juan 5:13 N.C.
“Y Yo les doy la vida eterna, y no perecerán para siempre.” Juan 10:28 N.C.
Mi substituto
Cuando yo era chico vi una escena que jamás olvidaré: un hombre atado a un carretón y llevado por las calles a la vista de todo el pueblo. No puedo olvidar sus espaldas ensangrentados por los azotes que recibía. Fue un castigo vergonzoso. ¿Fue por muchas ofensas? No; por un solo delito. ¿Acaso alguien de sus conocidos ofreció compartir los azotes con él? No. El que cometió la ofensa tuvo que sufrir el castigo. Era la pena de una ley humana que fue abolida ya.
Mas tarde, vi otra escena que tampoco olvidaré: un hombre conducido al patíbulo, sus brazos atados, su rostro pálido como la muerte y millares de personas contemplándolo al salir de la cárcel. ¿Acaso hubo algún amigo que viniera y le soltara la soga diciéndole: “colocadla sobre mí, pues yo moriré en su lugar”? No, él solo sufrió la sentencia de la ley. ¿Por muchas ofensas? No, por una sola ofensa. Había asaltado y robado dinero. Violó la ley en un solo punto, y murió por ello.
Pienso en otra escena que tampoco olvidaré. Yo mismo, un pecador, a la orilla de un precipicio, condenado al lago de fuego y al eterno castigo. ¿Por una culpa? No; por muchas y muchas ofensas cometidos contra la ley inmutable de Dios. Reflexiono y veo que Jesucristo tomó mi lugar. Llevó en su propio cuerpo todo el castigo por mis pecados. Murió sobre la cruz para que yo pudiese vivir en la gloria con Dios. Sufrió el JUSTO por los injustos para llevarnos a Dios. Nos redimió de la maldición de la ley. Yo pecador fui condenado al castigo eterno. Él sufrió el castigo por mí y yo soy libertado. Y yo hallé en Él no solo mi SUBSTITUTO, sino también Aquel que suple todas las necesidades de mi vida.
Debo hablarles de este Salvador, “porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Hechos 4:12.
“Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo murió a Su tiempo por los impíos.” Romanos 5:6 N.C.
¿Modelo o substituto?
Al fin de una predicación en una ciudad, hace algún tiempo, se acercó al Dr. D.M. Stearns, un forastero diciéndole, “No me gusta su predicación. No me gusta escuchar nada de la cruz. Yo creo que, en vez de predicar la muerte de Cristo en la cruz, sería mucho mejor presentar a Jesús como maestro y modelo.”
“Si le predicara a Cristo como modelo, ¿estaría dispuesto a seguir sus pasos?” replicó el Dr. Stearns.
“Ciertamente,” dijo el forastero, “seguiré sus pasos.”
“Bien,” dijo el Dr. Stearns, “empiece con el primer paso, 'El cual no hizo pecado.' ¿Puede Ud. seguirle?”
El forastero quedó confundido. “No,” dijo, “yo peco; tengo que confesarlo.”
“Entonces,” dijo el Dr. Stearns, “su primera y urgente necesidad de Cristo no es como un modelo, sino como su Salvador. Esta es la necesidad de todo hombre” (véase Romanos 3:23-26).
“Pero Dios probó Su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros.” Romanos 5:8 N.C.
Nota
Las iniciales N.C. que figuran después de ciertos versículos significan que son de la BIBLIA CATOLICA, versión NACAR y COLUNGA.
Paraos donde atravesó el fuego
Hay un peligro horrendo en las llanuras del Oeste de Norteamérica que son los incendios del pasto. Hasta que las lluvias principian, los meses secos del verano son de suspenso y temor. Toda apariencia de nube o humo que se divisa es vigilada intensamente. Una vez que se inicia un fuego, es llevado por el viento, y su violencia infunde terror al hombre y a la bestia al consumir sin misericordia todo lo que encuentra. Muchos, impotentes para escaparse, han perecido y sus ranchos han sido reducidos a cenizas.
Otros, viendo el peligro, han recurrido a una manera efectiva de escape. Incendian un trozo y tan pronto como este pedazo termina de incendiarse, se refugian precisamente donde el fuego ha pasado y no puede volver. Así se salvan. Por supuesto, no hay que perder tiempo porque es un caso de vida o muerte.
Sin embargo, de mayor terror y solemnidad serán la ira y el juicio divino que vendrán sobre este mundo que ha crucificado al Hijo de Dios y despreciado Su gracia salvadora. El mundo es reservado “para el fuego en el día del juicio.” Dios dice, “Yo castigaré al mundo por sus crímenes, y a los malvados por sus iniquidades.” “Vemos que se acerca el día.” “Estando pues poseídos del temor de Dios, persuadimos a los hombres.” . . . “a huir de la ira que os amenaza.” “Porque mostró Dios ser un fuego devorador” (Citas Bíblicas: 2ª Pedro 3:6, Isaías 13:11, Hebreos 10:25, 2ª Corintios 5:11, Marcos 3:7, Hebreos 12:29, N.C.).
Empero damos gracias a nuestro amoroso Dios que nos ha provisto un lugar de seguridad donde el fuego ya atravesó. “Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios.” 1ª Pedro 3:16, N.C.
En la cruz del Calvario Cristo fue envuelto en el “Fuego” del justo juicio de Dios. Es la única salvación para el pecador arrepentido que ha tomado refugio en Él.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dió Su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.” “Hoy es día de la salud.” “¿Cómo escaparemos nosotros si tuviéramos en poco una salvación tan grande?” (Citas Bíblicas: Juan 3:16, 2a Corintios 6:2, Hebreos 2:3).
Por fin, ¿Qué rumbo llevas?
Ahora querido lector, para terminar, si tal como eres de pecador delante de Dios has creído con todo tu corazón, has aceptado al Señor que, habiendo muerto en la cruz por tus pecados, fue resucitado para tu justificación, entonces Cristo en el cielo es el Único en quien tienes aceptación. Efesios 1:6, 20; Romanos 5:2. Tienes vida eterna ahora. Eres llevado en los hombros del buen Pastor y Él no te dejará hasta que llegues a tu hogar celestial. Lucas 15:6.
Eres ya un miembro de Su Cuerpo, la verdadera iglesia, unido al Señor por el Espíritu Santo. 1 Corintios 12:13. Y mientras vamos al cielo, Él se regocija atrayendo a los suyos, “fuera del real” (campamento religioso), Hebreos 13:13 a Su propio Nombre donde Él está en medio, Mateo 18:20, hasta que venga para llevarnos a Su hogar donde estaremos con Él, siendo semejantes a Él, para siempre en gloria para Su alabanza eterna.
¿Puedes indicarme el camino al cielo?
Durante la guerra estábamos defendiendo la trinchera transversal, cuando estalló una bomba muy cerca de nosotros. Zumbaron diversos fragmentos sobre nuestras cabezas, y de pronto cayó Alberto muy mal herido. Jaimito y otro compañero saltaron al pozo para auxiliarlo, pero, por la magnitud de las heridas, se dieron cuenta que ya no tenía esperanza de vida.
Era imposible conseguir atención médica, así que se limitaron a poner al pobre Alberto en una posición más confortable para que llegara su fin, acostándole sobre unos costales y un saco viejo en el fondo de la trinchera.
En los estertores de su agonía Alberto prorrumpió: “¿Me puedes indicar el camino al cielo?” Jaimito se acercó diciéndole, “¿El camino al cielo? . . . lo siento mucho, pero no lo conozco, no obstante, para tu consolación, les preguntaré a los demás soldados”.
Se encaminó Jaimito por la trinchera explicando la angustiosa solicitud del moribundo de conocer el camino al cielo. ¡Dieciséis soldados no pudieron contestar la pregunta!
Tal vez en tiempo de paz se pueda dar una respuesta a tal pregunta de cómo llegar al cielo o qué hay después de la muerte. Pero en la trinchera con la muerte acechando a cada instante, cuando uno de los compañeros íntimos está muriendo lejos de su patria, sin tener a quien pedir consejo, y que urge el saber, el asunto es diferente. Ya no sirve nuestro propio pensamiento o la religión de otros, o la de nuestros padres, solamente se espera una respuesta verdadera con convicción.
La ansiosa pregunta de Alberto encontró eco cuando llegó al decimoséptimo soldado quien estaba vigilando solitario. Una ancha sonrisa y una cara iluminada acompañó sus palabras: “Sí, yo sé el camino al cielo”. Pero, agregó, “Estoy de guardia en la trinchera y no puedo dejar el puesto”. Sin embargo, afanosamente buscó en sus pantalones un Nuevo Testamento de bolsillo y lo entregó abierto al soldado, diciendo: “Aquí, en Juan 3:16, está subrayado cuál es el camino al cielo. Pon tu dedo en este versículo y dile que ése es el camino”.
Jaimito llegó corriendo e inclinándose, tocó suavemente al moribundo y le dijo: “Alberto, aquí tengo la respuesta, éste es el camino al cielo”. Lentamente el herido abrió sus ojos mientras Jaimito leyó despacio el versículo salvador: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Los ojos de Alberto estaban completamente abiertos y meditaba sobre lo que acababa de escuchar. Jaimito también con lágrimas corriendo por sus mejillas volvió a leer las bellas palabras de vida. Una gran paz vino sobre el semblante pálido de Alberto mientras repetía boqueando: “todo aquel . . .”. Meditó profundamente en las mismas palabras y se recostó satisfecho. Después de unos minutos con toda la energía que le quedaba levantó sus brazos hacia arriba exclamando, “todo aquel. ¡YO!” y luego le abandonaron las fuerzas y descansó en paz. ¡Qué cambio! De pleno campo de batalla el alma de Alberto pasó a estar con Cristo.
Queridos amigos, yo también era un soldado sin Dios, pero encontré el camino, y quiero asegurarles que es la verdad: Jesús es el verdadero Salvador, Él dijo, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. “Yo soy la puerta, el que por Mí entrare, será salvo” (Juan 14:6, 10:9).
Jesucristo el que murió por los injustos para llevarnos a Dios es Él mismo quien está sentado a la diestra de Dios coronado de gloria y honra. Él es el único Salvador y el único camino hacia el cielo. Su preciosa sangre nos limpia de nuestros pecados.
No es suficiente saber que existe un camino al cielo, sino que usted por su propia cuenta tiene que tomar ese camino, tiene que entrar por la puerta, la cual es Cristo.
“En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
“Todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por Su Nombre” (Hechos 10:43).
¿Qué se entiende por creer?
AMIGO, hay multitudes que creen ACERCA de Cristo y el evangelio, pero que nunca han creído verdaderamente EN el Señor Jesús.
Los dos parecen los mismos conceptos, pero no es así. Expliquémoslos.
Supongamos que voy con un amigo por una de las calles principales de una ciudad. Mi amigo me dice, “¿Ves esa casa grande de la esquina donde está esa placa?” Contesto, “sí.” “Bueno, allí es donde vive el mas grande especialista en enfermedades del corazón. Sus clientes vienen de todas partes del país a consultarle porque su fama se ha extendido.”
Tengo el privilegio de verle cuando sale de su casa y sube a su coche. Pero mi corazón está completamente sano. Creo en todo lo que me ha dicho mi amigo ACERCA del doctor, pero la información no me interesa, porque no necesito sus servicios.
Pero supongamos que después de unas semanas de esta conversación sufro un ataque al corazón. Inmediatamente pienso en el doctor, mando por él, pongo mi caso en sus manos sin reservas y me sana. Ahora conozco al doctor, conozco su destreza, y cuando hablo de él lo hago con mucho ardor, ya que estoy agradecido a él por lo que ha hecho por mí. En fin, he puesto mi caso EN el doctor; antes, sólo había oído acerca de él.
Ahora, supongamos que Ud. y yo caminamos a lo largo de una playa un hermoso día de verano. Vemos un bote salvavidas en la arena. Admiramos su resistencia, su elegancia, su adaptabilidad para salvar vidas. En fin, creemos todo ACERCA del bote. Pero no necesitamos tal cosa. No hay peligro de que nos ahoguemos puesto que estamos en tierra.
Pero a los seis meses, nos encontramos en la cubierta de un barco próximo a hundirse, y nuestra única esperanza de rescate descansa en un bote salvavidas. Cuan diferentes nos sentimos al ver a los hombres remar hacia nosotros. ¡Qué alivio sentimos al entrar en el bote y salvarnos! Creemos no solo ACERCA de ello, sino que ponemos nuestra confianza EN ello.
En 1859, el célebre francés Blondon atravesó las cataratas del Niágara andando sobre un cable y se ofreció para llevar a cualquiera persona sobre sus hombros. Muchos fueron los que creyeron que lo podía hacer, pero sólo uno se dejó llevar. De los demás nadie confió en él.
“Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” 1ª Timoteo 1:15.
“Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en Su Nombre.” Juan 1:12.
A Ud. nada le queda por hacer: ¡Consumado es!
No muchos años ha, en una población de la Alemania del Norte, vivía un joven que había sido criado en el catolicismo y que, a pesar de ello, no creía ni en ésta, ni en otra religión cualquiera. Había de hecho rechazado todo pensamiento en Dios y tan abiertamente estaba encenegado en el pecado, que los impíos y depravados de la villa le señalaban a la gente como el que en el vicio lo superaba a todos. Sin embargo ¡cuán maravillosos son los designios de Dios! Como el que mató al gigante con su propia espada, así Dios se valió de la extrema impiedad de ese joven para despertar en él el anhelo inicial por la salvación. Alarmado por su propia maldad, ese joven se decía a sí mismo: “Yo soy peor que cualquier hombre a mi alrededor. Si es verdad que los impíos vayan al infierno y que sólo los buenos van al cielo, a donde yo estoy yendo es claro. Si haya un hombre para siempre perdido, ese hombre lo soy.”
Noche y día esa idea le turbaba la mente. La paz le había abandonado, y aún en el pecado no encontraba más deleite.
“Si sólo fuese posible de ser salvado,” pensaba constantemente. Pero ¿qué hacer? Le habían hablado de penitencias y oraciones y de monasterios donde los monjes pasaban sus días ejecutando obras que, según se suponía, debían de expiar el pecado. Sentía que ninguna faena fuere demasiado difícil para él, ninguna tortura demasiado severa, si sólo pudiera tener otra vez a lo menos un rayo de esperanza en el perdón. Sin embargo, antes de dar ese primer paso, deseaba saber en qué monasterio del mundo las reglas eran las más rígida y las penitencias las más rigurosas. Aún cuando tal monasterio se hallase en la extremidad del mundo, allá andaría y pasaría el resto de su vida en penitencias y oraciones. Finalmente, después de mucha indagación, aprendió que el monasterio donde la regla era la más austera se hallaba a unos dos mil kilómetros de su población nativa. No tenía el dinero necesario para pagar sus gastos de viaje, de modo que decidió ir a pie y pedir limosnas el camino entero. Eso, pensaba, sería sólo empezar sus penitencias y sería quizás un primer paso hacia el cielo.
Larga y fatigosa fue la peregrinación de nuestro viajero por tierras extranjeras y bajo un sol cuyo calor iba cada día en aumento. Al avistar a lo lejos por primera vez el antiguo edificio en que esperaba alcanzar la paz del alma (que poco le importaba el cuerpo . . .) el joven alemán se sintió casi agotado. Llegado a la entrada principal, llamó, y después de lo que le pareció un rato bastante largo, un monje canoso y achacoso de vejez, caminando con dificultad, le abrió lentamente la puerta.
“¿Qué quiere Ud.?” preguntó el anciano.
“Quiero ser salvado,” contestó el alemán, “He creído que aquí podría hallar la salvación.” El viejo monje le invitó a entrar y le condujo a un cuarto en que ambos estuvieron a solas. “Dígame ahora lo que le preocupa,” dijo el anciano.
“Yo soy un gran pecador,” empezó el alemán. “Mi vida ha sido más nefanda de lo que yo pueda decirle. Me parece imposible que yo pueda ser salvado; sin embargo, estoy dispuesto a hacer cuanto pueda. Me someteré a cualquier penitencia. De nada me quejaré, si sólo pueda ser recibido en su orden monástica. Cuanto más penoso el trabajo y severas las mortificaciones, tanto mejor será para mí. Ud. tiene sólo que decirme lo que debo hacer, y sea lo que fuere, lo haré.”
¿Jamás has pensado, querido lector, en lo que significa el sentirse tan gran pecador como él? . . . A saber que estás caminando hasta el único lugar decretado para un pecador impenitente, eso es el lago de fuego eterno... A saber que agradable cambio serían cada faena, cada sufrimiento y mortificación si por ellos se pudiese al menos alcanzar el rayo más débil de esperanza de librarse de la desesperación eterna. De ser Ud. todavía sin Cristo, Ud. estaría (que lo sepa o no) en esa vía obscura que sólo a un paradero conduce, un paradero horroroso. Pero si en Su misericordia Dios le ha despertado de modo que Ud. se haga cargo del peligro y de lo desesperado de su posición, entonces Ud. se halla en estado de acoger como voz de Dios las palabras admirables dirigidas por el viejo monje al tremendo pecador.
“Si Ud. me ordena ejecutar la penitencia más áspera, estoy dispuesto a hacerla,” había dicho el alemán, y el anciano le contestó: “Si Ud. está dispuesto a hacer cuanto yo le diga, Ud. debe regresar directamente a casa, ya que la obra necesaria ha sido enteramente hecha antes de su llegada a este lugar, de modo que a Ud. nada le quede por hacer. Otro, en lugar de Ud., ha hecho la obra, la cual está cumplida.”
“¿Está cumplida?”
“Sí, está cumplida. ¿Ignora Ud. que Dios envió a Su propio Hijo para ser Salvador del mundo? ¿No vino Él? ¿No cumplió Él la obra que el Padre Le dio a hacer? ¿No dijo Él en la cruz: ‘Consumado es’? Se había encargado Jesús de sufrir toda la pena exigida por el pecado, y la sufrió, y Dios fue satisfecho por la obra de Su Hijo. Y ¿sabe Ud. donde Jesús está ahora?”
“Está en el cielo,” prosiguió el anciano. “Pero ¿por qué está allí? ¿Por qué Jesús está en la gloria? Porque ha cumplido la obra. De otro modo no podría estar allí. Todavía aquí estaría Jesús, ya que se había encargado de llevar a cabo toda la obra y de no regresar al Padre sin tenerla del todo cumplida. Yo miro hacia arriba, y veo a Jesús en el cielo, y digo: Él está allí, porque ha cumplido toda la obra, y nada más queda por hacer. Está allí porque Dios está satisfecho con la obra cumplida por Su Hijo. ¡Oh! querido amigo. ¿Por qué procuraría Ud. o yo hacer esa obra que sólo el Hijo de Dios podía llevar a cabo y cumplir? De haber sido dejada a nuestro cuidado esa obra, nunca jamás la hubiésemos podido cumplir. Por algo Cristo murió en la cruz. De ejecutar nosotros todas las penitencias ya hechas o todavía por hacer, hubiera sido todo en vano. Tales supuestas expiaciones, más bien de ser enteramente inútiles, son pecados horribles a los ojos de Dios. Con someterse a tales ayunos y maceraciones, Ud. (en vez de alcanzar algo) sólo añadiría otro pecado grave a su pecaminosa vida. Sería lo mismo que decir: Cristo no ha hecho bastante. Sería derramar menosprecio sobre la obra bendecida y perfecta del Hijo de Dios, y tratar temerariamente de agregar algo a lo ya por Él cumplido. ¡Sí! Con proceder de este modo se insulta a Cristo y se hace a Dios mentiroso. A no ser yo tan avanzado de años que a penas puedo caminar hasta la puerta principal del monasterio, no quedaría aquí ni siquiera un día más. Pero lo único que me queda es esperar hasta que venga el Señor a buscarme. En cuanto a Ud., puede Ud. marcharse, agradeciendo a Dios por haber Su Hijo hecho todo en lugar de Ud., y por llevar el castigo de sus pecados, cosa por Él cumplida en el pasado para siempre. Y acuérdese siempre que Cristo está en el cielo”.
¡Qué noticias sorprendentes para el mísero y agobiado pecador! ¿Las creyó él? Sí, las creyó, y después de una breve parada en el monasterio, durante la cual aprendió de los labios del viejo monje todavía más sobre el bendito Evangelio, regresó a su patria para anunciar allí a los pecadores perdidos como él las noticias de aquel amor y de aquella gracia que por vez primera había oído en el lejano monasterio.
¡Ojalá alcance la voz del viejo monje el corazón de algún acongojado pecador! ¡Ojalá traigan las “buenas noticias de la gloria en Cristo” paz y alegría a muchos sin tener que andar unos dos mil kilómetros para oírlas y que pueden recibir el mensaje de gracia a ellos dirigido hoy!
“Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe:” Efesios 2:8, 9. N.C. “Mas el que no trabaja, sino que cree en el que justifica al impío, la fe le es computada por justicia.” Romanos 4:5. N.C.
Ultimo aviso o a tiempo
Una tarde del día domingo, estaba yo distribuyendo tratados a los mineros. Los hombres gozaban el aire puro y la luz del sol después de haber trabajado durante la semana en la mina obscura e insalubre.
Andaba por el último trecho que me separaba de la puerta de mi casa, cuando noté que dos mineros jóvenes caminaban hacia mí. Me detuve antes de que nos cruzásemos, y tomando los dos últimos tratados que me quedaban, ofrecí uno a cada uno. Los tomaron y me dieron las gracias, y uno de ellos, refinado, fuerte, lleno de salud y simpático, joven de unos veinticinco años, se paró a leer el título de su folleto que era: “A tiempo.”
Un profundo sentimiento de solemnidad invadió mi alma, y mirando su franco semblante, le dije: “Sí, amigo mío, Dios permita que Ud. esté precisamente a tiempo para entrar en el cielo.”
Yendo a mi casa oré: “Señor, sálvale.”
El martes por la noche me había retirado a mi habitación cuando un fuerte golpe a mi puerta me hizo mirar por la ventana.
“¿Quién está ahí?” pregunté.
“Señor, ¿es Ud. el caballero que el domingo por la tarde dio a un joven que estaba conmigo un folleto titulado ‘A tiempo’?”
“Sí, yo soy.”
“Venga a verlo en seguida, se está muriendo,” me dijo. Me vestí rápidamente y salí, guiado por mi compañero. En el camino me dijo que su amigo había bajado al pozo aquella misma tarde como de costumbre y habiendo saltado del ascensor antes de llegar al fondo, había sido aprisionado y aplastado por el mismo montacargas. Tenía rotas todas las costillas y permanecía tendido en cama sin poder hablar, en agonía terrible.
Cuando el joven terminó de informarme, llegábamos a la choza. Allí estaba el joven fuerte, a quién había visto hacía dos días en la plenitud de su vigor, juventud y salud, totalmente aniquilado. Su vida se desvanecía lentamente.
Me miró fijamente cuando entraba, e intentó hablar; pero sin lograrlo.
“¿Quiere que le lea algo y ore por Ud.?”
Emitió un sonido, esto era lo que más podía hacer, queriendo decir: “Sí.”
Le leí: “Porque tanto amó Dios al mundo que le dió Su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga la vida eterna.” Juan 3:16. N.C., y le hablé del amor de Dios que deseaba su salvación; de la eficacia de la sangre de Cristo para salvarle. Le dije que por naturaleza era perdido y estaba en ruina completa, pero que Jesús había venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. Que Jesús lo buscaba y deseaba salvarlo; que habiendo con Su muerte quitado el pecado de delante de Dios, ahora Él podía ofrecer el perdón de los pecados por Su sangre preciosa.
Le leí la historia del Padre y del hijo pródigo (Lucas 15) así como las oraciones cortas del fariseo y el publicano en el capítulo 18 y repetí este versículo: “Al que viene a Mí, Yo no le echaré fuera.” Juan 6:37. N.C.
Su rostro cambió; la esperanza brillaba haciendo huir la desesperación. Con señas pidió agua y su esposa le acercó a los labios un vaso del cual bebió un poco, y entonces con sorpresa de todos, el que antes no podía emitir ni un sonido, dijo con voz clara y con sus ojos hacía arriba como si viera a Aquel a quien hablaba:
“¡A tiempo! Dios sé propicio a mí pecador en el Nombre de Jesucristo. Amén.”
Apenas había pronunciado la última palabra cuando su cabeza cayó hacia atrás en la almohada escapándosele un pequeño suspiro. Quedamos en presencia de un cadáver.
Nunca olvidaré la escena. Para muchos de los presentes fue la palabra de aviso de la eternidad que Dios usó para bendición.
“No hay más que un paso entre mí y la muerte.” 1ª Samuel 20:3. N.C.
“No retrasa el Señor la promesa . . . no queriendo que nadie perezca.” 2ª Pedro 3:9. N.C.
“Este es el tiempo propicio.” 2ª Corintios 6:2. N. C .
“Si hoy oyereis Su voz, no endurezcáis vuestros corazones.” Hebreos 3:15. N.C.
“No te jactes del día de mañana; pues no sabes lo que dará de sí.” Proverbios 27:1. N.C.
Un viejo predicador
Muchos predicadores están dejando a un lado las ideas antiguas acerca de la caída y ruina moral del hombre. No les dicen claramente a las gentes que son pecadores culpables ante un Dios santo. Los sermones de los que ponían énfasis constante sobre este asunto delante de sus oyentes son considerados como reliquias del pasado. Hay, sin embargo, un predicador de la vieja escuela quien todavía habla sin temor, como antes. No es muy popular, pero predica a todo el mundo. Usa el mismo lenguaje conocido por todas las regiones. Visita a los pobres como a los ricos. Predica a los de cualquiera religión y aún a los que no tienen religión.
Su tema es el mismo y muy elocuente; a menudo mueve sentimientos que ningún otro predicador podría alcanzar, y trae lágrimas a los ojos de los que casi nunca lloran. Se dirige siempre a la conciencia y al corazón. Nadie puede refutar sus argumentos; ni hay corazón que no se conmueva con la fuerza de su predicación. La mayor parte de la gente lo odia, pues tiemblan en su presencia, pero de una manera u otra siempre se hace oír.
No es elegante ni cortés. De hecho, a menudo interrumpe los actos públicos, y se entremete en los goces privados de la vida. Llega a la tienda, a la oficina, a la fábrica; aparece entre legisladores, se introduce entre la gente de alta posición y en reuniones religiosas en tiempos muy inoportunos. Se llama ¡LA MUERTE!
Ocupa un lugar en los diarios. Las tumbas le sirven de púlpito, sus congregaciones van y vienen del cementerio. La ausencia repentina del vecino, la separación solemne del ser querido, del amigo fiel; el vacío tremendo dejado por la esposa que partió, o el hijo idolatrado que se fue, todo esto han sido sermones elocuentes del viejo predicador.
Algún día, muy pronto, tú le servirás de texto y por el círculo desolado de tu familia predicará a otros al lado de tu sepulcro. Dale gracias a Dios que ahora estás en el mundo de los vivientes, y que todavía no has muerto en tus delitos y pecados.
Podrás deshacerte de la Biblia; burlarte de su enseñanza; menospreciar sus avisos; rechazar al Salvador de quien trata. Podrás rehusar de tener contacto con el predicador del Evangelio. No estás obligado a ir a ninguna iglesia o misión; podrás hacerte a un lado cuando se predica el evangelio en la calle. Puedes destruir este folleto y cualquier otro que venga a tus manos.
Pero ¿qué vas a hacer con este predicador anticuado de que te hablo?
¡Considera, tú, hombre o mujer, lo que te espera! Tus días pronto pasarán. Tus placeres terminarán. Después de todo “tienes que morir”, pues “está establecido morir una vez, y después de esto el juicio.” Hebreos 9:27. N.C.
Detente y considera este asunto. ¿No hay causa para que uno muera? ¿Será mero accidente que una criatura dotada de capacidad y poderes tenga un fin tan definitivo? Sólo hay una contestación a estas preguntas; y mientras exista este predicador viejo, su mensaje será el mismo. ¡Escucha! “Así, pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos habían pecado.” Romanos 5:12. N.C.
LA CAIDA DEL HOMBRE no es un mero dogma teológico, sino una realidad innegable evidenciada por la historia del mundo y nuestra propia experiencia. Pecado no es solo una palabra fea en la Biblia o en los labios de un moralista; es un tenebroso poder universal que marchita al mundo con su presencia. “Y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado.” Romanos 5:12. N.C.
Tú, lector, estás implicado en este asunto, has pecado; sobre ti descansa la sentencia de muerte.
Después de tu muerte, de nada habrá valido morir en un palacio o en una chocita. Lo que importa para toda la eternidad es el estado espiritual de tu alma delante de Dios cuando mueres. Si mueres en tus pecados, desechando la sangre expiatoria del Hijo de Dios, tu destino ya está sellado. Todos los incrédulos “y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque, que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.” Apo.21:8. N.C. Si mueres con la fe en Cristo Jesús estarás con Él en la gloria.
¿Cuál de estos epitafios será el tuyo?:
“MURIO SIN MISERICORDIA.” (Hebreos 10:28).
“MURIO EN FE.” (Hebreos 11:13).
“Si fueran sabios, comprenderían esto. Y atenderían a lo que les espera.” Deuteronomio 32:29.
“Pues la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo.” Romanos 6:23. N.C.
“Pero Dios probó Su amor hacia nosotros en que siendo pecadores, murió Cristo por nosotros.” Romanos 5:8. N.C.
Nunca antes el predicador viejo había hablado tan fuerte y en tono tan solemne como cuando Jesús fue al Calvario. La santidad divina no estima el pecado como cosa liviana. La pena completa de la culpa—la paga del pecado en su realidad más obscura y terrible—cayó sobre el Substituto sin pecado. Tomó nuestro lugar en la muerte y en el juicio, para que fuéramos aceptados en gracia delante de Dios.
Podrás morir sin salvación; pero nunca sin el amor de tu Dios.
¡Eternidad! ¿Qué cuentas llevas?
¿Eternidad! ¿Con qué me pagas
Las horas de carnal placer,
Las obras que dejé de hacer?
Pesar o gozo, ¿cuál será? . . .
¡La eternidad se acerca ya!
¡Señor Jesús, mi Fiador!
¡Señor Jesús, mi Salvador!
La vida diste Tú por mí;
Mi espíritu halla paz en Ti;
La eternidad no espanta ya,
¡La eternidad se acerca ya!