Para los israelitas, la separación de las naciones era correcta y apropiada. Sin embargo, con respecto a este asunto leemos: “se separaron del pueblo de la tierra para la ley de Dios” (Neh. 10:28). Es humano abordar las cosas de esta manera y, en consecuencia, debe terminar en fracaso. Cuando lleguemos al capítulo final de este libro veremos esto mismo. No quiero sugerir que el pueblo no haya sido ejercido por la ley de Jehová, pero no funcionará cuando intentemos separarnos, para que podamos volvernos a Dios. Más bien, un volverse a Dios, por necesidad, resultará en un cambio de todo lo que es contrario a Él. Los santos en Tesalónica “se volvieron a Dios de los ídolos” (1 Tesalonicenses 1:9) – no se apartaron de los ídolos para servir a Dios. El nazareo debía separarse para el Señor (Núm. 6:2); las consecuencias de esa separación siguen (Núm. 6:39). Muchos incrédulos han tratado de separarse de este mundo y del pecado que lo caracteriza, con la esperanza de volverse a Dios, sólo para fracasar. Ya sea en la salvación o en nuestro caminar, primero es sumisión a Dios, y luego, como consecuencia, tendremos el poder de apartarnos de aquellas cosas que contaminan.