Un llamado a la separación

Aunque no estamos llamados a arreglar la confusión en el testimonio cristiano, algo que sí estamos llamados a hacer es a ajustarnos a nosotros mismos en cuanto a ella. El apóstol Pablo describió la ruina en el testimonio cristiano como algo tan confuso que sólo el Señor podría decir quién era real y quién no (2 Timoteo 2:19a). Continuó diciendo que nuestra responsabilidad en el asunto es apartarnos de lo que sabemos que es incorrecto e inconsistente con la enseñanza de las Escrituras. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19b).
Para ilustrar este importante punto, Pablo utilizó la figura de “una casa grande” para describir la condición tan confusa de las cosas en la cristiandad. En la casa había una mezcla de vasos de “oro y de plata” (verdaderos creyentes); y de “madera y de barro” (falsos profesantes). Algunos eran “para honra” y otros “para deshonra” (2 Timoteo 2:20). Si un cristiano va a ser un vaso “santificado” para honra y apto para todo uso para el cual el Maestro le llame, va a tener que pasar por el ejercicio de purificarse separándose de esos vasos que estaban mezclados en el estado confuso de las cosas. Dijo: “Así que, si alguno se limpiare de estas cosas [al separase de ellas], será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Maestro” (2 Timoteo 2:21, traducción J. N. Darby). Por lo tanto, el llamado del Señor a cada cristiano que se encuentra entre la confusión en la “casa grande” de la cristiandad es a separarse de tal confusión. Si bien no podemos dejar la “casa grande” (porque esto significaría abandonar la profesión cristiana por completo), podemos y debemos separarnos del desorden en la casa. Véase también 2 Corintios 6:14-18; 2 Timoteo 3:5; Apocalipsis 18:4.
¿Por qué separarse?
Tal vez se pregunte: “¿Por qué es tan importante la separación?”. La respuesta sencilla es: “¡Porque somos propensos a ser, y seremos, contaminados por nuestras asociaciones!” La mayoría de los cristianos piensan que pueden asociarse con lo que quieran y no ser afectados por ello. La Biblia, sin embargo, enseña que somos afectados por aquellos con quienes nos asociamos. Dice: “las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33; 1 Timoteo 5:22; Hageo 2:10-14; Deuteronomio 7:1-4; Josué 23:11-13; 1 Reyes 11:1-8, etc.). Nos damos cuenta de que este no es un tema popular entre los cristianos de hoy, pero Dios nos ha dicho estas cosas para que podamos ser preservados de las corrupciones sutiles del enemigo de nuestras almas (Satanás). Las cosas que Dios ha dicho en Su Palabra son para nuestro bien; no están declaradas allí porque Él quiera arruinar nuestro gozo. Él nos ama y se preocupa por nosotros y sabe lo que es mejor para nosotros. Y recordemos que no tenemos más sabiduría que la Palabra de Dios.
Tres tipos de males prevalentes en el cristianismo
La Biblia indica que el cristiano debe separarse de tres tipos de males, debido a que la asociación con tales cosas nos afectará y contaminará. Estos son:
1) El mal moral
Un ejemplo de esto se encuentra en el problema que existía en Corinto donde tenían una persona inmoral en medio de ellos. Como un grupo de cristianos asociados con una persona maligna en medio de ellos, estaban en peligro de ser leudados por el pecado de esa persona. El apóstol les dijo: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa” (1 Corintios 5:6-7). Les dijo que debían desvincularse del tal pecado excomulgando a tal persona (1 Corintios 5:11-13). Permitir que continuara en medio de ellos tendría el efecto de insensibilizar la moral de los demás, y ellos también podrían caer en la inmoralidad.
Además, al continuar en asociación con el pecado (al permitirlo descuidadamente sin juzgarlo), ellos, colectivamente, serían culpables de ese mismo pecado, ¡aunque no lo hubieran cometido personalmente! Compárese con el pecado de Acán. Cuando éste pecó, el Señor dijo: “Israel ha pecado” (Josué 7:1,11). Aunque sólo un hombre y su familia habían hecho el mal, el Señor cargó a todo Israel con la culpa porque estaban asociados con él.
2) El mal doctrinal
Un ejemplo de esto es el caso de la “señora elegida” en la segunda epístola de Juan. A ella se le advirtió que, si alguien que no permanecía en la doctrina de Cristo venía a ella, no debía recibir a tal persona en su casa, ni siquiera debía saludarla, porque al hacerlo, se hacía partícipe de su maldad. El apóstol Juan dijo: “Si alguno viene á vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡bienvenido! Porque el que le dice bienvenido, comunica con sus malas obras” (2 Juan 9-11). Nota: si ella saludaba o recibía a tal persona, sería partícipe de la mala doctrina de esa persona, ¡aunque ella misma no sostuviera su mala enseñanza! Su responsabilidad, entonces, era mantenerse alejada de tales enseñanzas erróneas y esto debía hacerse a través de la separación.
Los gálatas son otro ejemplo. Habían venido entre ellos maestros que intentaban judaizarlos, enseñando que tenían que guardar la ley de Moisés. Pablo les dijo: “Vosotros corríais bien: ¿quién os embarazó [estorbó] para no obedecer á la verdad? Esta persuasión no es de aquel que os llama. Un poco de levadura leuda toda la masa” (Gálatas 5:7-9). Vemos aquí que la enseñanza errónea de los maestros judaizantes que estaban entre los gálatas tenía el mismo efecto de levadura en una forma colectiva, así como había un mal moral entre los corintios. Estaban siendo leudados por esas doctrinas judaizantes con las que se estaban asociando.
Además, algunos de los corintios habían recibido malas enseñanzas en cuanto a la doctrina de la resurrección. Pablo lo atribuyó a la asociación que los corintios tenían con ciertos maestros de entre ellos cuya doctrina era desviada. Les advirtió que, si continuaban asociándose con ellos, todos se verían afectados, diciendo: “No erréis: las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33).
Pablo también le dijo a Timoteo que si se encontraba con alguien que enseñaba cosas que no eran acordes con la sana doctrina, que se “apartara” del tal, porque si no lo hacía, se haría partícipe del mal de esa persona (1 Timoteo 6:3-5).
3) El mal eclesiástico
El mismo principio aplica en el mal y el desorden religioso (es decir, el clericalismo: el sistema clerical/laicista en la Iglesia). Cuando nos asociamos con una congregación particular de cristianos que tiene un sistema clerical, el cual no está de acuerdo con la Palabra de Dios, ya sea que apoyemos lo que ellos practican o no, seguimos siendo identificados con ello. Este principio está claramente establecido por Pablo en 1 Corintios 10:14-22. Allí muestra que ya sea en el cristianismo, el judaísmo o el paganismo, el principio de identificación existe. En cada caso, la participación de una persona en un orden religioso es la expresión de su comunión con todo lo que existe allí.
Con respecto al cristianismo, dijo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 Corintios 10:16, traducción W. Kelly). Aquí vemos claramente que nuestro acto de partir pan (la participación en la cena del Señor) es la expresión de nuestra comunión con aquellos con quienes partimos el pan.
Con respecto a Israel, Pablo mostró que existía el mismo principio, diciendo: “Mirad á Israel según la carne: los que comen de los sacrificios ¿no están en comunión con el altar?” (1 Corintios 10:18, traducción W. Kelly). El que participaba de los sacrificios en el altar en el que se ofrecían se identificaba con todo lo que el altar representaba. En este caso, sería el judaísmo y todos sus principios y prácticas judaicas.
El apóstol también mostró que el mismo principio aplica con la idolatría en el paganismo, diciendo: “Lo que los Gentiles sacrifican, á los demonios lo sacrifican, y no á Dios: y no querría que vosotros tuvieseis comunión con los demonios” (1 Corintios 10:20, traducción King James). En este caso, los que participaban de la “copa de los demonios” estaban en comunión con los demonios.
Este principio de asociación existe en el judaísmo, en el paganismo y en la cristiandad. Dentro de la profesión cristiana, nuestro acto de participar con un grupo particular de la iglesia es nuestra identificación con todo lo que sucede allí. Si la doctrina que se enseña es mala, estamos en comunión con ella. Si la manera de adoración que practican no es bíblica, también estamos en comunión con ella. Y Dios no quiere que Su pueblo esté en comunión con la mala doctrina o el mal proceder (2 Corintios 6:14-18). Es por eso que Pablo dijo que cuando la confusión religiosa se desarrolle en la casa de Dios, debemos “limpiarnos” de esas cosas separándonos de ellas (2 Timoteo 2:20-21).
Un remanente de judíos salido de Babilonia
El Antiguo Testamento nos proporciona una ilustración de este acto de separación de la confusión religiosa. Siguiendo la historia de los hijos de Israel a través de los libros de los Reyes y las Crónicas, vemos que después de haberse establecido en su tierra prometida con su servicio de adoración dado por Dios, poco a poco se apartaron de él. Introdujeron cosas que Dios nunca les dijo que hicieran (por ejemplo: 1 Reyes 11:7-8; 2 Reyes 16:10-18). Por su desobediencia y su falta de confianza en el Señor, poco a poco perdieron la tierra a manos de sus enemigos, hasta que al final, los babilonios entraron y se los llevaron por completo. Fueron llevados al gran sistema de Babilonia (que significa “confusión”) que tipifica la confusión religiosa. Muchos de los vasos del templo fueron tomados e incorporados al paganismo de Babilonia. Mientras que los hijos de Israel estaban en esa tierra de confusión religiosa, apenas quedaba rastro de la forma de adoración dada por Dios. Sus vasos de adoración estaban allí (Daniel 1:2; 5:2,5), pero todos estaban mezclados con ese enorme sistema que no era de Dios. Qué cuadro tan lamentable de fracaso.
Lo que debemos ver en este triste cuadro es una correlación con la historia de la Iglesia. No mucho después de que Dios estableciera la Iglesia en la simplicidad de la adoración y el servicio cristiano, hubo un alejamiento de Su Palabra. No pasó mucho tiempo antes de que la gran ruina y fracaso del que hemos estado hablando viniera sobre el testimonio cristiano. Como resultado, la Iglesia en su conjunto también fue llevada a la confusión religiosa. La desviación hoy en día es tan grande que el verdadero cristianismo bíblico es apenas reconocible en medio de todos los accesorios extraños que se han vinculado con el Nombre de Cristo. ¡Qué triste testimonio el de la ruina de aquello que ha sido depositario de la enseñanza más plena que ha sido dada a conocer al hombre!
Después de que el pueblo de Israel pasó setenta años en Babilonia, algunos de ellos se ejercitaron a regresar a Jerusalén después de escuchar el decreto de Ciro, rey de Persia. Su interés en ese momento era adorar a Jehová en la forma y el lugar que Dios había designado originalmente. Así, Jesúa y Zorobabel (y más tarde, Esdras y Nehemías), con aproximadamente 42 000 judíos, partieron de Babilonia (Esdras 1–2). Volver a Jerusalén significaba dejar (o separarse de) Babilonia. Salir de Babilonia significaba dejar a muchos de sus hermanos que no se interesaban por dejar la confusión que había en esa tierra. La correlación es clara. Salir de las denominaciones significará lo mismo para nosotros, e implicará la separación de verdaderos creyentes que están plenamente contentos en tales lugares.
Siete objeciones comunes que se dan para no separarse de los sistemas denominacionales
Antes de responder a estas objeciones tan frecuentes, queremos dejar claro que no tenemos ninguna intención de intentar convencer a alguien de ir en contra de su voluntad. La Escritura dice: “Trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba” (Lamentaciones 3:36, traducción King James). Si una persona está contenta de permanecer en su grupo eclesiástico, no tenemos ningún problema con ella. Es a los cristianos que están realmente preocupados por dónde y cómo Dios quiere que se reúnan para la adoración y el ministerio a quienes nos dirigimos. Además, no queremos responder a estas cosas con un espíritu contencioso; de ninguna manera es nuestra intención criticar a otros cristianos. Al responder a estas excusas, confiamos en que el lector comprenderá que no nos creemos mejores que otros cristianos que siguen con el orden humano en la casa de Dios. Nuestro objetivo es mostrar la falsedad de los argumentos que la gente utiliza para querer permanecer en una posición de la que la Palabra de Dios dice claramente a los cristianos que se separen. “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11:15, 13:9).
1) “¡No deberíamos juzgar a otros cristianos!”
Hay ocasiones en que algunos dirán: “No quisiera separarme de mi iglesia, incluso si veo que en ella se hacen cosas indebidas, porque al hacerlo los estaría juzgando, y la Biblia dice que no debemos juzgarnos unos a otros”.
Nos damos cuenta de que, para algunas personas, las cosas que hemos estado argumentando suenan como un espíritu farisaico de juzgar a otros cristianos. Confiamos, con buena conciencia ante Dios, en que no estamos juzgando los motivos de otras personas, pues sólo Dios es el Juez de los motivos (Mateo 7:1; 1 Samuel 2:3; 1 Corintios 4:4-5). Pero las Escrituras nos dicen que debemos juzgar las doctrinas de una persona (1 Corintios 10:15, 14:29), sus acciones (1 Corintios 5:12-13) y sus frutos (Mateo 7:15-20).
Con la ayuda del Señor vamos a mostrar por medio de las Escrituras que el orden en la cristiandad actual para la adoración y el ministerio no está de acuerdo con la Palabra de Dios, y que ella (la Palabra de Dios) juzga que este orden es erróneo. Como cristianos, estamos llamados a juzgar lo que la Palabra de Dios juzga. Este principio se da claramente en Apocalipsis 18:20: “Dios ha juzgado vuestro juicio sobre ella” (traducción J. N. Darby). Después de que los verdaderos creyentes sean sacados de la tierra en el Arrebatamiento, todo el orden hecho por el hombre en la cristiandad culminará en la falsa iglesia que es mencionada en el libro de Apocalipsis (bajo la figura de “Misterio, Babilonia la Grande”). Dios ejecutará Su juicio sobre ella —usando a la Bestia para destruir todo ese sistema—, y entonces desaparecerá para siempre (Apocalipsis 17:16). Cuando esto ocurra, todo el cielo se regocijará en celebración, y a los santos de Dios se les dirá: “Dios ha juzgado vuestro juicio sobre ella” (Apocalipsis 18:20). Esto muestra que antes de ese momento, los creyentes sensatos ya habían emitido su juicio sobre ella. En ese día venidero, Dios hará que el juicio de los santos sea vindicado públicamente por la ejecución de Su propio juicio sobre ella. Esto muestra claramente que los cristianos deben juzgar lo que no es bíblico en la cristiandad y separarse de ello.
El Antiguo Testamento presenta otra figura que ilustra este punto. Jeroboam trajo a Israel un nuevo sistema de adoración que era completamente de su propia invención. No tenía ninguna autoridad de parte de Dios para hacerlo. Sin embargo, hizo dos nuevos centros de culto en Israel, en Betel y en Dan. También estableció un nuevo sacerdocio en estos lugares que era “conforme al” orden de Dios en Jerusalén. Hizo esto para dar al pueblo la sensación de que su nuevo orden era de Dios, ya que tenía la apariencia del orden de Dios en Jerusalén. Pero hizo pecar a Israel al estimularles a que adoraran allí (1 Reyes 12:28-33). No hace falta mencionar que esto desagradó al Señor; fue un “gran pecado” (2 Reyes 17:21).
No mucho después, el Señor envió un profeta a Betel para clamar contra el altar que Jeroboam había construido allí. El profeta “clamó contra el altar por palabra de Jehová, y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que á la casa de David nacerá un hijo, llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti á los sacerdotes de los altos que queman sobre ti perfumes; y sobre ti quemarán huesos de hombres. Y aquel mismo día dió una señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará” (1 Reyes 13:1-3). Nótese bien: el profeta clamó contra el altar, ¡no contra la gente que adoraba en aquel lugar! El altar, con su becerro, siendo el foco de adoración en Betel, representaba todo el sistema que Jeroboam había establecido. Esto ilustra nuestro punto. No clamamos contra (o juzgamos a) nuestros hermanos mezclados con la confusión en la casa de Dios, sino contra el sistema, porque no es de Dios.
El mensaje del profeta molestó mucho a Jeroboam y éste arremetió contra el profeta, pero al hacerlo, su mano se secó. No obstante, el profeta oró por la restauración de la mano de Jeroboam. Esto demuestra que no tenía intención de atacar a Jeroboam o al pueblo, sino que sólo quería su bien y su bendición. Del mismo modo, cuando se menciona el tema de la separación de la confusión en la casa de Dios, muchos cristianos que no quieren dejar ese sistema se ofenden personalmente, como lo hizo Jeroboam. Sin embargo, no es nuestra intención atacar a ninguna persona, sino hablar la verdad de Dios en amor (Efesios 4:15). Nunca debemos ofender personalmente, pero cuando la verdad llega a alguien que no la quiere escuchar, a veces se sentirá ofendido por ella (Mateo 15:12; Gálatas 4:16). Si ese es el caso, debemos dejarlos en las manos del Señor.
2) “¡El separarse no es demostrar amor!”
Algunos cristianos creen que separarse de otros cristianos que “piensan de un modo diferente” es algo demasiado extremo, y que demuestra falta de amor.
Pero la Biblia dice que la manera más grande de mostrar amor a los hijos de Dios es mediante nuestra obediencia personal a Dios. “En esto conocemos que amamos á los hijos de Dios, cuando amamos á Dios, y guardamos Sus mandamientos” (1 Juan 5:2-3). La pregunta es: “¿Qué es más importante, la obediencia a Dios, que demuestra nuestro amor hacia Él, o nuestra permanencia en una posición no bíblica debido a que queremos mostrar amor a las personas que se encuentran allí?” La desobediencia a la Escritura no es amor. Una cosa es participar en una supuesta organización eclesiástica siendo ignorante del orden bíblico de Dios, y otra muy distinta quedarse allí una vez que tenemos mejor conocimiento (Santiago 4:17). No deberíamos poner al pueblo de Dios por encima del Señor. Él debe tener el primer lugar. El Señor Jesús dijo: “Si Me amáis, guardad Mis mandamientos; el que tiene Mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que Me ama” (Juan 14:15,21).
3) “¡Nuestra iglesia está creciendo!”
Otros podrían responder a estas cosas diciendo: “¡Pero nuestra iglesia está creciendo! Esto demuestra que Dios está bendiciendo nuestra iglesia; y si Dios la está bendiciendo, ¡no puede estar equivocada! ¿Por qué debería separarme de algo que claramente Dios está bendiciendo?”
El problema aquí reside en las definiciones. Cuando las personas hablan de crecimiento, por lo general se refieren al aumento en cantidad (de personas). La Biblia, sin embargo, se refiere al crecimiento como un desarrollo y maduración espiritual en el creyente (1 Pedro 2:2; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15-16; Colosenses 1:10; 2:19; 1 Tesalonicenses 3:12; 4:10; 2 Tesalonicenses 1:3; Hechos 9:22).
El crecimiento numérico no es señal de la aprobación o bendición de Dios. No es más que una suposición el considerar el aumento numérico como una bendición de Dios. ¡Si fuese así, entonces la iglesia Católica Romana sería la denominación aprobada por Dios, porque se jacta de tener la mayor cantidad de miembros de todas las iglesias! Los Testigos de Jehová se jactan de un crecimiento numérico fenomenal. ¿Acaso eso significa que Dios los está bendiciendo?
La Palabra de Dios dice que la única clase de personas que va a incrementar en número en el testimonio cristiano en los últimos días es aquella de los “malos hombres y los engañadores” y los “muchos” que los seguirán (2 Timoteo 3:13; 2 Pedro 2:2). Al gloriarnos de tener grandes números, podríamos estar identificándonos involuntariamente con el error que las Escrituras advierten que aumentará en la Iglesia en los últimos días. Este no es siempre el caso, pero debería librarnos de querer jactarnos por números. Está claro en las Escrituras que los creyentes fieles y piadosos disminuirán a medida que los días se vayan oscureciendo espiritualmente (2 Timoteo 1:15; Salmo 12:1).
En un sistema que se sostiene mayormente por donaciones y ofrendas de la congregación, los números son importantes para las iglesias. Pero Dios no se ocupa de los números como lo hacen los hombres. Esto se ve en las pocas ocasiones en que se mencionan los números en el libro de los Hechos. Sólo dice: “Fueron añadidas á ellos aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41; 4:4); “Y eran en todos como unos doce hombres” (Hechos 19:7). El tipo de crecimiento que Dios busca en Su pueblo redimido es el crecimiento en la madurez espiritual. Si visitáramos una asamblea de cristianos que tuviera un cierto número de personas, y luego volviéramos un año después y viéramos que realmente habían aumentado en su entendimiento del Señor y en su amor mutuo, podríamos decir correctamente que esa asamblea estaba creciendo, aunque tuviera el mismo número de personas (2 Tesalonicenses 1:3).
En este contexto, preguntamos: “¿Cuánto crecimiento hay entre los de las distintas denominaciones?” Puesto que el reconocimiento de la enseñanza que es de Dios es una prueba de la madurez espiritual de una persona (1 Corintios 10:15; Filipenses 1:9-10; Hebreos 5:14), ¿recibirían los cristianos de las iglesias denominacionales la enseñanza sobre la Iglesia y sobre su orden y función, tal como se encuentra en las Escrituras, si se les presentara?
4) “¡Dios está haciendo uso de las denominaciones!”
Algunos cristianos dicen: “Pero sigo pensando que no está mal adorar con un grupo de creyentes en su denominación sólo porque el orden en ella no esté en la Biblia. Después de todo, ¡Dios está haciendo uso de esas iglesias denominacionales! Hay personas que están siendo salvadas, y los cristianos reciben bendición allí. Si Dios las usa así, ¡no pueden ser tan malas de manera que deba separarme de ellas!”
Aunque pueda parecer que Dios está haciendo uso de las iglesias denominacionales (y no denominacionales), queremos enfatizar el hecho de que no son las denominaciones aquello de lo que Él está haciendo uso, sino es Su Palabra. La Biblia dice: “Mas la Palabra de Dios no está presa” (2 Timoteo 2:9). Dios puede usar, y usa, Su Palabra para bendición donde sea ministrada. Cuando un supuesto pastor o ministro predica la Palabra y ministra su enseñanza a sus oyentes, el Espíritu de Dios la tomará y la aplicará a los corazones y a las conciencias de los que están presentes. Sin duda alguna, hay personas que son salvadas en esos lugares. Pero el hecho de que Dios esté salvando personas en esas iglesias no significa que Él esté dando Su aprobación al orden humano que hay en ellas, el cual es contrario a Su Palabra. Él nunca aprueba algo que contradiga a Su Palabra. Uno podría llevar la Palabra de Dios a un lugar de impiedad como un bar o una taberna, y el Espíritu podría usarla para la salvación de alguien. ¿Pero será que esto signifique que Dios esté haciendo uso de las tabernas? Eso no justifica su existencia. Claro que éste es un ejemplo extremo, pero ilustra nuestro argumento de que Dios puede usar Su Palabra en cualquier lugar, aun si es un lugar de impiedad.
Aunque Dios usa Su Palabra donde Le place (Isaías 55:11), los cristianos no son libres de andar por donde les plazca, si quieren la aprobación del Señor. Debemos andar de acuerdo al camino que Dios ha señalado para nosotros en Su Palabra. Debemos amar a todo el pueblo de Dios, pero nuestros pies deben permanecer en el camino de la obediencia a la Palabra de Dios que nos llama a separarnos del desorden que el hombre ha introducido en la casa de Dios (2 Timoteo 2:20-21). El simple hecho de que haya una bendición tangible en algún sistema o denominación no significa que quedemos exentos de nuestra responsabilidad de andar en la enseñanza de la Palabra de Dios. No hay justificación alguna en abandonar el camino de la obediencia y permanecer en comunión con algo que sabemos que no es bíblico.
5) “¡Puedo hacer mucho bien quedándome en la denominación donde estoy!”
Otros pueden decir: “Sé que hay algunas cosas que no son correctas en mi iglesia, pero ¿por qué debería dejar mucho de lo que creo que es bueno por unas pocas cosas que no son consistentes con las Escrituras? Además, siento que puedo hacer mucho bien ayudando a la gente allí. Si me voy, no podré hacerlo”.
Esta es una excusa común, y usualmente los pastores y ministros que dirigen las congregaciones hacen uso de ella para continuar con el orden no bíblico en sus iglesias. Muchos sienten que, al permanecer en comunión con aquellos que están en sus iglesias no bíblicas, tendrán una esfera más amplia en la cual servir al Señor. Como dice el viejo refrán, “Si quieres pescar, tienes que ir donde están los peces”.
Si volvemos a la ilustración que el apóstol Pablo usó de los vasos en la “casa grande”, vemos que no es una cuestión de que si los vasos para honra que están mezclados con los vasos para deshonra puedan ser usados por el Maestro. La cuestión es que no pueden ser utilizados para todo lo que el Maestro necesite hacer. Un plato sucio en tu casa es útil para algunos trabajos. Por ejemplo, si tuvieras que cambiar el aceite de tu auto, un plato que no está limpio te serviría. Pero un plato limpio podría ser utilizado para cualquier propósito. Este principio es el mismo con respecto al servicio en la casa de Dios; una persona puede ser un plato sucio a través de sus asociaciones, pero todavía podría ser una ayuda para algunos. Sin embargo, la exhortación en 2 Timoteo 2:21 es ser un plato “aparejado para toda buena obra”.
Algunos pueden sentir que estamos hablando despectivamente de los cristianos que están asociados con las iglesias, al inferir que no son limpios. No hablamos despectivamente de los cristianos; simplemente estamos declarando lo que dice la Escritura. Es la Escritura la que dice que una persona no es un vaso “santificado” hasta que se haya purificado de la mezcla en la casa de Dios, separándose de ella (2 Timoteo 2:21).
Algunos podrían preguntar, “¿Qué servicio querría el Señor que se hiciera, para el cual no pudiera llamar a uno en una denominación para que lo hiciera de igual forma?” Para ilustrar nuestro punto, suponga que hay algunos cristianos que están pasando por un ejercicio en cuanto a la enseñanza sobre cómo Dios quiere que nos reunamos para la adoración y el ministerio. ¿Podría el Señor llamar a alguien en los sistemas denominacionales para delinear el patrón bíblico para la adoración y el ministerio? Incluso si alguien asociado con las iglesias denominacionales conociera la verdad sobre este tema, probablemente no querría hablar de ello porque sólo lo condenaría. E incluso si intentara explicarlo, se estaría condenando a sí mismo por no hacer lo que le está diciendo a la otra persona que haga. Sus palabras parecerían como si se burlara de la verdad, y, por tanto, no tendría ningún poder para liberar a la otra persona de esa posición (Génesis 19:14).
No hay duda de que una persona pueda hacer algo bueno en las iglesias. Eldad y Medad son un tipo figurativo en el Antiguo Testamento de justamente esto (Números 11:26). Ellos permanecieron en el campamento de Israel cuando el Señor los había llamado para sí (Números 11:16,24-26). Estaban siendo útiles allí, pero ¿acaso era ese la vocación más elevada para ellos, cuando el Señor dijo claramente: “Júntame setenta varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo”? Otro ejemplo es el de Noemí en la tierra de Moab. Ella fue una ayuda para Rut, en el sentido de que Rut se volvió de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero (Rut 1:16-17). Pero eso no justifica la presencia de Noemí estando allí. En primer lugar, no debía haber estado allí. El Señor podría haber llevado a Rut al conocimiento del único Dios verdadero sin que Noemí estuviera en una mala tesitura.
La Escritura dice: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 Samuel 15:22). Esto significa que obedecer es nuestro deber principal, y el resto se lo dejamos al Señor. El Señor considera que la obediencia es más importante que hacer algún servicio para Él. La mayor ayuda que podemos prestar a los que están mezclados en la confusión de la “casa grande” es separarnos de ella y luego tratar de ayudar a los demás (2 Timoteo 2:24-26). El hermano W. Potter dijo que nuestra primera responsabilidad es ocuparnos de los principios, y Dios se ocupará de las personas. J. G. Bellett dijo que, si vemos a alguien atascado en una zanja, no debemos meternos en la zanja para ayudarle a salir de ella. Podríamos terminar atascados en ella nosotros mismos. En lugar de eso, debemos ir a tierra firme y tratar de ayudarles a salir. Lo mismo aplica en los asuntos divinos.
6) “¡No deberíamos dejar de congregarnos!”
Otros han dicho: “La Palabra de Dios nos exhorta a no dejar de congregarnos. Si me separo de mi iglesia, no estaría obedeciendo este versículo”.
Cierto, la Biblia nos manda a no dejar de congregarnos (Hebreos 10:25). Pero un cristiano no necesita pertenecer a una denominación no bíblica (ni a una congregación no denominacional) para obedecer a la Escritura. El Señor Jesús dijo: “Porque donde están dos ó tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18:20).
7) “¡Separarse de otros cristianos rompe la unidad del Espíritu!”
Para muchos creyentes honestos y sinceros, parece inconcebible que un cristiano se separe de otros cristianos. Especialmente cuando uno de los conceptos principales de la comunidad cristiana es que todos somos una gran familia en la que deben existir la unidad y el compañerismo. En su mente, separarse sería romper esa unidad (Efesios 4:3).
Es importante entender que ningún cristiano de mente recta y corazón verdadero quiere separarse de otros cristianos, pues es normal y correcto amar a toda la familia de la fe (Juan 13:34-35; Romanos 12:9-10; Efesios 1:15; Hebreos 13:13). Sin embargo, el amor al Señor Jesús y el deseo de complacerlo llevan a los cristianos de corazón sincero a separarse de lo que es una deshonra para Él (2 Timoteo 2:19-20; Juan 14:15). Aunque nos duela separarnos de los hermanos, debemos separarnos de lo que deshonra a Cristo. Debemos dar prioridad a lo que Él se merece.
El problema con esta idea de mantener la unidad a toda costa viene de ver sólo un lado de la verdad sobre el tema. Si vemos sólo el lado que habla de la unidad cristiana, sin el lado que habla de la separación del mal, los creyentes fieles se verían sin opción más que a seguir en comunión con el mal. Quedarían en el aprieto de ver el orden de Dios en Su Palabra, pero serían incapaces de practicarlo, porque la unidad los llama a permanecer con otros cristianos en su posición sin base bíblica. Tendrían que permanecer en comunión con lo que saben que es contrario a la Palabra de Dios, y esto les daría mala conciencia. Y para ellos sería un camino de desobediencia, porque “el pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace” (Santiago 4:17). En consecuencia, para todo cristiano ejercitado, sería una constante aflicción del alma. Afortunadamente podemos decir que eso sería obedecer un falso principio de unidad, a expensas de la santidad y la obediencia. Ese no es el camino de Dios.
La verdad es que el principio de la unidad de Dios sólo puede practicarse correctamente por medio de la separación del mal. J. N. Darby dijo: “Dios mismo debe ser la fuente y el centro de la unidad, y sólo Él tiene el poder y el derecho. Cualquier centro de unidad fuera de Dios debe ser una negación de Su Deidad y gloria. Puesto que el mal existe —sí, y es nuestra condición natural— no puede haber unión en la que el santo Dios sea el centro y el poder, sino mediante la separación del mal. La separación es el primer elemento de la unidad y de la unión”.
Por lo tanto, en este día en que la ruina y la confusión impregnan el testimonio público de la Iglesia, las cosas que pertenecen a la unidad sólo pueden practicarse en un testimonio remanente. Este es un principio bíblico, y una provisión que Dios ha hecho para que podamos practicar toda la verdad. Esto se puede ver siguiendo el curso descendente en la historia del testimonio cristiano, como se representa en los discursos del Señor a las siete iglesias en Apocalipsis 2–3. Se llega a un punto en el que el Señor ya no reconoce la muchedumbre de la profesión cristiana, y a partir de entonces trata con un testimonio remanente. Él distingue un remanente, diciendo: “Pero Yo digo á vosotros, y á los demás [el remanente] ... ”, y es con ellos que el Señor enfoca Su trato a partir de entonces (Apocalipsis 2:24-29). La razón de esto es que la condición de la Iglesia ha llegado a un punto sin “remedio” (2 Crónicas 36:16). A partir de ese punto, se produce un marcado cambio en los tratos del Señor con la Iglesia. Esto está indicado cuando el llamado a que “oigan lo que el Espíritu dice á las iglesias” prosigue a la promesa al vencedor, en lugar de precederla, como había sido el patrón hasta ese punto. En las palabras del Señor a las tres primeras iglesias, la recompensa al vencedor fue puesta delante de toda la iglesia porque el Señor todavía estaba tratando con ella en general. Pero después se renuncia a ella, y el llamado a “oír lo que el Espíritu dice á las iglesias” sólo se da a un remanente, porque sólo ellos escucharán y vencerán. Walter Scott dijo que la razón de este cambio es que la muchedumbre pública de la profesión cristiana es vista como incapaz de escuchar, arrepentirse y practicar la verdad. W. Kelly dijo: “El Señor, a partir de ese momento, da la promesa [al vencedor] en primer lugar, y esto es porque sería vano esperar que la iglesia en su conjunto la reciba ... sólo un remanente vence, y la promesa es para ellos; en cuanto a los demás, todo ha terminado”.
Por lo tanto, ya que este es el caso, no podemos esperar en nuestros días a practicar el principio de Dios de la unidad con la profesión cristiana pública en general, pero sí en un testimonio remanente.
En realidad, cualquiera que se una a alguna denominación en particular con preferencia sobre otras, no tiene ninguna base para su crítica a los que desean separarse de las denominaciones; pues él ha hecho lo mismo. Se ha limitado a una denominación, pero al hacerlo, se ha separado de las demás; porque una persona no puede ser bautista y presbiteriano al mismo tiempo. Por lo tanto, con el acto de unirse a una denominación de su preferencia, se ha hecho a sí mismo no estar con ninguna otra, y por lo tanto podría ser acusado de no caminar en unidad. Por lo tanto, el que quiera argumentar acerca de este punto, primero debe caminar en la unidad de la que él mismo reclama.
Separación no es aislamiento
Recordemos que cuando la Palabra de Dios habla de separación, no se refiere a aislamiento. Ninguno de los escritores del Nuevo Testamento, al hablar de la ruina y la confusión que llegaría al testimonio cristiano, nos dice que nos aislemos. Esa no es la respuesta al problema. De hecho, hablan de lo contrario. El mismo pasaje de la Escritura que nos dice que nos purguemos de la confusión en la “casa grande” separándonos de ella, también nos dice que debemos “seguir la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón” (2 Timoteo 2:22). Esto muestra que debemos buscar la comunión con aquellos que buscan mantener los principios de la Palabra de Dios.
¡Más claridad!
Si la Palabra de Dios nos instruye a que nos reunamos en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, entonces seguro que también debe instruirnos en cómo debemos hacerlo. Tomamos esto como una confirmación de que existe un modelo en la Palabra de Dios para como los cristianos deben reunirse para la adoración y el ministerio. Al continuar este tema, esperamos presentar este sencillo patrón ante el lector.
Un importante principio base para guiarnos en este día de ruina es: “Dejad de hacer lo malo; aprended á hacer bien” (Isaías 1:16-17). Si no estamos preparados para separarnos de lo que sabemos que es inconsistente con la enseñanza de la Palabra de Dios en la profesión cristiana, no podemos esperar a obtener claridad para dar más pasos en el camino. Un gran principio en los caminos de Dios es que cuando buscamos caminar en la luz que Dios nos ha dado, él nos dará más claridad. “En Tu luz veremos la luz” (Salmo 36:9).
Abraham es un ejemplo. Dios lo llamó mientras vivía en la tierra de Ur de los Caldeos y le dijo que fuera a un lugar en la tierra de Canaán que más tarde le sería mostrado (Génesis 12:1-3; Hechos 7:2-3). Con fe, “salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8). Cuando se detuvo en el camino en Harán y se estableció allí, no recibió más claridad o comunicación de Dios para su camino, porque Dios nunca le dijo que se detuviera allí (Génesis 11:31). No fue hasta que continuó su viaje hacia la tierra de Canaán, como el Señor le había dicho, que recibió más comunicación del Señor (Génesis 12:4-7). Lo mismo ocurre con nosotros en el camino de la fe. Es algo así como las luces de un auto por la noche. Sólo alumbran al conductor en unos 200 o 300 metros a la vez. A medida que el coche avanza, el conductor obtiene luz en la carretera por otros 200 o 300 metros, pero si el auto deja de moverse, el conductor no obtiene luz más adelante. Recordemos que a los que están dispuestos a “hacer” la voluntad de Dios, se les dará a conocer la verdad (Juan 7:17).