J. N. Darby
Es claro para mí que un cristiano, libre de hacer lo que le plazca, nunca podría ser un soldado, a menos que fuese ... ignorante de la posición cristiana. Otra cosa es cuando uno se ve obligado a ello. En tal caso es ésta la cuestión: ¿está la conciencia tan fuertemente implicada en el aspecto negativo de la cuestión, que uno no pueda ser soldado sin violar lo que es la regla de la conciencia: la Palabra de Dios? Si es así, debemos soportar las consecuencias; debemos ser fieles.
Lo que me duele es la forma en la cual la idea de la patria propia ha tomado posesión de los corazones de algunos hermanos. Comprendo totalmente que el sentimiento de patriotismo sea fuerte en el corazón humano. No pienso que el corazón sea capaz de afecto hacia el mundo entero. En el fondo, los afectos humanos han de tener un centro, el cual es el “yo”. Yo digo, “mi patria”, y ésta no es la de un extraño. Yo digo, “mis hijos”, “mi amigo”, y ello no proviene precisamente de un egoísmo puro. Uno sacrificaría su propia vida, quizá todo ... por su patria, por sus amigos. Yo no puedo decir, “mi mundo”; no hay apropiación alguna en ello ... . Pero Dios nos libra del “yo”; Él hace de Sí mismo, de Sí mismo en Cristo, el centro de todo; y el cristiano, si es sincero, afirma claramente que busca una patria —“la mejor, es a saber, la celestial” (Hebreos 11:16)—. Sus afectos, sus lazos, su ciudadanía están allí. Se retira en la oscuridad en este mundo, mientras en el exterior la vorágine reinante se rebulle, y amenaza con engullir y llevárselo todo. El Señor es pues un refugio sagrado.
Comprendo que un cristiano llegue a dudar si debe obedecer o no: respeto su conciencia; pero que él permita ser llevado de acá para allá por lo que se ha dado en llamar “patriotismo” —esto es lo que no es del cielo—. “Mi reino”, dijo Jesús, “no es de este mundo; si de este mundo fuera Mí reino, Mis servidores pelearían” (Juan 18:36). Aquello no es sino el espíritu del mundo bajo una forma honorable y atractiva, pero “las guerras ... son de vuestras concupiscencias, las cuales combaten en vuestros miembros” (Santiago 4:1).
Como hombre, habría combatido obstinadamente por mi patria y nunca habría dado cuartel, Dios lo sabe; pero como cristiano, creo y me siento a mí mismo como estando aparte de todo; estas cosas ya no me remueven. La mano de Dios está en ellas; lo reconozco; Él lo ordenó todo anticipadamente; ante esta voluntad yo agacho la cabeza. Si Inglaterra se viera invadida mañana, yo confiaría en Él. Sería como un castigo sobre este pueblo que nunca ha visto la guerra, mas yo me doblegaría ante su voluntad.
Son muchos los cristianos que trabajan en el escenario de la guerra; grandes cantidades de dinero les son enviadas. Todo esto no me atrae lo más mínimo. Alabado sea Dios porque tantas pobres criaturas han sido aliviadas; pero preferiría ver a los hermanos penetrando por las callejuelas de las ciudades, buscando a los pobres allí, donde se encuentran día tras día. Hay muchísima más abnegación de uno mismo y servicio más oculto en tal labor. No somos de este mundo, pero somos los representantes de Cristo en medio del mundo. ¡Que Dios guarde con toda Su gracia a los Suyos!
[Traducido de “Letters of J. N. Darby” (“Cartas de J. N. Darby”), tomo II, página 110, Nueva Edición].