Con la llegada al hogar de un precioso hijito viene un nuevo vínculo. La pareja joven ya no se ocupa solamente de sí mismo; ahora son padre y madre de una criatura. Se ha efectuado en el hogar un gran cambio. Con el nacimiento del primogénito se formó un círculo enteramente nuevo de afectos. Es en verdad un tiempo de regocijo, y nos hace pensar en el regocijo que hay en el corazón de Dios cuando los pobres pecadores se vuelven a Él y con fe viva creen en el Señor Jesucristo, ya nacidos como hijos en la familia de Dios Padre.
Los padres jóvenes tienen ahora un objeto común para sus afectos. Para unir más sus corazones, no hay nada comparable al nacimiento de su primogénito. Ciertamente ellos amarán a todos y a cada uno de sus hijos que engendren después con el mismo amor de padre y de madre; pero el advenimiento del primogénito es lo que les abre un nuevo interés, despertando el afecto paterno y a la vez dando un sentimiento de responsabilidad. Cuando por primera vez la madre tiene en sus brazos a ese infante querido, su misma carne y sangre, siente los afectos de madre. El joven padre de la misma manera se siente verdaderamente un padre cuando con cariño tiene a su propio hijito o hijita en sus brazos.
Estos benditos afectos son de Dios; fue Él quien los puso en el corazón humano. No poseerlos sería en verdad evidenciar un vacío triste, y demostraría cuánto hemos embebido del espíritu malo de los “postreros días” cuando los hombres serán “sin afecto” natural, sea paterno o filial.
Es normal que los padres estén solícitos por sus hijos y que deseen darles buenas cosas. El Señor se refirió a esto cuando dijo: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?” (Mt. 7:11). Muchos padres deben recordar esto cuando buscan lo mejor para sus hijos.
Aunque hay padres que tienen poco de los bienes de este mundo, no obstante pueden mostrar afecto para con sus hijos, y el afecto puede verse y sentirse cuando tal vez no haya manera de dar regalos. No es el niño que tiene “todo lo que el corazón pueda desear” siempre el que es feliz; a menudo los niños más felices y contentos son aquellos que poseen pocos juguetes y otras cosas atractivas.
Los padres deben ser sabios en su afán amoroso de dar. El pensamiento y el interés en el bienestar y las actividades de sus hijos y regalitos pequeños que manifiestan su amor, significan más para los niños que el gasto de mucho dinero en chucherías, o en juguetes caros que se olvidarán mañana.
Hay dones también de valor inestimable, cosas que el dinero no puede comprar, que los padres cristianos pueden y deben darles: los tesoros de la sabiduría de la Palabra de Dios, el consejo sabio y la educación moral.
Los padres amorosos deben cuidar de no hacer un ídolo del heredero que Dios les ha dado. Algunas veces Dios se ha llevado con Él a un hijo amado cuando veía que los corazones de los padres estaban idolatrando al hijo.
El nuevo parentesco de primogénito podrá trascender a otros: probablemente estos padres jóvenes tengan padres y madres que por primera vez lleguen a ser abuelos y abuelas. El ser abuelitos tiene sus propios goces y compensaciones, porque ellos también tendrán la oportunidad de mostrar afecto a “los hijos de sus hijos.” Los abuelitos pueden ser una verdadera ayuda e influencia para bien, pero tal vez haya una tendencia mayor aun con ellos que con los padres, de mimar a los nietos por la demasiada indulgencia en su trato. Se necesitan la gracia y la sabiduría para ser buenos abuelitos.