J.N. Darby
Amados hermanos y hermanas en Cristo:
El día de la apostasía se acerca a grandes pasos, y próximo está también el día en que el Señor arrebatará a los Suyos. El tiempo presente tiene pues un carácter solemne y por este motivo me siento impulsado a dirigirles esta palabra de advertencia. Por doquier, hombres piadosos consideran las señales de los tiempos y ven aproximarse el momento que pondrá fin a las presentes actividades de la gracia, de modo que hemos llegado a una época en la cual es necesario hablar clara y decididamente. ¿Dónde estamos nosotros en nuestra cristiandad? ¿De qué nos ocupamos? Por gracia hemos sido apartados de la idolatría y de la maldad que distinguen ahora al cristianismo y que amenazan al mundo con una ruina más terrible que aquella de Sodoma y Gomorra. Habiendo sido abiertos nuestros ojos, la cuestión es saber si sentimos suficientemente tanto la responsabilidad como la bendición de la posición que ocupamos.
Creedme, nunca hubo en la historia del mundo una época similar a ésta, y Satanás no se ocupa de otros tal como se ocupa de nosotros los creyentes; de ahí que debemos temer tanto más la sutileza de sus operaciones. Su objeto es el desviar nuestra mirada de Cristo, dejándonos suponer que nuestra posición es segura y que no tenemos nada que temer; él busca destruirnos si es posible, por medio de la misma verdad. La posición que ocupamos no está segura sino cuando Cristo es nuestro todo en cada cosa; de otro modo somos arrastrados de Satanás. Ponemos alguna cosa entre nuestra alma y Cristo, y para nosotros Filadelfia se torna en Laodicea; entonces nuestra posición no está más segura que la del resto de la cristiandad; nuestra fuerza se ha ido.
Algunos sois jóvenes, convertidos hace poco, conducidos en los senderos derechos del Señor, y no conocen la profundidad de Satanás, mas quedáis advertidos solemnemente de vuestro peligro, y si os alcanza el mal, no podréis alegar vuestra ignorancia.
Os lo digo de nuevo: Satanás tiene especialmente puestos los ojos sobre vosotros para que améis al mundo antes que a vuestra alma y a Cristo. Si supieseis cuán poco le basta para satisfacer sus designios, os asustaríais. No comienza con lo que es grosero o vergonzoso; mas si se halla el mal en nosotros, él lo desarrollará. Él busca arruinaros no con asuntos de gran trascendencia, sino por medio de bagatelas que parecen inofensivas, de las cuales aparentemente nadie se ofenda o escandalice, pero que constituyen el veneno mortal destinado a destruir vuestro testimonio y a alejaros de Cristo. Preguntaos cuales son estos síntomas alarmantes y donde se descubren, haciéndoos esta pregunta, y comprenderéis el carácter del veneno que está operando.
Hermanos y hermanas, ¿estáis vosotros contaminados del espíritu del mundo? Vuestro vestir, vuestras costumbres, vuestras conversaciones, la ausencia de espiritualidad y tantas cosas que se manifiestan en las reuniones indican tal contagio. Esta carga muerta, esta sujeción, esta falta de poder son sentidas en las reuniones sencillamente como si nuestro corazón fuese expuesto a la vista de todos y nuestros pensamientos públicamente conocidos.
Se comienza a ver entre nosotros una forma de piedad sin potencia. Mezclándoos con el mundo, caeréis a su nivel. Si os gozáis con el mundo, el lugar privilegiado que ocupáis, en vez de poneros a resguardo, os expondrá ciertamente a una condenación más grande. Es necesario que sea o Cristo o el mundo; no puede ser Cristo y el mundo. La gracia de Dios os ha separado del mundo cuando estabais en la ignorancia, pero Dios no permitirá que halléis Su gracia retornando al mundo después de haber sido separados de éste.
No olvidéis que ocupáis el lugar de personas cuyos ojos han sido abiertos. Si de un lado hay una bendición incontable, del otro está la posición más terrible que un ser humano pueda ocupar. Es como si os encontraseis en la sala de bodas sin el vestido adecuado. Y como si dijeseis: “Señor, Señor”, sin cumplir lo que Él ordena; o como si vuestro razonamiento fuese: “Yo, Señor, voy”, y no fuisteis. Amados, aunque yo hablo así, estoy persuadido de que hay cosas mejores para vosotros, y tengo confianza en el Señor que vosotros Lo bendeciréis por estas palabras.
Nada puede compararse a la gloriosa posición que habéis sido llamados a ocupar en estos últimos días. Los santos han velado por cerca de dos mil años, durante días y noches de fatigas, y vosotros no tenéis nada más que esperar que la trompeta suene victoriosamente para entrar en posesión de la gloriosa heredad. Ellos han trabajado y vosotros habéis entrado en sus trabajos, y sin embargo, en verdad, vosotros bajáis vuestra dignidad al nivel de los pobres vasos de barro que la vara del gran Vencedor reducirá pronto en pedazos.
Despertaos de vuestro letargo, arrojad fuera vuestros ídolos y vuestros falsos dioses, lavaos las ropas y subid a Bethel, donde encontraréis a Dios y donde Lo conoceréis mejor que nunca, aun mejor que en vuestros mejores días. Deshaceos de vuestro último hilo de telilla mundana; estad en guardia en vuestras conversaciones a fin de que ellas se refieran a Cristo y a Sus intereses. Vuestras oraciones se unan a las de aquellos que frecuentan las reuniones de oración: ellas son más necesarias que nunca. Aprovechad de cada ocasión para recibir la enseñanza de la Palabra que solo puede guardaros del camino del destructor. Vuestra vida entera manifieste el aprovechamiento del ministerio, de la Palabra en las reuniones, como también en secreto con el Señor. Si deseáis una ocupación que sea gloriosamente recompensada de nuestro amado Amo, pedidle el hacer vuestro trabajo para Él. Nunca os pesará en este mundo, mucho menos en el venidero, lo que por Él habéis hecho.
Toleradme amados. Soy celoso por vuestro cuidado de un celo de Dios. Vosotros pertenecéis a Cristo, y Cristo es vuestro: No despedacéis esta santa unión. La prometida no fue infiel al Esposo. ¿Por qué fuisteis desposados? ¿Y qué tendréis? Las algarrobas y los frutos amargos, mientras dejasteis huir la medida de bendición que poseíais. Todas las distinciones espirituales conquistadas con energía aquí abajo no servirán más que para revelar vuestra belleza y el volveros más agradables a los ojos de Aquel al cual fuisteis desposados.
¿Le negaréis esta felicidad? ¿Le privaréis del fruto del trabajo de Su alma, Él que fue colgado en el Calvario entre dos malhechores, y fue dado en espectáculo a los hombres y a los ángeles? ¿Por quién ha manifestado Él una tal devoción, sino por vosotros que Lo olvidáis?
Él habría podido adueñarse del mundo entero sin ir a la cruz, dejándoos fuera, mas no lo hizo. Y ahora que habéis sido enriquecidos por Sus sufrimientos y por Su sangre, ¿os asociasteis al mundo, dejando aparte al Señor? ¡No puede ser posible! Tomemos aliento. Habiendo ya ofrecido las oraciones, confesando la falta de piedad y de devoción, recibamos esta palabra como respuesta del Señor, de Él que es fiel, y quiere estimularnos cuando nuestro estado languidece.
Él vendrá pronto, y ciertamente no quisiera que vosotros fueseis cubiertos de vergüenza en Su venida.