Ocupación Con Cristo

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El verdadero cristianismo hace todo de Cristo, y nada del yo, y es en el yo donde está la esencia de cada problema en la vida cristiana. ¿Por qué hay (y lo digo avergonzado) tantas divisiones en la actualidad entre los cristianos? ¿Por qué no se mantuvo la Iglesia unida como al principio? Se debe a que el hombre quería tener un puesto, en lugar de dejar que Cristo lo fuera todo. Cada falsa enseñanza, sin excepción alguna, da alguna gloria al hombre y resta de la gloria de Cristo.
Si tú y yo estamos ocupados con Cristo, y nuestros pensamientos se apartan de nuestro propio yo, esto tendrá un efecto asombroso en nosotros. Las personas nos contemplarán y dirán (no que sea este nuestro deseo, pero sucederá): «Parecen estar en paz consigo mismos. No tienen problema con la autoestima.» Tendremos una dignidad moral en nosotros que otros podrán designar como autoestima, pero no es autoestima, es «Cristo-estima». ¿Por qué? Porque el creyente que está ocupado con Cristo no tiene pensamientos elevados ni bajos acerca del yo, sino que más bien ha dejado de pensar en el yo. La esencia del verdadero cristianismo es no tener pensamientos altos ni bajos del yo, sino no pensar en el yo en absoluto. ¿Qué deberíamos hacer cuando nuestras mentes comienzan a llenarse de pensamientos del yo? Sugiero que debemos echarlos en el acto de nuestras mentes. Podemos decir con verdad que esos pensamientos proceden del yo, y que el yo no es el «yo» correcto que debe reinar en nuestras vidas ya más. No le debo nada al yo, ya no tiene más derechos. Reconozco que se trata de un ataque de Satanás, que intenta emplear el yo para hacerme pecar. Sencillamente, me aparto de ello, porque ahora estoy «en Cristo», y Él debe reinar en mí.
Cuando hacía prácticas para el carnet de conducir, una de las cosas en que insistían era en que debía mirar a lo lejos para dirigir el volante. Nos decían que no mirásemos al frente del vehículo ni a la parte de la carretera inmediatamente delante de nosotros, sino que debíamos poner la mirada a varios cientos de metros carretera adelante. Así el auto iría en línea recta, tomaría las curvas con más suavidad y la conducción sería más suave. El mismo principio es de aplicación a la vida cristiana. El creyente que pone los ojos sobre sí mismo tendrá un curso «en vaivén», y no podrá andar un camino recto. El que está ocupado con Cristo y no se preocupa de sí mismo hará un camino recto, porque su mirada la tiene fuera de sí mismo. Trataremos acerca de algunos puntos prácticos tocante a esto en la siguiente sección.
Podemos tener la certidumbre, en base de la autoridad de la Palabra de Dios, de que hay más en Cristo para alentar nuestros corazones que en nosotros mismos para desalentarlos. ¿Nos contemplamos a nosotros mismos y nos sentimos desanimados y deprimidos? ¿Pensamos en cómo hemos fracasado, en los males que hemos cometido, en las cualidades de que carecemos, y más y más? Satanás nos querría tener ocupados con nosotros mismos de esta manera, y la sabiduría mundana nos dirá que tenemos que creer en nosotros mismos, que debemos pensar positivamente y decirnos a nosotros mismos que podemos hacerlo. De lo que debemos ser conscientes es de que Satanás quiere que nos ocupemos con nuestro yo, y no le preocupa si es en sentido positivo o negativo. Todo viene a ser lo mismo, y con ello nos priva de nuestro gozo en Cristo. Sólo el Espíritu de Dios puede llenar nuestros corazones con las cosas de Cristo, y apartarnos de nosotros mismos.
De nuevo se suscita la cuestión: «¿No debemos reconocer las capacidades que Dios nos ha dado, y utilizarlas?» Sí, desde luego, y encontramos esto expuesto en Romanos 12:3: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.» ¿Implica este versículo que es correcto pensar alto de nosotros mismos, pero no demasiado alto? No, no es este el sentido del pasaje. Más bien, el pensamiento es que debo reconocer las capacidades con que Dios me ha dotado y la obra que Él me ha confiado, y llevarla a cabo. Debemos recordar que este versículo aparece en Romanos capítulo 12, y que hemos de pasar por los capítulos 6, 7 y 8 para llegar ahí. Cuando hemos comprendido la verdadera posición cristiana como muertos, sepultados y resucitados con Cristo, entonces se introducen nuestros talentos, para que los usemos para la gloria de Dios. Hemos de reconocer lo que Dios nos ha encomendado que hagamos, y no pensar más alto de nosotros mismos de lo que deberíamos: no querer hacer algo para lo que no somos idóneos. Incluso en los cristianos puede entrar el orgullo, y podemos querer hacer algo que Dios no nos ha encomendado. Esta exhortación nos guarda de ello. Así como cada miembro del cuerpo humano tiene una función, así cada miembro del cuerpo de Cristo tiene una función.
Reconozco que algunas de esas consideraciones son difíciles de explicar de una manera totalmente armónica, y ya se ha dejado en claro al comienzo de este artículo que algunas de estas cosas han de ser experimentadas más que explicadas. Aunque no hay nada en la Biblia que se enfrente a la sana razón, hay muchas cosas que van más allá de la razón, porque es un libro de Dios, y trata de cuestiones más allá de la comprensión humana. Por ejemplo, la Biblia enseña tanto la soberanía de Dios como la responsabilidad del hombre. La mente del hombre no puede conciliar esas cosas de una manera completa, pero es sólo la insensatez de la estrecha mente humana la que negará una de ellas para enfatizar la otra. De la misma manera, es difícil para el hombre natural conciliar el reconocimiento de sus capacidades naturales con su total depravación como resultado del pecado.
Para la mente espiritual, esas aparentes contradicciones no presentan dificultad alguna, porque «el espiritual discierne todas las cosas» (1 Corintios 2:15, RVR77). Viene a ser sólo otra maravillosa dimensión de la Palabra que Dios nos ha dado. En las cosas naturales, nos es necesario aprender las definiciones de las cosas antes de aprender las cosas mismas, mientras que en las cosas espirituales debemos frecuentemente aprender las cosas mismas en comunión con el Señor antes de poder definirlas.
Nuestro tema contiene algunas de estas cosas, una de las cuales se ilustra en la vida del Apóstol Pablo. Pablo podía hablar de sí mismo como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15), y podía también decir que era «menos que el más pequeño de los santos» (Efesios 3:8). Esas palabras no eran meramente una elevada retórica, porque Pablo reconocía claramente cuán pecaminoso era su «yo» natural. Nunca se olvidaba de que había perseguido a la iglesia de Dios antes de ser salvo. Por otra parte, no sentía dificultades para reconocer lo que la gracia había operado en su alma, de modo que podía decir: «por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Corintios 15:10). Como siervo de Cristo, podía decir: «Y pienso que en nada he sido inferior a aquellos grandes apóstoles» (2 Corintios 11:5), y, «antes he trabajado más que todos ellos» (1 Corintios 15:10), pero añadiendo luego: «pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Corintios 15:10). No había orgullo en ello, aunque la tendencia estaba presente, porque Dios le envió un «aguijón en la carne», para que, como explica él, «la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente» (2 Corintios 12:7). Cuando las objeciones de algunos en Corinto le obligaron a hablar acerca de cuánto había sufrido por Cristo, pudo decir: «Lo que hablo, no lo hablo según el Señor, sino como en locura» (2 Corintios 11:17). No le agradaba hablar de sí mismo. Deberíamos contentarnos con ser cualquier cosa o nada en tanto que Cristo sea glorificado, y éste era el propósito de Pablo. ¡Que sea también nuestro propósito!
De esclavitud, de noche y pesar
Vengo, Jesús, vengo, Jesús;
A libertad, luz y bienestar,
Vengo, Señor Jesús.
De enfermedad a dicha y salud,
De la pobreza a tu plenitud,
De mi pecar a Ti en gratitud,
Vengo, Señor Jesús.
De mi vergüenza, pérdida y mal,
Vengo, Jesús, vengo, Jesús;
Para entrar en gloria eternal,
Vengo, Señor Jesús.
De mi tristeza a dulce solaz,
De tempestad a calma y tu paz,
De mi agonía a vida veraz,
Vengo, Señor Jesús.
William T. Sleeper