Confesión de las faltas comunes

 
El principio del capítulo 9 nos ha mostrado al hombre de Dios tomando un lugar de humillación más profunda que el anterior. No era simplemente un ayuno, se agrega a esta señal una humillación más grande: el hecho de romper sus vestiduras y de quedar sentado, desolado, hasta la ofrenda de la tarde. Después extiende sus manos hacia Jehová para orar por el pueblo y confesar sus faltas.
Esdras no se contenta en mandar a los otros de actuar de este modo, él mismo lo ha hecho. En el siguiente capítulo constatamos que su ejemplo es seguido. El pueblo se reúne alrededor de él. “Y mientras oraba Esdras y hacía oración, llorando y postrándose a tierra delante de la Casa de Dios, se juntó en derredor de él una grandísima asamblea de Israel, hombres, y mujeres, y niños; porque el pueblo lloraba con lloro grande. Entonces tomó la palabra Secanías hijo de Jehiel, de los hijos de Elam, y dijo a Esdras: Nos hemos portado traidoramente para con nuestro Dios, tomando mujeres extranjeras, de los pueblos de esta tierra; ahora empero hay esperanza para Israel tocante a esto” (capítulo 10:1-2 – V.M.). Ellos miran a Dios y se juzgan ante Él. De este modo el arrepentimiento se produjo y Esdras pudo actuar en consecuencia a esto. Dos veces se levanta (versículos 5 y 10), y los hombres del pueblo estaban reunidos, y él los confronta con su pecado.
“Entonces Esdras el sacerdote se puso en pie, y les dijo: Vosotros os habéis portado traidoramente contra Jehová, tomándoos mujeres extranjeras, para aumentar todavía más el delito de Israel. Ahora pues haced confesión a Jehová, el Dios de vuestros padres, y cumplid con su voluntad; y separaos de los pueblos de la tierra, y de las mujeres extranjeras” (capítulo 10:10-11).
Nos imaginamos fácilmente las escenas dolorosas que esta decisión iba a producir: las mujeres apelarían al amor de sus maridos y los pobres hijos preguntarían porque sus padres los desconocerían. Pero en verdad, no hay verdadero arrepentimiento sin aflicción y dolor. Y más particularmente cuando se trata del pecado, no de un culpable solamente, sino de toda la congregación, y ellos tienen el sentimiento profundo que, como pueblo de Dios, ellos han arrojado oprobio sobre Su Nombre, puede ser que esto haya sido durante varios años. Uno no puede seguir un camino de arrepentimiento sin que esto cueste mucho, sin que lazos sean quebrados y sentimientos heridos, como fue el caso en este momento.
“E hicieron así los hijos del cautiverio; pues fueron designados a este efecto Esdras el sacerdote, con ciertos varones de las cabezas de las casas paternas, según sus casas paternas respectivas, y todos ellos por sus nombres; los cuales se sentaron el día primero del mes décimo para investigar este asunto; y no acabaron con todos los hombres que habían tomado mujeres extranjeras hasta el primer día del mes primero.
Y se hallaron de los hijos de los sacerdotes que habían tomado mujeres extranjeras, algunos de los hijos de Jesúa hijo de Josadac, y de los hermanos de él, Maasías y Eliezer, y Jarib, y Gedelías; los cuales dieron su mano con promesa de despedir sus mujeres extranjeras; y siendo culpables ofrecieron un carnero de los rebaños como ofrenda por el pecado” (capítulo 10:16-19 – V.M.). Y los otros de igual forma: “Todos éstos habían tomado mujeres extranjeras; y había entre ellas mujeres que tenían hijos” (versículo 44 – V.M.).
Dicho de otra forma, mayor alejamiento de Jehová, más frutos se llevan de esto, más profundo también el dolor. Así es siempre. Por tanto constatamos aquí que la gracia de Dios es proporcionada a cada dificultad. Todo aquello de lo que tenemos necesidad es tener un ojo simple: así era también para los hijos venidos de la cautividad. Pero, amados hermanos, esto nos concierne e interesa mucho a nosotros hoy. Somos aquellos, o entre aquellos, a los cuales Dios dirige ahora semejantes palabras, quiera el Señor concedernos ser hallados fieles. Aunque en un día como este la fidelidad no puede estar separada de la voluntad de buscar donde nos hemos entrampado, y reconocer esto, pero no puede separarse de la disposición a sondear la Palabra de Dios y guardarla continuamente. Quiera el Señor concedernos la gracia de ser sumisos a esta Divina Palabra.