Como los paganos

 
Que tristeza para el hombre de Dios encontrar tales cosas en aquellos de Su pueblo. Aquellos que habrían debido estar profundamente compenetrados del sentimiento de la gracia de Dios, confiados en Su mano protectora, habían caído en un estado de indiferencia, relajamiento y alejamiento de Dios; cerca de Él sin duda exteriormente, pero interiormente bien lejos. Se encontraban personas en Jerusalén y no solamente de entre el pueblo, sino también de entre los sacerdotes —que actuaban de acuerdo a las abominaciones de los Cananeos— (capítulo 9). A veces somos sorprendidos, queridos amigos, de constatar entre aquellos que están reunidos al Nombre del Señor Jesús aflictivos y tristes desarrollos del mal. ¡Y es así!, las peores formas de mal se encontrarán allí donde uno está exteriormente más cerca del Señor, si uno en verdad no anda con Él, y si no es guardado por Él; porque el mayor esfuerzo de Satanás se concentra allí. ¿No es esto lo que éste más odia sobre la tierra?
Cuando los cristianos andan mano a mano con el mundo, Satanás acepta esto y los deja tranquilos. Él sabe dónde el mundo los conducirá; y si la carne y el espíritu se ponen de acuerdo para andar juntos, es siempre la carne que guiará. La única forma de andar por el Espíritu es de juzgar la carne; no tratar con ella, denunciarla; mortificar nuestros miembros que están sobre la tierra. Pero toda tentativa de reconciliación y de amistad entre la carne y el Espíritu es condenada anticipadamente. Satanás no se opondrá jamás a un acuerdo de este género. Él sabe perfectamente que, de concesión en concesión, lo que es carnal corromperá progresivamente lo que es espiritual y triunfará al final. Pero ¿qué pasa cuando uno sale del mundo para ponerse sobre el terreno donde el juicio de la carne es profesado? Si el mundo es tolerado en su corazón o si la carne es dejada libre para actuar, o si aún en la adoración a Dios y en la reunión de los Suyos, intervienen sentimientos personales y la voluntad propia, uno verá el naufragio frecuentemente peor de aquello que se ve en el mundo honorable. Este último conservará al menos una apariencia: mientras que allí donde nosotros mismos hemos aprendido la vanidad de las apariencias, allí donde no existe otra alternativa que el Espíritu o la carne, si el mal es tolerado la carne se manifestará bajo la peor de sus formas y Satanás arrojará el más grande deshonor sobre el Nombre del Señor.
Este era el caso aquí. No era en Babilonia sino en Judea que el remanente imitaba a los Cananeos. El pueblo y los sacerdotes hacían de acuerdo a sus abominaciones. ¿Piensan, queridos hermanos, que estamos exentos de estos peligros? De ninguna manera. Podamos confiarnos en Dios para ser guardados, pero sin perder de vista que la bendición colectiva debe comenzar por una bendición individual, y que el secreto de esta bendición individual tendrá siempre su raíz en el juicio de nosotros mismos ante Dios. Era así para Esdras que afligía su alma y esto mismo trajo a otros a afligirse también con él, primeramente durante la cautividad, y ahora en Jerusalén.