Regularidad a las reuniones

 
Estoy entristecido, amados hermanos, de ver a algunos hijos de Dios contentarse en frecuentar la reunión por la mañana en el día del Señor, observando solamente un lazo puramente exterior con el Señor y los Suyos. Admito que existen circunstancias que no pueden pasarse por alto —enfermedades graves, deberes profesionales, o familiares de un carácter absoluto—. No conocemos siempre los motivos, es por lo que debemos ser lentos en juzgar cada caso individual. Aun así diría siempre que, en una manera general, la misma fe que nos hace apreciar la reunión alrededor del Señor a Su mesa, debiese hacernos regocijar de encontrar al Señor en toda ocasión; más aún, a buscar por todos los medios crecer en la verdad. ¿No es esta una de las grandes causas de nuestra debilidad en la adoración? Es que no progresamos en la inteligencia espiritual. Si hiciésemos uso de la verdad de Dios y creciésemos en todas las cosas hasta Cristo, habría una más grande plenitud en la adoración y, permítanme agregar, también una más grande simplicidad. Uno no encontraría la repetición continua de los mismos pensamientos, sino nuevos, sin tener tampoco que reflexionar, ni esforzarnos, porque nuestros corazones estarían llenos día tras día de Su verdad. Si, cuán importante es beneficiarse de cada ocasión para instruirnos, y particularmente en las reuniones de edificación.
La iglesia primitiva sentía esto de una manera evidente, puesto que los creyentes partían el pan cada día. Ellos se reunían cada día, y esto no les bastaba. Ellos tenían otras santas actividades. Ellos subían al templo. Es un error pensar que el frescor y plenitud del gozo dependen de una gran suma de conocimientos, porque este no era el caso de la iglesia en Jerusalén. Los creyentes estaban todavía muy ligados al antiguo estado de cosas en Israel. Durante algún tiempo todavía, continuaban subiendo al templo. Una gran multitud de sacerdotes obedecían a la fe y admito muy bien que ellos no cesaron de ofrecer inmediatamente sus toros y bueyes; aunque hayan comprendido bien el verdadero sacrificio. Si ellos se hubiesen posesionado de la verdad de Cristo, seguramente que ellos lo habrían hecho, el día vendría cuando habrían terminado con sus ofrendas de animales, pero jamás el día cuando hubiesen terminado con Cristo. Ellos conocían mucho mejor y crecían más plenamente.
Dios puede darnos la verdad, sin que realicemos al instante todo su alcance: pero el efecto de esta verdad será echar poco a poco de nuestra alma lo que es extraño a la verdad y contrario a la voluntad de Dios. Es por eso que debemos dejar a los nuevos convertidos el tiempo de crecer. Tengan paciencia con ellos. Debiésemos buscar más bien fortalecerlos, estimularlos a recibir la verdad. En vez de esperar enseguida todos los resultados, dejemos actuar al crecimiento. Es muy fácil, y este es un método humano, acumular en su espíritu una cantidad de verdades; pero esto no es la vida, ni el poder, ni el crecimiento. Lo que es Divino vive, y debe tener una raíz y debe crecer, y para esto es necesario el tiempo. No es señal de crecimiento expandirse de un sólo golpe. El espíritu humano es capaz de registrar y guardar muchas verdades. Si un hombre es dotado, puede comprender muy pronto; esto sin embargo tiene poco valor. Lo que un día puede brillar, el día de mañana puede apagarse con la misma rapidez, mientras que lo que es de Dios vivirá y permanecerá.
Vemos entonces que la Palabra tenía un gran lugar en el alma de estos judíos que componían el remanente. Esta ejercía Su autoridad sobre sus conciencias, y esto desde el principio. Ellos fueron de este modo instruidos, no solamente en cuanto a la fiesta especial de los tabernáculos, sino en cuanto a las fiestas diarias que representaba el holocausto continuo. Hablo naturalmente de aquello que concierne a los judíos, pero el relato tiene un eco para nosotros también.
“Desde el primer día del mes séptimo comenzaron a ofrecer holocaustos a Jehová; pero”, se agrega, “los cimientos del templo de Jehová no se habían echado todavía” (Esdras 3:6). De este modo, les quedaba progreso a hacer. Ningún remanente, llamado por gracia, ha venido de una sola vez a la verdad que Dios iba a revelarles. Es una cuestión de crecimiento colectivo, no solamente de crecimiento individual. Ellos no alcanzaron inmediatamente la inteligencia de la Palabra de Dios, ya que no eran capaces de hacer al principio lo que comprendieron después, y esto para que ellos recibieran poder.
“Los cimientos del templo de Jehová no se habían echado todavía”. Pero en medio de este estado de cosas, vemos que, “Entonces en el año segundo de haber ellos venido a la Casa de Jehová en Jerusalem, en el mes segundo, comenzaron a edificar Zorobabel hijo de Sealtiel y Jesúa hijo de Josadac y el resto de sus hermanos, los sacerdotes y los levitas, y todos los que habían vuelto del cautiverio a Jerusalem; y constituyeron a los levitas, de veinte años arriba, para que dirigiesen la obra de la Casa de Jehová” (Esdras 3:8 – V.M.). Cosa destacable, todo este trabajo realizado para la gloria de Dios fluía simplemente del hecho que estos hombres habían obedecido para subir a Jerusalén y habían sido reconocidos como Israelitas.