Contrastes entre Israel y la Iglesia: Parte 6

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(continuación del número 156)
Bendiciones
Las bendiciones características del israelita eran terrenales. Hay muchas Escrituras que las describen, por ejemplo:
“Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra (la) de Canaán” (Génesis 12:5,7). Jacob y sus doce hijos eran la “simiente” de Abram, llamados “los hijos de Israel”. “Jehová dijo a Moisés: Ve, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac, y Jacob, diciendo: A tu simiente la daré” (Éxodo 33:1).
“Y será que, si oyeres diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar, para poner por obra todos Sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te pondrá alto sobre todas las gentes de la tierra; y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, cuando oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu bestia, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Bendito tu canastillo y tus sobras. Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir” (Deuteronomio 28:1-6).
Pero los hijos de Israel no obedecieron los mandamientos del Señor; por lo tanto perdieron Sus bendiciones y la tierra de Canaán (o sea Palestina). Las diez tribus fueron esparcidas entre las naciones (léase 2 Reyes 17) y nadie sabe dónde se hallan hoy día. Las otras tribus, Judá y Benjamín, fueron llevados cautivas a Babilonia después. Un remanente volvió a Jerusalem. Sus descendientes crucificaron a su Mesías, Jesús. Luego los romanos destruyeron a Jerusalem en el año 70 y los sobrevivientes de los judíos fueron esparcidos y hasta hoy existen en todas partes del mundo. Hoy en día1 hay dos ó tres millones en Palestina y la nación se llama “Israel”. Materialmente están haciendo grandes progresos, pero todavía son incrédulos y sin arrepentimiento; por lo tanto serán castigados más que nunca en los días de la gran tribulación que han de venir (Mateo 24:21-22). Entonces algunos de ellos —el remanente— se arrepentirán y recibirán a su gran Mesías, Jesucristo, cuando Él venga (léase Zacarías 12:10-14; Mateo 24:30; Mateo 26:64).
En contraste con todo aquello, las bendiciones de la Iglesia son muy distintas y elevadas: bendecida “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado; en el cual tenemos redención por Su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de Su gracia” (Efesios 1:3-7).
¡Qué contraste más marcado! Los creyentes en Cristo Jesús, pecadores salvos por la gracia infinita de Dios y limpiados del todo por la sangre preciosa de Cristo, son bendecidos —no con los frutos de una porción de la tierra en Canaán, sino— con toda bendición espiritual. Hay muchas, y los creyentes son bendecidos con todas. Además, todas son de categoría altísima. Hablando reverentemente, Dios Padre mismo no hubiera podido concebir bendiciones más altas, más sublimes y más dignas de Su persona que éstas. Basta meditar en este pasaje en Efesios para poder comprender y apreciar cuáles son las bendiciones celestiales derramadas en los que son hechos hijos de Dios por adopción a Sí mismo por medio del Señor Jesús.
Aquí en la tierra Dios nos promete a los creyentes sólo tres cosas: comida para sostener nuestra vida; vestido para cubrir el cuerpo; y persecución por cuanto estamos en un mundo opuesto a Cristo, nuestro Salvador y Señor. Él está arriba en el cielo; allí está nuestro hogar; y allí nuestra herencia: bendecidos “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo”.
(seguirá, Dios mediante)
 
1. [Nota del editor: Este tratado fue publicado por primera vez en el año 1976].