Conversión de pecadores y reunión alrededor del Señor

 
Esta constatación es de gran importancia; porque en el tiempo actual, numerosos cristianos parecen pensar que la única bendición y el sólo trabajo digno en Su Nombre es la conversión de los pecadores —el hecho de traerlos a Dios—. Puedo dar gracias a Dios y regocijarme en que en la baja condición actual de la cristiandad, aún el más débil de los santos siente la importancia de que un alma pueda nacer de nuevo de Dios. Me regocijo aún que los católicos romanos tengan en sus corazones esto. Recuerdo haber escuchado hablar al hijo de uno de nuestros hermanos, en Alemania, que después de haber sido mortalmente herido en una batalla él fue traído al Señor por medio del trabajo de un joven católico romano. Este era un joven descuidado, que había escuchado la verdad pero que no se había arrepentido, sino que hizo esto solamente cuando tuvo que enfrentar a la muerte y al juicio. La persona empleada para su conversión fue este católico, que seguía de una manera evidente al Señor que amaba. Dios puede entonces servirse, y no sin razón —una razón humana para nosotros— de alguno que pertenece a un sistema sumergido de muchas formas en la oscuridad espiritual, como instrumento para conducir a la luz y a la vida de Dios a una persona que habría debido conocer infinitamente mejor que él mismo la verdad. Si, Dios es soberano y puede emplear este o aquel de los suyos en circunstancias dolorosas. Él busca fidelidad, y se sirve de ella. Él bendecirá siempre a aquellos que salen en el Nombre del Señor Jesús para ganar pecadores, y les concederá conversiones a estos.
Existe sin embargo otro trabajo particular para los hijos de Dios. No se trataba simplemente, bajo Zorobabel, del retorno de los judíos a Jerusalén, ni del hecho de reconocer a los sacerdotes y levitas. Sino que era un trabajo realizado para la casa de Dios, un gran trabajo en común, en vista de reunir al Nombre de Jehová. Habiendo tenido esto en el corazón, ellos emprendieron esta obra cuando llegaron a Jerusalén y cuando cada uno fue a su propio lugar. Lo que los congregaba y reunía era el cumplimiento de esta obra, y lo que les unía era este lugar central: el Nombre de Jehová estaba ligado a esto, había un lugar Divino sobre sus conciencias y corazones.
Es este trabajo de reunir que deseo ahora considerar de un poco más cerca, hermanos. Creo que el Señor amaría ver más de esto entre nosotros. Lo importante para nosotros es que sin tener menos cuidado por las almas, ni menos interés por su conversión, tengamos un sentimiento más profundo de aquello que concierne a la gloria del Señor en aquellos que le pertenecen. Y esto es de gran importancia, porque ¿En qué medio se ocupan de esto? ¿Quién se inquieta por ello? Encontrarán cristianos piadosos en diversas denominaciones que trabajan en la conversión de pecadores; pero ¿dónde están aquellos que disciernen la plena gloria del Señor en Su Iglesia? Por esto estoy persuadido de que somos los más responsables, nosotros quienes por la gracia de Dios hemos sido traídos a comprender en alguna medida lo que es la Iglesia o Asamblea. A nosotros, débiles rescatados, ha sido confiado de una manera muy particular la responsabilidad de dar expresión a esta verdad. Allí está el cuidado y deseo de nuestro corazón para el bien de la Iglesia de Dios y del honor debido al Nombre del Señor confiado al cuidado del hombre aquí abajo.
Consideremos por ahora a los israelitas reunidos para poner los fundamentos del templo. Una diferencia destacable se manifiesta entre ellos: “Pero muchos de los sacerdotes y de los levitas, y de las cabezas de las casas paternas, hombres ancianos que habían visto la Casa primera, al echarse los cimientos de esta Casa ante sus ojos, lloraban en alta voz; y otros muchos alzaban la voz con gritos de alegría” (Esdras 3:11-12 – V.M.).
Para los viejos, esto era causa de lágrimas, porque ellos sentían cómo la expresión presente de la gloria de Jehová en medio de ellos era pobre en comparación con aquella que habían visto anteriormente. Para los más jóvenes era una ocasión de alegría porque ellos no habían conocido sino el profundo desprecio que rodea al Nombre de Jehová sobre la tierra; ahora sus corazones estaban dichosos de que, a pesar de todo, se daba una confesión pública de este Nombre, reconocido como propio para reunir a su pueblo disperso, aunque se tratase solamente de un pequeño remanente aquí abajo. Ambos grupos tenían razón, y aun así, la expresión de sus corazones era diferente. No era que los ancianos no hayan tenido gozo al ver nuevamente los fundamentos puestos; pero su sentimiento de tristeza y humillación por el Nombre de Jehová era aquel que los dirigía. Todos eran conducidos por Jehová, pero en medidas muy diferentes. Y estoy persuadido que de ambos grupos eran los ancianos quienes tenían el sentimiento más profundo de la gloria de Dios.