Bajo pretexto que la disciplina exige el poder apostólico para ser puesta en ejecución, el enemigo, siempre a las acechanzas para desviar los santos de Dios de su integridad respecto de la verdad y de la práctica, ha hecho un esfuerzo para hacer abandonar la disciplina en las asambleas de los cristianos. Todo lo que ésta requiere es la obediencia a un precepto apostólico. Muchos pueden haberla confundido con el acto de “entregar á Satanás” (1 Corintios 5:5), que supone poder. Mas un examen del pasaje donde las dos cosas son mencionadas no deja ningún lugar a duda sobre la diferencia que existe entre ellas, y que, si una exige el poder, la otra implica un deber. En el caso de entregar a Satanás, dice el Apóstol: “Ya como presente he juzgado al que esto así ha cometido ... juntados vosotros y mi espíritu ... el tal sea entregado á Satanás para muerte de la carne, porque el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Corintios 5:3-5). Era éste el acto del Apóstol, aunque realizado cuando estaban reunidos, con el poder del Señor Jesús presente en medio de ellos. Este acto consistía en entregar a Satanás la persona culpable, en imponerle algún castigo penoso para el cuerpo (como en el caso de Job) para el bien de su alma; y, a este fin, Pablo había juzgado de entregar un tal hombre en las manos de Satán. No se dice que los corintios le hayan separado. El hecho tiene lugar en una solemne asamblea, pero éste fue únicamente el acto de Pablo. Esto habría podido hacerse sin ninguna especie de intervención de la asamblea, y sin que ésta hubiese tenido que decir nada de ello; solamente el Apóstol deseaba que se hallasen solemnemente presentes cuando pronuncia este juicio. Pero la acción, el poder de entregar, era exclusivo de él; aquí no se habla de exclusión. En otro caso, Pablo había obrado del mismo modo de su propia autoridad y con su propio poder que tenía (no precisa decirlo que este poder era del Señor): “De los cuales son Himeneo y Alejandro, los cuales entregué á Satanás, para que aprendan á no blasfemar” (1 Timoteo 1:20). Aquí no es cuestión de la actuación de la iglesia. Pablo los entregó.
En 1 Corintios 5:7, les dice lo que tienen que hacer, y toda asamblea cristiana obediente había de seguir sus instrucciones, y esto como siendo “mandamientos del Señor” (1 Corintios 14:37). En 1 Corintios 5:9, establece las reglas cuanto al punto en cuestión, lo que concierne a sus deberes como cristianos, reglas según las cuales estaban en el deber de obrar. Les había escrito que no se mezclasen con los fornicarios, pero añade que no se refiere a los de este mundo, porque en tal caso les precisaría salir del mundo; sino que si alguno llamándose hermano fuese tal, no debían ni tan siquiera comer con él. ¿Qué tiene que ver esto con el poder? Esto es una regla clara, que tiene el peso de un mandato del Señor; viniendo a ser así un deber para los que tienen oído para oír. ¿Por qué juzgar a los de fuera? Estos, una vez fuera, se hallan en las manos de Dios. Mas ellos estaban obligados de juzgar a los que están dentro, luego, así la orden es clara y positiva: “quitad pues á ese malo de entre vosotros” (1 Corintios 5:13). No es esto, “Ya he juzgado”, ni, “sea entregado a Satanás”, o, “los cuales entregué a Satanás”. Nada hay que indique que otro que él deba y pueda hacerlo, mas aquí tenemos un orden positivo del Apóstol respecto de lo que se debe hacer; no para entregar el culpable a alguna cosa o a alguien, sino de librarse ellos mismos del mal, que de ser tolerado, les privaría absolutamente de ser una nueva masa. Ellos debían quitar de entre sí mismos aquel malo. Nada más sencillo; éste es un deber evidente, que nace de un mandato también expreso. El hombre se hallaba entre ellos, y ellos debían quitarlo, sin que se diga de entregarle en parte alguna. Ellos debían de quitar la vieja levadura, a fin de poder ser una nueva masa. Si rehusaban obedecer a este precepto no lo serían y no eran una nueva masa en conformidad a su vocación divina; y obedeciendo con tanto celo, mostraron que eran puros en este asunto.
El apóstol les había escrito, a fin de asegurarse de si eran obedientes en todo. Si no hubiesen quitado al malo, no hubieran sido obedientes; y ahora que el culpable estaba humillado, tenían que perdonarle. Habían infligido el castigo, y ahora debían de perdonar y ratificar el amor para con él (2 Corintios 2:9; 7:11). Es la dirección positiva del Apóstol, y también el mandamiento del Señor (1 Corintios 14:37) que nos ordena quitar de entre nosotros el malo, si somos una asamblea cristiana. Si no lo hacemos, no somos una nueva masa; y eludimos un deber, bajo el falso pretexto que el poder apostólico es requerido para ello; mientras que lo que se exige es la simple obediencia a la regla apostólica.