Lucas Capítulo 6

Luke 6  •  13 min. read  •  grade level: 13
El Hijo Del Hombre Manifestado Como Señor Del Día De Reposo
Las circunstancias relatadas en el capítulo 6:1-10 se refieren a la misma verdad, y en un aspecto importante. El día de reposo era la señal del pacto entre Israel y Dios—el descanso después de las obras acabadas. Los Fariseos culpan a los discípulos de Cristo porque arrancaban las espigas con las manos. Ahora bien, un David rechazado saltó por encima de la barrera de la ley cuando su necesidad lo requirió. Porque cuando el Ungido de Dios fue rechazado y expulsado, todo llegó a ser de una común manera. El Hijo del Hombre (Hijo de David, rechazado al igual que el hijo de Isaí, el rey escogido y ungido) era Señor del día de reposo; Dios, quien estableció las ordenanzas, estaba sobre las ordenanzas que Él había establecido, y presenta en gracia la obligación del hombre rendido a la soberanía de Dios; y el Hijo del Hombre estaba allí con los derechos y el poder de Dios. ¡Maravilloso hecho! Además, el poder de Dios presente en gracia no permitió que existiera miseria, porque era el día de gracia. Esto fue la abrogación del judaísmo. Ésa era la obligación del hombre para con Dios, Cristo era la manifestación de Dios en gracia para con los hombres. Valiéndose de los derechos de bondad suprema, y exhibiendo un poder que autorizaba Su pretensión de defender esos derechos, Él sana, en una sinagoga repleta, al hombre de la mano seca. Ellos se llenan de furor ante esta manifestación de poder, la cual desborda y se lleva los diques de su orgullo y justicia propia. Podemos observar que todas estas circunstancias están reunidas bajo un orden y relación mutuos que son perfectos.
Dios Manifestado En Una Forma Nueva; El Enviado Envía a Sus Mensajeros
El Señor había mostrado que esta gracia—que había visitado Israel, según todo lo que podía esperarse del Señor Todopoderoso, fiel a Sus promesas—no podía, sin embargo, quedar confinada a los estrechos límites de ese pueblo, ni adaptarse a las ordenanzas de la ley; había mostrado que los hombres deseaban las cosas viejas, pero que el poder de Dios actuaba de acuerdo a su propia naturaleza. Él había mostrado que la señal más sagrada, la más obligatoria, del antiguo pacto, debía inclinarse ante Su título que era superior a todas las ordenanzas, y dar lugar a los derechos de Su amor divino, el cual estaba actuando. Pero la cosa vieja fue juzgada de este modo, y estaba feneciendo. Él se había mostrado en todo—especialmente en el llamamiento de Pedro—como el nuevo centro en torno al cual deben reunirse todos aquellos que buscaban a Dios y buscaban bendiciones; porque Él era la manifestación viva de Dios y de la bendición en los hombres. Dios fue manifestado así, el viejo orden de cosas ya no era útil y era incapaz de contener esta gracia, y el remanente fue separado—alrededor del Señor—de un mundo que no vio ninguna belleza en Él para que pudiera desearle. Él actuaba ahora sobre esta base; y si la fe le buscaba en Israel, este poder de la gracia manifestaba a Dios de un modo nuevo. Dios se rodea de hombres, como el centro de bendición en Cristo como hombre. Pero Él es amor, y en la actividad de ese amor Él busca al perdido. Nadie excepto uno, y uno que era Dios y que le reveló, podía rodearse de Sus seguidores. Ningún profeta lo hizo jamás (véase Juan 1). Ninguno podía enviar con la autoridad y el poder de un mensaje divino, sino Dios. Cristo había sido enviado; y ahora Él es quien envía. El nombre de ‘apóstol’ (enviado), pues así los llama Él, contiene esta profunda y maravillosa verdad—Dios está actuando en gracia. Él se rodea de bienaventurados. Él busca a miserables pecadores. Si Cristo, el verdadero centro de la gracia y la felicidad, se rodea de seguidores, con todo, Él envía también a Sus escogidos para dar testimonio del amor que Él vino a manifestar. Dios se ha manifestado en el hombre. En el hombre, Él busca pecadores. El hombre participa de la manifestación más inmediata de la naturaleza divina en ambas maneras. Él está con Cristo como hombre; y es enviado por Cristo. Cristo mismo hace esto como hombre. Es el hombre lleno del Espíritu Santo. De este modo, le vemos nuevamente manifestado en dependencia de Su Padre antes de escoger a los discípulos: Él se retiró a orar, Él pasa la noche en oración.
El Nuevo Centro; El Remanente Separado Para Recibir Bendición
Y ahora Él va más allá de Su manifestación, personalmente lleno del Espíritu Santo, para introducir el conocimiento de Dios entre los hombres. Él llega a ser el centro, alrededor del cual deben venir todos los que buscaban a Dios, y una fuente de misión para la consumación de Su amor—el centro de la manifestación del poder divino en gracia. Y, por consiguiente, llamó en torno a Él al remanente que iba a ser salvo. Su posición, en cada aspecto, se resume en aquello que se dice después de que Él desciende del monte. Él desciende con los apóstoles, desde Su comunión con Dios. En el lugar llano Él es rodeado por la compañía de Sus discípulos, y después por una gran multitud, atraída por Su Palabra y obras. Allí estaba la atracción de la Palabra de Dios, y Él sanó las enfermedades de los hombres y expulsó el poder de Satanás. Este poder habitaba en Su Persona; la virtud que salía de Él daba estos testimonios exteriores al poder de Dios presente en gracia. La atención del pueblo fue atraída hacia Él por este medio. No obstante, hemos visto que las cosas viejas, a las que la multitud estaba atada, estaban pasando. Él se rodeaba de corazones fieles a Dios, de los llamados por Su gracia. Aquí, por consiguiente, Él no anuncia estrictamente, como en Mateo, el carácter del reino para mostrar aquello de la dispensación que estaba cerca, diciendo: “Bienaventurados los pobres en espíritu”, etc., sino que, distinguiendo al remanente, por su apego a Él, declara a los discípulos que le seguían que ellos eran estos bienaventurados. Ellos eran pobres y despreciados, pero eran bienaventurados. Ellos iban a poseer el reino. Esto es importante porque separa el remanente, y los pone en relación con Él para recibir la bendición. Él describe, de una manera notable, el carácter de aquellos que fueron bendecidos de este modo por Dios.
Las Divisiones Y Asuntos Del Discurso Del Señor
El discurso del Señor se divide en diversas ramas:
Versículos 20-26: El contraste entre el remanente, manifestado como Sus discípulos, y la multitud que estaba satisfecha con el mundo, añadiendo una advertencia a los que permanecían en el lugar de discípulos, y, al estar en este lugar, se ganaban el favor del mundo. ¡Ay de los tales! Observen también aquí, que no es un asunto de persecución por causa de la justicia, como en Mateo, sino solamente por causa de Su nombre. Todo era señalado por el apego a Su Persona.
Versículos 27-36: El carácter de Dios el Padre de ellos en la manifestación de gracia en Cristo, el cual ellos debían imitar. Él revela, noten esto, el nombre del Padre y los coloca en el lugar de hijos.
Versículos 37-38: Este carácter desarrollado particularmente en la posición de Cristo, como Él estaba en la tierra en ese tiempo, Cristo cumpliendo este servicio en la tierra. Esto implicaba gobierno y recompensa de parte de Dios, como fue el caso con respecto a Cristo mismo.
Versículo 39: La condición de los líderes en Israel, y la relación entre ellos y la multitud.
Versículo 40: La condición de los discípulos en relación con Cristo.
Versículos 41-42: El modo de lograrlo, y de ver claramente en medio del mal, es quitando el mal de uno mismo.
Después, en general, su propio fruto caracterizaba a cada árbol. Viniendo alrededor de Cristo para escucharle no era la cuestión, sino que Él debía ser tan precioso para sus corazones como para que ellos apartaran todo obstáculo y le obedecieran en forma práctica.
Resumen De Los Capítulos 4 Al 6
Resumamos estas cosas que hemos estado considerando. Él actúa en un poder que dispersa el mal, porque lo halla allí, y Él es bueno; y Dios solo es bueno. Él alcanza la conciencia y llama a las almas a Sí mismo. Él actúa en relación con la esperanza de Israel y el poder de Dios para limpiar, perdonar y darles fortaleza. Pero es una gracia que todos necesitamos; y la bondad de Dios, la energía de Su amor, no se confinaba a ese pueblo. Su ejercicio no estaba de acuerdo con las formas en que vivían los judíos (o, más bien, en las que no podían vivir); y el vino nuevo debía ser echado en odres nuevos. El asunto del día de reposo zanjó la cuestión acerca de la introducción de este poder, la señal del pacto que dio paso a ello: Aquel que lo ejercía era Señor del día de reposo. La misericordia del Dios del día de reposo no era estática, como si tuviera Sus manos atadas por aquello que Él había establecido en relación con el pacto. Jesús, entonces, congrega los vasos de Su gracia y poder, de acuerdo a la voluntad de Dios, alrededor de Él. Ellos eran los bienaventurados, los herederos del reino. El Señor describe el carácter de ellos. No eran la indiferencia ni el orgullo que surgieron a partir de la ignorancia de Dios, justamente alejados de Israel, quienes habían pecado contra Él, y habían despreciado la manifestación gloriosa de Su gracia en Cristo. Ellos comparten la angustia y el dolor que una condición tal del pueblo de Dios debía causar en aquellos que poseían la mente de Dios. Odiados, proscritos, avergonzados por causa del Hijo del Hombre, que había venido para llevar sus sufrimientos, ésta fue su gloria. Debían compartir Su gloria cuando la naturaleza de Dios fuese glorificada al hacerse todas las cosas según Su propia voluntad. Ellos no serían avergonzados en el cielo; iban a recibir allí su galardón, no en Israel. “Así hacían sus padres con los profetas.” (Lucas 6:23). ¡Ay de aquellos que vivían tranquilos en Sión durante la condición pecaminosa de Israel, y su rechazo y maltrato del Mesías! Es el contraste entre el carácter del verdadero remanente y el de los orgullosos de entre el pueblo.
Hallamos, entonces, la conducta que es apropiada a la conducta anterior, la cual, para expresarlo en una palabra, comprende en sus elementos esenciales, el carácter de Dios en gracia, manifestado en Jesús en la tierra. Pero Jesús tenía Su propio carácter de servicio como Hijo del Hombre; la aplicación de esto a sus circunstancias particulares es añadida en los versículos 37-38. En el 39, nos son presentados los líderes de Israel, y en el versículo 40 la parte de los discípulos. Rechazados como Él, ellos deberían tener Su parte; pero, asumiendo que le siguiesen perfectamente, ellos la obtendrían en bendición, en gracia, en carácter y también en posición. ¡Qué favor! Además, el juicio del yo, y no el de mi hermano, era el medio de obtener una visión moral clara. Si el árbol era bueno, el fruto sería bueno. El juicio propio se aplica a los árboles. Esto es siempre cierto. En el juicio de uno mismo, no es solamente el fruto lo que es corregido; es uno mismo. Y el árbol se conoce por su fruto—no sólo por el buen fruto, sino por el suyo propio. El cristiano lleva el fruto de la naturaleza de Cristo. También están considerados el corazón mismo y la verdadera obediencia práctica.
Aquí, entonces, los grandes principios de la nueva vida, en su pleno desarrollo práctico en Cristo, nos son presentados. Es la cosa moralmente nueva, el sabor y el carácter del vino nuevo—el remanente hecho semejante a Cristo, a quien seguían, a Cristo el nuevo centro del movimiento del Espíritu de Dios, y del llamamiento de Su gracia. Cristo ha salido del patio amurallado del judaísmo en el poder de una vida nueva, y por la autoridad del Altísimo, quien había traído la bendición a este ámbito, ámbito que era incapaz de reconocer. Él había salido de este patio, conforme a los principios de la vida que Él anunciaba; históricamente, Él estaba todavía en él.