Marcos Capítulo 7

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El Corazón Del Hombre Y El Corazón De Dios
El poder gobernante en ejercicio entre los judíos había manifestado ser hostil al testimonio de Dios, y había dado muerte a uno a quien Él había enviado en el camino de justicia. Los escribas y aquellos que fingían seguir la justicia habían corrompido al pueblo por medio de su enseñanza, y habían quebrantado la ley de Dios.
Ellos lavaban vasos y jarros, pero no sus corazones; y, con tal que los sacerdotes—la religión—salieran beneficiados de esto, dejaban a un lado las obligaciones de los hijos hacia sus padres. Pero Dios miraba en el corazón, y del corazón del hombre procedían toda clase de impurezas, iniquidad y violencia. Esto era lo que contaminaba al hombre, y no que tuviera sus manos sin lavar. Tal es el juicio sobre la religiosidad sin conciencia y sin el temor de Dios, y el verdadero discernimiento de lo que es el corazón del hombre ante los ojos de Dios, cuyos ojos son más puros como para contemplar la iniquidad.
Pero Dios debe mostrar también Su propio corazón; y si Jesús juzgaba esto del hombre con la mirada de Dios—si Él manifestaba Sus modos y Su fidelidad a Israel, los manifestaba, no obstante, a través de todo lo que Dios era para aquellos que sentían su necesidad de Él y acudían a Él con fe, reconociendo y reposando en Su bondad pura. De la tierra de Tiro y Sidón viene una mujer de la raza condenada, una Gentil, una Sirofenicia. El Señor le contesta, ante la demanda de que Él sanara a su hija, que los hijos (los judíos) debían ser saciados primeramente; que no estaba bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos: una abrumadora respuesta, si el sentido que ella tenía de su necesidad y de la bondad de Dios no hubiera ido más allá, y hubiese puesto a un lado todo otro pensamiento. Estas dos cosas hicieron que ella se humillara en el corazón, y la prepararon para reconocer el soberano favor de Dios hacia el pueblo de Su elección en este mundo. ¿No tenía Él derecho de escoger un pueblo? Y ella no era uno de ellos. Pero eso no destruyó Su bondad y Su amor. Ella no era más que un perrillo Gentil, sin embargo, tal era la bondad de Dios que Él tenía pan incluso para los perrillos. Cristo, la expresión perfecta de Dios, la manifestación de Dios mismo en la carne, no podía negar Su bondad y Su gracia, ni podía decir que la fe tenía más elevados pensamientos de Dios de los que eran ciertos, pues Él mismo era ese amor. La soberanía de Dios fue reconocida—no se hizo ninguna pretensión a cualquier derecho en absoluto. La pobre mujer descansó sólo en la gracia. Su fe, con una inteligencia dada por Dios, se aferró a la gracia que fue más allá de las promesas hechas a Israel. Ella penetra en el corazón del Dios de amor, tal como Él es revelado en Jesús, del mismo modo que Él penetra en el nuestro, y ella goza del fruto de ello. Pues esto era introducido ahora: Dios mismo en presencia del hombre y en relación con él, y el hombre tal como era ante Dios—no una norma o sistema para que el hombre se preparase para Dios.
El Oír Y El Habla Conferidos En Gracia Aparte De La Multitud
En el siguiente milagro, vemos al Señor, mediante la misma gracia, otorgando el oír y el habla a un hombre que era sordo e incapaz, incluso, de expresar sus pensamientos. Él no podía haber recibido fruto de la palabra, de parte de Dios, y no podía dar ninguna alabanza a Él. El Señor regresó al lugar donde Él se presentó como la luz en Israel; y Él trata aquí con el remanente solo. Toma al hombre aparte de la multitud. Es la misma gracia que ocupa el lugar de todas las pretensiones de justicia en el hombre, y que se manifiesta al desvalido. Su forma, aunque ejercida ahora a favor del remanente de Israel, es apta para la condición del judío o del Gentil—es la gracia. Pero en cuanto a éstos, también sucede lo mismo: Él toma al hombre aparte de la multitud, para que la obra de Dios pueda ser realizada: la muchedumbre de este mundo no tenía parte en ello. Vemos aquí a Jesús, Su corazón conmovido por la condición del hombre, y más especialmente por el estado de Su siempre amado Israel, del cual este pobre sufriente era un retrato sorprendente. Él hace que el sordo oiga y que el mudo hable. Así fue individualmente, y así será con todo el remanente de Israel en los últimos días. Él actúa y hace bien todas las cosas. El poder del enemigo es destruido, la sordera del hombre, su incapacidad para usar su lengua tal como Dios se le había dado, son quitadas por Su amor que actúa con el poder de Dios.
El milagro de los panes dio testimonio a la presencia del Dios de Israel, según Sus promesas; esto, para la gracia que fue más allá de los límites de estas promesas, de parte de Dios, quien juzgaba la condición de aquellos que afirmaban un derecho para ellos basado en la justicia humana, perversa en sí misma, y quien liberó al hombre y le bendijo en amor, sacándole del poder de Satanás y capacitándole para oír la voz de Dios, y alabarle.
Oculto De Los Judíos, En Rechazo; La Necesidad Satisfecha En Gracia Y Poder Por Uno Solo Que Podía Suplir
Hay aún unos rasgos notables en esta parte de la historia de Cristo, los cuales deseo señalar. Estos manifiestan el espíritu en el cual Jesús obraba en ese momento. Él se aleja de los judíos, habiendo mostrado la vaciedad e hipocresía de su culto, y la iniquidad de cada corazón humano como fuente de corrupción y pecado.
El Señor—en este solemne momento, el cual exhibió el rechazo de Israel—se aleja del pueblo para ir a un lugar donde no había oportunidad para el servicio entre ellos, hacia las fronteras de las ciudades extranjeras y Cananeas de Tiro y Sidón (cap. 7:24), y (angustiado Su corazón), no comunicaría a nadie dónde se encontraba. Pero Dios se había manifestado con demasiada evidencia en Su bondad y en Su poder como para permitirle que se ocultara de donde se requería Su servicio. La fama de quien era Él se había extendido, y el perspicaz ojo de la fe descubrió aquello que sólo podía satisfacer su necesidad. Esto es lo que encuentra a Jesús (cuando todos los que tenían exteriormente un derecho a las promesas, son engañados por la pretensión misma y por sus privilegios). Es la fe la cual conoce su necesidad, y sabe sólo eso, y que Jesús solo puede satisfacerla. Aquello que Dios es para la fe, se manifiesta al que lo necesita, de acuerdo a la gracia y al poder que están en Jesús. Oculto de los judíos, Él es gracia para el pecador. Así, también (cap. 7:33), cuando sana al sordo de su sordera y del impedimento en su habla, Él le toma aparte de la multitud, levanta los ojos al cielo y gime. Angustiado en Su corazón por la incredulidad del pueblo, Él toma aparte el objeto del ejercicio de Su poder, levanta los ojos a la soberana Fuente de toda bondad, de todo auxilio para el hombre, y se duele al pensar en la condición en la cual se encuentra el hombre. Este caso, entonces, ejemplifica más particularmente al remanente conforme a la elección de gracia de entre los judíos, el cual es separado por gracia divina del resto de la nación, siendo ejercitada, en estos pocos, la fe. El corazón de Cristo está lejos de rechazar a su pueblo (terrenal). Su alma está acongojada por el sentimiento de incredulidad que los separa de Él y de la liberación; no obstante, Él quita el corazón sordo de algunos, y suelta su lengua para que el Dios de Israel pueda ser glorificado.
De este modo, también en la muerte de Lázaro, Cristo se aflige por el dolor que la muerte produce sobre el corazón del hombre. Allí, no obstante, fue un testimonio público.
La Fe No Es Abandonada, Pero El Poder No Es Ejercido Donde Hay Incredulidad Manifiesta
Hallaremos, en el capítulo 8, otro ejemplo de aquello que hemos estado observando. Jesús conduce al ciego fuera de la ciudad. Él no olvida a Israel dondequiera que hay fe; pero Él separa a aquel que la posee de la multitud, y le trae a la relación con el poder, la gracia, el cielo, lugares desde donde la bendición fluía—bendición que, consecuentemente, alcanzó a los Gentiles. El poder no fue ejercido en medio de la incredulidad manifiesta. Esto destaca claramente la posición de Cristo con respecto al pueblo. Él continúa Su servicio, pero se retira a estar con Dios debido a la incredulidad de Israel: pero se retira a estar con el Dios de toda gracia. Allí Su corazón encontró refugio hasta la gran hora de la expiación.