Los Doce Discípulos Enviados a Las Ovejas Perdidas De Israel; El Mensaje Y La Autoridad De Ellos
Mientras Dios le da acceso al pueblo, Él continua su labor de amor. Sin embargo, Él estaba consciente de la iniquidad que gobernaba al pueblo, aunque no busca Su propia gloria. Habiendo exhortado a Sus discípulos a orar para que los obreros pudiesen ser enviados a la mies, Él comienza (Mateo 10) a actuar en conformidad a ese deseo. Llama a Sus doce discípulos, les da poder para echar fuera demonios y sanar a los enfermos, y los envía a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vemos, en esta misión, hasta qué punto los modos de Dios para con Israel forman el tema de este evangelio. Tenían que anunciar a ese pueblo, y a ellos exclusivamente, la cercanía del reino, ejerciendo, al mismo tiempo, el poder que habían recibido: un sorprendente testimonio a Aquel que había venido, y que no sólo podía obrar milagros Él mismo, sino que confería el poder a otros para que obrasen del mismo modo. Les dio autoridad sobre los malos espíritus para este propósito. Es esto lo que caracteriza al reino—el hombre sanado de todas las enfermedades, y el demonio echado fuera. Conforme a esto, en Hebreos 6, los milagros son llamados “los poderes del siglo venidero”.
Dependencia Para La Necesidad De Ellos; Aceptación Y Rechazo Como Los Mensajeros Del Rey
Con respecto a su necesidad, ellos tenían también que depender enteramente de Aquel que los enviaba. Emanuel estaba allí. Si los milagros eran una prueba al mundo del poder de su Maestro, el hecho de que ellos no carecían de nada debería ser lo mismo para sus corazones. La ordenanza fue revocada durante ese período de su ministerio que seguiría a la partida de Jesús de este mundo (Lucas 22:35-37). Aquello que Él aquí ordena a Sus discípulos pertenece a Su presencia como Mesías, como Jehová mismo, en la tierra. Por lo tanto, la recepción de Sus mensajeros, o su rechazo, decidía el destino de aquellos a quienes eran enviados. Al rechazarlos, rechazaban al Señor Emanuel, Dios con Su pueblo. Pero, de hecho, Él los envió como ovejas en medio de lobos. Ellos necesitarían la prudencia de serpientes, y tenían que exhibir la sencillez de las palomas (rara unión de virtudes, hallada solamente en aquellos que, por el Espíritu del Señor, son “sabios para el bien, e ingenuos para el mal.”—Romanos 16:19).
Si ellos no se guardaban de los hombres (triste testimonio en cuanto a estos), no harían otra cosa que sufrir; pero cuando fuesen azotados y llevados ante los concilios y gobernantes y reyes, todo esto llegaría a ser un testimonio en ellos—un medio divino de presentar el evangelio del reino a reyes y príncipes, sin alterar su carácter o acomodándolo al mundo, o mezclando al pueblo del Señor con sus costumbres y falsa grandeza. Además, circunstancias como estas hacían su testimonio mucho más destacado que la asociación con los grandes de la tierra hubiera podido hacer.
Ayuda Y Estímulo
Y, para llevar a cabo esto, debían recibir tal poder y dirección del Espíritu de su Padre, como para hacer que las palabras que ellos hablaban no fueran las suyas, sino las de Aquel que los inspiraba. Nuevamente aquí, la relación de ellos con su Padre, la cual caracteriza tan claramente al sermón del Monte, se constituye en la base de su capacidad para el servicio que tenían que realizar. Debemos recordar que este testimonio iba dirigido solamente a Israel, sólo que, estando Israel bajo el yugo de los Gentiles desde el tiempo de Nabucodonosor, el testimonio alcanzaría a sus gobernantes.
El Rechazo Del Mensaje Previsto; La Reanudación Del Testimonio En Israel
Pero este testimonio excitaría una oposición que rompería todos los lazos familiares, y despertaría un odio que no perdonaría la vida de aquellos que hubieran sido los más amados. Aquel que, a pesar de todo, resistiese hasta el final, sería salvo. No obstante, el caso era apremiante. Ellos no debían resistirse, pero si la oposición tomaba la forma de persecución, tenían que huir y predicar el evangelio en otro lugar, pues el Hijo del Hombre habría de venir antes de que ellos hubieran acabado de recorrer todas las ciudades de Israel. Ellos tenían que anunciar el reino. Jehová, Emanuel estaba allí, en medio de Su pueblo, y los principales del pueblo habían llamado al padre de familia Beelzebú. Esto no había detenido Su testimonio, sino que caracterizó fuertemente las circunstancias en que este testimonio tenía que ser dado. Él los envió, previniéndoles sobre este estado de cosas, para que mantuvieran este testimonio final entre Su pueblo amado tanto como fuera posible. Esto ocurrió en ese momento, y es posible, si las circunstancias lo permiten, continuarlo hasta que el Hijo del Hombre venga a ejecutar juicio. Cuando esto ocurra, el padre de familia se habrá levantado para cerrar la puerta. (Lucas 13:25). El “hoy” del Salmo 95 habrá terminado. Siendo el objeto de este testimonio Israel en posesión de sus ciudades, es forzosamente interrumpido cuando ya no se encuentran en su tierra. El testimonio del futuro reino, dado en Israel por los apóstoles después de la muerte del Señor, es un cumplimiento de esta misión, en cuanto a que este testimonio era rendido en la tierra de Israel; ya que el reino podía ser anunciado para ser establecido mientras Emanuel estaba en la tierra; o este podría ser anunciado por el regreso de Cristo desde el cielo como lo anuncia Pedro en Hechos 3. Y esto podría ocurrir si Israel estuviera en la tierra, incluso hasta el regreso de Cristo. Así, el testimonio puede reanudarse en Israel, siempre que ellos estén otra vez en su tierra, y el poder espiritual indispensable sea enviado por Dios.
La Posición De Los Testigos De Dios En La Tierra; Cristo, La Piedra De Toque
Mientras tanto, los discípulos tenían que compartir la propia posición de Cristo. “Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?” Pero no debían temer. Era la porción necesaria de aquellos que estaban del lado de Dios en medio del pueblo. Pero no había nada oculto que no hubiera de ser revelado. Ellos mismos no tenían que restringirse en nada, sino que tenían que anunciar desde las azoteas, todo lo que se les había enseñado; pues todo había de ser traído a la luz: su fidelidad a Dios en este sentido, así como otras cosas. Esto, mientras enfrentaban las conspiraciones secretas de sus enemigos, tenía que caracterizar por sí solo las formas de actuar de los discípulos. Dios, el cual es luz, y ve en la oscuridad igual que en la claridad, iba a sacar todo a la luz, pero ellos debían hacer esto moralmente ahora. Así que, no debían temer nada mientras realizaran esta obra, a menos que fuera a Dios mismo, el juez justo en el día postrero. Además, los cabellos de su cabeza estaban contados. Ellos eran preciosos para su Padre, quien observaba con especial atención incluso la muerte de un pajarillo. Esto no podía suceder sin Aquel que era el Padre de ellos.
Finalmente, debían estar plenamente persuadidos por la convicción de que el Señor no había venido para traer paz a la tierra; no, habría división, incluso en el seno de las familias. Pero Cristo tenía que ser más precioso que el padre o la madre, e incluso más precioso que la propia vida de un hombre. Aquel que quería salvar su vida a expensas de su testimonio de Cristo, la perdería; y aquel que quería perder su vida por causa de Cristo, la ganaría. Aquel que recibiera este testimonio, en la persona de los discípulos, recibía a Cristo, y, en Cristo, a Aquel que le envió. Dios, por lo tanto, siendo reconocido así en las personas de Sus testigos en la tierra, otorgaría a cualquiera que recibiera a estos últimos, una recompensa según el testimonio rendido. Reconociendo así el testimonio del Señor rechazado, aunque fuese por un vaso de agua fría, aquel que lo daba no perdería su recompensa. En un mundo contrario, aquel que cree el testimonio de Dios, y recibe (a pesar del mundo) al hombre que da este testimonio, confiesa realmente a Dios, así como a Su siervo. Esto es todo lo que podemos hacer. El rechazo de Cristo hizo de Él una prueba, una piedra de toque.
El Juicio De La Nación Decidido
Desde esa hora encontramos el juicio definitivo de la nación, en realidad, no aún como abiertamente declarado (esto está en el capítulo 12), ni por el cese del ministerio de Cristo, lo cual resultó, no obstante la oposición de la nación, en la reunión del remanente, y en el aún más importante efecto de la manifestación de Emanuel; sino que esto se da a conocer en el carácter de Sus discursos, en las declaraciones positivas que describen la condición del pueblo, y en la conducta del Señor en medio de las circunstancias que dieron lugar a la expresión de las relaciones en las cuales Él estuvo para con ellos.