El Ministerio Triple De Juan El Bautista
Comenzamos ahora en este capítulo Su verdadera historia. Juan el Bautista viene para preparar el camino de Jehová delante de Él, según la profecía hecha a Isaías; anunciando que el reino de los cielos está cerca y llamando al pueblo a arrepentirse. El ministerio de Juan a Israel es caracterizado en este evangelio por medio de estas tres cosas. En primer lugar, Jehová el Señor mismo iba a venir. El Espíritu Santo omite las palabras “a nuestro Dios” (ver Isaías 40:3) al final del versículo 3, porque Jesús viene como hombre en humillación, aunque reconocido, al mismo tiempo, como Jehová, e Israel no podía ser reconocido así como teniendo título para decir “nuestro”. En segundo lugar, el reino de los cielos; estaba cerca esta nueva dispensación que sustituiría aquella que, propiamente hablando, pertenecía al Sinaí, donde el Señor había hablado en la tierra. En esta nueva dispensación ‘los cielos deberían reinar’. Ellos deberían ser la fuente de, y caracterizar, la autoridad de Dios en Su Cristo. En tercer lugar, el pueblo, en lugar de ser bendecido en su actual condición, era llamado al arrepentimiento en vista del acercamiento de este reino. Juan, por lo tanto, toma su lugar en el desierto, apartándose de los judíos, con los que no podía asociarse porque él vino en camino de justicia (Mateo 21:32). Su comida es la que encuentra en el desierto (incluso sus vestiduras proféticas son un testimonio de la posición que pasó a ocupar de parte de Dios), él mismo siendo lleno del Espíritu Santo.
De este modo fue él un profeta, pues vino de Dios, y así se presentaba a sí mismo cuando se dirigía al pueblo de Dios para que se arrepintieran, y anunciaba las bendiciones de Dios conforme a las promesas de Jehová el Dios de ellos; pero él era más que un profeta, pues declaraba como una cosa inmediata, la introducción de una dispensación nueva, largamente esperada, y el advenimiento del Señor en Persona. Al mismo tiempo, aunque vino a Israel, no reconoció al pueblo, porque iban a ser juzgados; la era de la trilladura de Jehová (Isaías 21:10—Versión Moderna), debía ser purificada y los árboles que no llevaban fruto debían ser cortados. Sólo sería un remanente el que Jehová situaría en la nueva posición en el reino que él anunciaba, sin ser aún revelado el modo en que iba a ser establecido. Juan anunciaba el juicio del pueblo.
Dios El Señor En Medio De Su Pueblo Israel
¡Qué hecho de inconmensurable grandeza era la presencia del Señor Dios en medio de Su pueblo, en la Persona de Aquel que, aunque indudablemente iba a ser el cumplimiento de todas las promesas, era necesariamente el Juez de todo el mal que existía entre Su pueblo, aunque fuese rechazado!
Y mientras más nosotros demos a estos pasajes su verdadera aplicación, es decir, mientras más los apliquemos a Israel, tanto más aprenderemos su verdadera fuerza.
La Necesidad Eterna De Arrepentimiento; Las Consecuencias De Rechazar El Llamamiento De Dios a Arrepentirse
Sin duda el arrepentimiento es una necesidad eterna para cada alma que viene a Dios. Pero ¡qué luz se arroja en esta verdad cuando interviene el Señor mismo, que llama a Su pueblo a este arrepentimiento y pone aparte—ante su rechazo—el sistema completo de sus relaciones con Él, y establece una nueva dispensación—un reino que sólo pertenece a aquellos que le escuchan—y causando, finalmente, que Su juicio prorrumpa sobre Su pueblo y sobre la ciudad que Él tanto había apreciado¡! “¡Oh si hubieras conocido, tú, siquiera en este tu día, las cosas que hacen a tu paz! ¡mas ahora están encubiertas de tus ojos!” (Lucas 19:42—Versión Moderna).
Juicio Inminente; Un Nuevo Estado Distinguido Por El Bautismo
Esta verdad da lugar a la exhibición de otra más importante y elevada, anunciada aquí con relación a los derechos soberanos de Dios más que con sus consecuencias, pero que ya contenía en sí misma todas aquellas consecuencias. Gentes de todas partes, y como aprendemos en otra parte, los impíos y los despreciados, salieron para ser bautizados confesando sus pecados. Pero aquellos que, a sus propios ojos, ostentaban el lugar principal entre el pueblo, eran a los ojos del profeta, quien amaba al pueblo conforme a Dios, los objetos del juicio que él anunciaba. La ira era inminente. ¿Quién había advertido a estos hombres escarnecedores que huyeran de ella? Que se humillen como el resto, que tomen su verdadero lugar y que demuestren su cambio de corazón. El jactarse de los privilegios de su nación, o de sus padres, no les daba ninguna ventaja ante Dios. Él exigía lo que Su naturaleza misma, lo que Su verdad misma, demandaban. Además, Él era soberano; Él era capaz de levantar hijos a Abraham aun de las piedras. Esto es lo que ha hecho Su gracia soberana, por medio de Cristo, en lo que respecta a los Gentiles. Se necesitaba una realidad. El hacha estaba puesta a la raíz de los árboles, y los que no daban buen fruto debían ser cortados. Este es el gran principio moral que el juicio iba a poner en vigor. El golpe no se había dado todavía, pero el hacha estaba ya a la raíz de los árboles. Juan había venido para llevar a los que recibieran su testimonio a una nueva posición, o, a lo menos, a un nuevo estado de cosas para el que estaban siendo preparados. Según se arrepintieran o no, él los distinguiría del resto mediante el bautismo. Pero Aquel que venía después de Juan, Aquel cuyo calzado Juan no era digno—limpiaría completamente Su era (Mateo 3:12—Versión Moderna), separaría aquellos que eran verdadera y moralmente suyos, de entre Su pueblo Israel (esta era Su era), y ejecutaría el juicio sobre los demás. Por su parte, Juan abrió la puerta al arrepentimiento de antemano; después vendría el juicio.
El Bautismo Doble Atribuido a Jesús Por Juan
El juicio no era la única obra que pertenecía a Jesús. No obstante, dos cosas son atribuidas a Él en el testimonio de Juan: Él bautiza con fuego—este es el juicio anunciado en el versículo 12, que consume todo lo que es malo. Pero Él bautiza también con el Espíritu Santo—ese Espíritu que, dado al hombre y actuando en él con divina energía, y vivificado, redimido, limpiado en la sangre de Cristo, lo saca fuera de la influencia de todo lo que obra en la carne y lo sitúa en relación y en comunión con todo lo que es revelado por Dios, con la gloria a la cual Él trae a Sus criaturas en la vida que Él comunica, destruyendo moralmente en nosotros el poder de todo lo que es contrario al goce de estos privilegios.
El Único Buen Fruto Reconocido Por Juan
Observen aquí que el único buen fruto reconocido por Juan, como vía de escape, es la confesión sincera del pecado hecha por medio de la gracia. Sólo aquellos que la hacen escapan del hacha. No había realmente árboles buenos, salvo aquellos que confesaban ser malos.
Pero ¡qué solemne momento fue este para el pueblo amado de Dios! ¡Qué acontecimiento era la presencia de Jehová en medio de la nación con la que Él mantenía una relación!
El Mesías Presentado Como Jehová El Juez
Observen que Juan el Bautista no presenta aquí al Mesías como el Salvador venido en gracia, sino como la Cabeza del reino, como Jehová, quien ejecutaría juicio si el pueblo no se arrepintiera. Más adelante veremos la posición que Él tomó en gracia.
El Bautismo De Jesús: La Presentación Que Hace El Señor De Sí Mismo Con Su Pueblo En Gracia
En el versículo 13, Jesús mismo, que hasta ahora ha sido presentado como el Mesías, e incluso como Jehová, viene a Juan para ser bautizado con el bautismo de arrepentimiento. Debemos recordar que venir a este bautismo era el único buen fruto que un judío, en su condición de entonces, podía producir. El hecho mismo demostraba ser el fruto de una obra de Dios—de la obra eficaz del Espíritu Santo. El que se arrepiente confiesa que anteriormente ha caminado lejos de Dios; así que es un nuevo movimiento, el fruto de la palabra y de la obra de Dios en él, la señal de una vida nueva, de la vida del Espíritu en su alma. Por el hecho mismo de la misión de Juan, no existía otro fruto, ni ninguna otra prueba admisible de vida de Dios, en un judío. No debemos inferir de ello que no hubiese nadie en quien el Espíritu no actuaba ya de forma vital; pero, en esta condición del pueblo, y según el llamamiento de Dios por medio de Su siervo, el retorno del corazón a Dios era la prueba de esta vida. Estos eran el verdadero remanente del pueblo, aquellos que Dios reconocía como tales; y de esta forma ellos fueron separados de la masa restante, quienes estaban madurando para el juicio. Estos eran los verdaderos santos—los excelentes de la tierra; aunque la humillación propia del arrepentimiento pudiera ser su único lugar verdadero. Era allí donde tenían que comenzar. Cuando Dios introduce misericordia y justicia, ellos se benefician de la primera con gratitud, confesando que es su único recurso, e inclinan su corazón delante de la última, como la justa consecuencia de la condición del pueblo de Dios, pero aplicándosela a ellos mismos.
Ahora Jesús se presenta a Sí mismo en medio de aquellos que hacen esto. No obstante ser el verdadero Señor Jehová, el Juez justo de Su pueblo, Aquel que debía limpiar Su era, Él, sin embargo, toma Su lugar entre el remanente fiel que se humilla ante este juicio. Él toma el lugar del más bajo de Su pueblo ante Dios; como en el Salmo 16, Él llama a Jehová Su Señor, diciéndole: “Mi bondad no te aprovecha a ti.” (Salmo 16:2—Versión Moderna); y dice a los santos y a los excelentes de la tierra: “en quienes tengo toda mi complacencia.” (Salmo 16:3—Versión Moderna). Perfecto testimonio de gracia—el Salvador identificándose, conforme a Su gracia, con el primer movimiento del Espíritu en los corazones de Su propio pueblo, humillándose no solamente al condescender Él en gracia hacia ellos, sino ocupando Su lugar, como uno de ellos, en la verdadera posición de ellos ante Dios; no meramente para consolar sus corazones mediante tal bondad, sino para mostrarse compasivo ante sus dolores y dificultades, con el fin de ser el modelo, la fuente, y la expresión perfecta de cada sentimiento adecuado a su posición.
La Asociación Del Señor Con Los Pobres Del Rebaño Para Conducirlos Al Disfrute De La Bendición
Él no se podía asociar con el Israel impío e impenitente, pero con el primer efecto vivo de la Palabra y del Espíritu de Dios en los pobres del rebaño, Él podía y lo hizo en gracia. Él lo hace así ahora. Con el primer paso correcto, uno realmente de Dios, Cristo es hallado.
Pero había aún más. Él viene para traer a quienes Le recibían a una relación con Dios, según el favor que se hallaba en una perfección como la Suya, y en el amor que, al asumir la causa de Su pueblo, satisfacía el corazón del Señor, y, habiendo glorificado perfectamente a Dios en todo lo que Él es, hizo posible que Él mismo se satisficiera con la bondad. Sabemos, en efecto, que para hacer esto, el Salvador tuvo que poner Su vida, pues la condición del judío, así como la de todo hombre, requería este sacrificio antes de que el uno o el otro pudieran tener relación alguna con el Dios de la verdad. Pero incluso para ello, el amor de Jesús no falló. No obstante, Él está aquí conduciéndolos al goce de la bendición expresada en Su Persona, que debía quedar firmemente fundamentada en este sacrificio—bendición que ellos debían alcanzar por el camino del arrepentimiento, en el cual entraban mediante el bautismo de Juan; el cual Jesús recibió con ellos, para que pudiesen continuar juntos hacia la posesión de todas las cosas buenas que Dios había preparado para los que le amaban.
La Oposición De Juan; El Verdadero Carácter De La Acción Del Señor
Sintiendo Juan la dignidad y la excelencia de la Persona de Aquel que vino a él, se opone a la intención del Señor. Mediante esto, el Espíritu Santo quiere exponer el verdadero carácter de la acción de Jesús. En cuanto a Él, fue la justicia lo que Le llevó allí, y no el pecado—justicia que Él cumplió en amor. Él, así como Juan el Bautista, cumplió lo que pertenecía al lugar que Dios le había asignado. Al mismo tiempo, con qué condescendencia Él se une con Juan: “conviene que cumplamos”. Él es el Siervo humilde y obediente. Fue así como se comportó siempre en la tierra. Además, en cuanto a Su posición, la gracia llevó allí a Jesús, donde el pecado nos llevó a nosotros, los que entramos por la puerta que el Señor había abierto para Sus ovejas. Confesando el pecado tal como este es, acudiendo ante Dios (y moralmente, esto es lo opuesto al pecado) en la confesión, nos hallamos en compañía de Jesús. En realidad, es el fruto de Su Espíritu en nosotros. Este fue el caso con los pobres pecadores que salieron a Juan. Así fue como Jesús tomó Su lugar en justicia y en obediencia entre los hombres, y más exactamente entre los judíos arrepentidos. Es en esta posición de un Hombre—justo, obediente, y cumpliendo en la tierra, en humildad perfecta, la obra para la cual Él se había ofrecido en gracia, según el Salmo 40, entregándose al cumplimiento de toda la voluntad de Dios en completa renunciación—que Dios Su Padre le reconoció plenamente, y le selló, declarando en la tierra que Él es Su Hijo amado.
Los Cielos Se Abrieron; El Hijo Amado; El Descenso Del Espíritu Santo
Ser bautizado es la prueba más notable del lugar que Él había tomado con Su pueblo—los cielos le fueron abiertos y Él ve al Espíritu Santo descendiendo como paloma, viniendo sobre él; y ¡he aquí! una voz del cielo diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”
Pero estas circunstancias exigen atención.
Los cielos nunca fueron abiertos a la tierra, ni al hombre en la tierra, antes de que el Hijo amado estuviera allí. Indudablemente Dios, en Su paciencia y en forma de providencia, había bendecido a todas las criaturas; Él había bendecido también a Su propio pueblo, según las normas de Su gobierno en la tierra. Además de esto, estaban los escogidos, a quienes Él había guardado en fidelidad. Con todo, hasta ahora los cielos no se habían abierto. Un testimonio había sido enviado por Dios con relación a Su gobierno de la tierra; pero no había ningún objeto en la tierra sobre el cual el ojo de Dios pudiera reposar con complacencia, hasta que Jesús, sin pecado y obediente, Su Hijo amado, estuvo allí. Pero lo que es tan precioso para nosotros es que, tan pronto como Él, en gracia, toma públicamente Su lugar de humillación con Israel—es decir, con el remanente fiel, presentándose así Él mismo ante Dios, cumpliendo Su voluntad—los cielos se abren sobre un objeto digno de la atención de ellos. Indudablemente Él fue siempre digno de su adoración, antes incluso de que el mundo fuese. Pero ahora, Él acaba de tomar este lugar en los tratos de Dios como un Hombre, y los cielos se abrieron a Jesús, el objeto del completo afecto de Dios en la tierra. El Espíritu Santo desciende visiblemente sobre Él. Y Él, un hombre en la tierra, un hombre ocupando Su lugar con los mansos del pueblo que se arrepentían, es reconocido como el Hijo de Dios. Él no solamente es ungido por Dios, sino que, como hombre, es consciente del descenso del Espíritu Santo sobre Él—el sello del Padre puesto sobre Él. Evidentemente aquí no es Su naturaleza divina, en el carácter del Hijo eterno del Padre. Incluso el sello no estaría en conformidad con aquel carácter; y en cuanto a Su Persona, y a Su conocimiento de ello, se manifiesta a los doce años de edad en el evangelio de Lucas. Pero mientras Él es tal, Él es también un hombre, el Hijo de Dios en la tierra, y es sellado como un hombre. Como hombre, Él posee el conocimiento de la presencia inmediata del Espíritu Santo con Él. Esta presencia está en relación con el carácter de humildad, mansedumbre y obediencia, en los que el Señor apareció aquí abajo. Es “como paloma” que el Espíritu Santo desciende sobre Él; igual como fue en forma de lenguas de fuego, que Él descendió sobre las cabezas de los discípulos, para testimonio de ellos en poder en este mundo, según la gracia que se dirigía a todos y a cada uno en su propia lengua.
La Gloria De La Persona Del Señor Guardada Solícitamente
Jesús crea así, en Su propia posición como Hombre, el lugar en el cual Él nos introduce por medio de la redención (Juan 20:17). Pero la gloria de Su persona siempre es guardada solícitamente. No hay objeto presentado a Jesús, como a Saulo por ejemplo, y, en un caso aún más análogo, a Esteban, quien, siendo lleno del Espíritu, ve también los cielos abiertos, y pone los ojos en ellos, y ve a Jesús, al Hijo del Hombre, y es transformado a Su imagen. Jesús ha venido; Él es en Sí mismo el objeto sobre el cual se abren los cielos; Él no es objeto de transformación, como Esteban, o como nosotros en el Espíritu; los cielos miran abajo hacia Él, el objeto perfecto de deleite. Es Su relación con Su Padre, ya existente, la que es sellada. Tampoco el Espíritu Santo crea Su carácter (excepto en cuanto a que, con respecto a Su naturaleza humana, Él fue concebido en el vientre de la virgen María por el poder del Espíritu Santo); Él se había relacionado con los pobres, en la perfección de ese carácter, antes de que Él fuera sellado, y entonces Él actúa según la energía y el poder de aquello que recibió sin medida en Su vida humana aquí abajo (comparar Hechos 10:38; Mateo 12:28; Juan 3:34).
Cuatro Ocasiones Memorables En Las Que Los Cielos Se Abren; Cristo El Objeto De Cada Una
En la Palabra encontramos cuatro ocasiones memorables en las que los cielos fueron abiertos. Cristo es el objeto de cada una de estas revelaciones; cada una tiene su carácter especial. Aquí el Espíritu Santo desciende sobre Él, y es reconocido como el Hijo de Dios (comparar Juan 1:33-34). Al final del mismo capítulo de Juan, Él mismo declara ser el Hijo del Hombre. Allí son los ángeles de Dios que ascienden y descienden sobre Él. Él es, como Hijo del Hombre, el objeto del ministerio de ellos. Al final de Hechos 7 se abre una escena totalmente nueva. Los judíos rechazan el último testimonio que Dios les envía. Esteban, por medio de quien este testimonio es rendido, es llenado con el Espíritu Santo y los cielos le son abiertos. El sistema terrenal fue definitivamente cerrado por el rechazo del testimonio del Espíritu Santo a la gloria del Cristo ascendido. Pero esto no es meramente un testimonio. El cristiano (N. del T.: se refiere a Esteban) es llenado con el Espíritu, los cielos se abren a él, la gloria de Dios le es manifestada, y el Hijo del Hombre aparece ante él puesto en pie, a la diestra de Dios. (N. del T.: “Empero él, estando lleno del Espíritu Santo, miraba fijamente en el cielo, y vio la gloria de Dios, y a Jesús, puesto en pie, a la diestra de Dios.”, Hechos 7:55—Versión Moderna. Ver también: “La Biblia de las Américas” y “Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, Francisco Lacueva, Editorial Clie). Esto es algo diferente de los cielos abiertos sobre Jesús, el objeto del deleite de Dios en la tierra. Es el cielo abierto al cristiano mismo, estando su objeto allí cuando es rechazado en la tierra. Él ve allí, por el Espíritu Santo, la gloria celestial de Dios, y a Jesús, el Hijo del Hombre, el objeto especial del testimonio que él rinde, en la gloria de Dios. Para nosotros, la diferencia es tan notable como interesante, y expone, de la manera más llamativa, la verdadera posición del cristiano estando en la tierra, y el cambio que ha producido el rechazo de Jesús por parte de Su pueblo terrenal. Solamente la Iglesia, la unión de los creyentes en un cuerpo con el Señor en el cielo, no era aún revelada. Posteriormente (Apocalipsis 19) el cielo se abre, y el Señor mismo sale, el Rey de reyes y Señor de señores. Vemos así:
(1) A Jesús, el Hijo de Dios en la tierra, el objeto del deleite celestial, sellado con el Espíritu Santo.
(2) A Jesús, el Hijo del Hombre, el objeto del ministerio del cielo, siendo los ángeles sus siervos.
(3) A Jesús, en lo alto a la diestra de Dios, y el creyente, lleno del Espíritu, y sufriendo aquí a causa de Su nombre, contemplando la gloria en las alturas, y al Hijo del Hombre en la gloria.
(4) A Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores, saliendo a juzgar y a hacer guerra contra los varones burladores que disputan Su autoridad y oprimen a la tierra.
El Hombre Obediente En La Tierra, El Hijo De Dios, Sellado Con El Espíritu Santo
Volviendo sobre el tema: El Padre mismo reconoce a Jesús, el hombre obediente en la tierra, quien entra por la puerta como el verdadero Pastor, como Su Hijo amado en quien está todo Su deleite. Los cielos le son abiertos a Él; ve al Espíritu Santo descendiendo para sellarle, la fortaleza y el apoyo infalibles de la perfección de Su vida humana; y Él tiene el testimonio propio del Padre de la relación entre ellos. No se presenta ningún objeto en el cual Su fe debía apoyarse, ni a Él, ni a nosotros. Es su propia relación con el cielo y con Su Padre la que es sellada. Su alma goza de ello mediante el descenso del Espíritu Santo y la voz de Su Padre.
Los Cielos Abiertos Para Los Creyentes Por La Redención
Pero este pasaje en Mateo requiere alguna atención adicional. El bendito Señor, o, mejor dicho, lo que ocurrió en cuanto a Él, da el lugar o el modelo en el cual Él sitúa a los creyentes, sean ellos judíos o Gentiles: sólo que, desde luego, sólo somos llevados allí por la redención. “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17), es Su bendita palabra después de Su resurrección. Pero para nosotros el cielo está abierto; somos sellados con el Espíritu Santo; y el Padre nos reconoce como hijos. Sólo la divina dignidad de la Persona de Cristo es guardada siempre solícitamente aquí en humillación, así como en la transfiguración en gloria. Moisés y Elías están en la misma gloria, pero desaparecen cuando la prisa de Pedro, con permiso para ser expresada, los pondría al mismo nivel que Cristo. Cuanto más cerca estamos de una Persona divina, tanto más adoramos y reconocemos lo que Él es.
La Trinidad Revelada Plenamente Por Primera Vez
Pero, se encuentra aquí otro hecho muy notable. Cuando Cristo toma Su lugar entre los hombres en humildad, la Trinidad es plenamente revelada por primera vez. Indudablemente el Hijo y el Espíritu son mencionados en el Antiguo Testamento. Pero allí, la unidad de la Deidad es el gran punto revelado. El Hijo es reconocido aquí como hombre, el Espíritu Santo desciende sobre Él, y el Padre le reconoce como Su Hijo. ¡Qué maravillosa relación con el hombre! ¡Qué lugar para que el hombre esté! A través de la relación de Cristo con Él, la Deidad es revelada en su propia plenitud. Al ser Él un hombre, esto hace tanto más patente su manifestación. Pero Él era realmente un hombre, pero el Hombre en quien los consejos de Dios acerca del hombre se iban a cumplir.
En Conflicto Con El Enemigo
De ahí que, ya que Él realizó y exhibió el lugar en el cual el hombre es puesto con Dios en Su propia Persona, y en los consejos de gracia en cuanto a nosotros, a nuestra relación con Dios, así pues, ya que estamos en conflicto con el enemigo, Él entra en ese lado de nuestra posición también. Tenemos nuestra relación con Dios y nuestro Padre, y ahora tenemos que ver con Satanás también. Él vence por nosotros, y nos muestra cómo vencer. Observen también, que la relación con Dios es lo que primero queda plenamente establecido y expuesto, y entonces, como en ese lugar, comienza el conflicto con Satanás, y así es con nosotros. Pero la primera interrogante fue, ¿Se mantendría el segundo Adán donde el primer Adán había fracasado? sólo que, en el desierto de este mundo y el poder de Satanás—en lugar de las bendiciones de Dios—pues allí habíamos llegado.
La Historia Del Pueblo Concluida En Juicio; Una Cosa Nueva Anunciada—El Reino De Los Cielos
Otro punto debe de ser comentado aquí, para presentar plenamente el lugar que el Señor toma. “La ley y los profetas eran hasta Juan.” (Lucas 16:16) Luego es anunciado lo nuevo, el reino de los cielos. Pero el juicio finaliza con el pueblo de Dios. El hacha está puesta a la raíz de los árboles, el aventador está en la mano de Aquel que viene, el trigo es recogido en el granero de Dios, y la paja quemada. Es decir, existe un final de la historia del pueblo de Dios en el juicio. Entramos aquí en el terreno del estado de perdición, esperando el juicio; pero la historia del hombre, como responsable, quedaba cerrada. De ahí que se diga: “Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.” (hebreos 9:26). Esto le ha sucedido externamente y literalmente a Israel; pero es moralmente verdadero para nosotros: sólo que nosotros somos recogidos para el cielo, resultando ser el remanente de entonces, y estaremos en el cielo. Pero siendo Cristo rechazado, la historia de la responsabilidad ha terminado, y nosotros entramos en gracia como perdidos. Consecuente con el anuncio de ello como inminente, Cristo viene, e identificándose con el remanente que escapa sobre la base del arrepentimiento, crea este nuevo lugar para el hombre en la tierra: sólo que no podíamos estar en dicho lugar hasta que la redención no hubiese sido cumplida. Con todo, Él reveló el nombre del Padre a aquellos que Él le había dado fuera de este lugar.