Un distinguido hombre del Medio Oriente proveyó, a gran costo, un suntuoso banquete e invitó a muchos. Cuando llegó la hora para que vinieran los invitados, ninguno se presentó y todos se excusaron. El hecho es que ninguno de ellos deseaba ir y, por no tener la valentía de decir “No queremos”, dijeron “No podemos”. Cualesquiera que hayan sido sus motivos para rehusar expresar su opinión y asistir a la fiesta, sus excusas fueron sumamente absurdas (Lucas 14).
El primero dijo: “He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses”. ¿Cuál era el apuro? ¿No podía haber ido en otro momento?
El segundo fue peor. “He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses”. ¿Qué daño le iba a hacer a los bueyes descansar una noche más? Además, sea que valieran o no el dinero que había pagado por ellos, ya los había comprado.
Pero la tercera excusa es la peor de todas. “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”. ¿Por qué no llevó a su esposa al banquete?
“Venid, que ya todo está preparado”
La aplicación espiritual de esta historia debe ser evidente para todos.
Habiendo pagado un costo infinito, Dios ha provisto un banquete para los pecadores perdidos. Él ha mandado a Sus siervos que vayan por todo el mundo y proclamen las buenas noticias a toda criatura (Marcos 16:15).
“Ven –es la invitación– aún hay lugar”.
Oye con atención: “Aún hay lugar”.
El cielo listo está, Dios te quiere ver allá,
y aviso a todos da: “Aún hay lugar”.
La invitación es universal; nadie está excluido. Todo el que quiera puede venir. Millones ya han participado de este banquete y están ahora en la gloria; millones más van rumbo allá, y todavía se oye el clamor: “Aún hay lugar”.
Algunas personas piensan que la vida del cristiano es sombría y melancólica, y que participar del banquete del Evangelio les llenará el corazón de tristeza.
No entienden que el Evangelio es “nuevas de gran gozo” (Lucas 2:10), no “malas noticias de gran miseria”.
Las personas de esta parábola fueron invitadas a una “gran cena”, no a un funeral, y en el pasaje paralelo en Mateo se nos dice que era una “fiesta de bodas” (Mateo 22:2).
“Nunca en mi vida le he hecho nada malo a nadie”
A menudo se oye esta excusa. Apreciado lector, ¿es esa la excusa suya? ¿Realmente cree que jamás ha hecho nada malo? ¿Alguna vez ha pecado en pensamiento, palabra o hecho? ¿Jamás ha tenido un pensamiento impuro, desagradable o perverso? ¿Nunca ha dicho algo precipitadamente, o una mentira, o ha tratado de engañar o confundir a alguien? ¿Ha amado a Dios con todo su corazón, alma, fuerzas y mente? ¿Ha amado a su prójimo como a sí mismo? “Oh, no”, dirá usted, “nadie lo ha hecho”.
No se preocupe por los otros ahorita; admita que usted ha pecado. Si alguien fuera hallado culpable de quebrantar las leyes de este país, ¿quién creería que tal persona no ha hecho nada malo? Estimado lector, de nada sirve encubrir el hecho de que usted no ha sido lo que debería haber sido, ni ha hecho lo que debería haber hecho. En otras palabras, usted es un pecador, y la Palabra de Dios declara que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4), “porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Acepte que a los ojos de Dios está perdido y arruinado, y desista de todo intento de excusarse o esconder sus pecados.
“Voy a pasar la página”
Está bien decir que usted va a “pasar la página” y empezar de nuevo. Pero déjeme preguntarle: ¿qué de las páginas anteriores, manchadas de culpa? Un niño en la escuela, después de manchar de tinta una hoja de su cuaderno, decide pasar la página, resuelto a tener más cuidado en el futuro. Pero “pasar la página” no quitó la que estaba manchada, y pronto el maestro notó las manchas y lo sancionó por su negligencia.
Es posible, apreciado lector, que alguna vez usted haya sido adicto al alcohol o a las groserías, o algún otro mal hábito, pero últimamente usted ha “pasado la página” y se ha convertido en lo que el mundo llama una persona “reformada”. Eso es bueno y apropiado, pero no olvide que una buena conducta desde ahora jamás eliminará las desobediencias pasadas.
Estimado lector, “pasar la página” no le va a servir. Usted debe convertirse en una “nueva criatura” en Cristo Jesús.
“Dios es misericordioso”
Satanás va de un lugar a otro con su montón de mentiras, dándole una a una persona y otra a otra. A uno le dice: “Dios es muy misericordioso como para castigar a los pecadores”, y si no le cree, entonces intenta con otra mentira: “Si Dios castiga al pecador en el infierno, el castigo no será eterno”.
El hecho de que “Dios es misericordioso” es una bendita verdad, pero Él también es Santo y Justo, y jamás mostrará misericordia a expensas de Su justicia. Todos Sus atributos están en equilibrio y no pueden entrar en conflicto unos con otros. El que es paciente y lento para la ira “no tendrá por inocente al culpable” (Nahúm 1:3). Aquel prisionero que es llevado a la cárcel por los guardias ha aprendido por experiencia propia que el juez no permitirá que el criminal se quede sin castigo.
La gracia perdonadora de Dios fluye por un solo medio, y es la expiación de Cristo. Y todo el que rehúse aceptar la vida por medio de Su muerte “morará con el fuego consumidor” para siempre (Isaías 33:14). “Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo 9:17). “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
“Si uno hace lo mejor que puede, será salvo”
¿Ha hecho usted lo mejor que ha podido? ¿Acaso no ha fallado vez tras vez, haciendo lo que no debía haber hecho, y omitiendo lo que sí debía haber hecho? “Yo no pretendo ser perfecto”. Absolutamente no, pero recuerde que admitir esto elimina cualquier esperanza de que usted sea salvo por sus obras. Uno solo pecado es suficiente para condenarlo, y usted sabe que ha cometido miles. ¿De qué sirve una suposición como “si uno hace lo mejor que puede”, cuando Dios ha declarado que nadie jamás ha hecho tal cosa? “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas” (Isaías 53:6). “Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Salmo 14:3).
Apreciado lector que no es salvo, lo “mejor” que usted puede hacer es admitir que está perdido, arruinado, y sin esperanzas. Si usted no cometiera ningún pecado desde hoy hasta el día de su muerte, tampoco podría ser salvo, porque los pecadores no son salvos por lo que hacen, sino gracias a la virtud de lo que Cristo ha hecho por ellos. “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
“¿No son suficientes las buenas obras?”
Cuando a los pecadores se les presenta que la salvación es sólo por gracia y “no por obras” (Efesios 2:9), es común escuchar cosas como: “Los cristianos no creen en las buenas obras”. Ese es un gran error. Lo que la Palabra de Dios nos muestra es que una persona que no es salva no puede hacer una buena obra, ya que una “buena obra” debe nacer de un buen motivo, el amor al Señor Jesucristo.
Cuando una persona es salva, desde ese mismo instante todo lo que hace debe ser hecho para la gloria de Dios. Tan pronto leemos de la conversión del carcelero de Filipos, lo vemos demostrando su fe por medio de sus obras. “Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas” (Hechos 16:33). Después lo vemos buscando obedecer al Señor en el bautismo. Él deseaba mostrar su amor obedeciendo a Aquel que dijo: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21).
Estimado lector, “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6), y mientras usted no sea salvo, jamás tendrá la capacidad para hacer ni una sola “buena obra”. Crea en el maravilloso amor de Dios hacia usted, y verá que no será capaz de dejar de hacer obras para Él en gratitud por lo que Él ha hecho por usted.
“Es muy difícil ser cristiano”
¿Se refiere usted a que es difícil llegar a ser cristiano? Si es así, está totalmente equivocado. “Pero una y otra vez he tratado de convertirme en cristiano y no he podido”. Entonces, usted no ha aceptado el plan de salvación de Dios, apreciado lector. Si no, usted estaría gozándose de saber que sus pecados han sido perdonados. Deje de tratar de ser salvo por sus propios esfuerzos. Cristo ya ha terminado Su grandiosa obra, y la justicia ha quedado satisfecha. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
“Yo me refería a que es difícil vivir la vida cristiana”. Se lo concedo. Sin embargo, permítame preguntarle: ¿Es más fácil servir a Satanás o a Cristo? ¿Quién es el mejor amo? ¿Quién da la mejor paga? Un cristiano es débil en sí mismo, pero Aquel que lo salvó ha prometido guardarlo, y ha declarado: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Es mucho más fácil servir al Señor Jesucristo que a Satanás.
Si sirve a Satanás, tendrá que darle la espalda a su mejor Amigo, despreciar o descuidar Su gran salvación, resistir a Su Santo Espíritu, pisotear al Hijo de Su amor, e irse precipitadamente a la ruina eterna. Entonces, ¿por qué perderse para siempre cuando puede ser salvo ahora?
“No puedo dejar los placeres del mundo”
A usted no se le pide que “deje” nada hasta que sea salvo. Es cierto que la salvación incluye ser librado de la esclavitud y el dominio del pecado, así como de su castigo, y usted no puede tener una cosa sin la otra. Tiene que ser todo o nada.
Sin embargo, Dios no le dice al pecador: “Deja los placeres y entretenimientos del mundo y Yo te daré el perdón de tus pecados y la paz”. Su plan es: “Cree en Cristo, y serás salvo tanto del poder como de la condenación del pecado”.
Una señora, al conversar con un cristiano al final de una reunión del Evangelio, dijo: “Dios no me va a salvar ahora”. “¿Por qué?” “He decidido ir a un baile el martes por la noche, y Él no me va a salvar hasta que yo desista de ir”. A ella se le mostró que “ahora” es el tiempo de Dios, y que Él estaba rogándole que aceptara un perdón gratuito y presente, tal como era y donde estaba. Esta palabra fue una bendición para ella, y no tengo que añadir que no estuvo presente en ese baile porque tenía algo mejor.
Ahora, mientras usted lee estas líneas, “reciba” la salvación en Cristo por sencilla fe, y gustosamente “dejará” cualquier cosa que a Él no le agrade (Juan 1:12).
“Yo no quiero andar triste y melancólico”
Muchos se imaginan que un cristiano es alguien que va por la vida cabizbajo, suspirando, y con una cara larga. Esta es una de las mentiras más grandes que Satanás ha inventado, y probablemente una de las más extensamente creídas.
El gozo verdadero y duradero es la porción de todo creyente. “¡Sombrío!” ¿Qué hay en el Evangelio que tenga la intensión de hacerlo a uno melancólico o sombrío? ¿Acaso saber que sus pecados han sido perdonados hace que uno “ande con el ánimo caído”? ¿O tener la seguridad de pasar la eternidad con el Señor Jesucristo en la gloria hará que uno se entristezca? ¿Será que el criminal condenado que ha sido perdonado por las autoridades se va a sentir triste?
Solo en Jesús puedo confiar:
Él es mi canto, fuerza y luz.
La principal piedra angular,
firme en la fuerte tempestad.
¡Cuán alto amor! ¡Profunda paz!
Tranquilo estoy, no temo más.
Consolador, mi todo es Él;
reposo siempre en Su amor.
El único que tiene derecho a ser feliz es el cristiano –sólo él ha sido librado de la esclavitud del pecado, la muerte, y el juicio.
Con razón el salmista podía decir: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada” (Salmo 32:1); “En Tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a Tu diestra para siempre” (Salmo 16:11).
“Hay tantos hipócritas”
¿Y esta es su excusa para no aceptar la invitación al banquete del Evangelio? Si es así, es bastante mala. Usted conoce a algunos que dicen ser cristianos, pero su conducta demuestra que son hipócritas. Aunque pertenecen a alguna iglesia, ellos hacen cosas que usted y otros –que no se llaman a sí mismos cristianos– no se rebajarían a hacer. Y usted está dispuesto a decir acerca de todos los que profesan ser cristianos: “¡Bonito grupo! Son un montón de hipócritas”.
Pero, por supuesto, este es un razonamiento bastante injusto. Los hipócritas son personas que profesan ser lo que no son. Y aquellos a los que usted se refiere profesan ser cristianos, pero no lo son. ¿Tenemos que concluir, entonces, que todos los que profesan son hipócritas? Eso sería tan ridículo como decir que todos los vendedores son ladrones, porque dos de ellos fueron condenados por robar.
El hecho de que algunos pretendan ser cristianos demuestra que la realidad ha de ser buena, porque la gente no falsifica lo que no vale nada. Sin embargo, supongamos que los cristianos verdaderos sean inconsistentes, ¿eso lo justificaría a usted a no ser uno? Ciertamente Pedro no podía justificarse de abandonar al Señor porque Judas había sido un hipócrita.
“Hay tantas opiniones distintas”
“Realmente no sé qué hacer. Hay tantas opiniones que estoy confundido y no sé qué creer”. Si esta es su manera de pensar, permítame enfatizarle la importancia de ser guiado completamente por la segura Palabra de Dios. Hay un solo camino de salvación, y está claramente revelado en el Libro.
Una mujer moribunda estaba angustiada por su alma, y al preguntarle a muchos su “opinión” sobre la salvación, recibió muchas respuestas diferentes. Uno le dijo que “orara”, otro que “hiciera buenas obras”, y así sucesivamente. Un cristiano la visitó y ella le preguntó seriamente: “¿Cuál es su ‘opinión’ en cuanto a la salvación?” “No tengo ninguna”, fue la respuesta. La mujer estaba maravillada. “Usted parece asombrada”, le dijo el visitante, “pero si tuviera una opinión, ¿de qué le serviría? Sólo sería la opinión de otro mortal. Sin embargo, puedo darle algo mejor. Puedo decirle lo que Dios piensa”. El resultado de esa conversación fue que poco después aquella mujer halló paz al entender que la pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” fue contestada así: “Cree en el Señor Jesucristo, y será salvo” (Hechos 16:30-31).
“No importa lo que uno crea, con tal que sea sincero”
Esto es lo que muchos dicen, pero veamos si es cierto. Un hombre que no se sentía bien fue al armario y por error agarró un frasco de veneno, bebió algo del contenido, y murió en gran agonía una hora después. ¿La sinceridad de su creencia le salvó la vida?
El guardia de un tren de pasajeros creía sinceramente que las vías estaban libres. “Muy bien, ¡adelante!”, gritó y, después de sonar su silbato, el tren partió. Pero estaba equivocado y el resultado fue un terrible choque, y muchas almas pasaron a la eternidad repentinamente.
La salvación o condenación del hombre depende de lo que cree. Si cree la mentira de Satanás, perecerá eternamente; pero si cree la verdad de Dios, se salvará eternamente.
Las Escrituras son muy claras en cuanto a este asunto. “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). Una creencia sincera en ese camino termina en una destrucción para siempre. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). “En Él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:39). Pero “el que no cree, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).