Capítulo 4

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La palabra de Dios está conectada con el apostolado; cap. 3:1. En los últimos versículos, el tema es el sacerdocio de Cristo. Estos son los dos medios con los que somos llevados a través del desierto: La palabra de Dios y el sacerdocio de Cristo. Israel fue tratado como un pueblo sacado de Egipto, pero susceptible de caer por el camino. Así que la advertencia a estos hebreos (cap. 4:1), «parezca no haberlo alcanzado», se suaviza la palabra. En el capítulo 3 hemos visto como se les habla como un cuerpo sacado bajo el nombre de Cristo, pero admitiendo la posibilidad de hipócritas entre ellos.
Hay dos cosas distintas conectadas con el pueblo—la redención, y ser conducidos cuando son llevados al desierto.
Las Epístolas a los Hebreos y a los Filipenses se dirigen ambas a los santos como en el desierto. En Filipenses se trata más acerca de la experiencia personal, como, por ejemplo: «Porque sé que por vuestra oración ... esto resultará en mi liberación» (1:19). En ambas la escena es el desierto, no aún el reposo.
Versículo 1. Tenemos «su reposo». No meramente reposo, sino el reposo de Dios: y ahí hay una enorme diferencia. No se trata meramente de algunos que están fatigados, y que se gozan en reposar; vamos al reposo de Dios. Hay aquí una alusión a la creación, cuando Dios vio que todo lo que había hecho era bueno en gran manera. Se deleitó en ello, y reposó. La labor espiritual actual no es reposo, ni tampoco la ansiedad y la plaga del pecado. Dios reposará en Su amor (Sof 3:17). ¿Como podría reposar Él aquí? No hasta que vea perfectamente dichosos a aquellos a los que ama. ¿Cómo puede reposar allí donde hay pecado? La santidad no puede reposar donde hay pecado. El amor no puede reposar donde hay dolor. Él reposó de Sus obras en la primera creación, porque todo era muy bueno. Pero cuando entró el pecado, su reposo se quebró. Tiene que obrar otra vez. Dios halla reposo allí donde todo es conforme a su propio corazón. Queda totalmente satisfecho en el ejercicio de Su amor.
Cuando terminen los conflictos y la labor, entraremos en el reposo en el que Él está. Ésta es la promesa.
«Permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo»—el propio reposo de Dios. Si los afectos no poseen su objeto, no están en reposo. Lo tendrán entonces, y seremos como Él es. También habrá un reposo comparable, incluso para esta pobre creación, en el mañana.
Estos hebreos a los que se dirige la epístola son comparados con los israelitas que salieron de egipto, algunos de los cuales cayeron; pero les dice: «Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores»; no sois «de los que retroceden para perdición». ¿Qué poseían? ¿Su Mesías en la tierra? No. Se había ido, y ellos habían quedado como extraños en cuanto a lo que existía aquí abajo, y sin tampoco haber llegado al cielo. Esto es lo que es cada cristiano: cosa distinta es cuál sea el estado de su corazón.
Versículo 2. «Se nos ha anunciado la buena nueva.» A nosotros se nos ha predicado el evangelio, lo mismo que a ellos. El apóstol está hablando del carácter de los que entran al cielo, el reposo de Dios, la promesa para nosotros, así como para Israel era Canaán. Los incrédulos no entran en el reposo—los creyentes sí. Ésta es la puerta por la que entran.
En cuanto a la creación de Dios, no hay reposo para ellos en ella—no les ha llegado. «No entrarán en mi reposo.» Pero Dios no hizo el reposo para que no entrara nadie en él. Comienza de nuevo en v. 7. David vino quinientos o seiscientos años después de Moisés, y en el Salmo 95 dice: «Hoy,» después de tanto tiempo, etc. Si no entraron en el reposo bajo Josué, «queda un reposo para el pueblo de Dios.» Y este reposo todavía no ha llegado en absoluto. Será bajo el nuevo pacto, cuando venga Cristo, el Mesías según las propias Escrituras de ellos.
«El que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras», no sólo del pecado. Cuando Dios cesó, no cesó de pecado, sino de Su labor. Las obras de Dios no son reposo. Dios reposa en Cristo. Yo he cesado de mis obras, por lo que a mi conciencia respecta, porque he cesado de obras con respecto a la justificación. «Queda un reposo.» Tenemos lo primero, pero hay más por lo cual esperamos.
Los dos medios de conducirnos hasta el fin, que ya han sido mencionados, son la palabra aplicada por el Espíritu, y el Sacerdocio del Señor Jesucristo. Nunca se habla aquí de unión con Cristo; en relación con esto no hay discernimiento, juicio, etc. Pero como cristianos en el desierto si que lo hay, y se necesita de la intercesión de Cristo; se nos habla como cristianos individuales, separados, que atraviesan el mundo, rodeados de trampas de todas clases.
Es destacable cómo se presenta la palabra de Dios como la revelación del mismo Dios. «La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos ... y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia.» ¿En cuya presencia? En presencia de la palabra de Dios, la revelación de Cristo. Él es llamado la palabra de Dios, el verbo de Dios—«Dios manifestado en carne.» Él era la vida divina—la perfección de todos los motivos divinos en un hombre en este mundo. La palabra de Dios trae la aplicación de la naturaleza de Dios. Todo lo que Él es se nos aplica a nosotros en nuestro paso a través de este mundo. Esto comienza al ser engendrados por la palabra—renacidos de simiente incorruptible: la impartición de la naturaleza divina, que no puede pecar, porque ha nacido de Dios. Entonces todos los motivos e intenciones del corazón han de ser puestos de manifiesto por esta palabra. La palabra escrita es la expresión de la mente de Dios aquí abajo. La perfección divina, tal como se expresa en la vida de Cristo en la palabra Escrita, se aplica a nosotros. ¿Qué egoísmo había en Cristo? No me refiero ahora al hecho de que Él fue haciendo el bien, sino a los sentimientos y motivos de Su corazón. ¿Hasta qué punto ha sido el yo nuestro motivo? Lo que se trata aquí no son pecados manifiestos, sino «los pensamientos y las intenciones del corazón.» ¡Cuánto ego a lo largo del día!
En Juan 17 nuestro Señor dice: «Yo me santifico a mí mismo.» Cristo separado como la perfección del hombre—Cristo, un hombre modelo, si puedo expresarlo así; todo lo que Dios aprueba en el hombre se vio en Cristo. Lo mismo debería verse en nosotros. «Santifícalos en tu verdad.» La palabra que nos es aplicada a todo lo largo de este camino, en motivos, pensamientos y sentimientos, es para este propósito. Cristo no sólo anduvo haciendo el bien; anduvo en amor, y nos dice a nosotros: «Andad en amor, como Cristo también nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros»; «perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.» Lo que desciende de Dios vuelve a subir a Él. El ego puede entrar en nuestros actos de bondad; pero sólo lo que es un perfume grato sube a Dios—«ofrenda a Dios.» Lo que no es hecho de manera exclusiva en el poder del amor divino, en el sentido de una ofrenda, queda estropeado—el ego ha entrado allí.
«Hasta partir el alma y el espíritu.» Dios ha creado los afectos naturales, pero, ¡cómo entran el yo y la idolatría! Y también la voluntariosidad y la autogratificación ¡cómo se introducen! Esto es alma, no espíritu. La palabra de Dios entra, y sabe cómo dividir entre alma y espíritu, lo que parece la misma cosa, los mismísimos afectos, tal como los ve el hombre. ¡Qué masa de corrupción! ¿Podemos tener comunión con Dios cuando entra el yo? ¡Cuán impotentes son los cristianos ahora—tú, y yo, y todos los demás. ¡Hay gracia, alabado sea Dios!, pero, en un cierto sentido, ¡cuán caídos estamos! «Me daré a la oración», dijo uno. Toda bendición proviene de la inmediatez de la vida de uno con Dios. Hay ríos de agua viva. ¿Cómo puedes obtenerlos? «Si alguno tiene sed, venga a mi y beba», y, «de su interior correrán ríos de agua viva». Uno tiene que beber por sí mismo primero, antes que pueda haber ríos, etc. En tiempos de los profetas, éstos tenían un mensaje: «Así dice Jehová», y luego tenían que indagar acerca del significado de la profecía, pero en nuestro caso, nosotros bebemos primero. Estamos de tal manera unidos a Cristo, que tenemos primero de Su parte antes de comunicarlo a otros.
¿Qué podría hacernos caer en el desierto? La carne. No tiene comunión con Dios. La carne en los santos, lo mismo que en todos los demás, es mala. Lo que nos haría caer es la carne: «los pensamientos y las intenciones del corazón» no juzgados. La palabra de Dios viene y juzga en nosotros todo lo que es de la naturaleza, después de habernos sacado de Egipto. Según la nueva naturaleza, todo es juzgado. Todo en Cristo es aplicado a los motivos e intenciones de nuestro corazón—todo es juzgado según el mismo Dios. La palabra es una espada—no sanando, sino de un carácter totalmente implacable. Detecta la mísera carne, la expone, y señala sus pensamientos, intenciones, voluntad, o concupiscencia. Todo es cribado. Pero, ¿no hay acaso debilidades? Sí. Pero allí donde están activas la voluntad y la intención, entra la palabra de Dios como un escalpelo para cortarlas y eliminarlas. Para debilidades, no para la voluntad, tenemos un sumo sacerdote, que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Esto se expresa de manera hermosa en una figura del Antiguo Testamento. Necesitaban agua: la roca fue golpeada, y fluyó el agua. (Hay recursos en el mismo Cristo, la roca golpeada, para nosotros; pero además, tenemos agua, un manantial en nosotros.) También fueron puestos a prueba a todo lo largo del desierto. Se necesitaba la espada de dos filos. Hubo murmuraciones. Tuvieron que ser echados para atrás. Dios vuelve con ellos. ¿Cómo llegaron al final? ¿Qué es lo que se expuso de parte de Moisés (porque él era como el apóstol aquí)? ¿Cómo iba a librarse él de las murmuraciones? La roca no debía ser golpeada de nuevo. Se tuvieron que poner las varas en el arca. Aparecen hojas, botones y flores en la vara de Aarón—vida sale de la muerte—un sacerdocio vivo. Luego, ve y habla a la roca. ¡Supongamos que Dios se hubiera limitado a ejecutar juicio! ¿Cómo hubieran podido pasar el desierto? Se introduce el sacerdocio viviente; gracia en forma de sacerdocio. Esto nos lleva a través; y todas las debilidades, e incluso los fracasos, cuando se cae en ellos, son afrontados por Aquel que traspasó los cielos, etc.
No hay la más mínima misericordia sobre la carne. Ésta es juzgada por la palabra. Moisés, el más humilde de los hombres, fracasó en esto. Abraham, que había recibido la enseñanza de la omnipotencia de Dios, desciende a Egipto, y fracasa debido al temor. Dios se glorificó a sí mismo. Él se glorificó a Sí mismo en la roca en el desierto, pero Moisés no le glorificó, y fue excluido de la tierra.
Versículo 14. Hay unas cosas muy importantes mencionadas aquí acerca del sacerdocio. En primer lugar: El sacerdocio es ejercitado en el cielo, donde lo necesitamos. Es el lugar donde está Dios. Cuando había un llamamiento terrenal, el sacerdocio estaba en la tierra. El nuestro es un llamamiento celestial, y Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, ha traspasado los cielos. Otro punto importante es que Cristo no tiene en ningún sentido ninguna de estas debilidades mientras está allí ejerciendo el sacerdocio en nuestro favor. El ha recorrido todo el camino en santidad, obediencia y consagración. Cuando Él saca a Sus propias ovejas, va delante de ellas. Él camina por la vereda de las ovejas, y ellas le siguen. Cristo pasó a través de todos estos ejercicios de un hombre piadoso (por ejemplo, necesitando pan, y siendo tentado para que lo hiciera, pero sin ceder a ello). Todo lo que un santo puede necesitar como santo lo vivió Cristo antes en perfección. Tenemos este ejemplo de perfección en Él, en la senda de las ovejas: pero ésta no fue la sazón de Su obra sacerdotal. Él ha recorrido el camino, y ahora puede «compadecerse de nuestras debilidades».
En Hebreos, como ha observado otro autor, tenemos más de contraste que de comparación. El velo en el tabernáculo y el sacerdocio de Israel aparecen en un estado de contraste con el que nosotros los tenemos. Nuestro sumo sacerdote no está rodeado de debilidad. Observemos la consecuencia de esto: estando Él en el cielo, hace que actúe sobre nosotros toda la perfección de pensamiento y sentimiento del lugar en el que Él está. Yo sufro estas debilidades y dificultades, y Él me ayuda en toda la perfección de los lugares celestiales donde Él está. Esto es precisamente lo que necesitamos. Él puede mostrar un camino, y sentir cómo es el camino de tránsito a través de este mundo, y llevar los corazones desde aquí abajo limpiamente al cielo.
Se suele pensar a menudo en el sacerdocio como un medio para ser justificado. Pero entonces Dios aparece ante sus ojos con el carácter de un juez. Tienen miedo de ir directamente a Dios, y no conociendo ni la gracia ni la redención, piensan en alistar a Cristo en su favor. Esto es un error. Muchas almas lo han hecho en ignorancia y debilidad, y Dios les va al encuentro así, pero es equivocando nuestro lugar como cristianos. ¿Acaso obtener la intercesión de Cristo depende de que vayamos a conseguirla? Es cuando me he alejado de Dios—cuando no voy a Él—que tengo un abogado para con el Padre. Más aún: Cristo oró por Pedro antes que Pedro cometiera el pecado. Es la gracia viva de Cristo en todas nuestras necesidades—Su solicitud para con nosotros. Si no, jamás seríamos hechos retornar. Fue cuando Pedro hubo cometido el pecado que Él le miró. Incluso cuando hemos cometido faltas nos viene Su gracia de esta manera. Es en el cielo que lo hace: ¿Cómo entonces podemos tener que ver con Él si no tenemos rectitud? La razón de que puedo ir es que mi justificación está solucionada. Él me ha dado derecho para ir al cielo en virtud de lo que Él es: «Jesucristo el justo», y de lo que ha hecho. Nuestro puesto es en la luz así como Dios está en la luz—sentados en lugares celestiales en Cristo. Nuestro andar sobre la tierra no siempre se corresponde con esto. Nuestro título es siempre el mismo, pero nuestro andar no. Entonces, ¿qué se ha de hacer? Me encuentro dentro del velo, y mi condición no es para ir allí en absoluto. El sacerdocio de Cristo tiene la función de conciliar esta discrepancia entre nuestra posición en el cielo y nuestro andar aquí abajo. Jesucristo es el justo; y la justicia que poseo en Él es el título que tengo al lugar. La obra sacerdotal me restaura a la comunión del lugar donde estoy en justicia. Está relacionada de manera inmediata con la perfección de Su propio andar aquí abajo y con el lugar donde ahora está.
Satanás acudió a Él cuando estaba aquí abajo, y nada encontró. No debería encontrar nada en nosotros, pero lo encuentra. No quiero dar respiro a la carne: y la palabra de Dios está para eso. Pero en todos los sentimientos aquí, como Él dijo, «el escarnio ha quebrantado mi corazón» (Sal 69:20). En Getsemaní estuvo en agonía, y oró tanto más fervientemente. Tenía el corazón de un hombre; y Él pasó por todo lo que pueda pasar el corazón de un hombre pero en comunión con Su Padre, sin posibilidad de fracasar. «Pecado aparte» es mejor que «pero sin pecado», porque no había en él pecado interior como tampoco exterior. En todos estos sentimientos ahora Él tiene compasión para con nosotros.
Versículo 16. «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia.» Esto es ir directamente a Dios, no al sacerdote. Es «al trono de la gracia». Necesitamos misericordia. Somos pobres y débiles, y necesitamos misericordia. Cuando fracasamos necesitamos misericordia; como peregrinos siempre necesitamos misericordia. ¡Cuánta misericordia les fue mostrada a los israelitas en el desierto! Sus vestidos no envejecieron: Dios incluso se cuidó de las ropas en sus espaldas. ¡Pensad en la misericordia que no dejaba que sus pies sufrieran hinchazón! Luego, cuando quisieron un camino, ¡Oh!, les dice Dios, yo iré delante de vosotros con el arca para encontrar camino. No era aquel en absoluto el lugar para el arca. Estaba designada para que estuviera en medio del campamento, pero Dios iba a encontrarse con ellos en su necesidad. Quieren espías para ir a reconocer la tierra para ellos; somos insensatos cuando queremos saber lo que tenemos delante de nosotros. Tenían que enfrentarse con los amorreos, altas murallas, gigantes. Una tierra que devora a sus habitantes. Éste fue el informe que dieron, incluso llevando el racimo sobre sus hombros. Igual que nosotros en nuestro andar hacia el cielo. Y no pudieron soportar aquellas dificultades. Somos como langostas, dijeron. Pero la verdadera cuestión es lo que Dios es.
Como santos, somos más débiles que el mundo, y debiéramos serlo; pero cuando esperamos en Dios, ¿qué es esto? Cuando no tienen confianza en Dios, encuentran faltas en la tierra misma. ¡Qué Dios más maravilloso es Él! Les dice: Si no queréis entrar en Canaán, habéis de permanecer en el desierto. Y los vuelve hacia el desierto, y Él vuelve con ellos. Es gracia, pero el trono de la gracia. Dios rige: es un trono. No permitirá que nada sea pasado por alto. ¡Ved al pueblo en Kibrot-hataava! Cuando se trata de una acusación por parte del enemigo, como en el caso de Balaam, no hay disciplina, sino que dice: «No he notado iniquidad en Jacob.» En el momento en el que hay una cuestión entre el pueblo de Dios y la acusación del enemigo, Él no permitirá ni una palabra contra ellos; pero cuando hay un Acán en el campamento, Él juzga. ¿Por qué? Porque Él está allí. Es un trono. Si no eres victorioso, hay pecado.
Podemos acudir confiadamente al trono de la gracia, etc. Sigue siendo, con todo, un trono (no un mediador), pero todo de gracia. Si voy al trono, en lugar de que el trono, por así decirlo, acuda a mí, todo es gracia: recibo socorro. Nunca podré acudir al trono de la gracia sin encontrar misericordia. Puede que Él envíe disciplina, pero es un trono de gracia, y todo misericordia—«para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» Si tienes voluntad, la quebrantará; si tienes necesidad, te ayudará. ¿Sientes que siempre puedes acudir confiado, incluso cuando has fracasado? Humillado, naturalmente, y humilde en todo tiempo, pero humillado cuando has fracasado.