Capítulo 5: Viene El Agua

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¡Escuchen los balidos de aquellas ovejas, y los aullidos de ese perro! Carina una vez había escuchado a ovejas que balían de esa manera, cuando ella visitó el matadero. Y los perros gritan así cuando están las-timados o asustados. Allí está Mamá, pálida y tensa, pero sonriendo con la paz interior, igual como parecía cuando le dijo adiós a Arturo. ¡Cómo brama el viento! ¡Y agua; la finca entera está inundada! El agua se está rezumando debajo de las puertas. Está entrando más rápido, y subiendo más alto. El perro se ha subido al techo y está gimiendo con voz lastimera. Los niños han subido al segundo piso, y están acurrucados en un rincón, pero no pueden escaparse del agua. Mamá, ¿dónde está? ¡Se ha ido!
—¡Mamá, Mamá!—gritó Carina.
Carina se despertó entonces, y se encontró en la cama, pues había sido nada más un sueño.
Pero la tempestad todavía estaba rugiendo afuera. El perro realmente estaba aullando, y las ovejas estaban baliendo. La almohada de Carina estaba mojada de sudor.
Carina se incorporó en la cama y miró hacia la ventana. Ella había levantado la tablilla antes de acostarse, pero no entraba nada de luz por la ventana. Todavía era de noche, y completamente oscuro. Entonces, ¿por qué estaba aullando el perro? ¿Y por qué estaban baliendo las ovejas? Algo tenía que estar mal. ¿Estaba acercándose el agua, después de todo?
Carina bajó silenciosamente de la cama y abrió la ventana. El viento se precipitó para dentro y silbó alrededor de los oídos de ella. Pero no pudo ver nada en la oscuridad; no había ninguna señal de agua. Solamente se oían los aullidos del perro, en medio del bramido del viento. Ella nunca había escuchado el perro hacer tanta bulla antes; algo tenía que estar mal.
Silenciosamente Carina dio prisa al cuarto de Mamá. Mamá se despertó inmediatamente y le dijo a Papá:—Juno está ladrando.
Papá salió de la cama en un instante. Se vistió y salió a ver qué estaba mal.
Carina miró a través de la ventana. El brillante rayo de la lámpara de Papá iba a través del patio, señalando la caja del perro, el cobertizo de carretones, y el almacén.
Papá regresó un poco malhumorado. No había señal de ladrones; no había nada mal. El perro estaba callado ahora.
—¿Y no hay agua?—Carina preguntó.
Papá perdió su paciencia entonces.—¡Tú y tu agua! ¡Supongo que soñaste con ella!
Carina no pudo negar esto.
—Saca estas ideas insensatas de la cabeza, y duérmete—Papá mandó austeramente—. Y por favor déjanos dormir.
Carina regresó avergonzada a la cama. Se metió debajo de las frazadas y con ellas se cubrió los oídos. Ella no quería escuchar nada. Quería dormir. Pero no pudo dejar de temblar.
Y el sueño no venía. El bramido del viento penetraba por las frazadas gruesas, y pronto Juno empezó a aullar otra vez. Las ovejas seguían baliendo, y ella pensaba que oía el torrente de agua también. Papá había dicho que todo era imaginación e insensatez; ella no pudo atreverse a levantarse otra vez, ni a llamarlos. Por fin el miedo dentro de ella aumentó tanto, que tuvo que meter la cara en su almohada para esconder sus sollozos.
Entonces, de pronto, hubo una luz en el cuarto. Papá estaba de pie al lado de su cama.
—Carina—él dijo suavemente.
Con una sacudida ella empujó la frazada a un lado. Se enjugó los ojos con la manga de su ropa de cama. Papá acarició sus mejillas mojadas y su cabello.—Mi hijita—dijo tiernamente—, tuviste razón. Viene el agua.
Carina se puso erecta. ¡Entonces era cierto, después de todo!
—No tienes que tener miedo—Papá siguió calmadamente—. Nuestra casa es fuerte y firme. No estamos en peligro. Pero yo tengo que ir a cuidar de los caballos, y tú tienes que ayudar a llevar los muebles al segundo piso.
—¿Está el agua en la casa ya?—Carina preguntó.
—Todavía no, pero tenemos que tomar precauciones. No hay necesidad de apurarte mucho.
Carina brincó de la cama y se vistió de prisa. Salió fuera de la casa. No había agua alrededor de la casa, pero por allí se podía oír claramente un torrente de agua, en medio del bramido del viento. Venía desde la dirección del dique de Toren, y era como trueno continuo.
Papá se había ido al almacén, y Mamá ya había empezado a mover los muebles al segundo piso. Carina ayudó. Los otros niños ayudaron también. Formaron una fila a lo largo del pasillo y por las gradas para arriba, y pasaban las cosas de una persona a otra—sillas, ollas y sartenes, la alfombra del pasillo, ropa, la alfombra de la sala, cubrecamas.
Guillermo gritó alegremente:—Dámelo! ¡Yo puedo llevarlo!
Trena exclamó:—Vamos a hacer un cuarto bonito en el desván. ¡Será como jugar a casa!
Chico dijo:—Si el agua viene, todos estaremos en una isla, como la historia del marinero que se naufragó. Yo seré el marinero, y tú serás mi caballo—le dijo a José.
—¿Y qué seremos nosotras?—Trena y Marta preguntaron juntas.
—Ustedes serán habitantes de la isla—dijo Chico.
Carina cogió algo de su ánimo. Después de todo, no había peligro especial, y esta emoción en medio de la noche era divertida.
Papá entró desde el almacén, y Dorotea llamó desde el segundo piso:—Estamos haciendo un cuarto bonito aquí. ¡Venga a verlo, Papá!
—Será Papá uno de los habitantes de la isla también?—Marta preguntó.
—Papá será capitán de la nave que rescata al marinero de la isla—Chico decidió—. ¿Es buena idea, verdad, Papá?
Pero Papá no estaba escuchando la plática de los niños. Él se miraba serio.—El agua está subiendo rápido—le dijo a Mamá—. No lo entiendo. Durante los pocos minutos en que yo estuve en el almacén, subió tres pies. No puedo imaginar de dónde viene tan rápido.
Carina, quien estaba lista para subir las gradas con los brazos llenos de ropa, se quedó inmóvil.—¿Entonces hay peligro, después de todo?—ella preguntó.
—No sé—Papá contestó despacio—. No podremos ver qué sucede hasta que amanezca el alba.
Carina corrió para arriba con su carga. Los niños se juntaron alrededor de ella, encerrándola en un círculo y empezaron a cantar un pequeño cántico.
Un minuto antes, ella había jugado juntamente con ellos. Pero ahora ella mandó ásperamente:—Dejen su insensatez. Dentro de poco todos nos vamos a ahogar.—Ella estaba asida de temor otra vez. El agua estaba subiendo, y Papá no lo podía explicar.
Los niños la miraron a ella en sorpresa, y luego miraron unos a otros. Esto fue el fin de su diversión.
Cuando Carina bajó al primer piso otra vez, Papá estaba sentado a la mesa, bebiendo el café caliente que Mamá le había traído.
—¿Dónde están las ovejas?—Carina oyó que Mamá preguntó.
—Se ahogaron—Papá contestó.
Carina se detuvo como que estuviera clavada al suelo. Esos balidos horribles, fue la última vez que ella los oyó.
—Y los cerdos están perdidos todos también—Papá agregó.
—¿Y los caballos?—Carina preguntó.
—Yo los solté. Están en el almacén, y pueden subirse sobre el montón de heno. Creo que estarán bien.
Carina fue a llevar otra brazada de ropa. El agua estaba entrando a chorros debajo de la puerta, y salpicaba debajo de sus pies. Cuando ella regresó otra vez para abajo, el agua ya alcanzaba los tobillos.
Con la ayuda de Papá, llevaron las piezas más grandes para arriba, como la mesa y el armario. Carina llevaba sus botas, pero antes que la última pieza fuera llevada para arriba, el agua corrió en las botas desde arriba. Sus pies tenían frío como hielo. Los escalofríos corrían para arriba y para abajo en la columna. No era solamente el frío que causaba los tiritones, sino el miedo de lo que venía.
Mamá le trajo calcetas y zapatos secos. Todos estaban a salvo, por un rato a lo menos. Nadie podía saber por cuánto tiempo. Afuera en la negra oscuridad, la tempestad estaba bramando y el agua estaba subiendo constantemente. Aun Papá no podía decir por cuánto tiempo estarían a salvo aquí, ni a qué altura llegaría el agua.
Todos se acurrucaron en un rincón, donde los muebles habían sido arreglados en la forma de un cuarto. Estaban secos, pero con frío. Con sus frazadas alrededor de los hombros, parecían como colonizadores sentados alrededor de un fuego. Pero les faltaba el fuego para darles luz y calor. No había estufa. Y la pequeña lámpara de aceite que Mamá había traído no podía ahuyentar ni la mitad de la oscuridad del desván grande y ancho.
Los niños habían olvidado toda su diversión. Escuchaban el bramido del viento y la salpicadura del agua. La pequeña Leana escondió la cara en el regazo de Mamá y sollozó suavemente. Trena y Marta se apoyaron contra las rodillas de Mamá. Chico y José y Guillermo estaban sentados cerca de Papá. Dorotea se apretó contra Carina.
Carina tembló.
—¿Tienes frío, Carina?—Papá preguntó.
Carina meneó la cabeza. No era por eso. Con calcetas secas y dos frazadas gruesas, ella realmente no tenía frío.—Tengo miedo—ella dijo suavemente.
Papá miró alrededor.—¿Vino la Biblia para arriba con las otras cosas?—preguntó.
—Sí, Papá—dijo Guillermo, y brincó para traer la Biblia grande y antigua de pasta de cuero grueso.
Papá encontró la página de Salmo 57.
—"Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; Porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece. Él enviará desde los cielos, y me salvará..."
Carina escuchó reverente y pensativamente. ¿Real-mente estaban ellos protegidos bajo las alas de Dios, allí en el desván, con el viento violento que bramaba por entre las grietas y el agua que iba agitándose dentro de la casa? ¿Les iba a proteger hasta que pasara este quebranto? ¿Les enviaría ayuda de los cielos para salvarlos?
Papá siguió leyendo:—"Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto; cantaré...salmos".
—"Porque grande es hasta los cielos tu misericordia, y hasta las nubes tu verdad".
Carina se preguntaba si el corazón de Papá realmente estaba puesto en Dios, y con descanso. El agua estaba subiendo. Ella podía oír las olas que golpeaban contra la casa. Los caballos estaban relinchando con ansiedad.
Papá terminó de leer el salmo y cerró la Biblia. Juntó las manos para una oración.
—Oh Dios, Señor del viento y del mar, ayúdanos a encontrar refugio en Ti hasta que esta calamidad haya pasado.
El corazón de Carina hacía la misma petición. Dios es todopoderoso. Él puede salvar. ¿Pero lo hará?
—Líbranos, oh Señor—Papá continuó—. Segura-mente, Tu fidelidad llega hasta las nubes y Tu bondad es tan alta como los cielos. Al saber esto, descansamos en Ti.
Carina mantenía inclinada la cabeza. Ella sabía que Dios es fiel, y que Dios es amor. Ella deseaba confiar en Él.
—Concede, oh Señor nuestro Dios—Papá siguió orando—, que podamos confiar en Ti aun si la situación resulta diferente de lo que nosotros esperamos; si Tú nos llevas en la violencia del agua, entonces tráenos en misericordia a nuestro hogar celestial, a la casa de nuestro Padre, por amor de Jesucristo.
Las manos de Carina estaban apretadas juntas y sus ojos estaban bien cerrados. ¿Qué si Dios iba a permitir que esto sucediera? ¿Estaba ella dispuesta? A ella le gustaba mucho correr y jugar; le gustaba mucho la escuela, aunque a veces ella se quejaba de sus trabajos. Ella amaba a sus hermanos a y sus hermanas, a su padre y a su madre, especialmente a Mamá. ¿Cómo podría ella aguantar el pensamiento de dejarlos?
Pero ella sabía que amaba al Señor Jesús también. A veces ella sentía que Él estaba muy cerca, cuando se arrodillaba para orar en la noche. Era casi como que Él pusiera Su mano sobre la cabeza de ella. Entonces ella sabía que le pertenecía a Él. Pero había otros momentos diferentes, también. Y ella no estaba completamente segura de que quisiera ir, si Él la llevaba ahora. ¡La noche era tan oscura, y el agua tan fría!
Carina miró a Papá. Sus ojos estaban abiertos, pero sus manos todavía estaban juntadas. La luz de la pequeña lámpara brillaba sobre su rostro, que parecía calmado, aunque serio. Papá confiaba en Dios, a pesar de que la muerte golpeaba contra la casa.
Mamá estaba sentada al otro lado de la lámpara. Sus mejillas estaban pálidas. Ella miró para abajo a la pequeña Leana, y a José, y a Guillermo, y a todos los demás pequeños. Una lágrima estaba en su mejilla. Corrió abajo hasta el labio. Pero había una mirada tranquila de paz en los ojos.
Ayer ella le había dicho a Arturo:—Si no nos encontramos otra vez, quiero que sepas que todo está bien con Mamá.—Ella debía de haber sentido el peligro ya. Pero ella no tenía miedo. Ella estaría lista si Jesús la llevara.
Mamá y Papá tenían la paz del corazón por el cual Papá había orado. Carina no la tenía todavía.
Carina se levantó y fue al otro extremo del gran desván. Allí, detrás del montón de cajas de papas, estaba una ventana. Ella anduvo a tientas a través de la oscuridad hacia el cuadro de luz gris. Pero había pocas cosas para ver afuera. En la luz tenue ella podía ver pintas de espuma sobre el agua oscura, y las copas de los árboles que estaban cerca de la casa. Ella tembló otra vez.
Era difícil creer que Dios estaba cerca en una situación como ésta, y que Él protegería hasta que el peligro pasara.
"He aquí que no se ha acortado la mano de
Jehová para salvar, ni se ha agravado
Su oído para oír." Isaías 59:1
"Porque no hay diferencia... pues el mismo
que es Señor de todos, es rico para con
todos los que le invocan." Romanos 10:12_