Capítulo Ocho

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El doctor llegó el siguiente día, igual que Bach Filina esperaba que hiciera. Llegó en su carretón hasta los rebaños, y antes que Ondreco se diera cuenta, el doctor llevó a su madre y también a Bach Filina. Antes que fueran hicieron el arreglo para que Ondreco se quedara más tiempo con Bach, e iría a su madre solamente para visitas.
—Palko, toma a los niños—mandó Bach—, y vete con ellos a algún lugar en el bosque donde nadie va a interferir, y ora que el Señor Dios nos ayude a arreglar con éxito lo que tenemos por delante.
Así que oraron, y creyeron que el Señor Jesús los oyó.
Después de anochecer Bach regresó. Los niños ya estaban durmiendo. En la mañana él les dijo que todo lo que se había podido hacer ayer se llevó a cabo con éxito, pero que había otro asunto que llevaría más o menos una semana antes que pudieran saber cómo resultarla, así que tenían que seguir orando.
¡Y qué clase de semana era! Los niños nunca vivieron otra semana semejante a esa. A veces estaban con Ondreco visitando a su madre. Otra vez ella llegó a los rediles, y cuando se quedaba hasta la noche le gustaba pasar la noche en la choza de madera. La Tía tenía la costumbre de regresar antes de la noche acompañada de Pedrico. A él le gustaba hacer esto, porque siempre recibía una cena muy buena allí.
Entonces Ondreco dormía con su madre. ¡Qué bello era eso! Ella se sentaba en la cama de él, le decía muchas cosas, lo acariciaba y lo besaba hasta que dormía. En la mañana otra vez, el la despertaba temprano. El saltaba de su cama, puso los brazos alrededor del cuello de ella y tímidamente besaba sus bellos labios. ¡Qué momentos bellos eran aquellos!
A Ondreco le era permitido acompañar a su madre aun cuando Bach Filina la llevó para mostrarle todos los tres rediles. Caminaron juntos a través de los claros en el bosque, miraron los rebaños de ovejas y hablaron con los encargados de los rebaños. Ella era tan amistosa y amable con ellos. Por la otra mano, esto ayudó a mejorar su salud. Después de tal clase de paseo ella coma y dormía muy bien. Ondreco estaba alegre de que Bach Filina le gustara a ella. Él la trataba muy bondadosamente, coma a una Señora, como que fuera su propia hija.
El sábado Ondreco fue a visitar a su madre en la casita. Allí él iba a almorzar con ella. Los dos compañeros suyos fueron invitados para la tarde, y con ellos, por supuesto, llegaron Dunaj y Fido, pero la gata no les tenía miedo, y cuando vieron esto no la molestaron.
El niño corrió alegremente al cuarto, pero ante la puerta se detuvo, porque su bonita madre estaba sentada ante una mesa. En la mano tenía una carta larga lista para el correo, y lloraba. ¡Ay, tan amargamente lloraba! Se alegró cuando el corrió a ella y empezó a abrazarla y besarla; ella devolvió los besos, pero no dejó de llorar.
—¿Por qué lloras tanto, mi madre?—él dijo tristemente—.¿De qué se trata?
-Acerca de mí misma, mi querido hijo, porque yo soy muy mala.
Ondreco no quería reconocer eso. Para él su madre parecía como un ángel, pero Palko había leído ayer el dicho: "TODOS PECARON, Y ESTAN DESTITUIDOS DE LA GLORIA DE DIOS", y agregó que mientras que uno no se da cuenta de esto y piensa que al mismo es suficientemente bueno, el Señor Jesús no puede salvarlo, porque únicamente los enfermos necesitan a un doctor; y Bach Filina había agregado que únicamente el Espíritu Santo puede traer a un alma a tal clase de convicción. Tiene que ser entonces, que el Espíritu Santo había empezado a enseñar a su madre también. ¡Seguramente el Señor Jesús la hallaría a ella también!
—¿Por qué piensas, Mama, que es mala?—el niño tímidamente preguntó.
—Porque tengo un padre muy bueno, y lo he entristecido mucho. Mira, Ondreco, he escrito una carta a él ya por primera vez en muchos años.
—¿Y seguramente ha pedido su perdón, verdad que sí?
-Sí, pedí su perdón; pero ¿es posible perdonar a una pecadora como yo?
-El Padre perdonó a su hijo pródigo porque le amaba—el niño dijo seriamente—¿La amaba su padre también, madre mía?
La Señora suspiró tristemente, pero yo no lloró más.
-Él seguramente la recibirá si regresa a la casa.
—Voy a ver si él me contesta, y que dirá.
—Mama, el padre de usted sería mi abuelo, ¿verdad que sí?
-Sí, mi querido; y si el buen Señor nos concede que yo pueda considerarte todo mío, y serás únicamente mío, entonces vamos juntos, y tú me ayudará a pedírselo. El seguramente no rehusaría a ti; se van a entender mejor entre sí, porque ambos aman al Señor Jesús y son Sus ovejas.
-El niño se regocijó. ¡El abuelo amaba al Senior Jesús!—¡Qué alegre soy! Pues, entonces el seguramente la perdonará.
No pudieron seguir su plática porque la Tía Moravec les llamó al almuerzo, lo cual era muy bueno. José llegó después del almuerzo; estaba llevando queso a la aldea y pasó por la casa para preguntar si había algo para echar al correo. La Señora le dio su carta, y la Tía le dio una lista de compras y dinero para comprar varias cosas en las tiendas, con un gran pedazo de pastel para correr en el camino De la Señora recibió dinero para comprar cerezas para el mismo y para los niños, si había algunas buenas.
Esa tarde era bastante alegre dentro y fuera de la casita cuando llegaron los compañeros. Ondreco estaba contento de que su madre estuviera tan gozosa. Ella les enseñó toda clase de juegos bonitos. Hasta fue con ellos a la "Roca de la Bruja" y allí Palko tuvo que decirle también cómo él encontró su País del Sol. Eso le interesaba mucho a ella. El mencionó dos veces, cómo él se perdió cuando era pequeño y creció con gente desconocida, y cómo el Señor Jesús le cuidó para que él encontrara otra vez a sus padres. Se podría escribir un libro entero acerca de cómo él pasaba la vida en el mundo (Véase la primera parte del libro En el País del Sol.). La Señora Slavkovsky se interesó mucho en eso.
Cuando caminaron más tarde a los rediles, por todo el camino ella hacia preguntas acerca de la madre de Palko, quien en su tristeza por el hijo perdido también perdió su razonamiento hasta que por fin lo encontró y el Señor Jesús le devolvió su hijo. No se daban cuenta de lo rápido que se acercaban a las chozas.
Era una noche bella; la puesta del sol cubría el cielo con sus cortinas rosadas. El sol se hundió detrás de las montañas, como que estuviera besando los valles y a la gente en despedida, y especialmente parecía besar a la bella Señora que estaba sentada ante del fuego abierto en pensamiento profundo.
-Si usted puede cantar tan bellamente—rogó Palko—, y mucha gente llegaba a escucharla, nosotros también quisiéramos que usted lo haga. Cante para nosotros, si tiene la bondad.
—¡Ay Palko!—La Señora menea la cabeza—. No te gustaría mi canto. Además no me entenderías. Cante más que todo en inglés y en italiano, pero también el checo, pero el texto de estos cantos no concordaría con esta noche sagrada que está cayendo alrededor de nosotros. Pero porque quisiera galardonarte, Palko, por haberme relatado sus experiencias, déjame pensar por un momento.
Esperaron; y estaba tan quieto alrededor de ellos, que casi podían air unos a otros respirar; y en la distancia tintineaban las campanas de los rebaños.
Por fin ella levante la cabeza.—Después de todo, yo recuerdo alga, y es en la lengua eslovaca. Una vez aprendí este canto acerca del mar, y cuando lo cantó, millares de personas lloraron. Es una balada acerca de una nave naufragada. ¿Quieren que yo la cante?
-Sí, Sí—gritaron todos. Bach acababa de llegar y se sentó entre ellos. ¡Qué cosa tan bella es cuando el Creador pone tal clase de voz en la garganta humana que ningún Mara ni instrumento pueda igualarla! Se puede oír todo en tal clase de voz: el sonar de oro y de plata, el gemir en las copas de los pinos cuando se mueven en el viento; el gorjeo de los arroyos tanto coma el rugido de una gran catarata, sí, ¡todo!
¡Maestro, la tempestad está enfurecida!
¡Las olas se están subiendo alto!
El cielo esta sombreado de oscuridad,
Ningún amparo ni ayuda está cerca;
¿No te importa que perezcamos?
¿Cómo puedes quedarte durmiendo,
Cuando cada momento con tanta furia está amenazando
Una rumba en la profundidad enojada?
Dulcemente, pero a la vez misteriosa y tristemente, las notas del canto flotaron en la brisa de la tarde para abajo al valle. Una vez, cuando la Señora probó el canto por primera vez, millares de personas lloraron. Hoy solamente una pequeña compañía de escuchantes lloraron, pero creo que hasta el bosque y los arroyos y todas las cosas alrededor lloraron también. Mas que todos ellos lloró Bach Filina. Palko quien estaba sentado junto a él puso un brazo alrededor de su cuello y lloró juntamente con él. Él lo entendió. De esa manera pereció una vez la nave que llevaba a Esteban. Se hundió en las terribles profundidades con él. En vano esperaron; en vano llamaron. El Tío Filina nunca lo vería otra vez.
Los niños no se imaginaban, ni los ayudantes de Bach, que existía una cosa tan linda que lo que estaba escondido en la garganta de la Señora. Casi se podía oír los crujidos de la nave que se quebrantaba, y sentir la desesperación de la situación. Terminó como los llantos tristes y suaves de las almas que perecían. La Señora se fijó en el llanto que su canto había despertado. Se dio cuenta de que no sería fácil poner fin a eso. Entonces ella hizo algo que aquella misma mariana ella había dudado poder hacer. Cantó un himno escondido en la memoria de su viejo hogar, y al cual había aborrecido de todo corazón, porque no podía olvidarlo.
Mi fe espera en Ti,
Cristo Jesús, por mi
Fuiste a la cruz;
Oye mi oración,
Dame tu bendición.
Llene mi corazón
tu santa luz.
Tu gracia en mi alma pon,
Guarde mi corazón
Tu sumo amor.
Tu sangre carmesí
Diste en la cruz por mí;
Que viva para Ti
con fiel ardor.
A ruda lid iré,
Y pruebas hallaré,
Mi guía sé;
Líbrame de ansiedad,
Guárdame en santidad.
Y por la eternidad te alabaré.
Tal vez en ningún lugar y en ningún tiempo antes, fueron cantadas estas frases de manera tan impresionante. Cuando se detuvo, Bach Filina se paró cerca de ella y muy seriamente dijo:—Gracias, Señora Slavkovsky, por ese precioso himno Me ha mostrado una gran bondad con esto. Su balada bella abrió una herida profunda en mi corazón que no estaba completamente sanada. Casi parecía que yo tuviera que morir a causa de ella, pero este himno santo la sanó otra vez, ¡Qué Dios la bendiga por cantarlo! Pero una cosa le tengo que pedir: vamos a escribir este himno, y usted tiene que enseñarnos la melodía para que podamos animarnos a nosotros mismos con él en la vida y en la muerte.
La Señora prometió, pero pidió que leyeran ahora la Palabra de Dios, ya que ella se sentía cansada. Lo hicieron de buena gana, y dentro de poco tiempo reinaba una quietud maravillosa.
—Oye, Esteban—dijo José a su compañero—; en el castillo decían que cuando la Señora iba a la casa después de cantar en el teatro que a veces los caballeros desconectaron los caballos de su carretón, y amarraron a sí mismos al carretón y de esa forma la jalaban a la casa. Eso no me extraña. Realmente, cuando ella canta, puede hacer cualquier cosa que quiera con una persona.