Cuando Eddy Mccully Tenía Siete Años

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¿Quiénes eran los indios Aucas?
El nombre no había significado mucho para Brian antes, pero en esa noche la selva húmeda del Ecuador llegaba a ser una cosa muy real delante de sus ojos. Estaba realmente viendo a los temibles indios aucas y los cinco misioneros valientes.
Brian se inclinaba hacia adelante al presenciar las vistas en la pantalla escuchando atentamente, mientras el padre de Ed McCully relataba la historia. Parecía que él también, estaba volando con Nate Saint en aquella, pequeña avioneta amarilla, realizando el aterrizaje hábilmente en aquella playa angosta del río Curaray. Veía, como construían la casita en el árbol, y esperaba ansiosamente junto con Ed McCully, Jim Elliot, Pete Fleming, Nate Saint y Roger Youdarian, la visita de los primeros aucas. ¡Entonces los vio!
Un pueblo de tez morena con pelo lacio y negro, y grandes tacos de madera distorsionando la parte inferior de su oreja casi hasta el hombro. Había tres de ellos, un hombre, y dos mujeres, parecían amigables y muy interesados en todo lo que los jóvenes misioneros les mostraban.
A Brian le hubiera gustado saber si les gustaba sus primeras hamburguesas con mostaza, y ¿qué es lo que el auca Jorge pensaba de su paseo en la avioneta? Llegó la noche y los tres aucas desaparecieron en la selva, el resto del relato del señor McCully era triste. Había la difícil y larga espera de las cinco mujeres por otro mensaje por radio que nunca llegó. Después de uno o dos días el mundo entero llegó a saber de los cadáveres atravesados de lanzas de los cinco valientes jóvenes quienes habían entregado sus vidas en un esfuerzo para ganar a los aucas para Cristo.
La última vista estaba en la pantalla, mostraba de cerca a los tres jóvenes, Jim Elliot, Pete Fleming y Ed McCully. Brian sentía ganas de extender la mano y tocarlos mientras ellos les sonreían. El señor McCully señaló a Ed y dijo: “Mi hijo Eddy, Cuando tenía siete años llegué un día a preguntarme: ‘Papá, ¿cómo puedo ser salvo?’  ”
Brian volvió rápidamente para decir a su mamá suavemente: “Mamá, tenía la misma edad que tengo yo.”
El señor McCully continuó diciendo: “Relaté esta historia a Ed. Hace algunos años un profesor de escuela, sentía que debería castigar a cinco niñas por sus continuadas travesuras. Látigo en mano se detuvo. Algo dentro de él le impulsaba preguntar: ¿Hay alguien aquí dispuesto a recibir el castigo que merecen tener estas niñas?”
“Hubo un silencio largo, entonces se sintió un movimiento entre los niños, y Jimmy que era muy delgado empezó a caminar por el pasillo. Jimmy era ciego.”
“Trajeron una silla y las risas tontas de las niñas desaparecieron a medida que los golpes cayeron sobre las rodillas de Jimmy. Terminando el castigo, las niñas corrieron donde Jimmy con lágrimas en los ojos para agradecerle y preguntarle por qué había hecho eso.”
“Está bien muchachas, contestó él, pienso que les ayudaría comprender como el Señor Jesús recibió el castigo que merecieron sus pecados al morir por ustedes en la cruz.”
Eddy McCully comprendió aquella noche lo que el Señor Jesús había hecho por él, y lo recibió como su Salvador personal. Al pasar los años Eddy llegó a ser un verdadero hombre primero en sus estudios y deportes. Sobresalió en todo lo que hizo.
¡Pero Ed nunca olvidó de que alguien había muerto para que él viviera! Cuando Dios empezó a enseñarle la gran necesidad de los indios aucas en el Ecuador que nunca habían oído del Salvador que los amaba, su corazón contestó, “¡Yo iré y se los contaré! Tú moriste por los Aucas también, yo iré dondequiera que tú me mandes.”
Esa noche Brian se arrodilló y oró en voz alta, como quizás Eddy oró hace años, después de la historia de su padre.
“Gracias, Señor Jesús, por haber muerto en la cruz, llevando el castigo por mis pecados, y ¡ahora yo no tengo que ser castigo por ellos!”
¿Alguna vez tú le has agradecido a El de esta manera?
Más el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)